domingo, 1 de marzo de 2015

Los poetas - Olegario Víctor Andrade

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IX N° 34 - Marzo 2015 - Pags. 8 y 9  

LOS POETAS

Olegario Víctor Andrade

Paysandú
Olegario V. Andrade

Olegario Víctor Andrade, nació en Río Grande do Sul -Imperio del Brasil- en 1839, donde sus padres, ambos argentinos, se habían radicado por cuestiones políticas  y falleció en Buenos Aires en 1882.

Se destacó como poeta, periodista y político.

A los ocho años quedó huérfano de padre y madre. Estudió  en el Colegio de Concepción del Uruguay -Entre Ríos-, donde fue compañero de Julio Argentino Roca, Victorino de la Plaza, Eduardo Wilde y otros que con posterioridad se destacarían en la escena política del país.

Siendo muy joven fue secretario personal de presidente Santiago Derqui.

De orientación federal colaboró en diversos periódicos, siendo fundador de alguno de ellos. Fue crítico de la Guerra del Paraguay.

En 1878 fue electo diputado nacional, cargo por el cual fue también reelecto.

Fue un destacado poeta de su tiempo, autor de "El nido de cóndores", "San Martín", "Prometeo", entre otras

 

            EVOCACIÓN A PAYSANDÚ


¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante / que velas los despojos de la gloria! / ¡Urna de las reliquias del martirio, espectro vengador! / ¡Sombra de Paysandú! ¡lecho de muerte, / donde la libertad cayó violada! / ¡Altar de los supremos sacrificios, santuario del valor!

 ¡Sombra de Paysandú! ¡Muda y airada / como en las horas del sublime trance, / cuando azotaban con sañudo embate tu soberbia cerviz! / Cuando formaban tu esplendente aureola /las calientes señales del suplicio, / rojizos rastros de fecunda sangre de la ancha cicatriz!

 ¡Calvario de la santa democracia! / ¡Viuda del patriotismo y la nobleza! / ¡Tus vestidos de luto son tus ruinas, de eterna majestad! /Cuna de los guerreros de alma grande, / de las hembras de pecho varonil, / semillero de gloria y heroísmo, paz en tu soledad!

¡Paz a los que cayeron batallando / allá en los días de la lid tremenda! / ¡Paz a los que tuvieron por mortaja los techos de su hogar! /¡Sombra de Paysandú! ¡Templo de gloria / a cuyas aras se prosterna un mundo! / ¡Visión de los supremos sacrificios, yo te vengo a evocar!

 

            1 DE ENERO DE 1865

Se enderezó en el lecho / de Oriente la amazona, / ciñendo sobre el cuerpo / su invulnerable arnés; / crispada la melena / se levantó la leona; / temblaron los lebreles / que aullaban, a sus pies.

Dios le infundió su aliento, / la libertad su brío, / le dio su voz tonante / rugiendo el Uruguay. / Ya reventó la furia / del huracán bravío / ¡guay de la vil mesnada! / De los esclavos ¡guay!

El fuego de las iras / relampagueó en sus ojos, / lanzóse al remolino / del humo del cañón; / y en pedestal soberbio / de muertos y despojos, / apareció flameando / su blanco pabellón!

Las naves descargaron / sus bronces colosales, / revoloteó la muerte / blandiendo su segur; / graznaron de alegría / los cuervos imperiales, / gritaron los esclavos: / "¡Ya es nuestro Paysandú!"

Rasgó la nube inmensa / que fuego y muerte brota, / un rayo bendecido / de diamantina luz; / y la amazona entonces / sobre la almena rota, / gritóle a los esclavos: / "¡No es vuestro Paysandú!"

Las bombas estallaron / con hórrido estampido, / dejando tras sus huellas / sangrienta claridad; / el polvo de las ruinas / se eleva enrojecido, / y gritan los esclavos: / "¡Viva Su Majestad!"

El invisible aliento / del Dios de la victoria / llevó sobre sus alas / la densa obscuridad; / y la amazona entonces / en hombros de la gloria, / gritóle a los esclavos: / "¡Viva la libertad!"

Volvió a tronar el bronce, / tembló la dura tierra / al rebotar las bombas / del corpulento obús; / y los hambrientos cuervos / de la traidora guerra, / de júbilo aletearon / mirando a Paysandú!

Y Paysandú, gallardo, / sereno, imperturbable, / sonreía en el tumulto / de la espantosa lid; / y haciendo brotar chispas / de su potente sable, / ceñida de relámpagos / erguía su cerviz.

¡Allá van las famélicas legiones / como la inerme tropa al matadero! / Suena el clarín, relinchan los bridones, / y en Paysandú desnudan los campeones/ de la justicia el vengador acero!

¡Allá van! ¡Como turbia marejada / que el tremendo huracán aguijonea! / La turba se aproxima alborotada, / y en vez de su bandera mancillada / se destaca el color de su librea!

¡Ya llegan! ¡al asalto! ¡a la matanza! / ¡Ay de los héroes del empuje rudo! / ¡Paysandú va a caer, no hay esperanza! / ¡Saltó en astillas la tremenda lanza! / ¡Silencio por doquier... silencio mudo!

¡Se consumó el horrendo sacrificio! / Flaqueó por fin su arrojo temerario, / no fue el destino a su valor propicio... / ¡Llegó el momento del atroz suplicio! / ¡El Cristo va a trepar a su Calvario!

Van a asaltar la formidable valla / donde del libre la bandera ondula... / ¡No! que empieza de nuevo la batalla, / y un torrente de fuego y de metralla / contesta: "¡Paysandú no capitula!"

Cruda es la lid, sangriento el entrevero; / libres y esclavos en informe masa / caen a los golpes del tajante acero! / ¡De la matanza el buitre carnicero / sobre los troncos mutilados pasa!

¡Cruda es la lid! Como rugientes olas / que el sañudo huracán aguijonea, / las huestes de las verdes banderolas / disparan pusilánimes y solas, / ¡sólo se ve el color de su librea!

¡Allá van! ¡Allá van! En la humareda, / parecen bandas de nocturnas aves, / que al primer rayo de la aurora leda / vanse a ocultar temblando en la arboleda, / lanzando al aire sus gemidos graves!

¡Allá van! ¡Allá van! Bajo su planta / alas puso el pavor de la derrota ... / ¡Gloria a los héroes de la lucha santa! / ¡Y a los que vimos con bravura tanta / siempre de pie sobre su almena rota!

Y vuelven otra vez. Sonó el chasquido / del látigo en la espalda de los siervos... / Ya se acercan con aire compungido, / ya no lanzan su lúgubre graznido / de la matanza los hambrientos cuervos!

Ya vuelven desplegando sus banderas, / les despeja el cañón ancho camino. / y se traba la lid en las trincheras, / y vuelven a mezclarse sus hileras / en horrendo y confuso torbellino!

Sacia la muerte sus enojos fieros, / y los pendones de color de gualda / bordados de girones y agujeros, / alfombra son al pie de los guerreros / que hieren a los siervos por la espalda.

Y vuelven otra vez a las trincheras, / se acometen, se empujan, se atropellan, / y vuelven las espadas carniceras / a tronchar como mieses sus hileras, / y de matar se rompen y se mellan!

¡Inútil batallar! ¡Estéril brillo! / El blanco pabellón siempre flamea, / y los endebles muros de ladrillo / son las negras almenas de un castillo / que el sangriento relámpago clarea!

¡Inútil batallar! ¡Dios los ayuda! / ¡Dios protege a los ínclitos campeones! / La libertad de un mundo los escuda. / Y sobre Paysandú la noche muda / desplega sus sombríos pabellones!

 

            2 DE ENERO DE 1865

 

El Sinaí de la ley republicana, / de sus altares pedestal inerte, / el crisol en que al fuego de la muerte / sus aceros templó la Libertad! / La encarnación sublime de una idea / que hizo trizas el plomo y el cuchillo, / la gigantesca hoguera cuyo brillo no apagó la iracunda tempestad.

Paysandú está de pie, como en otrora / al sublime tronar de los cañones; / su sudario de escombros y tizones / se asemeja a la cresta de un volcán... / Y tranquila, serena, imperturbable, / la derruida ciudad se alza en la loma / como el ombú que en el desierto asoma, / y atropella y desgaja el huracán!

Leandro Gómez y Piris, semidioses / de la moderna edad, en la batalla / creció, creció vuestra soberbia talla, / se volvió vuestro nombre colosal; / porque el genio, el valor y la nobleza / crecen como los cedros, en la altura, / y su riego de vida y de frescura / es la saña feroz del vendaval!

¡Ah! ¡Silencio! ¡silencio! que resuena / ronco clamor, salvaje vocería; / es el festín de la traición impía, / de los esclavos la algazara atroz! / Se consumó el horrendo sacrificio, / suena en los aires estridor de muerte, / va a caer de la patria el brazo fuerte! / ¡Oh! ¡Silencio, silencio... que oiga Dios!

Así debió caer la ciudad mártir, / como cayó, retando a su destino; / ¡así debiste caer, cóndor andino, / en las garras del águila rapaz! / Eras el Cristo de una grande idea,  / el apóstol de un dogma bendecido; / la traición como a Cristo te ha vendido, / como a Cristo la fe te salvará!

¡Paysandú! ¡epitafio sacrosanto / escrito con la sangre de los libres! / ¡Altar de los supremos sacrificios, a tus cenizas, paz! / ¡Paysandú! ¡el gran día de justicia alborea en el cielo americano, / y, Lázaro, del fondo de tu tumba / tú te levantarás!