jueves, 1 de marzo de 2018

Las relaciones franco-argentinas

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 46 - Marzo 2018 - Pags. 1 a 9 

Las relaciones franco-argentinas. A 180 años del inicio del primer bloqueo francés

Por Norberto Jorge Chiviló


Bloqueo francés
Rosas. Miniatura pintada por Fernando García del Molino. 1839

Antecedentes en Europa

Pocos años después del descubrimiento de América, en 1516 y con la llegada al trono de Carlos I –también conocido como Carlos V de Alemania–, se inició en España, el reinado de la casa real austríaca de los Habsburgo, que finalizó con la muerte de Carlos II, sin dejar descendencia a fines de 1700. Ello provocó una guerra por la sucesión que se extendió hasta 1714, a cuyo fin se produjo un cambio dinástico con la llegada al trono español de Felipe V de la Casa de los Borbones, que ya reinaban en Francia, siendo así primero de esa dinastía en España. 

Por ello, y siendo que la misma Casa dinástica gobernaba en ambos países vecinos se firmó un Pacto de Familia (1), estableciendo las buenas relaciones que debían existir entre ambos reinos, que tenían en Austria, primero e Inglaterra después, un enemigo común.

Con motivo de la revolución ocurrida en Francia en 1789, se produjo la caída de la monarquía borbónica y el establecimiento de la Primera República Francesa. Alarmadas las principales monarquías europeas por la muerte en la guillotina del rey Luis XVI y su esposa y por la violencia imperante en toda Francia, formaron una coalición a la cual se agregó España, para luchar contra la nueva República, poniéndose fin así a las relaciones amistosas que hasta ese entonces había existido entre los dos estados vecinos.

Años después, en 1796 se formalizó una alianza militar entre la Corona española y el Directorio francés contra los británicos, que a la postre sería desastrosa para los españoles, pues estos dependerán y se subordinarán cada vez más a los franceses.

Ya finalizando el siglo XVIII, más exactamente a mediados de noviembre de 1799 y a raíz de un golpe de estado promovido por él, Napoleón Bonaparte fue designado primer Cónsul de la República Francesa,  años más tarde nombrado como Cónsul vitalicio y en mayo de 1804 ungido como Emperador de los franceses. 

Existía una rivalidad económica y militar entre franceses y británicos, por lo cual éstos últimos veían a Napoleón como su gran enemigo.

Napoleón a su vez estaba decidido a invadir las islas británicas con un ejército que debía cruzar el canal de la Mancha, para lo cual en los astilleros franceses se procedió al inicio de la tarea de proveerse de los medios de desembarco necesarios para ello -cerca de 2000 navíos-, pero para que la empresa tuviera éxito Francia debía tener el control del mar, lo cual lograría derrotando a la poderosa flota naval inglesa. Napoleón manifestó: “¡Seamos dueños del canal durante seis horas y seremos dueños del mundo!”.

Después de la declaración de guerra por parte de España a Inglaterra en diciembre de 1804, como consecuencia del ataque por parte de cuatro navíos de guerra ingleses a cuatro fragatas españolas provenientes del Río de la Plata –en dos de las cuales viajaban integrantes de la familia Alvear–, Francia y España unieron sus flotas con la intención de batir a la inglesa, pero el 21 de octubre de 1805, la poderosa flota franco española al mando del vicealmirante francés Villeneuve fue vencida por la inglesa al mando del almirante Arthur Nelson en la batalla de Trafalgar, cerca de Cádiz, salvando así a Inglaterra de la invasión napoleónica. Debemos decir que en esa batalla, la flota franco española fue derrotada por la inglesa, ya que ésta varió la forma de combate naval que se venía realizando hasta ese momento, lo que tomó de sorpresa a sus enemigos y que no obstante la valentía de sus marinos, fue completamente vencida. Ello dio por tierra con los planes napoleónicos de una invasión a las islas británicas, declarando Napoleón una guerra económica total estableciendo un Bloqueo Continental por lo cual los productos ingleses no pudieron ingresar a gran parte de Europa.

Como consecuencia de esta batalla, España por la destrucción de gran parte de su armada, vio dificultada la comunicación con sus territorios americanos y más grave aún, su defensa.

Esa fundamental victoria alentó a los ingleses a la expansión marítima y a quitar territorios a sus enemigos. Inglaterra se consolidó como la reina de los mares durante todo ese siglo. Trafalgar fue una de las batallas más importantes de la historia militar mundial y fue de aquellas que torcieron el rumbo de la historia.


Sucesos en el Virreinato del Río de la Plata

En ese marco se produjeron las dos invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807, con la intención de arrebatar estos territorios a la corona española.

Debemos decir que en la Reconquista, lucharon junto a los criollos, marinos franceses que se encontraban al mando del corsario François-de-Paule Hippolyte Mordeille, quienes se destacaron en los combates, sufriendo muchas bajas. 

Incluso Mordeille falleció el 3 de febrero de 1807, en el ataque inglés a Montevideo. 

Durante los combates que tuvieron lugar en la Banda Oriental y en Buenos Aires, –capital del Virreinato– durante la primera invasión, tuvo destacada actuación Santiago de Liniers y Bremont, quien francés por nacimiento, había jurado fidelidad al rey español –por aquel acuerdo el Pacto de Familia a que se hizo referencia al principio– a quien sirvió como funcionario y militar con total lealtad, y que a raíz de la victoria lograda contra los ingleses se convirtió en héroe y caudillo de los criollos. En el Cabildo Abierto realizado el 14 de agosto, –dos días después de la victoria criolla sobre los británicos en la Reconquista de Buenos Aires–, se declaró cesante al virrey marqués Rafael de Sobremonte y se designó a Liniers como jefe de las fuerzas militares, mientras que la Real Audiencia retuvo el poder político, hasta que el 30 de julio del año siguiente la Audiencia, se lo delegó a Liniers, reconociéndolo como Capitán General del Río de la Plata, desempeñando de esa forma funciones político militares propias de un virrey. En 1808, el rey lo confirmó como Virrey y luego fue designado Conde de Buenos Aires.

Por aquella época en Buenos Aires, se encontraba asentada una importante población de origen francés, que se había incrementado como consecuencia de los acontecimientos revolucionarios de julio de 1779 en su país de origen y que aquí ejercían diversos oficios y se habían integrado al resto de la población.


Invasión napoleónica a España y sus consecuencias en el Río de la Plata

A  mediados de octubre de 1807 y con la anuencia española, tropas francesas cruzaron la frontera para dirigirse a Portugal –aliada tradicional de Inglaterra y enemiga de España y Francia, llegando un mes más tarde a la frontera portuguesa.

Los franceses, fueron ocupando importantes ciudades españolas, incrementando el número de sus tropas en suelo español.

La debilidad de los españoles, alentó a Napoleón a destronar a los Borbones, a quienes detestaba y en reemplazo, coronar a su hermano José como nuevo rey de España, previa abdicación de la corona de España por los reyes Carlos IV y Fernando VII, a favor de Napoleón, hecho que en la historia se conoce como la “farsa de Bayona”.

Todo ello irritó el sentimiento del pueblo español, el que se levantó contra los franceses el 2 de mayo de 1808, iniciándose lo que se llama la guerra por la Independencia española, que duró hasta 1813, año que los invasores se retiraron de la península ibérica.

Así se crearon Juntas en diversos pueblos y ciudades de España, para gobernar el territorio no ocupado por los franceses y representar al pueblo español, en su lucha contra los galos. 

Esa situación cambió las alianzas existentes hasta ese momento, ya que Francia de aliada a España, pasó a ser su enemiga y España e  Inglaterra, pasaron de enemigas a ser aliadas en su lucha contra los galos.

Todo ello tuvo sus repercusiones en el Río de la Plata y fue una de las causas principales de la revolución que tendrá lugar en Buenos Aires en mayo de 1810.


La misión Sassenay

En 1808, Napoleón confió al diplomático marqués de Sassenay, una misión diplomática a llevarse a cabo en Buenos Aires, a fin de que el virrey Liniers, hiciera reconocer por el Virreinato a José Bonaparte como nuevo rey español. 

Después de pasar por Montevideo, el diplomático francés llegó a Buenos Aires, donde fue recibido por Liniers en audiencia pública, con la presencia del Cabildo y la Real Audiencia, allí presentó sus cartas credenciales, como también cartas de Napoleón y Fernando VII, pero fue despachado fríamente por el virrey. El Cabildo y la Audiencia decidieron rechazar todo acuerdo y expulsarlo del país.

No obstante a la noche siguiente el Virrey había invitado a su casa a Sassenay, donde conferenciaron.


La asonada del 1° de enero de 1809

Parte de la población de Buenos Aires, especialmente los españoles peninsulares, recelaron de la actitud del virrey Liniers, quien por su condición de francés, daba origen a todo tipo de especulaciones y sobre todo después del arribo del marqués de Sassenay. Así decían que el francés complotaba para entregar estas tierras a Napoleón y se sospechaba de él. Muchos estaban en su contra, especialmente el Cabildo y el otro héroe de la Defensa de Buenos Aires, Martín de Álzaga, los que bregaban para que en estas tierras se creara una Junta como las que existían en España y que representara el poder real. En esas circunstancias se produjo una asonada el 1° de enero de 1809, bajo la consigna “¡Abajo el francés Liniers!”, bajo el mando de Álzaga y que contó con el apoyo de la mayoría de los regimientos peninsulares, pero que no pudo imponerse pues, las fuerzas militares criollas más numerosas, a cuyo frente estaba Cornelio Saavedra, apoyaron al virrey. Como consecuencia de la fallida intentona, varios regimientos españoles fueron disueltos y Álzaga fue desterrado a Carmen de Patagones.


Los acontecimientos de mayo de 1810

En 1809 la Junta Central de Sevilla nombró a Baltasar Hidalgo de Cisneros como nuevo virrey quien reemplazó a Liniers, a mediados de ese año. 

A mitad de mayo de 1810 llegaron a Buenos Aires diversos periódicos, traídos en un barco de guerra inglés, con noticias sobre el sometimiento de la corona española y la caída inminente de la Junta Central de Sevilla, por lo cual casi toda España estaba a merced de los franceses, hecho este que alentó a los criollos que promovieron la destitución de Cisneros y que derivaron en la creación de la Primera Junta de Gobierno el 25 de mayo de 1810.

Evidentemente, los habitantes del virreinato no querían que estos territorios pasaran a depender de Francia.


Falta de apoyo material francés a la independencia americana

En las luchas que los criollos encararon contra el poder realista español en América no contaron con el apoyo del gobierno francés, pues si bien Napoleón alentaba la emancipación americana, no tenía forma de hacer llegar recursos a los insurrectos, no solo por la lucha que enfrentaba en Europa, que insumía importantísimos e inacabables recursos, sino también porque Inglaterra dominaba los mares. Debemos aclarar no obstante que muchos franceses que aquí residían y sus descendientes formaron parte del ejército y marina patriota, algunos de los cuales tuvieron destacada actuación (por ejemplo Juan Martín de Pueyrredón, Hipólito Bouchard, entre otros).


Restauración monárquica en Europa

Relaciones franco-argentinas
Congreso de Viena

Con la caída de Napoleón en 1814, y el establecimiento del Congreso de Viena y la Santa Alianza (Ver ER N° 40), se produjo la consiguiente restauración monárquica, ya que los integrantes de las otrora Casas reinantes destronadas por Napoleón, como el caso de los Borbones, volvieron a ocupar el trono de sus respectivos países, entre ellos Fernando VII en España y Luis XVIII en Francia.

Fernando VII trató de reconquistar los territorios que había perdido –alentado por la Santa Alianza–, organizando expediciones para lograrlo, una dirigida al norte de Sudamérica y preparando otra con destino al Río de la Plata, que no llegó a partir de España.

El gobierno de Buenos Aires, en su lucha por la independencia, no solo no recibió ayuda de ningún tipo de la monarquía francesa cuyo trono ocupó Luis XVIII durante diez años desde 1814, sino que el monarca francés se pronunció acerca del derecho de la monarquía española de reconquistar los territorios americanos. Por el contrario, sí recibió ayuda, ya sea en armamento, municiones y dinero, unas veces en forma solapada (por la alianza entre Inglaterra y España) y en otras abiertamente por parte del reino de Inglaterra, quien cumplió así un rol destacado –por sus intereses políticos y económicos– en la independencia americana. 

A Luis XVIII le sucedió Carlos X, quien reinó seis años hasta que fue depuesto en 1830, siguiendo la misma política que su antecesor en lo que se refería a la independencia de los territorios americanos.


Intentos de instalar una monarquía constitucional

Desde 1808 hasta 1825, hubo intentos por parte de grupos políticos y del gobierno de las Provincias Unidas, para convertir el país en una monarquía constitucional, lo cual no debe asombrarnos, pues el sistema monárquico en aquellos momentos era el más extendido y el sistema republicano estaba desacreditada por los excesos que en su nombre se habían cometido en la Francia revolucionaria.

Así, se hicieron contactos para nombrar a diversos príncipes de los Braganza, Borbones y de otras casas europeas, con el objeto de que vinieran a gobernar en estos territorios, y se mandaron delegaciones y representantes a Europa como Bernardino Rivadavia, Manuel Belgrano y otros personajes, con esa finalidad, pero en lo que a nosotros y en este artículo nos interesa es que en las tratativas que se realizaron con personajes importantes de la nobleza francesa, principalmente por parte del gobierno de Juan Martín de Pueyrredón –descendiente de franceses– para lograr que se coronara a un príncipe francés de los Orleans “para aprovechar las disposiciones favorables que han conservado siempre estos habitantes [ los de las Provincias Unidas ] por los Nacionales Franceses, y que pudieran ser en lo sucesivo el fundamento de relaciones sumamente provechosas a ambas naciones”. Pueyrredón también mantuvo conversaciones reservadas en Buenos Aires con enviados franceses, considerando que la mejor opción era lograr la coronación del duque de Orleans, teniendo en cuenta que Francia, por su religión, costumbres, calidades sociales y producciones de todo género, convenían mucho a nuestro país, habiendo una comunidad de intereses.

Pueyrredón llegó a expresarle al enviado francés que “Si Francia nos concede el príncipe que deseamos, le entregaremos no solo la soberanía de estas provincias de Sud América, sino que haremos todos los sacrificios posibles para asegurarle su pacífica posesión”.

A fines de abril de 1819, llegó a Francia el canónico José Valentín Gómez, mandado en misión diplomática por el Director Pueyrredón, para realizar tratativas ante diplomáticos galos para gestionar la instauración de una monarquía constitucional en el Río de la Plata; ante ellos manifestó que se deseaba coronar a un príncipe francés, dado que ambos países tenían costumbres análogas y una religión común, considerando también los lazos de amistad que existían entre ambos países y que se deseaba que el candidato fuera el príncipe de Orleans, obteniendo de su interlocutor una respuesta negativa, pues el mencionado príncipe tenía pretensiones de ocupar el trono de Francia, como poco más de diez años después ocurrió al ser coronado con el nombre de Luis Felipe. De inmediato, Gómez en carta a Pueyrredón le hizo saber su desazón por la respuesta recibida. No obstante mantuvo en París otros contactos con miembros de la Casa de Braganza quienes trataron de convencerlo para que se coronara a un infante de esa dinastía [ un niño de pocos años de edad ], lo que fue rechazado por Gómez con indignación. 

Paralelamente, aquí se estaba gestando la elaboración de una constitución –que sería sancionada por el Congreso en 1819– de carácter aristocrática y con rasgos monárquicos.


El alistamiento de los extranjeros en las milicias

Ya desde el Estatuto Provisorio de 1815, dictado por la Junta de Observación, que nombró a José Rondeau como Director Supremo de las Provincias Unidas, se estableció el alistamiento de los extranjeros en las milicias: “Todo habitante del Estado, nacido en América; todo extranjero con domicilio de más de cuatro años; todo español europeo con carta de ciudadano,  y todo africano y pardo libre, son soldados cívicos, excepto los que se hallan incorporados en las tropas de línea”. El cumplimiento de esta obligación era para estas personas desde los 15 hasta los 60 años. Se consideraba que al fijar la residencia en el país, los extranjeros se sometían voluntariamente a sus leyes y reglamentos, de lo contrario, podían dejarlo.

En 1821, durante el gobierno de Martín Rodríguez, ante la amenaza de los portugueses en la Banda Oriental y la posibilidad de una invasión por el caudillo entrerriano Francisco Ramírez, el 10 de abril de 1821 la Junta de Representantes de la provincia, modificó aquella norma con otra, que estableció que todo extranjero, dueño de tienda o pulpería, o almacén de abasto al menudeo, propietario de algún bien raíz, o que ejerciese en el país algún arte u oficio, debía alistarse en las milicias y sobrellevar las cargas que sufren los ciudadanos de su clase y comprendía a todo extranjero en general, sea cual fuere su ocupación o ejercicio, siempre que tenga dos años de residencia continua en el país” y hacía “responsable al gobierno del más exacto y puntual cumplimiento de esta resolución”.

Dos años después la misma Legislatura dictó la ley del 17 de diciembre de 1823 sobre la milicia cívica, por el cual todos los habitantes estaban obligados a alistarse en la infantería desde los 17 a 45 años en la milicia activa y desde los 45 a 60 años en la pasiva, solo se exceptuaba a los extranjeros transeúntes, lo cual significaba la ratificación también de la ley dictada dos años antes sobre los residentes y domiciliados extranjeros.

Normas como las mencionadas no eran privativas solo de nuestro país, sino que existían también en otros lados con disposiciones similares y se basaban en un principio universalmente aceptado: un gobierno tiene derecho a imponer a los extranjeros domiciliados deberes correspondientes a las ventajas de la que disfrutan, el servicio militar como contraparte del derecho de propiedad.

La exención de los extranjeros de prestar el servicio en las milicias cívicas, solo podía ser lograda mediante tratados firmados con el país de origen, como pasó con los ingleses con la firma del Tratado de 1825, como veremos a continuación.


Tratado anglo argentino de 1825 

En febrero de 1825, las Provincias Unidas del Río de la Plata firmaron con el Reino Unido, un tratado de Amistad, Comercio y Navegación, que fue el primero firmado por nuestro país con una potencia de primer orden en aquél entonces y por el cual Inglaterra reconoció nuestra independencia. 

En ese tratado se estableció que habría perpetua amistad entre los dominios y  súbditos de ambas partes, como así también les reconoció a estos, entre otros derechos la libertad de comercio, de religión, etc. 

Textualmente uno de sus artículos establecía que “los súbditos y ciudadanos de las dos partes contratantes gozarán en sus respectivos dominios de los mismos privilegios, franquezas y derechos como la nación más favorecida, y por ninguno de dichos motivos se les exigirá mayores derechos o impuestos que los que se pagan, o en adelante se pagaren por los súbditos nacionales o ciudadanos de la potencia en cuyos dominios residieren: estarán exentos de todo servicio militar obligatorio, de cualquier clase que sea, terrestre o marítimo…” (2)

Este último derecho lo destacamos por lo que más adelante diremos sobre las cuestiones generadas con Francia.


Caso del Batallón Amigos del Orden

Con motivo del motín del 1° de diciembre de 1828 producido en Buenos Aires por el general Juan G. Lavalle, contra el legítimo gobernador, coronel Manuel Dorrego, al que desalojó del cargo, se estableció un gobierno de facto a cargo del militar amotinado, que fue resistido por el partido federal, iniciándose la guerra civil.

Tras las victorias de Estanislao López y Juan Manuel de Rosas al mando de fuerzas federales, toda la campaña quedó en su poder, conservando los amotinados solo la ciudad, la que quedó prácticamente sitiada. 

Ante esa crítica situación ese gobierno usurpador, los primeros meses de 1829 dispuso el alistamiento de los residentes extranjeros para luchar en la guerra civil, formándose un batallón llamado Amigos del Orden, quedaron al margen de la leva solo los residentes ingleses por los términos del Tratado de 1825.

La incorporación de aproximadamente 650 ciudadanos franceses a esa milicia –no solo los residentes, sino también los transeúntes–, motivó la queja del cónsul francés Washington de Mendeville, quien junto al comandante de la Estación Naval francesa en el Río de la Plata, capitán de navío Vizconde de Venancourt, presionaron al gobierno usurpador de Buenos Aires a cargo del gobernador delegado Guillermo Brown –pues Lavalle se encontraba en campaña–, para que los franceses fueran exceptuados de prestar servicio militar, exigiendo que se les diera el mismo trato que recibían los británicos y pidieron también la disolución del mencionado batallón.

  La situación de los nacionales de ambos países era diferente, pues mientras que el gobierno de Carlos X –quien reinaba en ese momento en Francia– no había reconocido la independencia de los países americanos, Inglaterra si lo había hecho y había suscripto aquel tratado con las Provincias Unidas cuatro años antes, por lo que el planteo fue rechazado por ese gobierno de Buenos Aires, además de desconocer la representación diplomática de Mendeville –que solo era Cónsul, sino que además lo intimó a retirarse de la ciudad. 

A principios de mayo Brown entregó el mando al general Martín Rodríguez.

Venancourt consideró que la negativa del gobierno rebelde agraviaba y era un insulto al pabellón francés, por lo cual decidió como represalia tomar por asalto la Escuadra que estaba a las órdenes de ese gobierno ilegítimo, lo que hizo el 21 de mayo al anochecer, capturando algunos buques e incendiando y saqueando otros.

Al día siguiente Venancourt dirigió una nota al gobierno de Buenos Aires, justificando su actitud, por los mencionados insultos inferidos a su pabellón y manifestando que los buques capturados no serían restituidos hasta tanto no se diera satisfacción a las pretensiones francesas.

No obstante las protestas presentadas por Salvador María del Carril, nuevo Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno porteño, se enviaron representantes ante el comandante naval francés, a fin de zanjar la cuestión. Después de avenirse éstos a las pretensiones francesas, Venancourt procedió a la devolución de las naves apresadas y los franceses que así lo quisieran dejaron el batallón.


La designación de Rosas como gobernador

Con la derrota del gobierno usurpador de Buenos Aires y la llegada de Rosas a la gobernación de la provincia en diciembre de 1829, la cosas cambiaron radicalmente, pues en 1830 se dispuso el alistamiento de los extranjeros en las milicias, entre ellos los franceses, no obstante la oposición y las quejas de Venancourt y del cónsul francés, pues Rosas desconoció lo que había concedido a los franceses aquel gobierno de facto.

Mendeville arrogándose atribuciones diplomáticas que no tenía, se dirigió al canciller argentino Tomás Manuel de Anchorena, para pedirle que se dejara sin efecto la convocatoria al alistamiento de los franceses. Anchorena, con sólidos argumentos se encargó de rechazar el pedido con una respuesta categórica: los franceses debían cumplir con las leyes de alistamiento de los extranjeros en las milicias, ya que llegando los extranjeros a un país soberano, debían acatar sus normas, o de lo contrario si no estaban de acuerdo con ellas debían emigrar.


El reconocimiento francés de la independencia americana

Bloqueo francés
Luis Felipe de Orleans
Tras la Revolución de Julio de 1830, después de una crisis política y económica que conmocionó a la sociedad francesa, el rey Carlos X abdicó y dejó el trono, siendo el último de la Casa de los Borbones, el que fue ocupado por el príncipe de Orleans, aquél a quien el Director Pueyrredón años atrás quiso coronar como monarca en el Río de la Plata. Al ocupar su cargo el príncipe de Orleans tomo el nombre de Luis Felipe, llamado el rey de las barricadas y a cuyo gobierno se lo conoce también como Monarquía de Julio, por el mes en que se produjo la revolución que lo llevó al poder.

Contrariamente a la actitud asumida por Carlos X, quien había apoyado a Fernando VII (ambos reyes de la casa de los Borbones) para que recuperara los territorios que había perdido en América, Luis Felipe, ni bien llegado al trono, a fines de ese año, reconoció unilateralmente la independencia de los países de hispano américa, pero cometió un error que fue el no hacerlo mediante tratado firmado con cada país, como con el nuestro lo había hecho Inglaterra en 1825, por el cual las partes reconocían los derechos que les correspondían a sus súbditos y ciudadanos.

El reconocimiento de nuestra independencia por parte del monarca francés lo hizo conocer el cónsul Mendeville a nuestro ministro de relaciones exteriores Anchorena el 6 de diciembre de 1830, lo que éste le agradeció.


Actitud de la monarquía orleanista 

La derrota de Napoleón, pegó fuerte en el orgulloso y nacionalista espíritu del pueblo francés.  

Luis Felipe, quiso hacer reverdecer aquellos laureles que se habían conseguido en épocas de un pasado no tan lejano, para levantar la moral de su pueblo y por ello trató de imponer una diplomacia fuerte, sobre todo en América para extender la influencia de su país y sus mercados comerciales, como ya lo había hecho ni bien accedió al trono comenzando la conquista de Argel, con el pretexto de actos de piratería y un conflicto diplomático, originado por el roce o el golpe del abanico o un “abanicazo” del Dey (3), sobre la cara del cónsul francés.

Paralelamente al primer bloqueo francés en el Río de la Plata que seguidamente pasaré a desarrollar, tuvo lugar en Méjico una agresión gala (fines de noviembre y principios de diciembre de 1838) contra la fortaleza de San Juan de Ulúa en el estado de Veracruz, en la llamada Guerra de los Pasteles. Francia tomó como pretexto para enviar una flota para bloquear todo el litoral marítimo mejicano, actos de violencia y robos hacia ciudadanos franceses, entre las cuales estaban las reclamaciones de un pastelero de esa nacionalidad, porque unos oficiales del presidente mejicano Santa Ana, habían comido unos pasteles que no habían pagado, hecho que había ocurrido en 1832. Ante una primera negativa de los mejicanos de acceder a las reclamaciones francesas, estos bombardearon la mencionada fortaleza ocasionando la muerte y heridas a los defensores y tomaron el puerto de Veracruz, tras lo cual Méjico se vio en la necesidad de acceder al pago de una importante indemnización de guerra.

Con esos actos de fuerza Luis Felipe pretendió convertir a Francia nuevamente como una gran potencia y restablecer su prestigio en todo el mundo, además de abrir nuevos mercados a su excedente producción fabril.


Bolivia, Francia y la Confederación Perú-Boliviana

Bloqueo francés
Mariscal Andrés de Santa Cruz
Bolivia a cuyo frente se sencontraba el mariscal Andrés de Santa Cruz desde 1829, fue uno de los países que los unitarios argentinos expatriados eligieron para establecerse.

Estos unitarios que tenían tendencias secesionistas con respecto a las provincias de Salta, Jujuy y Catamarca, para unirlas a Bolivia, conspiraron contra el gobierno argentino y mantuvieron buena sintonía con el presidente boliviano, quien tenía aspiraciones expansionistas, que les facilitó apoyo económico y armamentos. 

Desde allí, los unitarios organizaron expediciones para invadir y realizar ataques en el norte argentino pero fueron rechazados por las fuerzas nacionales.

Rosas vio así la necesidad de cuidar la frontera con Bolivia de aquellos ataques que se alentaban y originaban en el país vecino.

En 1834 Santa Cruz firmó con Henri Bouchet de Martigny, representante francés en Bolivia, un tratado de alianza, amistad y comercio. El mariscal se convirtió para los diarios parisinos en el “gran amigo de Francia en el Nuevo Mundo” y a quien también se lo condecoró con el grado de gran oficial de la Legión de Honor. El gobierno de Luis Felipe, consideró que Santa Cruz, podía ser un socio en las ambiciones francesas, en cuanto a su penetración económica y política en América y por lo tanto lo apoyó en cuanto a sus planes expansionistas, que lo serían a expensas de territorios de los países vecinos. 

Al conformarse la Confederación Peruano Boliviana en 1836, a cuyo frente se encontró Santa Cruz –persona ésta muy ambiciosa y con ínfulas de establecer una hegemonía continental, con la incorporación a su Confederación de nuevos territorios como Ecuador y parte de Chile y Argentina–, provocó la reacción de Chile que vio a esa Confederación como un vecino no solo poderoso, sino peligroso y lo consideró como una amenaza a su integridad, por lo cual le declaró la guerra a fines de 1836. 

Con la inclusión de Bolivia y Perú en la Confederación Peruano Boliviana, ésta llegó a tener una población estimada en 3.000.000 de habitantes, con ejércitos numerosos, bien instruidos y mandados por militares europeos. Por el contrario la Confederación Argentina, tenía una población notoriamente inferior, de un poco más de 700.000 habitantes, carecía de un ejército nacional, ya que los ejércitos eran levantados y sostenidos por las provincias, cada una de las cuales quería conservar una semi independencia y algunas de las cuales no estaban en total sintonía con el gobierno de Rosas. 

Desde el punto de vista de la situación política internacional, tampoco era buena la situación argentina, pues en Chile, Bolivia y Uruguay los unitarios conspiraban contra el gobierno argentino y fomentaban la secesión de las provincias norteñas para incorporarlas a Bolivia, las de Cuyo para anexarlas a Chile y la creación de una nueva república con las provincias mesopotámicas; el Uruguay tenía sus propios conflictos entre blancos y colorados, estos últimos aliados a los unitarios, el Paraguay si bien había declarado su independencia, no reconocida por el gobierno argentino, tenía pretensiones sobre las Misiones y Corrientes, por ello la Confederación Argentina, también se sintió amenazada primero por Bolivia y luego por la Confederación Perú Boliviana, pues Rosas consideraba que allí se alentaban las actividades de los unitarios expatriados contra su gobierno y que la intención de Santa Cruz era apoderarse de las provincias norteñas para incorporarlas a su Confederación, lo que había hecho anteriormente con el Perú.

Por ello Argentina cerró sus fronteras con Bolivia a principios de 1837, declarándole la guerra el 19 de mayo de ese año. Rosas nombró al gobernador y caudillo de Tucumán general Alejandro Heredia, como comandante del Ejército del Norte, encargado de la defensa del territorio amenazado.

Las operaciones bélicas se iniciaron en agosto de 1837 cuando las tropas de Santa Cruz, invadieron el norte de Jujuy y Salta.

En la guerra, Chile –aliado de hecho de la Argentina–  sobrellevó el mayor peso en la lucha, ya que Rosas pocos elementos pudo mandarle a Heredia, porque a su vez, en el Plata debía enfrentar la agresión francesa, por lo que las tropas argentinas en el norte solo adoptaron una actitud defensiva.

La Gaceta Mercantil de Buenos Aires, denunció que la finalidad del bloqueo a Buenos Aires, era la de distraer fuerzas de Buenos Aires y el litoral, evitando su envío para reforzar las tropas a cargo de Heredia.

La guerra finalizó cuando los chilenos derrotaron a los bolivianos en la batalla de Yungay el 20 de enero de 1839 y Francia perdió así a uno de sus importantes aliados americanos, pues ello provocó la caída estrepitosa de Santa Cruz y Bolivia entró en un período políticamente muy complicado.

Bloqueo francés
Soldado federal. Autor desconocido

El bloqueo al Río de la Plata

Como hemos visto en párrafos anteriores, durante su primer gobierno, Rosas rechazó las reclamaciones de Mendeville para exceptuar a los franceses de prestar servicios en la milicia y se mantuvo firme en su posición.

En 1832 arribó a Buenos Aires un representante francés M. de la Forest, con rango diplomático, pero como el mismo tenía ideas antiamericanas, Rosas negó la recepción de sus credenciales y la representación quedó vacante hasta 1835.

En ese año también se rechazaron las credenciales del enviado francés, marqués Vins de Paysac, pues los dos países no tenían firmado tratado de amistad y comercio alguno que asegurara derechos recíprocos. El enviado francés aceptó la posición argentina, y asumió con la conformidad del gobierno argentino el carácter de Cónsul. El marqués tuvo bastante buena sintonía con el gobierno argentino, por lo que un año después tuvo el reconocimiento como encargado de negocios de su país, pero con la salvedad de que tal aceptación, no produciría consecuencias en el hipotético supuesto que se produjeran inconvenientes graves. Poco tiempo después, Vins de Paysac falleció y en su reemplazo vino desde Bolivia Bouchet de Martigny –aquél que había firmado el tratado con Santa Cruz– pero no se quedó en Buenos Aires, pues siguió su viaje a Francia para informar a su gobierno sobre las vicisitudes de la guerra que afrontaba la Confederación Peruana Boliviana.

Si bien los conflictos con Francia venían de antes, se agudizaron con la Confederación Argentina, a cuyo frente se encontraba Rosas, en  plena guerra contra Santa Cruz, cuando el gobierno francés, en ayuda de su aliado boliviano, dio instrucciones al cónsul francés Aimé Roger con asiento en Buenos Aires, que hiciera diversas reclamaciones al gobierno y en caso de que recibiera respuestas negativas, solicitara al Comandante naval de la estación francesa en Río de Janeiro, que dispusiera el envío de navíos al Plata para presionar y lograr el reconocimiento de sus reclamos.

Roger presentó al gobierno una serie de reclamaciones, mediante una nota que entregó al canciller argentino Felipe Arana el 30 de noviembre de 1837, algunos de los cuales ya había presentado con anterioridad y que habían sido rechazados en el que se pedía por la libertad de César Hipólito Bacle y Pedro Lavié, que estaban encarcelados y por Martín Larre y Jourdan Pons que habían sido incorporados a la milicia, pero también el reclamo versaba principalmente para que se concediese a los franceses la excepción al servicio militar y otras franquicias que gozaban los ingleses a raíz del tratado firmado en 1825 y esto era en definitiva lo que consideraban más importante.

A su vez el comandante francés de la estación naval francesa en Río de Janeiro, contraalmirante Louis Leblanc recibió la orden de su gobierno de apoyar el reclamo del vicecónsul Roger, mediante el envío de dos navíos hacia Buenos Aires, los que ya se encontraban anclados frente a la ciudad cuando Roger presentó su reclamo el mencionado 30 de noviembre.

El gobierno argentino se tomó todo su tiempo en contestar y cuando lo hizo, lo realizó en forma dilatoria; decía la nota de contestación que “las ocupaciones del gobierno no le permiten dedicar a este asunto el tiempo adecuado  para estudiarlo con la detención necesaria”.

Roger insistió y afirmó no poder esperar más demora en la respuesta y días más tarde, el 20 de diciembre agregó otras reclamaciones: el pago de una indemnización al industrial francés Blas Despouy y el caso de Salvat Garrat incorporado a la milicia.

Al no obtener respuesta de una nueva nota que dirigió el 5 de enero de 1838 se quejó “de un silencio ofensivo al gobierno de S. M. el Rey de los Franceses” y en una amenaza al gobierno, decía que “no tolerará por más tiempo los testimonios hostiles de una mala disposición que nada puede justificar”.

El día antes Bacle había fallecido en su domicilio, después de ser dejado en libertad, por la intervención del representante británico Juan Enrique Mandeville. (4)

Recién el 8 de enero Arana contestó la nota de Roger del 30 de noviembre. Le manifestaba que la discusión del tema de la prestación del servicio militar por los franceses domiciliados había quedado terminada en el año 1830, ya que no existía ningún tratado que concediera a los franceses los mismo derechos que los acordados a los súbditos ingleses, además por su carácter de cónsul interino no tenía facultades para discutir con el gobierno sobre estos temas, manifestándole que en asuntos diplomáticos, el gobierno había resuelto “guardar para con el señor cónsul el más profundo silencio”.

En respuesta a la categórica comunicación argentina, Roger arrió el pabellón francés y retiró el escudo del frente del consulado, como una señal de ruptura de negociaciones, si bien permaneció unos días en Buenos Aires, sin ser molestado por nadie, hasta que a fines de enero se retiró a Montevideo. Mientras tanto fueron llegando naves francesas al Río de la Plata, las que se estacionan frente a Buenos Aires, hasta completar una flota de ocho navíos. Tanto el contraalmirante Leblanc, como el vicecónsul Roger, recibieron instrucciones de su gobierno, instándolos a emplear contra el gobierno de Rosas “un lenguaje categórico y una actitud firme”, debiéndose poner de acuerdo entre ambos “respecto a las medidas coercitivas que deberán tomarse”.

Considerando las dificultades por las que estaba atravesando el gobierno de Rosas en esos momentos –Oribe, su aliado oriental era derrotado por Rivera de buen entendimiento con los unitarios, en Corrientes y Santa Fe existía descontento con su gobierno, la guerra contra Santa Cruz, entre otras– les hizo creer a Leblanc y Roger que era la oportunidad para dar el golpe de gracia al gobierno de Rosas y hacerlo sucumbir. Para ello acordaron que la flota francesa bloqueara Buenos Aires, pero antes de hacerlo efectivo, convinieron en postergarlo para que Roger pudiera viajar a Buenos Aires para entrevistarse con Rosas “para hacerlo entrar en razón”, presionarlo y lograr el pedido de excusas y su allanamiento a las pretensiones francesas, considerando que el gobernante porteño se habría impresionado con la demostración de fuerza de la marina francesa frente a la ciudad. Estos dos personajes estaban persuadidos que Rosas no podría más que allanarse. No sabían con quien se metían!

Ya encontrándose Roger en Buenos Aires, fue mandado a buscar por Rosas, realizándose la entrevista en la casa particular que el gobernador tenía en la ciudad. La reunión duró tres horas. Rosas argumentó que se daría a Francia y a sus ciudadanos los beneficios de la nación más favorecida, cuando se firmara un tratado con un representante diplomático con poderes suficientes, de los que carecía Roger. La reunión que comenzó en buenos términos no finalizó de la mejor manera por las amenazas que efectuó el vicecónsul. En una nota que envió al gobierno, Roger manifestó que si no se atendían sus reclamos, daba por terminada su misión y reclamó su pasaporte para retirarse de la ciudad, lo que hizo a mediados de marzo para dirigirse de nuevo a Montevideo y tratar con Leblanc, la actitud a seguir. Ambos convinieron que lo mejor era el bloqueo.

El ministro inglés Mandeville, considerando los perjuicios económicos que traería a su país la medida que iban a aplicar los franceses, intercedió ante Leblanc, para darle a Rosas una última oportunidad, considerando también que Rosas ante la evidencia de los hechos que estaban a punto de producirse, aceptaría por fin las imposiciones que se les exigía.

El contraalmirante le mandó al gobernante porteño una nueva nota, con sus exigencias y un pedido para reunirse con él y tratar de llegar a un arreglo. La contestación fue del Canciller Arana, manifestando que la entrevista solo podía ser privada, negando la posibilidad de realizarse una de carácter oficial por su calidad de jefe al frente de una escuadra “porque la razón y no la fuerza debe ser la que conduzca al esclarecimiento de los derechos de una y otra parte” y que “exigir sobre la boca del cañón privilegios que solo pueden concederse por tratados, es a lo que este gobierno nunca se someterá”. Así contestaba la joven Argentina a la madura Francia, dándole clases de principios diplomáticos básicos.

El 28 de marzo Leblanc notificó al gobierno argentino que “el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina están en estado de riguroso bloqueo por las fuerzas navales francesas, en consecuencia de las órdenes del gobierno del Rey de los Franceses y esperando las medidas ulteriores que juzgare conveniente tomar”. 

Días más tarde –3 de abril– Arana  se notificó de “las hostilidades que V.E. de hecho infiere”, manifestándole que el bloqueo era ilegal por la inexistencia de previa declaración de guerra; que no ha habido negativa o rechazo de reclamaciones que hubieren sido hechas por diplomáticos debidamente acreditados, ni se había inferido ningún agravio, ni existían motivos para que el gobierno francés pudiere sentirse afectado y que por lo tanto ese bloqueo constituía una flagrante violación del derecho internacional entre naciones civilizadas.


El trato a los extranjeros

En nuestro país, desde siempre, se trató con consideración y respeto a quien venía a establecerse en estas tierras, a trabajar y a ejercer su oficio y profesión; se los trató como a los nacionales. Excepciones pudieron haber ocurrido, pero en ínfima cantidad. Los franceses no fueron la excepción. 

Contrariamente a lo que opinaron sus opositores, Rosas no fue contrario a los residentes extranjeros, sino que por el contrario procuró y valoró su aporte a la economía de la provincia y siempre los defendió. Con lo que no estuvo de acuerdo y nunca consintió fue que estos tuvieran mayores privilegios que los hijos del país.

Si bien muchos franceses pasaron a Montevideo temiendo represalias del gobierno por el bloqueo de 1838 o la intervención posterior de 1845, los que se quedaron no sufrieron persecución, acoso ni problemas por su nacionalidad, incluso, la mayoría de los que se habían ido, después regresaron con total libertad.

En el mes de febrero de 1841, se publicó en París el Tomo XXV de la Revista de ambos mundos –Revue de deux mondes–, un artículo firmado por “Un Officier de la flotte”, oficial éste de la marina francesa que había acompañado en 1840 al Almirante Mackau, quien había sido mandado por su gobierno a Buenos Aires para tratar con sus autoridades y dar fin al conflicto y que culminaron con la firma del tratado Arana-Mackau a fines de octubre de dicho año. El artículo se titulaba “Affaires de Buénos-Ayres – Expéditions de la France contre la République Argentina”, y allí, el oficial decía que “no quedó poco sorprendido al saber por los mismos franceses de Buenos Aires que a pesar de las conmociones sociales de la República, jamás habían gozado de una seguridad más completa. Así, pues, todos los asesinatos y atentados de que había sido víctima la colonia francesa, y que se narraba con los más espantosos detalles eran cuentos e invenciones mal intencionados”. 


La opinión de un tratadista francés

El tratadista francés, Antoine Rougier en Les guerres civiles et le Droit des Gens –Las guerras civiles y el derecho de Gentes– (pág. 337 de la edición de 1903, París), opinó sobre la cuestión suscitada, así decía: “Los extranjeros no tienen derecho a quejarse cuando el estado en cuyo territorio residen no hace más que aplicarles las leyes generales y no toma a su respecto medidas vejatorias de excepción. La intervención que Francia se permitió en los asuntos de la República Argentina (1838), porque ésta aplicaba a todos los extranjeros una ley de conscripción un poco severa, es extremadamente discutible del punto de vista de los principios, y se asemeja a un abuso de poderes”.


¿Fue Rosas antifrancés?

Rosas fue sobre todo un argentino cabal. No fue anti francés, como tampoco fue anti inglés, ni anti brasilero, como tampoco fue anti de ningún otro país. Trató siempre de mantener relaciones cordiales con todos los países civilizados y de acuerdo al derecho de gentes (como se decía al derecho internacional en aquellos momentos).

Cuando algún país, pretendió entrometerse en la política nacional, realizar intervenciones en nuestro territorio o intervenir en la guerra civil, allí se encontró con la firmeza y la determinación de este gobernante argentino, quien con mano y convicciones firmes, siempre actuó en defensas de los derechos y la soberanía argentina.

Su accionar siempre tuvo en mira defender los intereses generales de la Nación, aún cuando los mismos estuvieren en contraposición a sus propios negocios económicos particulares y los de su clase social, como pasó con el bloqueo francés y la imposibilidad de la exportación de cueros lo que motivó el levantamiento de los hacendados del sur de la provincia entre fines de octubre y mediados de noviembre de 1839.

Cuando el país agresor reconoció la justicia de la posición del gobierno argentino, y quiso firmar la paz y mandó a representantes con instrucciones precisas, el gobierno argentino no tuvo inconveniente en firmar un tratado, como pasó con la Convención  Arana-Mackau (ver ER N° 17).


Notas

(1) Se designa como Pactos de Familia a tres acuerdos que se firmaron durante el transcurso de 1733 a 1789, entre las monarquías española y francesa. Su nombre se debe a que en ambos reinos estaban gobernados por reyes de la Casa de los Borbones; los pactos tendrían vigencia mientras ambos reinos fueren gobernados por monarcas de esta Casa. Los principios contenidos en los acuerdos eran que quien ataca a una Corona, ataca también a la otra y que cada una de ellas mirará como propios los intereses de la otra aliada. Se establecía también que si alguno de estos dos países entrara en guerra con un tercero podría requerir la ayuda militar del otro. Ningún país que no fuera gobernada por un miembro de la Casa de Borbón podía adherirse a este pacto.

(2) No obstante el doctor Tomás Manuel Anchorena en carta a su primo Juan Manuel de Rosas del 13 de octubre de 1838, opinaba que la exención al servicio militar previsto en el tratado anglo argentino, lo era solo con respecto a los transeúntes de uno y otro país (Ver Irazusta, “Vida política de…”, Tomo 3, pág. 176)

(3) Título que recibía el jefe el virrey musulmán de Argel.

(4) No confundir por la similitud de ambos apellidos, al cónsul francés Washington Mendeville con el representante inglés Juan Enrique Mandeville.


Bibliografía principal

CRONICA HISTÓRICA ARGENTINA, tomo 3, Editorial Codex S.A., Buenos Aires, 1969.

IRAZUSTA Julio. Alberdi verdadero y único precursor de la claudicación (2da. Parte), en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas N° 2 y 3, Buenos Aires, 1939. 

IRAZUSTA Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia Tomo 1, Jorge Ernesto Llopis, Buenos Aires, 1975.

LAFERRERE, Roberto de El nacionalismo de Rosas. Editorial Haz, Buenos Aires, 1953.

LOZIER ALMAZÁN Bernardo. Proyectos monárquicos en el Río de la Plata 1808-1828 – Los reyes que no fueron. Sammartino ediciones, Buenos Aires, 2011.

SIERRA Vicente Domingo. Historia de la Argentina, Tomos 4, 7 y 8, Unión de Editores Latinos, Buenos Aires, 1960.

PUENTES Gabriel A. La intervención francesa en el Río de la Plata. Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1958.