jueves, 1 de marzo de 2018

Juan Facundo Quiroga

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 46 - Marzo 2018 - Pags. 10 a 13 

Juan Facundo Quiroga el “malo” de la historia

Por César Tamborini Duca (*)

 “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Jean-François Revel


Facundo Quiroga
Hace más de diez años atrás leí dos artículos sobre Juan Facundo Quiroga, uno de Carlos Franz en la serie “Malos de la historia”, publicado en El País Semanal de España el 18 de diciembre de 2005, y el otro titulado “Facundo Quiroga ¿entre los peores?” publicado en febrero de 2006 en la Revista Viva del diario Clarín, cuya autora fue Claudia Selser. 

Los hechos que se le atribuían a Facundo para calificarlo como el “malo” de la historia, eran varios.

Se afirmaba que Facundo había aprendido de Artigas no sólo las tácticas guerrilleras sino los actos de crueldad a que era afecto el caudillo oriental, entre ellos el “enchalecado”, que consistía en envolver a la víctima en un retobo de cuero fresco el que era cosido, lo que impedía al desgraciado todo tipo de movimiento, siendo abandonado en el campo, condenándolo de esa forma a una muerte lenta y horrorosa, ya que al irse secando el cuero, le comprimía el cuerpo hasta causarle la muerte.

Pero para que Facundo sea verdaderamente un “malo de la historia” haría falta detallar algunas más en el listado de sus “barbaridades”.

En esos artículos se decía que Facundo era muy fecundo en atrocidades, como que muy pocos se atrevían acudir a su presencia como parlamentarios del ejército enemigo, ya que los mandaba fusilar en el acto, sin escucharlos, tal cual sucedió al Mayor Tejedor enviado por Paz durante la batalla de La Tablada.

También existen leyendas con respecto al juego, al cual era afecto Quiroga. Se afirmaba que nunca perdía…porque jamás permitía a nadie dejar de jugar si iba ganando, pues como él disponía del dinero de las arcas públicas para apostar cuánto quisiera, obligaba a jugar dos o tres días seguidos si era necesario hasta que finalmente quien ganaba era él.

Según se afirmaba en esos artículos, no era menor el uso de la fuerza y las amenazas para obtener el favor de las mujeres, que se arriesgaban a perder la propia vida y de la familia si se negaban a sus requerimientos (como también vejaciones de todo tipo, ruina económica, etc.) no importando cuan encumbrada estuviera la víctima en la escala social, política o económica.  Un  caso conocido, según estos artículos, era el de la sobrina de uno de sus principales oficiales, el General Villafañe, que habría sufrido su acoso de tal modo que solo se pudo librar del mismo huyendo a un convento de monjas en Tucumán.

También y para un personaje como Facundo, la leyenda se prestaba a creencias populares muy arraigadas entre sus seguidores, como que su caballo Moro era su confidente y consejero; y que tenía escuadrones de hombres que cuando se les ordenaba se convertían en tigres, los famosos “Capiangos”. 

Dicho sea de paso las “maldades” de Quiroga le duraron muy pocos años pues se encontró con ese luchador en más de 40 años de la historia argentina, el “Manco” José María Paz que lo derrotó sin atenuantes en las batallas de La Tablada (23 de junio de 1829) y Laguna Larga (Oncativo, 25 de febrero de 1830); tras la cual Facundo huyó a Buenos Aires y ahí se terminó su trayectoria de poder. 

Tras su exilio en Buenos Aires poco más le duró la vida, pues como titulara Borges uno de sus poemas, “El General Quiroga va en coche al muere”. Desde su prisión en Luján, el General Paz vio pasar el lujoso y estrambótico carruaje fúnebre que llevaba sus restos a Buenos Aires, tras ser asesinado en Barranca Yaco por orden de los hermanos Reynafé.

Trataré de rebatir con argumentos que estimo fundamentados, el por qué Quiroga no debe ser catalogado como uno de los “malos”. La reivindicación de una figura maltratada por la historia oficial con el axioma “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”, también es hacer Memoria Histórica

Llegados a este punto, a fuer de honestidad debo confesar que en un momento de mi vida también esa era mi opinión sobre el Tigre de los Llanos.

Sin embargo en un análisis desapasionado surgen algunas dudas porque ¿de dónde obtuvimos toda la información sobre la vida de Facundo? ¿Qué hay de cierto sobre todas sus crueldades? ¿Conocemos algún caso de “enchalecado”? 

Para el lector desprevenido aclaro que otra de las cosas que se achacaban a Facundo Quiroga era tener enterrados tesoros ocultos en distintos sitios, “fruto del pillaje”, que recibieron el nombre de enterramientos. ¿Hay constancia de haber encontrado aunque más no sea uno solo de los “enterramientos” que se le atribuyeron?

Y si bien es cierto que Facundo mandó fusilar al Mayor Tejedor, lo hizo en represalia por la impresión causada cuando se enteró del fusilamiento de algunos de sus oficiales con posterioridad a una de las batallas, que fueron protagonizados por oficiales a las órdenes de Paz y que el mismo “Manco” relata en sus Memorias deslindando su responsabilidad en el hecho.

Hacemos constar como ciertas las creencias populares sobre la singular aptitud de su caballo “Moro” (del que se apropiaría Estanislao López con gran disgusto de Quiroga) y sobre los “Capiangos”, lo cual no delata maldad por parte de él, sino más bien ignorancia en las mentes rudimentarias de los que creían y propalaban esos mitos.

Otra pregunta para despertar conciencias anestesiadas por la prédica de los vencedores en la contienda civil del siglo XIX ¿cómo un personaje al que se atribuye una personalidad burda, salvaje y despiadada fue tan bien recibido en los salones de la aristocracia porteña, donde se desenvolvía con la máxima finura y era respetado y admirado?

La historia presenta muchos vericuetos, y el que escribió la de Facundo con este título y el subtítulo Civilización y Barbarie no se caracterizaba por una conducta intachable en la vida. Por empezar renegaba de sus orígenes: no trepidó en hablar mal de España y lamentar que los ingleses hubieran fracasado en sus invasiones, siendo hijo de padre español; como tampoco tenía empacho en manifestar que la presencia de los indígenas le causaba repugnancia, siendo que su madre era originaria de la tierra.

Sarmiento, que de él hablamos y era primo de Quiroga (Sarmiento era hijo de José Clemente C. Quiroga Sarmiento pero no utilizaba el primer apellido), tuvo actitudes antipatrióticas: “El gobierno de Chile, aprovechándose de la situación complicadísima creada a la República Argentina por la guerra de Francia e Inglaterra, aliadas con los unitarios, envió una expedición al estrecho de Magallanes con el objeto de apoderarse de aquellas costas, so pretexto de fundar en ellas una colonia penal. …Influyó en el ánimo del gobierno de Chile la prédica indiscreta de muchos argentinos, entre ellos Sarmiento, asilados en aquel país, que en odio al dictador de Buenos Aires, y por incitarle enemistades le inducían a la colonización del estrecho (y de toda la Patagonia). En aborrecimiento a Rosas se atacaba a la integridad de la patria, dando pie a Chile para ocupar territorio argentino". (“Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo” de Carlos Ibarguren, Ed. Frontispicio, Bs. As., 1955, 12ª Edición, pág. 342).

Entonces, ¿pueden ser creíbles todas las insidias que sobre él escribió Sarmiento?; el mismo que en carta a Paz le decía que no importaba mentir si con ello se conseguían los objetivos propuestos. Más respetable y sincera parece la opinión de Vicente Fidel López, de quien no se puede decir que fuera panegirista precisamente de los federales pues era militante convencido del bando unitario, y decía sobre Facundo: “No se le conocen actos de torpe lujuria como los que infamaban las costumbres de Bolívar. No cometió jamás acto ninguno de traición ni de infidelidad o perfidia contra los intereses o contra los hombres con quienes se hubiera ligado. Amaba y respetaba a su mujer, amaba a sus hijos, de quienes se puede decir que fueron todos ellos laboriosos ciudadanos, los varones, y excelentes madres de familia, las mujeres”. (Ob. cit., pág. 118).

También supo ser generoso en la batalla, cosa inusual en la época a que nos referimos. En La Rioja, “Quiroga derrota a sus enemigos, queda en el campo el cadáver de Miguel Dávila (gobernador) y son tomados más de doscientos prisioneros. El caudillo triunfante honra la memoria del vencido, envía su pésame a la viuda de Dávila y ordena ‘que los prisioneros sean puestos en libertad en la plaza con la prohibición absoluta de que nadie ose insultarlos por sus opiniones políticas’.” (Ob. cit. ídem).

Comisionado por Rosas para que interpusiera su influencia y solucionara un conflicto entre las provincias de Tucumán y Salta, a su regreso de la misión en las provincias norteñas el gobernador de Santiago del Estero le advirtió que intentarían asesinarle sicarios de Vicente Reinafé, gobernador de Córdoba; intentó convencerle de un cambio de itinerario y le ofreció escolta armada; su valor, su intrepidez, le impidieron aceptar ambas cosas. La emboscada se produjo en Barranca Yaco y Santos Pérez, que mandaba la partida, le provocó la muerte instantánea con un disparo en un ojo cuando asomó la cabeza por la ventanilla de la galera. Fue el 16 de febrero de 1835. Luego de la muerte de Rosas en 1877 sus restos fueron escondidos tras de una pared de una bóveda en el cementerio de la Recoleta –donde actualmente se encuentran– para evitar su profanación, y fueron redescubiertos el 9 de diciembre de 2004. 

Unos meses antes de morir y explicando sus últimos desastres militares (La Tablada, Oncativo) decía Quiroga: “Paz me ha vencido con figuras de contradanza”, agregando con hidalguía: “Puedo luchar contra todos los gobernantes coaligados y tener fuerzas para vencerlos; puedo pelear contra las tropas realistas por aguerridas que sean, y tengo la convicción de derrotarlas; pero contra el General Paz, es imposible”.

Después de tomar conciencia de éstas facetas desconocidas del caudillo y de la circunstancia que la historia es escrita por los vencedores, siendo necesario estudiar e investigar para formarnos una opinión más acorde con la realidad de lo sucedido, ¿seguiremos tildando a Facundo como uno de los malos de la historia?


Colofón

Juan Facundo Quiroga




Homero Manzi, (Cuyo real nombre era Homero Nicolás Manzione Prestera -  n. Añatuya 1/11/1907 f. Buenos Aires 3/5/ 1951)





Un gran cultor de nuestro sentimiento nacional, lunfardo y tango, creador de la Academia Porteña del Lunfardo y Presidente de la misma, profesor D. José Gobello, dijo: “Homero Manzi murió el 3 de mayo de 1951… la (muerte) de Manzi, estaba siendo anunciada por su larga enfermedad. En los últimos días de su vida, en el sanatorio donde esperaba la muerte, Manzi escribió dos poemas muy distintos. Uno de ellos quedó inconcluso. Se llama La muerte de Quiroga. Manzi alcanzó a escribir veintidós cuartetas sobre el mismo tema que Borges –un Borges juvenil y lleno de patria– había tratado 25 años antes en El General Quiroga va en coche al muere; pero Manzi no pudo dar el tono fatídico ni la dimensión cósmica de los versos de Borges”. (José Gobello: Conversando tangos. A. Peña Editor, Bs. As., 1976). 

A esas 22 cuartetas que menciona Gobello le faltó el final que la prematura muerte del autor a los 44 años impidió realizar. Seis cuartetas de mi autoría, que están en cursiva el final, tienen la pretensión de llevar a su término el poema inconcluso.

(*) César José Tamborini Duca, nació  en Pehuajó  en 1943. Es odontólogo de profesión recibido en la UBA. Se radicó en León, España, desde hace aproximadamente veintiocho años para ejercer su profesión, lo que hizo hasta su jubilación. Escribió los libros “CHE (lunfardiadas)” y ”Pasión y Muerte de Nuestro Señor de las Pampas”. Muchos de sus artículos fueron publicados en medios de Estados Unidos y España. Es un gran conocedor del tango y lunfardo, siendo un erudito en esas materias, por lo cual integra varias instituciones. Tiene su página web: pampeandoytangueando.com, donde los temas dominantes son sobre el campo argentino y el tango. Es cofundador y director de la Academia Virtual del lunfardo y el tango. Fundador y Director durante muchos años de la Revista Argentinos de León. Como corolario podemos decir que es un digno representante de la cultura argentina en la Madre Patria.

El asesinato de Quiroga
La muerte de Quiroga. César Hipólito Bacle

 LA MUERTE DE QUIROGA

 

La gente le previene y él no les hace caso / y piensa mientras muerde su labio sin bigote, / —¡No han nacido los machos que me salgan al paso, /  ni se templó la daga que me corte el cogote…!—

 

“Pucha con este Ibarra siempre tan desconfiado / y con esa manía de endilgarme un consejo, / nada menos que a mí que empecé de soldado / y llegué a general regalando pellejo”.

 

Le asustan a la gente que lleva en el cortejo, / con cuentos de camino y crímenes villanos, / como ser, las memorias de aquel sangriento viejo / que galopó dos leguas, las tripas en las manos.

 

—¡Déjense de pavadas y enganchen la galera…! / por cuenteros y maulas les metería una soba. / ¿Qué quieren, que a mis años pida la escupidera / y me quede en Santiago masticando algarroba…?—

 

La mañanita brilla con un sol de verano. / A la vieja del mate le tiembla hasta la espuma. / Ella tuvo un valiente que partió con Belgrano / hasta que lo tripearon los cuervos de Ayohuma.

 

“Siempre los cordobeses metiéndose en la fiesta. / No se les puede dar ni un chiquito de lazo. / Si son como esas moscas que zumban en la siesta / y escapan en cuantito lo ven mover un brazo”.

 

Los algarrobos gozan en el viento temprano. / El carruaje está listo y listo el contingente. / Quiroga revolea su vicuña riojano / y vivando su apodo lo despide la gente.

 

Hay un poco de pena en el coro apagado. / No es un grito violento sacudiendo el estío. / Es un viva de muerte, con un eco enlutado / que se pierde sin alma en la arena del río.

 

Un arreador trenzado de afinada puntera / refusila chasquidos sobre el aire del anca / y las yuntas sacuden la lujosa galera / y se escucha el quejido de la rueda que arranca.

 

“¡VIVA EL TIGRE…!” le gritan Ibarra y sus mesnadas. / Ya Quiroga está sordo a ese viva ladino / y mira sin mirar dos nubes coloradas / que ensangrientan el fondo de su cielo argentino.

 

El coche cruza el campo repechando albordones, / después de hacer un vado cejeador en el río / y costea las chacras de dorados melones, / que maduran al fuego de los hornos de estío.

 

Una paisana asoma con su alforjón peruano / tranqueando al contrarumbo de la ilustre galera / y al ver de qué se trata saluda con la mano / y haciéndose a un costado, bajo un mistol espera.

 

Entra un polvo de arena que los párpados cierra. / A Facundo, entre sueños, le trabaja una idea. / “¡Para qué tanto miedo si no estamos en guerra…! / ¡Si aura es hombre de paz y no busca pelea…!”

 

“¿Acaso no está allá comandando las cosas / Juan Manuel, su compadre, su aparcero, su hermano…? / ¿Acaso no comprenden que si él le pide a Rosas el favor de un castigo, le va a dar una mano…?”

 

De pronto le pregunta con burla y de sorpresa / al Coronel Ortiz que le tiembla el camino. / —¿Moriremos los dos en tierra cordobesa / o seguiremos viaje como cualquier vecino…?

 

El coronel contesta de manera evasiva / él ha oído decir que en Córdoba es la cosa. / Por algo en Buenos Aires en forma persuasiva / les quiso dar escolta don Juan Manuel de Rosas.

 

—No se escribe la historia con sangre de gallina… / ¿no entiende, coronel, que le estoy dando soga…? / No ha de haber en la patria una mano argentina / capaz de asesinar a Facundo Quiroga.

 

Se apacigua su orgullo en ese enorme alarde. / Contento de sí mismo reclina la cabeza / y se tira a la sombra propicia de la tarde / con un aire de tigre que regusta la presa.

 

Baraja los recuerdos el Tigre de los Llanos. / Desfilan los lanceros tras la bandera negra / y le brindan aplauso los pueblos soberanos / que buscan el perdón de su tropa altanera.

 

Y vuelve a hacer arreos en estancias salvajes / y se llena de fuego su cuatrera demencia, / mientras sus milicianos van pechando el vacaje, / que se clava en las patas y se afirma en querencia.

 

Él es un general de machete y espuela, / con nalgas para el trote y sangre de pelea; / no como el manco Paz, contador sin abuela, / que le ganó dos manos peleando a la europea.

 

Y evoca aquel instante cuando en un largo pliego, / don Juan Manuel de Rosas le anotició en detalle, / de la trágica muerte del Coronel Dorrego / y el motín decembrino del faccioso Lavalle…

  

Más allá el paisaje se llenaba de sombra, / la sombra proyectada por inmensa arboleda / que exhibe con orgullo el yuyal como alfombra, / el entorno es salvaje, aquí no hay rosaleda.

 

Cercano a la Posta del Ojo del Agua, / que en Barranca Yaco –le avisan- lo esperan; / se lo dice una criolla, aún vestida en enagua: / Reinafé ha enviado 30 hombres, que operan.

 

Al llegar la carroza al fatídico punto / Santos Pérez acecha, en el bosque emboscado / ordenando el ataque; y aquí yo barrunto / que llegaron muy pronto, cruzando algún vado.

 

Se asomó Facundo sin temor alguno / a la daga artera, filosamente hostil, / pero la muerte llega sin aviso ninguno / con sonido tremendo, descargando un fusil.

 

En su presidio el “Manco” que lo derrotó, / vio una comitiva regresando triste, carroza encarnada, divisa punzó / como el uniforme que la gente viste.

 

Los cuatro caballos tiran del cortejo / llevando sus restos en un ataúd / ¡ha muerto Quiroga! lo traen de muy lejos / y al Tigre despiden, sones de laúd.