Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XIII N° 49 - Diciembre 2018 - Pag. 8 a 11
La Semana Trágica de 1919
Por la Prof. Beatriz Celina Doallo
Para examinar los dolorosos sucesos que en enero de 1919 conmovieron y enlutaron a la Argentina, hay que situarse en el contexto de la turbulenta época que atravesaba la sociedad por las secuelas de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y de la Revolución Rusa de Noviembre de 1917. Secuelas que tuvieron fuerte impacto en nuestro país debido a la carencia de materias primas importadas y la impunidad con la que actuaban elementos anarquistas. Estos ya no se limitaban a la prédica de las doctrinas del nuevo régimen que gobernaba Rusia. Desde sus periódicos – La Protesta y Bandera Roja entre otros – incitaban a la revolución social e, infiltrados en los sindicatos, organizaban huelgas y manifestaciones callejeras en las que eran habituales los incidentes con la policía.
La falta de insumos causó la caída de la producción y el cierre de industrias y comercios, y derivó en crisis socio-económica por el constante incremento del costo de vida y el desempleo. Hicieron su aparición las primeras viviendas precarias, antecedentes de las Villas actuales y creció el descontento popular. La oposición – los Partidos Socialista y Conservador – vetaba en el Congreso los proyectos de leyes, entre ellos el de “Descanso dominical”, que presentaba el presidente Hipólito Yrigoyen para atenuar las malas condiciones de trabajo de los obreros, agobiados por salarios insuficientes y jornadas agotadoras.
En ese peligroso escenario sobrevino en Buenos Aires en noviembre de 1918 una huelga en los grandes Talleres Metalúrgicos de Pedro Vasena e Hijos, que empleaban a 2500 obreros. La planta industrial de la empresa estaba en las calles Cochabamba y La Rioja y los depósitos en Pepirí y Santo Domingo, cerca del Riachuelo. Los huelguistas reclamaban 20 a 40% de aumento en los salarios, jornadas de 8 horas en lugar de 11, pago de horas extras, descanso dominical y reingreso de algunos delegados despedidos. Inicialmente la huelga fue pacífica y no se paralizó del todo la producción ya que unos 500 operarios continuaron con sus tareas.
El 19 de diciembre de 1918 una manifestación anarquista en la Avenida de Mayo, con banderas rojas y negras, fue disuelta sin mucho esfuerzo por la Policía Federal, cuyo jefe, desde el 13 de septiembre de 1918, era el Dr. José Casas. Varios manifestantes se parapetaron tras las rejas de acceso al subterráneo, efectuaron disparos de armas de fuego que hirieron a tres agentes, y fueron detenidos. Ese mismo día el Dr. Casas envió su renuncia al presidente Yrigoyen y fue sustituido interinamente por el comisario Dr. Miguel L. Denovi hasta el 9 de enero de 1919 en que el Dr. Elpidio González fue designado jefe de Policía por el Poder Ejecutivo.
Pocos días antes de que concluyera el interinato del Dr. Denovi ocurrieron hechos de extrema gravedad, preludio de lo que sería la Semana Trágica (6 al 12 de enero). El sábado 4 de enero, en inmediaciones de los depósitos de la empresa Vasena, varios carros cargados con materiales, conducidos por obreros que no adherían a la huelga y custodiados por un pelotón de agentes de la Guardia de Seguridad de Caballería –a los que se apodaba ”los cosacos” – fueron interceptados por huelguistas. Se produjo una refriega con pedradas y disparos que causaron la muerte de un Cabo y heridos por ambas partes. Los días 5 y 6 continuaron los incidentes alrededor de las instalaciones de Vasena y el martes 7 el intento de detener otro convoy con materiales en las calles Pepirí y Almafuerte dejó el saldo de 7 integrantes de la custodia policial heridos y 4 hombres muertos.
Pronto se supo que estos últimos eran víctimas inocentes: dos recolectores de residuos, un operario que se dirigía a su empleo en otra fábrica, un joven que tomaba mate en su casa...
El miércoles 8 en el Congreso, el diputado socialista Nicolás Repetto responsabilizó a la empresa Vasena por “su incomprensión” y a los huelguistas y a la Policía por “su falta de serenidad”. Para evitar la aplicación del estado de sitio, en la sesión del jueves 9 la bancada socialista restó importancia a los hechos, y los diputados radicales y conservadores sostuvieron que no podía culparse a la policía por apelar a sus armas cuando era atacada.
La Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A.) declaró para el 9 de enero, en que se realizaría el sepelio de las 4 víctimas del día 7, una huelga general que paralizó al país, en gran parte por el acatamiento del gremio ferroviario a la medida de fuerza. Desde la madrugada de ese día 9 se sucedieron actos de vandalismo en la ciudad de Buenos Aires: quema de tranvías y otros vehículos, ataque e incendio de viviendas en barrios donde predominaba la colectividad hebrea, rotura de faroles de alumbrado público, saqueo de armerías, levantamiento de rieles de tranvías y barricadas con el empedrado para impedir el paso de bomberos y ambulancias. También hubo intentos de toma de comisarías, entre ellas la 27º donde se registraron 4 atacantes muertos y varios heridos. En conocimiento de estos hechos, el presidente Yrigoyen dispuso que fuerzas militares y navales patrullaran las calles.
El entierro de las 4 víctimas, en ataúdes cubiertos por banderas rojas y llevados a pulso desde Nueva Pompeya hasta el cementerio de Chacarita, fue acompañado por una columna de unas 20.000 personas. En la entonces calle Corrientes, entre las de Yatay y Pringles, de la columna se desprendió un grupo que saqueó e incendió el Convento e Iglesia del Sagrado Corazón; las monjas y los sacerdotes pudieron huir con dificultad por los fondos de la calle Humahuaca.
Alrededor de las 5 de la tarde, la ceremonia de inhumación era interrumpida en Chacarita por una masacre. Según refirió el comunicado oficial, para impedir que, al dispersarse la multitud, ocurrieran incidentes, se había dispuesto que fuerzas de seguridad policiales y militares rodearan el cementerio. Atacadas con armas de fuego, debieron hacer uso de las suyas para defender su vida, resultando 12 atacantes muertos y varios policías heridos.
Según los diarios, hubo 12 muertos y casi 200 heridos; la prensa anarquista denunció 100 muertos y más de 400 heridos. Los periódicos concordaron en que se había disparado a mansalva desde los muros hacia el interior del cementerio, sin que mediara agresión alguna ni víctimas entre los efectivos policiales y militares. Mientras esto sucedía en Chacarita, cerca de 10.000 manifestantes atacaban, con intención de incendiarlos, los talleres y depósitos de Vasena, donde seguían trabajando unos 400 operarios con custodia policial. Intervino el Regimiento 3 de Infantería, cuyos disparos causaron 20 muertos y 60 heridos.
A esas horas, ya el Dr. Elpidio González se había hecho cargo de la Jefatura de Policía y decidió iniciar sus funciones actuando como pacifista: acudió a los depósitos de Vasena cercanos al Riachuelo para apaciguar a la multitud enardecida, no lo logró, tuvo que escudarse tras los efectivos militares, su automóvil fue volcado e incendiado y un subteniente resultó muerto.
El viernes10 de enero el Departamento de Policía estuvo a punto de ser tomado por asalto, atacado desde casas vecinas con armas largas; 15 agentes y un número no determinado de atacantes resultaron heridos. Ese día 10 y también el sábado 11, varias comisarías resistieron intentos de asalto; en la 24º murieron dos agentes. Para añadir más violencia al caos reinante, grupos de jóvenes armados, integrantes de la Liga Patriótica Argentina y que se autodenominaban “Defensores del Orden”, entraron en sinagogas, locales obreros y bibliotecas populares, causando grandes destrozos.
Ante la gravedad de la situación, el presidente Yrigoyen dispuso ese miércoles 10 que las tropas de Campo de Mayo, comandadas por el general Luis J. Dellepiane, ocuparan la ciudad con cerca de 30.000 hombres. Establecido el cuartel general en el Departamento de Policía, aunque hasta el día 12 hubo algunos choques de grupos pequeños con las patrullas militares, la calma retornó paulatinamente a la ciudad. El día 11 la firma Vasena, presionada por el gobierno, accedió a reunirse con una comisión interna y anunció la reducción de la jornada de trabajo de 11 a 8 horas, aumento de salarios del 20 al 40%, 50% para las horas extras y 100% para los días feriados, además del reingreso de los delegados cesanteados. Con estas concesiones los obreros decidieron retomar sus tareas y el lunes 13 la actividad en Vasena fue casi normal.
Por su parte, el gobierno, a fin de pacificar los espíritus, ordenó dejar en libertad a los más de 2000 detenidos durante los disturbios y que el jueves 16 las tropas regresaran a los cuarteles de Campo de Mayo.
Unos párrafos finales sobre el Dr. Elpidio González. Nacido en Rosario, Santa Fe, el 1º de agosto de 1875, cursó estudios de Derecho primero en Córdoba y luego en La Plata, donde se recibió de abogado. Militante de la U.C.R., intervino en la fracasada sublevación radical de febrero de 1905. Era Ministro de Guerra del gabinete de Yrigoyen antes de ser nombrado Jefe de Policía. Renunció a ese cargo el 2 de septiembre de 1921 para actuar en política en la provincia de Córdoba. Yrigoyen se limitó a designar Jefes de Policía interinos hasta el 1º de diciembre de 1921 en que el Dr. González retomó la Jefatura de Policía. Esta vez ocupó el cargo por una corta etapa: dimitió el 14 de marzo de 1922 para dedicarse a la campaña electoral junto al Dr. Marcelo Torcuato de Alvear. Triunfante Alvear en las elecciones, el Dr. González fue Vicepresidente de la Nación entre 1922 y 1928. En la segunda presidencia de Yrigoyen, iniciada en 1928, fue nombrado Ministro del Interior. Tras el golpe del 6 de septiembre de 1930 que derrocó al gobierno radical, estuvo preso durante dos años. Rara avis en los anales de la política nacional, no se enriqueció en ninguno de sus cargos públicos, y para subsistir en la vejez realizó un modesto corretaje para las anilinas Colibrí. Falleció en la pobreza el 18 de octubre de 1951, a los 76 años.
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La Semana Trágica en la crónica de la revista “Caras y Caretas”
En el N° 1059 de la
importante revista “Caras y Caretas”, del 18 de enero de 1919, editada en
Buenos Aires, se publicó la crónica de los trágicos sucesos de la Semana
Trágica, que se transcribe a continuación. Esa crónica insumió 28 páginas de la
publicación –lo que da una idea de la importancia de los hechos acaecidos–,
profusamente ilustrada con fotografías y dibujos y el tema siguió tratándose en
los dos números siguientes.
Desde hace tiempo circulaban noticias en
Buenos Aires de que el elemento obrero preparaba un movimiento huelguista, para
pedir mejoras de salarios y disminución de horas de labor. Varios eran los
gremios que se indicaban para el caso, así que a nadie sorprendió la huelga de
metalúrgicos, y menos se pudieron prever las consecuencias que derivaron
después por el movimiento iniciado en los talleres de Alfredo Vasena.
Buenos
Aires ha presenciado varias huelgas, donde los obreros, en defensa de lo que
creían su derecho, abandonaron el trabajo para lograr, por ese medio,
resultado; a veces también, en la exaltación, se empleó la violencia, pero una
huelga sangrienta, como la que hemos tenido que tolerar, eso nadie lo hubiera imaginado,
ni puede atribuirse a trabajadores.
La
causa de que se hayan producido demasías a las que no estábamos acostumbrados,
y de que la violencia se haya llevado al extremo, ha sido porque a este
movimiento se han mezclado, no ya obreros que pugnan por imponer un pliego de
condiciones, o socialistas que desean hacer triunfar lo que creen su buena
causa, sino ese elemento sin patria que aunque constituye por fortuna, minoría,
quiso imponerse por la violencia; nos referimos a los maleantes, esos hombres
ajenos a toda disciplina social, y extraños también a toda organización obrera.
A ellos únicamente debemos los días de incertidumbre porque ha pasado nuestra
capital. Los mismos socialistas así lo declararon, lanzando un manifiesto, y la
Federación Obrera Regional Argentina Sindicalista, aceptando un temperamento
conciliador ante el Poder Ejecutivo, y dando la huelga por terminada.
Urge
que los elementos sanos del país nos pongamos en guardia contra ciertos
exaltados, que aprovechando de cualquier desavenencia entre patrones y obreros,
ejercen presión para llevar las cosas a la violencia y cometer desmanes que
repugnan a todo hombre honrado.
El
derecho de petición es justo; pero el de imposición que los ácratas propalan,
no puede aceptarse de ningún modo.
Creemos
que el gobierno tomará medidas oportunas para curarnos de esta plaga que
estamos padeciendo. El honor del país así lo exige.
La
crónica de los hechos nos la han referido los diarios, pero dada la situación
anormal porque hemos pasado, ella ha sido muchas veces deficiente. Nosotros,
periodistas gráficos, y obligados por lo tanto a presentar los hechos de una
manera gráfica, hemos tenido que hacer verdaderos esfuerzos para multiplicarnos
y encontrarnos allí donde la información nos señalaba una nota interesante, y
ello teniendo que improvisar medios de locomoción, y tanto en automóvil, en
motocicleta o de a pie, armados de nuestras máquinas fotográficas, hemos ido
recorriendo los lugares más lejanos de la ciudad para impresionar nuestras
placas. Ello nos costó más de un disgusto; por dolorosa experiencia sabemos que
los huelguistas revolucionarios son enemigos de la fotografía, pero la
profesión tiene exigencias y como nosotros no podemos hacer periodismo por
versiones, tuvimos que ser heroicos por fuerza y atrevernos a todo para presentar
una serie de fotografías interesantes, que esperamos que nuestros lectores apreciarán,
pues representa un esfuerzo grande, dado el estado de anormalidad para
conseguirse medios de locomoción, y de hallar fotógrafos dispuestos a mezclarse
con su máquina en lugares donde la vida estaba expuesta a cada momento.
Un
dato corroborará cuanto decimos: En el momento del incendio de los talleres de
Vasena, uno de nuestros muchos fotógrafos, después de haber impresionado buen
número de placas, fué obligado por un grupo de pseudo huelguistas, no sólo a
entregar su máquina, sino también los pesos que llevaba. Su llegada a la
redacción, en lastimoso estado, nos apenó grandemente; pero él, más que los
golpes, sentía haber perdido su nota gráfica.
A
los demás émulos de Daguerre (1), tuvimos la suerte de verlos llegar, cansados
y destrozados por las enormes caminatas, dignas de campeones de pedestrismo a
que habían tenido que someterse, pero orgullosos por el triunfo alcanzado.
A
muchos les favoreció la suerte, otros no la tuvieron tanto; pero entre todos
aportaron un buen contingente como para que el público pueda apreciar todas las
fases del triste drama en que ha estado envuelta la ciudad.
Esto,
en cuanto a lo que se refiere a nuestros repórters fotográficos, pero en lo que
respecta a nuestros redactores, a quienes también lanzamos de sabuesos a que
recogieran noticias y las comunicasen a la redacción para mandar allí un
fotógrafo, nos trajeron versiones curiosas. En la Avenida de Mayo el ruido que
produjo el cierre de una cortina metálica, el miedo hizo que se confundiera con
la descarga de una ametralladora, y provocó un "sálvese quien pueda".
En
los grupos que se formaban, no faltaba un incansable charlatán, que poseía el
modo de terminar con el movimiento en pocas horas.
El
público se mostraba impresionado por todo, las mentiras circulaban a más y
mejor: éste había visto quemar un convento; aquél otro; el de más allá, otro también;
y aunque se trataba del mismo, para los efectos de la gente, resultaban
quemados todos los conventos de la ciudad, y ello ocurría porque los que aseguraban
tal cosa, no lo habían visto, sino recogido la versión sin tener antes la
precaución de enterarse del lugar del siniestro. En fin, que los alarmistas,
dado el estado de ánimo del público, hallaron el terreno propicio para propalar
sus exageraciones. La prueba es, que muchas versiones que circularon, tratamos
de comprobarlas y resultaron falsas.
La
verdad tardaremos en saberla. La crónica gráfica es siempre fiel; pero para
recoger todos los hechos producidos, hubiera sido necesario que hubiesen entrado
en acción todas las máquinas fotográficas existentes en Buenos Aires, y eso
hubiera sido peligroso para los fotógrafos; habrían aumentado el número de
muertos y de heridos, dadas las intenciones de los revoltosos contra los
discípulos de Daguerre.
Pero
haciendo un relato de los hechos, diremos. que la chispa que ha provocado el
incendio, y que ha servido de pretexto para alarmar a Buenos Aires, fué
ocasionada porque los obreros de Vasena, que estaban en huelga, se opusieron a
que otros continuaran el trabajo, y según versiones, por tiros disparados de la
fábrica, murieron unos obreros. Esto dio motivo para tomar represalias y exaltó
a todos los obreros, decretando, por consecuencia, los gremios, la huelga
general.
El día
9, en ocasión de ser conducidas las victimas a la Chacarita, se presentaron los
ácratas al sepelio, armados de garrotes y profiriendo gritos destemplados. La
policía intervino, queriendo contener los más violentos, pero al pasar el
cortejo por los talleres de Vasena, fué imposible, y los anarquistas aprovecharon
para quemar la fábrica, lo que se quiso impedir a todo trance.
Un
grupo de diez mil obreros, continuó hasta el cementerio. Allí, algunos
exaltados por los hechos presenciados, y por los discursos de los anarquistas
que los incitaron a la violencia, se lanzaron a cometer desmanes, los que al
ser repelidos por la fuerza pública, ocasionaron gran número de víctimas.
Desde
ese instante, la huelga fué francamente revolucionaria, y los rebeldes no
permitieron la circulación, quemando tranvías, carros, automóviles y obligando
a todo el comercio a un cierre forzoso.
El
Poder Ejecutivo se vio en la necesidad de tomar medidas y pidió fuerzas de
línea para guardar la ciudad de atropellos que cometían los exaltados.
Hubo
choques en todos los barrios obreros de la ciudad, llegando a levantarse
barricadas, desde las que se hacía fuego contra los bomberos y vigilantes, armados
de fusiles y revólveres.
Por
fortuna, el movimiento no estaba organizado, y fué posible atajar el mal, por
medio de las tropas.
El
domingo 12, a pesar de ser día de descanso obligatorio, la población se sentía
tan feliz, después de los días de ansiedad transcurridos, que desde por la
mañana llenaba las calles y al adquirir la seguridad de que el movimiento de
desorden estaba circunscripto a barrios extremos, y ya vencidos los elementos
maleantes que se habían cobijado bajo la bandera obrera para entregarse a
excesos condenables, todo el mundo se felicitaba y fraternizaba con los
soldados y vigilantes que habían sabido protegerlos y les demostraban su
agradecimiento de todas maneras, aplaudiendo su acción y tratando de hacerles
lo más llevadero posible la penosa tarea, facilitando alimentos y bebida a los vigilantes
de facción en los diversos establecimientos públicos.
Cuando
empezaron, a las 9 de la mañana, a circular los tranvías, poniendo en la calle
su simpática nota de normalidad, los viajeros daban seguridad a los guardias y
motoristas, de defenderlos y hacer causa común con ellos si elementos extraños
a nuestro ambiente pretendían atacarlos, lo que no sucedió, a pesar de no estar
protegidos los coches por fuerza armada.
Solamente
las líneas 22 y 74, tardaron en circular por temor a incidentes en los barrios
de Boca y Barracas, donde todavía resistían al orden algunos elementos
maleantes que no tenían nada que ver ni con obreros ni con trabajadores, sino
que buscaban confusión para medrar con sus instintos perversos.
El
público no ha hecho sino confirmar con su protesta unánime la absoluta falta de
previsión del Intendente Municipal, que no ha estado ni un solo instante a la
altura de su misión -ni limpieza ni orden en sus servicios, nada, sino abandono-
las calles en un estado imposible. Las basuras arrojadas a la calzada, recién
el domingo a mediodía se empezó a recogerlas en el centro, cuando el proceso de
fermentación había convertido cada montón de desperdicios en un foco infecto.
La
Asistencia Pública, que tiene su autonomía, se ha hecho acreedora al más franco
aplauso, y el nombre del doctor González del Solar y todo su personal, ha
adquirido títulos altos a la gratitud del pueblo y de la clase médica, cuya
abnegación han sabido enaltecer, y el cuerpo médico argentino tiene que
sentirse orgulloso de contar con elementos de tanto relieve moral en su seno.
Siempre
y en todas las circunstancias, los médicos han sabido cumplir con su deber en
nuestro país, pero ello no disminuye el mérito de los que en un momento tan
trágico no perdieron su serenidad y en medio de peligros supieron todos estar a
la altura de su situación.
Los
médicos y practicantes de la Asistencia Pública, han demostrado que unen
a su ciencia, el coraje necesario para afrontar cualquier
responsabilidad y cualquier sacrificio que les imponga su deber, y bueno es que
se acuerden de esto los altos poderes públicos cuando en las horas tranquilas
se deslinden posiciones, y los que suelen hacer chistes de los médicos recuerden
los respetos y consideraciones que nunca aquéllos reclaman, pero que saben
conquistar con su conducta cuando llega el momento.
Terminado
el paro, fué restableciéndose la normalidad, poco a poco, y cuando los primeros
tranvías aparecieron por Buenos Aires, el público se lanzó a las calles, ávido
de recoger impresiones.
Por
todas partes se hallaban grupos que comentaban los sucesos; todo llamaba la
atención: el paso de un carro de carne, un cochero que tomaba viaje, un almacén
que se abría, cualquier hecho, por insignificante que fuera, resultaba
novedoso.
No
faltaron tampoco los curiosos que deseaban comprobar si las crónicas de los
sucesos, hecha por los diarios era fiel, y se iban a averiguar: si en tal edificio
existían los balazos, si en tal calle quedaban restos de barricadas, y si la
basura de las calles había sido recogida, y cuando satisfacían su curiosidad,
lanzaban un suspiro de alivio; su ciudad, su Buenos Aires, estaba
afortunadamente intacta, y podía pasearse por ella sin temor a tropezar con una
bala perdida.
Pero,
donde los comentarios se sucedían sin interrupción, era en los conventillos;
las mujeres, sobretodo, tenían mucho que contar: que si el almacenero había
vendido el arroz a precios fabulosos, aprovechándose de la ocasión; que si el
panadero tal, había vendido a noventa centavos el kilo, que si el carbonero no
había querido servir carbón, que si tal familia lo había pasado con pan y
queso, y luego, los pobres niños, sin leche, en fin, da lástima oír contar a
ésas pobres gentes los apuros y privaciones porque han tenido que pasar.
Tampoco
han faltado los heroicos que han paseado impunemente por todos lados, en razón
de no tener nada que perder; ni los que poseídos del don de ubicuidad han
estado en todas partes para verlo todo y poder mentir a su sabor. Algunos, en
su afán de exagerar, creían que había llegado el apocalipsis. Otros habían oído
tiros por todas partes; éstos, por desgracia, confundían el ruido de un cajón,
al caer, con el disparo de un cañón del 42. Algunos habían sentido gente armada
en la azotea, a causa de haberse entusiasmado más de lo debido con la grapa, y
a causa de todas estas gentes que tenían los nervios desequilibrados, la cosa
más trivial, daba origen a alarmas infundadas.
Debemos
confesar que muchos perdieron la cabeza y, por lo tanto, no pudieron
reflexionar que no era posible, que una ciudad de cerca de dos millones de
habitantes, pudiese caer en manos de unos forajidos. Porque no debemos
confundir la causa de los obreros en huelga, con los
actos de vandalismo a que se entregaron algunos sujetos, que seguramente, no
teniendo nada que perder, se declaraban pescadores para pescar en río revuelto.
Esperamos que ahora, que la serenidad se ha impuesto, y que los nervios se han calmado, todos tendremos una sonrisa para disculpar nuestros temores: al fin y al cabo, la cosa era natural; era la primera vez que se nos presentaba una confusión tan grande, azuzada por elementos extraños; pero aquí no tenemos nada que temer de ningún exaltado; nuestro país goza de vida democrática, y en cuanto a la burguesía, no es patrimonio de ninguna clase privilegiada; cualquier obrero trabajador puede prosperar libremente. Podrá haber diferencias por cuestiones de salarios entre patrones y obreros, pero con buena voluntad por ambas partes, pronto se arreglan esos conflictos; no faltan ejemplos para el caso.
De cuantos hechos se han producido, no debemos inculpar a nadie: quizá es culpa de todos, pues con nuestra apatía, hemos tenido abiertas las puertas a todo elemento maleante del mundo entero, sin considerar que esa liberalidad de nuestras leyes no puede se apreciada por gentes que desconocen todo sentimientode patria, y que en la mayoría de los casos, si los estudiamos de cerca veríamos que ese elemento extraño que viene a nuestra tierra a provocar conflictos sangrientos, son gentes que en su mismo país son considerados indesiderables, y por lo tanto no tienen más recurso que la expatriación para escapar de la cárcel.
Nuestro
gran Alberdi, dijo, en hora sagrada: "gobernar es poblar"; si, cierto;
pero debemos saber con quién. No hemos estado formando nuestra nacionalidad durante
años para verla destruida por hombres a quienes nada debemos, y que no son
elementos útiles ni recomendables.
(1) Nota
del Director: El francés Louis Daguerre (1787-1851), fue quien en el siglo XIX
inventó el daguerrotipo, antecesora de la fotografía.