sábado, 1 de diciembre de 2018

Una carta de San Martín

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIII N° 49 - Diciembre 2018 - Pags. 1 a 7 

Una carta de San Martín

Por Norberto Jorge Chiviló

Juan Manuel de Rosas
San Martín. Óleo de Edelmiro Volta. Liceo Militar Gral. San Martín


En la edición del diario La Nación del domingo 21 de octubre ppdo., se publicó en la tapa la siguiente noticia: “De puño y letra. Qué dice una carta inédita de San Martín. En el texto de 1820, afirma que no existe sociedad sin orden”, el artículo continuaba en la página 26.

Allí se explicaba que “En 1820, el día anterior a su partida desde Chile con la Expedición Libertadora del Perú, José de San Martín envió una carta de despedida al Cabildo de San Juan”.

La carta, en aquél momento, quedó en poder de Tadeo de Rojo y Maurín, quien fuera Regidor, Alcalde y Alférez Real, integrante de aquel Cabildo, conservada por su familia durante casi dos siglos, pasando así de mano en mano por ocho generaciones, estando actualmente en poder del abogado Luis Ponferrada, quien acertadamente manifestó que la misiva la iba a donar al Archivo General de la Nación, porque “está bien organizada y hay expertos que saben cómo guardar las cosas… y pueda ser consultada por todos”, considerando así al lugar como el más adecuado para su conservación, evitándose que la misma con el transcurso del tiempo futuro pudiera llegar a perderse o deteriorarse. Me imagino que para el poseedor de semejante carta será difícil desprenderse de ella, pero la decisión de donarla al Archivo nacional es más que acertada y digno de ser imitada en casos como el suyo.

En otro artículo sobre el mismo tema y aparecido en ese diario tres días más tarde  algunos historiadores opinaron sobre el contenido de la carta. Me llamó la atención lo que manifestó la investigadora del Conicet y docente de la Universidad Nacional de Cuyo, Beatriz Bragoni, quien entre otros conceptos, dijo: “San Martín detestaba el tumulto, y fue adverso a la forma federal de gobierno”, si analizamos estas palabras pareciera que quisiera equiparar el “tumulto”, con la “forma federal de gobierno”, que fueran sinónimos o como queriendo decir que San Martín, por estar en contra de los tumultos, fue adverso al sistema federal de gobierno. Más adelante afirmó: “Tenía un concepto jerárquico de la autoridad y el poder, y creía que para conservar el orden político era indispensable evitar la división de las opiniones o de partidos, en tanto desconfiaba de la rivalidad. Por eso no se pronunció por unitarios o federales”.

Me extraña que la doctora Bragoni, antes de dar semejantes opiniones sobre que San Martín era adverso a la forma federal de gobierno, y que nunca se hubiera pronunciado por unitarios o federales, demuestre desconocimiento de la correspondencia del Libertador intercambiada con otros personajes de la época y sobre todo con la que mantuvo con Rosas durante muchos años y hasta poco meses antes de su fallecimiento. Correspondencia que es muy esclarecedora acerca de las opiniones políticas de San Martín.

Muchos historiadores, la mayoría de ellos seguidores de la llamada “historia oficial”, prácticamente dan por terminada la historia de la vida del general, cuando el héroe parte hacia Europa y la retoma en los últimos años cuando ya se encontraba en el viejo continente. Pero de su relación con la tierra americana y de su correspondencia con Juan Manuel de Rosas, prácticamente nada dicen.

Desde las páginas de este periódico destacamos en varias oportunidades el paralelismo de pensamiento entre quien fue el promotor y artífice principal de nuestra independencia y las de Chile y Perú y la de quien años más tarde se empeñó en sostenerla y mantenerla ante los embates de las dos principales potencias europeas de la época y en nuestro continente del Imperio del Brasil.

De la lectura de esta carta ahora publicada, vemos que San Martín se expresó sobre la necesidad del orden y la unidad en la sociedad. Debemos decir que en otras también lo hizo.

No solo San Martín detestaba el desorden y el tumulto sino que también lo detestaba Rosas. Ambos eran amantes del orden y contrarios a la anarquía. Los dos también querían la unión nacional. Podemos decir que entre estos personajes históricos no hubo opiniones discordantes o contrarias en ningún tema que hiciera a la vida política de nuestro país.

La carta enviada por San Martín al Cabildo de San Juan está fechada el 19 de agosto de 1820, un día antes de la partida de la expedición libertadora al Perú.

Juan Manuel de Rosas
San Martín regresa a Buenos Aires, junio de 1817.
Óleo sobre tela de Francisco Fortuny


En el año 1819 el gobierno de Buenos Aires a cuyo frente se encontraba el Director Supremo de las Provincias Unidas, José Rondeau, estaba en conflicto con los caudillos de las distintas provincias, por las actitudes centralistas, aristocráticas y monárquicas de los hombres de Buenos Aires; además el Congreso había dictado una constitución unitaria y aristocrática, resistida por los pueblos del interior. También ese gobierno había dado el visto bueno a los portugueses para apropiarse de la Banda Oriental que era una provincia argentina, a fin de sacarse de encima a José Artigas. De allí la oposición que encontraron en los pueblos fuera de la ciudad de Buenos Aires, que tenían sentimientos republicanos, federales y antiportugueses.

San Martín, dependía del gobierno de Buenos Aires, que tampoco se preocupaba mucho del Ejército que aquél comandaba. Sí lo ayudaron con recursos y tropas otros gobernadores de provincias.

Ante el asedio de los caudillos, principalmente de Estanislao López y “Pancho” Ramírez, Rondeau, ordenó a San Martín bajar a Buenos Aires con su ejército para sostenerlo en su conflicto con los caudillos federales y atacar Santa Fe. San Martín desobedeció la orden y desoyó el pedido –y por suerte así lo hizo– y continuó con la epopeya libertadora, iniciada años antes.

Por  aquella época, Buenos Aires vivía sus horas anárquicas. Recordemos que el 20 de junio de 1820, fecha en la que murió Manuel Belgrano, se lo recuerda como el día de los tres Gobernadores (Idelfonso Ramos Mejía, Miguel Estanislao Soler y el propio Cabildo de Buenos Aires como cuerpo colegiado). Esta provincia de semana en semana se veía conmocionada por revoluciones y asonadas. La anarquía era total. El día 5 de octubre, el teniente coronel Rosas al frente del 5to. Regimiento de Caballería, llamado los Colorados del Monte –organizados, instruidos y armados por él– restableció la ley y el orden en la Ciudad y el día 10 dio un manifiesto al “benemérito pueblo de Buenos Aires” (ver texto completo en ER N° 1) en el que entre otros conceptos señalaba: "La unión, mis compatriotas, la santa unión. La patria nos la pide. La patria exige de nosotros este corto sacrificio; la patria agonizante clama que no la abandonemos, por preferir a su existencia la de los odios y la de la anarquía... Sin unión no hay patria; sin unión todo es desgracia; todo fatalidades, miserias… sed sumisos a la ley… ¡Odio eterno a los tumultos!, ¡amor al orden!, ¡fidelidad a los juramentos!... ¡obediencia a las autoridades constituídas!...”

Nótese si en estas palabras y pensamiento de Rosas que fueron volcadas en ese Manifiesto, no parecen como si hubieran salido de los propios labios del Libertador. Se destacaba la necesidad de la unión, la sumisión a la ley, el odio a los tumultos (anarquía), amor al orden y la obediencia a las autoridades constituidas. Incluso podemos decir que tales palabras serían aplicables a la actualidad de nuestro país.

El orden y la disciplina de los Colorados del Monte, puesto de manifiesto no solo en el combate, sino después de la victoria, llamaron la atención de los habitantes de la ciudad, por lo que fueron distinguidos y llamados “restauradores de las leyes”. No todos los ejércitos de nuestra Patria eran así, ya que estaban integrados muchas veces por el peor elemento y donde la población era víctima de la arbitrariedad y actuar de esa soldadesca quienes cometían todo tipo de abusos, no solo en los bienes como el pillaje, robos, violación de domicilios, sino también en las personas como golpes, insultos, violaciones…

Si bien en los Colorados también tuvieron cabida elementos marginales, la disciplina impuesta en ese cuerpo de caballería por Rosas, lo hicieron una fuerza militar ejemplar, por el orden y disciplina que imperaban en sus filas.

La actuación del entonces teniente coronel Rosas y sus tropas, en aquellas tristes jornadas de anarquía imponiendo el orden en semejante estado de cosas, le valió el reconocimiento de toda la población.

En el N° 25 del periódico Despertador Teofilantrópico Místico Político, del 12 de octubre que dirigía el padre Francisco de Paula Castañeda dice, refiriéndose al asalto por las tropas de Rosas una semana antes contra los revoltosos: "No puedo dispensarme de anticipar al conocimiento de los pueblos y del mundo, una pequeña idea de la conducta que han guardarlo en su entrada, en su carga y después del triunfo, los vecinos de la campaña. No disparaban un solo tiro que no fuese dirigido a los sublevados. Los que escapaban de las inmediaciones de la plaza respiraban al caer en manos de los voluntarios del comandante Rosas, los cuales les facilitaban sus caballos. Para cargar a una azotea sufrieron un fuego horroroso de la fusilería y de un cañón de la plaza, mientras suplicaban al dueño que abriese, aunque pudieron haber usado de la fuerza; pero más pudo en ellos la ordenanza, pues se les había mandado que venciesen excusando hacer el menor daño posible”. “De estos pasajes sucedieron innumerables ejemplares, que acreditan que el ejército salvador traía en el camino la moderación unida con el valor que les había de dar el triunfo; así es que, antes y después de la victoria, no se ha visto un solo voluntario ebrio, no se ha oído una sola expresión indecente, una sola acción indecorosa, nada que no respirase sinceridad y honradez”.

Fray Cayetano Rodríguez, también le dedicó un soneto a “Los Colorados”, que dice así:

“Milicianos del sur, bravos campeones, / Vestidos de carmín, púrpura y grana, / Honorable legión americana, / Ordenados valientes escuadrones, / A la voz de la ley vuestros pendones  / Triunfar hicisteis con heroica hazaña, / Llenándose de glorias en campaña / Y dando de virtud grandes lecciones; / Gravad por siempre en vuestros corazones / De Rozas la memoria y la grandeza, / Pues restaurando el orden os avisa / Que la Provincia y sus instituciones / Salvas serán si ley es vuestra empresa / La bella libertad vuestra divisa”.

Ese comportamiento ejemplar de las tropas de Rosas, fue reconocido por el ministro diplomático nombrado por O’Higgins en 1818 ante el gobierno de Buenos Aires, Don Miguel José de Zañartú Santa María, que fue testigo directo de los sucesos ocurridos por aquellos días, quien en carta al gobernador de Mendoza Tomás Godoy Cruz, afirmaba: "El denuedo, bizarría y coraje del Batallón de Rosas, harían honor a las tropas mismas de Napoleón". Si bien tales comparaciones pueden parecer un poco exageradas, demostraban cual era la instrucción y comportamiento de los Colorados de Rosas.

Si bien Rosas no era de profesión militar, como sí lo fue San Martín, sus dotes como creador y organizador de una fuerza militar disciplinada, en este caso los Colorados del Monte, no le iba a la zaga con respecto a la creación y organización de los Granaderos a Caballo, por parte de San Martín. En uno y en otro, había organización y orden, donde las faltas eran castigadas severamente y la disciplina, indispensable en toda fuerza armada, era mantenida a toda costa. 

En contraposición a este comportamiento, párrafos más adelante me referiré al que tuvieron las fuerzas militares unitarias, donde no imperaba ni el orden, ni la disciplina.  

Años más tarde y después de su entrevista con Simón Bolívar en Guayaquil (26 de julio de 1822), San Martín quien no había obtenido del gobierno de Buenos Aires los recursos para proseguir la guerra independentista, debió dejar el campo libre a Bolívar para terminar con aquella empresa libertadora.

Después de pasar por Lima, donde renunció a su cargo de Protector del Perú, regresó a Mendoza donde poseía una chacra y con la intención de volver a Buenos Aires para reunirse con su esposa e hija.

José de San Martín

En octubre de 1823, el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, enterado del propósito de San Martín de trasladarse a Buenos Aires y agradecido por la actitud que años antes había tenido ante el Director Supremo de no prestarse a combatir contra los federales, le hizo llegar un mensaje, advirtiéndole de lo que el gobierno tramaba en su contra. En ese mensaje le avisaba: “Sé de una manera positiva por mis agentes en Buenos Aires que a la llegada de V.E. a aquella capital, será mandado juzgar por el gobierno por un consejo de guerra de oficiales, por haber desobedecido sus órdenes de 1817 y 1820, realizando en cambio, las gloriosas campañas de Chile y el Perú”, pero también se ofrecía a ayudarlo: “Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de gratitud, mía y del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente en 1820 a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de los Andes que se hallaban en la provincia de Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que, a su solo aviso, estaré con la provincia en masa a esperar a V.E. en El Desmochado (1), para llevarlo en triunfo hasta la Plaza de la Victoria. Si V.E. no aceptase esto, fácil me será hacerlo conducir con toda seguridad por Entre Ríos hasta Montevideo”.

José de San Martín
Posta de Desmochados


Llegado San Martín a Buenos Aires, durante el gobierno de Martín Rodríguez, cuyo ministro era Bernardino Rivadavia, y en una reunión fuera de protocolo realizada con este último, intentó tranquilizarlo haciéndole saber que sus intenciones no eran la de conspirar contra el gobierno. Pero como los rumores en su contra eran permanentes y considerando la posibilidad de que fuera asesinado en su viaje de regreso a Mendoza, desencantado, se embarcó rumbo a Europa, junto a su pequeña hija.

Cinco años más tarde, a fines de noviembre de 1828, y ya alejados del gobierno Rivadavia y su grupo de unitarios, decidido a regresar a Buenos Aires, se embarcó en el paquete inglés Countess of Chichester, con destino al Río de la Plata. Esta nave que además de pasajeros transportaba gran cantidad de mercaderías manufacturadas, era una de las mejores que tenía por destino el Plata. 

Manuel Dorrego

Cuando la nave hizo escala por unas horas en Río de Janeiro, San Martín se enteró por los periódicos que el 1° de diciembre había estallado un motín en Buenos Aires, al frente del cual estaba su antiguo subordinado el general Juan G. Lavalle, quien al mando de las tropas que poco tiempo antes habían combatido en la guerra contra el imperio del Brasil y que por esos días estaban de regreso en Buenos Aires, se levantó contra el gobernador legítimo Manuel Dorrego.

Cuando la nave retomó el camino hacia Buenos Aires y se encontraba en navegación a la altura de Río Grande do Sul, fue sorprendida por una tremenda  tempestad que duró varios días, y que por su intensidad incomodó a los pasajeros, llegándose a temer que pudiera naufragar. Ese viaje duró dos largos meses.

A la arribada a balizas de Montevideo, el 5 de febrero de 1829, las noticias ya eran más graves, pues daban cuenta no solo de la derrota que había sufrido Dorrego, sino de su posterior fusilamiento en Navarro por orden del jefe rebelde. Así, dos de sus compañeros de armas, ya que tanto Dorrego como Lavalle habían sido subordinados suyos en la Campaña libertadora, ahora eran los actores principales del drama que acababa de desatarse en Buenos Aires, lo cual apenó el ánimo de San Martín, al ver la situación lamentable de su patria, inmersa nuevamente en la anarquía por la guerra civil que se iniciaba.

Fusilamiento de Dorrego


Al día siguiente la embarcación enfiló hacia Buenos Aires, ya que esa era la orden que había dado la casa armadora de la nave, pero que debía retornar días después a Montevideo.

La noticia de la llegada de San Martín al Río de la Plata, fue conocida de inmediato en Montevideo, con la arribada de la nave y de allí la novedad pasó rápidamente a Buenos Aires, donde sus habitantes se enteraron que el héroe de Chacabuco y Maipú, regresaba a la patria y se encontraba próximo a desembarcar.

En la madrugada del 6 de Febrero, el Countess of Chichester  llegaba a las balizas del puerto de Buenos Aires. 

Pero la prensa porteña en manos de personajes afines al gobierno surgido de la asonada del 1° de diciembre, en vez de alegrarse por la venida del gran hombre además de glorioso y bravo soldado, no lo saludó en buenos términos, sino que por el contrario se despachó con conceptos que representaron un insulto y un agravio hacia su persona, tildándole prácticamente de cobarde y oportunista.

Nada menos que San Martín (¡!), tratado como un cobarde por unos individuos, que lo único que sabían hacer era calumniar, sentados cómodamente detrás de los escritorios de esos pasquines de Buenos Aires.

Así el periódico El Pampero en el número 21 publicado en esa semana de febrero, consignó lo siguiente: “AMBIGUEDADES. En esta clase reputamos el arribo inesperado a estas playas del general San Martín, sobre lo que diremos a más de lo que ha expuesto nuestro coescritor “El Tiempo”. Que este general ha venido a su país a los cinco años. PERO DESPUES DE HABER SABIDO QUE SE HAN HECHO LAS PACES CON EL EMPERADOR DEL BRASIL”.

En cartas que tiempo después nuestro héroe escribió a sus amigos O’Higgins y Tomás Guido, les explicó los motivos por el cual no había ofrecido sus servicios al gobierno de Rivadavia, en la guerra contra el Imperio, actitud que contrastó años después, en 1838 cuando sí se ofreció a Rosas a raíz del primer bloqueo francés al Río de la Plata.

Los hombres de Buenos Aires a quienes no les iba muy bien en su lucha con los federales encabezados por Estanislao López y Rosas, le ofrecieron a San Martín, la gobernación de la Provincia, con la intención de que combatiera a los federales, lo que este no aceptó, pues no quiso inmiscuirse en las luchas civiles, porque si aceptaba la gobernación de la provincia, ello implicaba ponerse en contra de los federales, por los cuales sentía simpatía. Simpatía que nunca había tenido ni con los directoriales, ni con los unitarios a quienes siempre detestó y así surge de mucha de su correspondencia.

El Coronel Manuel Olazábal contó que en aquellos momentos, se presentó ante San Martín, quien se encontraba en el navío que lo había traído al Plata, ya que no desembarcó en Buenos Aires, quien le dijo “Yo supe en Río de Janeiro la revolución encabezada por Lavalle; en Montevideo el fusilamiento del coronel Dorrego; entonces me decidí a venir hasta balizas, permanecer en el Paquete y no desembarcar, haciendo desde aquí algunos asuntos que tenía que arreglar y regresar a Europa. Mi sable… no… ¡jamás se desenvainará en guerras civiles!”.

En carta que le remitió a O’Higgins en abril de 1829, le comentaba de la proposición que Lavalle por medio de unos enviados le habían hecho para que se hiciera cargo del gobierno de Buenos Aires: “El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1° de Diciembre; pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del movimiento del 1° son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado.” Y en una carta enviada a Tomás de Iriarte antes de partir para Europa, le expresaba estos lapidarios conceptos: “Sería un loco si me mezclase con estos calaveras. Entre ellos hay alguno y Lavalle es uno de ellos a quien no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y en Perú… Son muchachos sin juicio, hombres desalmados…”

Evidentemente la anarquía en que se encontraba la Provincia por la asonada de Lavalle, a quien si bien San Martín lo reconoció como un valiente militar –por su actuación en la campaña libertadora y en la guerra contra el Imperio del Brasil–, lo llamó “tarambana y cabeza hueca”, por lo que había provocado en Buenos Aires, lo cual ensombreció su espíritu y lo llevó a volver a Europa. 

Al margen, diré que años después y en otras circunstancias Esteban Echeverría también llamó a Lavalle “espada sin cabeza”.

En los combates y acciones que las tropas federales al mando de Rosas, llevaron a cabo durante ese año de 1829, contra las que obedecían al gobierno usurpador de Buenos Aires, se destacaron nuevamente no solo por su valor, sino también por el correcto proceder hacia la población civil y los que así no lo hicieron fueron inmediatamente fusilados.

Los usurpadores del gobierno, ellos que habían sumido la provincia en la anarquía total, llamaban “anarquistas” a las tropas federales al mando de Rosas, que justamente trataban de imponer el orden y restaurar las instituciones. 

Juan Manuel Beruti, que fue un verdadero cronista de aquella época, y al cual ya nos referimos en otros números de este periódico, en sus llamadas Memorias Curiosas, da cuenta de lo que acabamos de decir. Relató que el 29 de abril las tropas federales hicieron una incursión en la ciudad, apropiándose de caballadas, pólvora y armas y que “en su entrada y salida no hicieron daño a ningún vecino”.

El contraste entre el comportamiento de las tropas federales y las fuerzas de Lavalle, lo hace notar bien Beruti, cuando dice: “Lo que los montoneros, en las muchas veces que han entrado en estos puntos, han respetado y dejado a sus vecinos pacíficos, sin dañarlos, ni robarlos; a no ser uno u otro que en la soldadesca es irremediable, fuera de la vista de sus jefes, lo han hecho los nuestros [se refiere a los soldados de Lavalle] a presencia de los suyos [sus jefes]; esto prueba que unos llevan la fama y otros cargan la lana; así sucede nuestro gobierno, proclama el orden, protección y seguridad en las propiedades individuales, pero autoriza el robo ¡qué mal se compadece de lo dicho al hecho! Por lo que se ve que la guerra no se ha vuelto sino una piratería y que tanto padece el amigo del gobierno unitario como el enemigo federal, pues por lo que se experimenta todos los bienes son comunes. Pobre patria, que siendo tan rica y poderosa, va a quedar totalmente arrasada por la ambición de mandar en algunos de sus hijos”. Está claro quiénes eran anárquicos y ambiciosos.

Cuenta este cronista de algunos robos realizados por partidas de soldados federales, de las sanciones que recibieron los ladrones y de la restitución de los bienes robados a sus víctimas: “… se les devolvieron [a las víctimas] las prendas robadas, llevaron al ejército de Rosas a los delincuentes que fueron diez los aprehendidos e inmediatamente fueron fusilados”, en otro caso en que los ladrones no pudieron ser hallados, destacó que Rosas se encargó de abonar al perjudicado de lo que se le había quitado.

Y acto seguido dice Beruti: “Compárese unos hechos con otros de los dos contenedores y véase quién de los dos obra mejor”. (Ver ER N° 32)

El lector podrá sacar sus conclusiones acerca de quiénes eran en realidad los anarquistas, alborotadores y tumultuosos, si los federales o unitarios, quienes tenían más afinidad con el pensamiento sanmartiniano o con los cuales San Martín podría sentirse más identificado.

Después de vencer a Lavalle y de restaurar la Legislatura que había sido disuelta por los sediciosos del 1° de diciembre, Rosas fue elegido Gobernador  y declarado “Restaurador de las Leyes”, justamente por su apego a la ley y el orden.

San Martín, siempre tuvo enconos contra Rivadavia y su círculo de unitarios, a quienes culpó por los males que aquejaron a nuestro país de entonces, en una carta que le remitió a O’Higgins desde Bruselas el 20 de octubre de 1827, después de la renuncia de Rivadavia, dijo “…su administración ha sido desastrosa y solo ha contribuido a dividir los ánimos. Yo he rechazado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona. Con un hombre como este al frente de la administración no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra contra el Brasil, por el convencimiento en que estaba, de que hubieran sido despreciados”. 

En otra carta que escribió a su amigo Tomás Guido, desde Montevideo el 27 de abril de 1829, le manifestaba: “Si sentimientos menos nobles de los que poseo a favor de nuestro suelo, fuesen el norte que me dirigiese, aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico pero desgraciado pueblo, como lo han hecho cuatro demagogos, que con sus locas teorías lo han precipitado en los males que lo afligen, y dándole el pernicioso ejemplo de calumniar y perseguir a los hombres de bien, con el innoble objeto de inutilizarlos para su país.”

Años después, ya en 1844 en una carta que remitió al chileno Palenzuelos, después de enumerarle los “logros” del “célebre Rivadavia”, le dice: “sería de no acabar si se enumerase las locuras de aquel visionario y la admiración de un gran número de mis compatriotas, creyendo improvisar en Buenos Aires la civilización europea con solo los decretos que diariamente llenaba lo que se llama el Archivo Oficial”.

Nuestro Libertador, en su momento, mantuvo correspondencia con los caudillos federales, quienes tenían por él verdadero afecto, devoción y respeto. Nunca hubo palabras despectivas de San Martín hacia ellos, como si las tuvo y bastante duras contra los unitarios. Para San Martín, los caudillos eran verdaderos conductores de los pueblos del interior, pueblos que se sentían bien argentinos y que querían la unión del país, bajo un sistema, el federal, que respetara sus autonomías provinciales. Pueblos que nunca promovieron secesiones territoriales y que como hermanos quisieron formar un solo país. Todo ello era coincidente con el pensamiento sanmartiniano, de unión.

Por el contrario los unitarios promovieron secesiones territoriales en la Mesopotamia, Cuyo y el norte argentino, que si no hubiera sido por la actitud enérgica del gobierno de Rosas, nuestro país no hubiera sido como lo es en la actualidad, sino mucho más pequeño, posiblemente se hubiera limitado a lo que es la provincia de Buenos Aires. ¿Era eso lo querido por San Martín?

Cuando Rosas asumió por primera vez el mando político de la provincia, San Martín, en carta a Tomás Guido del 6 de abril de 1830, expresaba “…Yo no conozco al señor Rosas, pero según tengo entendido tiene un carácter firme y buenos deseos; esto basta, pues la falta de experiencia en el mando la adquirirá (que no es mala escuela mandar ese pueblo) bajo la dirección de sus buenos Ministros” y un año y medio después en otra carta a su amigo y en conocimiento que Rosas ha pacificado el país, se alegra de esos acontecimientos y “… Por ellos puede calcularse que la guerra fratricida que tanto ha deshonrado y destruido estas desgraciadas provincias es concluida… que la Paz sea duradera y larga…”

Con la firma del Pacto Federal el 4 de enero de 1831 entre Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y a la que adhirió poco tiempo después Corrientes y las demás provincias, más tarde, fue piedra fundamental de la unidad nacional argentina que las congregó en un sistema confederal. (Ver ER N° 44)

Antonio Dellepiane, destaca en su obra Rosas, que éste tenía un “espíritu de orden. Y ese espíritu de orden lo observará en todo: en sus actos, en sus hábitos, en su estilo y hasta en su grafía. El sentimiento de respecto a la autoridad está en él mismo vivamente arraigado”.

En pleno conflicto con Francia, desde Grand Bourg, el Libertador le escribió una carta al gobernante porteño el 10 de julio de 1839, en la que le expresa su indignación contra el partido unitario, unido al agresor francés: “…lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a la condición peor  que la que sufríamos en tiempo de la dominación española” y continúa con un juicio lapidario y terminante: “una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”. Si esto no es tomar partido, ¿explíquenme que es?. “Una tal felonía”: significa como decir “una tal traición” y el término “tal” aquí tiene un significado ponderativo o intensificador, ya que no era cualquier traición, sino la de mayor importancia, la traición a la Patria, delito de “lesa Patria” y cuando dice “ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”, quiere significar que merece el mayor de los castigos y que ni aún la muerte puede lavar semejante acto.

Ya las Partidas de Alfonso X el Sabio, que era la ley vigente en nuestro país y en toda Hispanoamérica, definían al traidor como el que “se pone con los enemigos para guerrear o facer mal al rey o al regno o los ayuda de fecho o de consejo”. 

Los miembros del partido unitario siempre fueron traidores que se unieron a otras potencias extranjeras “para humillar su patria”, salvo pocas honrosísimas excepciones como los casos de los Coroneles Martiniano Chilavert y Pedro José Díaz y algún otro, para quienes el amor a la Patria era superior a todo. Debo destacar que estos dos militares unitarios se batieron en Caseros al mando de tropas de la Confederación, mucho mejor que algunos jefes “federales”.

El general “federal” Justo José de Urquiza, fue el mayor felón de la historia argentina. Tuvo la suerte que el Brigadier General José de San Martín, hubiera fallecido poco tiempo antes de cometer tan infamante delito de lesa Patria, pues no es difícil imaginarse que hubiera opinado nuestro Libertador, de haber estado vivo en aquellos momentos.

San Martín, como hombre público y militar que fue, conocía al dedillo las normas de las Partidas referentes a la traición a la Patria y las consecuencias y penas.que ello aparejaba, no solo a quien cometía el delito de felonía, sino también sobre sus descendientes, como una mancha imborrable que pasaba de generación en generación. No había peor delito infamante que ese.

¿Podía estar San Martín de acuerdo con ese partido?. ¿Con cuál se sentía más identificado, con unitarios o federales?

Todo argentino y más aún quienes se dicen historiadores, deberían conocer la correspondencia intercambiada entre Rosas y San Martín, totalmente esclarecedora sobre los sentimientos de San Martín hacia el gobernante porteño, a quien en alguna oportunidad lo llamó “Presidente” y sobre su gobierno.

No solo en esa correspondencia, sino también en las intercambiadas con otros personajes, destacó la energía con la cual Rosas defendió la independencia nacional ante los ataques de otras potencias. 

En su testamento ológrafo del 23 de enero de 1844 (ver ER N° 30), se declaró “Brigadier General de la Confederación Argentina”, de lo cual seguramente se sentía orgulloso y con lo cual podemos afirmar que también se sentía parte integrante del ejército de la Confederación. Después de esto ¿se puede afirmar que San Martín era contrario al sistema federal?.

En ese testamento San Martín legó a Rosas, lo más preciado por todo militar que es su arma, en este caso nada menos que el sable corvo libertador.

Rosas encontró en San Martín, siempre la adhesión a su política, no solo externa, sino también interna, bien puesta de manifiesto en la última carta que le remitió pocos meses antes de fallecer, el 6 de mayo de 1850, cuando desde Grand Bourg, le expresó textualmente: “…como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos estados se habrán hallado. Por estos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina...”

Como bien lo indica el historiador Jorge O. Sulé “…los logros que San Martín señaló como efectuados en la época de Rosas [en la mencionada carta]: LA PROSPERIDAD… que constituye un logro en la política interior; LA PAZ INTERIOR, otro resultado de la política interior; EL ORDEN, otro resultado de la política interior y EL HONOR que hace referencia incuestionablemente a las concreciones en materia de política exterior”.

Si esto no es tomar partido, ¿qué es…?

Pero hay algo más, que no es menor, sino de muchísima importancia cuando al final de la carta le desea: “Que goce Ud. de salud completa, y que al terminar su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo Argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. este su apasionado Amigo y compatriota”. Léanse estas palabras con detenimiento y atención.

Podríamos transcribir unas cuantas cartas más con conceptos del Libertador, sobre Rosas, su gobierno, sobre el orden y la unidad nacional, pero excederían el lugar que disponemos en este periódico y creo que con lo transcripto el lector podrá tener una idea bastante clara sobre el pensamiento del Brigadier General José de San Martín, muy distinto al señalado por ciertos historiadores.

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que San Martín fue admirador de la obra del gobernador de Buenos Aires y el primer rosista, como titulé un artículo que fue publicado en la revista “Ser en la Cultura-Revista de Artes y Letras” N° 28, editada por la Casa y Mutual Universitaria de General San Martín en el año 2010, “El General San Martín, el primer rosista”. 

José de San Martín


La carta

“Yo me despido de los Cuyanos con los sentimientos más ingenuos, de afecto y estimación, que siempre les he profesado; me despido como un compatriota que los ama, y les recomiendo por su bien que estrechen entre sí los vínculos de la unión y se fortifiquen en el concepto de que no existe Sociedad donde no hay orden. Sin otro carácter que el de Ciudadano manifiesto estos mis deseos a Vuestra Señoría como el representante de la Ciudad de San juan, para que se digne transmitirlos a sus habitantes virtuosos, por cuya felicidad hago votos al Cielo, pronto a dar la vela con la Expedición Libertadora del Perú para el día de mañana.

Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Cuartel general de Valparaíso, Agosto 19 de 1820.

José de San Martín

Al Muy Ilustre Cabildo,Justicia y Regimiento de la Ciudad de San Juan


Notas

(1). El Desmochado era una posta, ubicada cerca de la localidad de Casilda en el sur de la provincia de Santa Fe. Se llamaba así porque los árboles eran desmochados esto es, que eran bajos y de pobre copa.


Bibliografía

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