sábado, 1 de junio de 2019

¿Quién hizo vacunar a los indios?

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIIi N° 51 - Junio 2019 - Pags. 12 y 13 

¿Quién hizo vacunar a los indios?

Por el Prof. Jorge Oscar Sulé

Jorge O. Sulé
El cacique Pincén y su familia


Los iniciadores de la aplicación de la vacuna antivariólica

Si las epidemias de viruela hacían estragos entre los “blancos” en Hispanoamérica, que de alguna manera poseían defensas orgánicas ya que por ser descendientes de europeos que habían sufrido en carne propia ese flagelo y otros durante los siglos XIV y XV, eran portadores naturales de las mismas, sumado ello a una mejor alimentación, en el medio aborigen, desnudos de esas defensas, esas epidemias eran arrasadoramente mortales ya que no hubo ningún tipo de inmunización anterior y la dieta era de subsistencia (entre los pobladores “blancos” la mortandad llegaba a un 20%, entre los indios un 80%).

La vacuna antivariólica descubierta por el Dr. Eduardo Jenner en Inglaterra y aplicada allí desde 1796 llegó al país en 1805. Fue el sacerdote Saturnino Segurola quién, con patriótico y humanitario esfuerzo, conservó la linfa correspondiente, aprendió a inocularla y se dedicó a su propagación con abnegado altruismo.

Las dos personas que, ya en épocas de Rosas, tuvieron la responsabilidad de administrar el ejercicio médico de la aplicación de la vacuna fueron el licenciado médico Justo García Valdez y el Dr. Saturnino Pineda, quienes emitieron estos juicios recordando la actuación del sacerdote de la Parroquia del Socorro. El primero manifestó “Desde que el benemérito Dr. Deán Saturnino Segurola dejó de administrar por sí solo y a sus expensas la vacuna, que por más de dieciséis años ha desempeñado con tanto celo como desinterés pudiéndose decir, que por tan largo período, él solo ha sido el conservador y propagador de tan admirable específico”, el segundo expresó “…el benemérito Dr. D. Saturnino Segurola, padre puede decirse, de la vacuna en nuestro patrio suelo...con tal honroso propulsor cabe decir con Cicerón...’la historia es maestra de vida….’”


Servicio médico y descubrimiento extraordinario

Hacia 1829, cuando Rosas llegó al poder, existían tres centros de vacunación en Buenos Aires: la Casa Central, la Casa Auxiliar del Norte y la Casa Auxiliar del Sur dirigida por el licenciado médico Justo García Valdez, quién se desempeñó con eficacia hasta su fallecimiento en el año 1844, siendo reemplazado por el Dr. Saturnino Pineda. Durante el gobierno de Rosas se incrementó el suministro de la vacuna llegando el servicio a los pueblos de la campaña bonaerense en la que los médicos de policía se ocuparon de aplicarla.

El 13 de mayo de 1830, Rosas gobernador otorgó un sobresueldo al médico de policía de la campaña de la Sección Luján, Dr. Francisco Javier Muñiz y una asignación para cada uno de sus dos ayudantes.

Este médico, diez años después en su distrito de Luján, en una estancia de Juan Gualberto Muñoz; descubrió, en los pezones de una vaca, los granos que suministraban el fluido de la vacuna: el cowpox antivariólico; detectando la vacuna antivariólica. Este descubrimiento marcó un hito glorioso en la ciencia médica argentina y ganando para ella desde entonces un prestigio y un reconocimiento a nivel mundial, que sólo la obstinación historiográfica partidista intentó silenciar por tratarse de un descubrimiento efectuado en la época de Rosas.

El hecho, conocido en Inglaterra, provocó admiración y cierto estupor. Creían que solo las vacas de Gloucester, dadas las condiciones climáticas de ese lugar, eran las únicas que podían engendrar el cowpox antivariólico.


El suministro entre los indios

No se sabe con precisión la fecha en la que se inició la inoculación de la vacuna entre los distintos grupos indígenas. Sí sabemos que el diario “El Lucero”, de Buenos Aires, del 4 de enero de 1832, publicó la distinción que la Sociedad Real Jenneriana de Londres decidió otorgar al gobernador Juan Manuel de Rosas y a los médicos que la aplicaban, designándolo Miembro Honorario de esa Sociedad, “en obsequio de los grandes servicios que ha rendido a la Humanidad, introduciendo con el mejor éxito la vacuna entre los indígenas del país”.

Si la información de esta distinción llegó al Río de la Plata ni bien iniciado el año 1832, es dable suponer que, hacia 1831 o antes, la introducción de la vacuna en los medios indígenas ya era una práctica de su inicio y un hecho conocido.

Adolfo Saldías en “Historia de la Confederación Argentina” refiriéndose a una época inmediatamente después del parlamento que Rosas mantuvo por el Tandil con los indios pampas (circa fines de 1825 o principios de 1826) afirma que “en esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus. Como resistieron la vacuna Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera que en menos de un mes recibieron casi todos el virus”.

Es conocida también la información que suministra el embajador inglés Sir Woodbine Parish y que vuelca en su libro “Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata”, cuando relata que en uno de los tantos parlamentos efectuado por Rosas en la Chacarita de los Colegiales hacia 1831, se suministró la vacuna a muchos indios que integraban la comitiva de caciques pampas y vorogas. Además, en ese lugar existían otros alojamientos especiales destinados para indios enfermos. Este capítulo de la vida de Juan Manuel de Rosas, que lo enaltece, también ha sido virtualmente ignorado y silenciado por la direccionalidad partidista de la historiografía “oficial”.

De la preocupación de Rosas sobre el tema nos tiene al tanto una significativa y cuantitativa documentación ilustrativa.

Una nota del Dr. Saturnino Pineda del 17 de octubre de 1836 dirigida a Rosas le expresa “El día 3 de septiembre a las 3 y media de la tarde recibí la orden verbal de Vuestra Excelencia de asistencia médica a una comitiva indígena, afectados algunos por la viruela que me fué transmitida por el Sr. Edecán Coronel Don Manuel Corvalán y no obstante hallarme enfermo, con el mayor contento y sin pérdida de tiempo procedí a sus cumplimiento...” Cuenta en larga explicación el violento foco de contagio que significa la aglomeración de los indios en un mismo lugar, algunos con la viruela ya declarada, por lo que “el día 9 del mes de que se hace referencia fueron vacunados de brazo a brazo cincuenta y dos indios y niños de ambos sexos para cuyo efecto se condujeron desde la Chacarita de los Colegiales a la casa donde se hallaban alojados cuatro niños con vacuna de la más excelente. El 16 fueron reconocidos y en todos ellos se encontraron granos (reacción positiva) tan hermosos que juzgando por sus caracteres no pude menos que tranquilizarme…”

Jorge O. Sulé
Indios. Pintura de Francisco Madero Marenco

Las dificultades de su aplicación

No era fácil inocular la vacuna a la gente. La población “blanca” era renuente a su aplicación. Había que inducirlo a través de protocolos compulsivos.

En el Reglamento General de Escuelas de aquella época se determinaba que “Los Preceptores no recibirán en la escuela niños que no estén vacunados y apelarán a los que los padres no quisieron verificarlo, tomando las medidas que les dicte la prudencia para cerciorarse de la verdad de esta operación”. El Reglamento había sido redactado por el propio Segurola y regía en la época de Rosas. (1) 

Es de imaginar entonces la resistencia que oponía el indígena que consideraba a la viruela un maleficio del hombre “blanco”. Las machi o brujas se oponían violentamente a la vacuna y su aplicación, ya sea porque la problemática invadía sus terapias cabalísticas o por calificar a la vacuna como un gualicho de los “blancos”. En un oficio del sargento Echevarría al coronel Vicente González de San Miguel del Monte, le informaba que le enviaba “cuatro chinas viejas indias para librarlas de ser sacrificadas por la barbarie e ignorancia de estos pobres indios pues decían que tenían gualicho”. Era costumbre de los indios, ante un brote de viruela, sacrificar a las viejas indias contagiadas, o no, para ahuyentar el virus. El oficio de Echevarría continúa explicando que conversó con el cacique Cachul y le informó que el “Ilustre Restaurador de nuestras leyes le había ordenado que a las viejas brujas había que mandárselas a él que sabía ponerlas en donde no pudieran causar daño”. De esta manera Rosas salvaba la vida de esas viejas indias, sustrayéndolas de la barbarie indígena.


Algunos métodos que Rosas utilizó para promover la vacunación

En primer lugar hay que recordar que el prestigio y la confianza que se había ganado Rosas entre las distintas comunidades indígenas facilitaron la tarea de la vacunación a pesar de sus dificultades.

Su propio ejemplo, haciéndose vacunar entre ellos removía el prejuicio del “gualicho”.

El mostrar la herida y la protuberancia producida por la vacuna era también un factor de persuasión.

No desestimaba el valor que podía infundir una carta suya. Transcribimos fragmentos de una carta enviada al cacique Catriel: “Ustedes son los que deben ver lo que mejor les convenga. Entre nosotros los cristianos este remedio es muy bueno, porque nos priva de la enfermedad terrible de la viruela, pero es necesario para administrar la vacuna que el médico la aplique con cuidado…hay cosas que el grano que ha salido es falso y en tal caso el médico debe hablar la verdad para que el vacunado sepa que no le ha prendido bien que el grano que el que le ha salido es falso, para que con este aviso sepa que para el año que viene debe volver a vacunarse ...Después de esto si quieren ustedes que vacune a la gente puede el médico empezar a hacerlo…” Obsérvese la sagacidad de Rosas: empieza afirmando que para los cristianos es un buen remedio pero que deben ser ellos, los indios, los que resuelvan. Señala la importancia del médico que es el que sabe cómo se administra la vacuna y entiende su evolución.

Además, es de inferir que un médico que puede entrar a una toldería no solamente vacunará sino que intentará curar otras enfermedades, gripes, infecciones varias y otras dolencias que puede controlar. Lo cierto es que Rosas facilitó la llegada de un médico a la toldería que de otra manera hubiera resultado imposible, no solamente por la negativa de los jefes, sino por las resistencias que hubieran presentado las machis y los adivinos de la tribu.

Pero hubo otro método que lo extraemos de otro hecho histórico: a fines de 1878 ya muerto Rosas, y durante la Campaña al Desierto de Roca, el cacique Vicente Pincen (Pin-Then que significa dueño del decir, hablar bien), es tomado prisionero y el coronel Villegas lo remite a Buenos Aires donde es alojado en el cuartel del Batallón 6 de Infantería de línea siendo visitado por personalidades como Roca, Estanislao Zevallos y otros para escuchar de labios del cacique sus hazañas en el desierto que al parecer sabía relatar muy bien haciendo honor a su nombre. En uno de sus cuentos, Pincen recordó que en su juventud llegó a conocer a Don Juan Manuel de Rosas, expresando “Juan Manuel ser muy bueno pero muy loco: nos regalaba potrancas, pero un gringo nos debía tajear el brazo, según él era un gualicho grande contra la viruela y algo de cierto debió ser porque no hubo más viruela por entonces”.

De ese recuerdo de Pincen, parece desprenderse otra metodología para inducir a la vacunación. Un pequeño chantaje. Iban los suministros, pero después iba la vacuna.

Dejamos abierto una parte del telón avizorando algo; invitamos a otros para que lo sigan corriendo. Hay en el interior del escenario mucho más que desmiente sobre Rosas la versión descalificadora de la historia “oficial”.


Notas

(1) En aquella época y parte del siglo XX la aplicación de la vacuna consistía en efectuar un pequeño corte o tajo en uno de los brazos y volcar en la pequeña herida abierta el fluido o linfa antivariólica. A pocos días en el lugar de la herida aún no cicatrizada del todo aparecía un grano bastante ostensible: era señal que el antídoto había prendido. Si no salía el grano había que repetir la operación al año siguiente.

 

Fuentes:

Chavez, Fermín. “La Vuelta de Juan Manuel”, Ed. Theoría, 1991.

“Gaceta Mercantil” del 19-10-1836 Hemeroteca de la Biblioteca Nacional

Parish, Woodbine. “Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata”, traducción de Justo Maeso. Colección “Pasado Argentino”, Buenos Aires, 1952.

Saldías Adolfo “Historia de la Confederación Argentina” T. I Ed. J. Granada 1967.

Sulé, Jorge Oscar. “Rosas y sus Relaciones con los Indios”, Ed. Corregidor, 2007.

Visiconte, Mario. “La Cultura en la Época de Rosas, Aspecto de la Medicina T. I” Ed. Aut., 1978.

Visiconte, Mario. “Nuevos Aportes sobre la Aplicación de la Vacuna” A.G.N. Sala X 25-2.2. También en la “Publicación del Segundo Congreso Nacional de Historia de la Medicina Argentina”.

Mensaje dirigido a la Magistratura por Rosas el 1° de enero de 1837. Biblioteca del Congreso de la Nación.