Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VII N° 25 - Diciembre 2012 - Pags. 2 y 3
Cara y ceca
El domingo 29 de julio de 2012, salió
publicado en la revista VIVA, en el espacio "La historia en foco", un
artículo de autoría del Prof. Felipe Pigna, el que mereció una contestación del
historiador Dr. Jorge Oscar Sulé. El Prof. Pigna no contestó las apreciaciones
de Sulé y allí terminó la cuestión.
Fiel a nuestro estilo -como ya lo hiciéramos
en la polémica entablada entre el escritor Omar López Mato y el Director de
este periódico- , publicamos el artículo del Prof. Pigna y la contestación del
Dr. Sulé a fin de que nuestros lectores
puedan tener conocimiento de todas las versiones y puedan sacar sus propias conclusiones.
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Exterminios antes de Roca
Por
Felipe Pigna
elhistoriador@elhistoriador.com.ar
Las
buenas intenciones con los dueños originarios de las tierras duraron poco. La
instalación de los saladeros fue el punto de partida para una política de
exterminio que compartieron Martín Rodríguez, Rosas y Mitre.
Los originarios dueños de las tierras venían
resistiendo la conquista del blanco desde la llegada de Juan Díaz de Solís en
1516. Don Pedro de Mendoza tuvo que abandonar Buenos Aires en 1536 corrido por
la sífilis y la hostilidad de los pampas. Solamente la creación del Virreinato
del Río de la Plata en 1776 y la consecuente presencia de un poder político y
militar fuerte, permitieron establecer una línea de fronteras con los nativos
medianamente alejados de los centros urbanos.
La Revolución de Mayo propugnó una política
conciliatoria e integradora. En octubre de 1810, el secretario de Guerra y
Gobierno de la Junta, Mariano Moreno encomendó al coronel Pedro Andrés García
una expedición pacífica, diplomática y comercial hacia los pampas.
El Coronel García elevó un informe a la Junta
en el que decía que el indio, "a pesar de su barbarie", podía ser
reducido y asimilado a la civilización. García proponía fortificar como
frontera desde el río Colorado al sur de Mendoza, establecerse en Salinas
Grandes, Guaminí y Sierra de la Ventana.
Indios pampas en Buenos Aires |
Se conmueven del Inca las tumbas / y en sus
huesos revive el ardor / lo que ve renovando a sus hijos / de la Patria el
antiguo esplendor.
Todavía en 1819,
Feliciano Chiclana visitó a los ranqueles, en Leuvucó, a 200 leguas de Buenos
Aires. Lo recibieron amigablemente y hasta logró pactar una alianza contra los
"maturrangos".
Tiempos de cambio
Pero todo
comenzaría a cambiar con la instalación de los saladeros. La necesidad de sal y
tierras para las pasturas fueron apartando a la burguesía criolla del recuerdo
de los ideales de hermandad expresados por los hombres de Mayo.
A poco de asumir
el gobernador estanciero Martín Rodríguez lanzó una campaña al
"desierto". De hecho prácticamente delegó el mando en su
superministro Rivadavia y se dedicó a hacer la guerra a los nativos. La visión
de Rodríguez al respecto no dejaba muchas dudas: "La experiencia de todo
lo hecho nos enseña el modo de manejarse con estos hombres; ello nos guía al
convencimiento de que la guerra con ellos debe llevarse al exterminio. En la guerra
se presenta el único remedio bajo el principio de desechar toda idea de
urbanidad y considerarlos como enemigos que es preciso destruir y
exterminar". (2)
El coronel García
escribirá sobre la campaña de Rodríguez: "Fue errado y muy dañoso el
sistema de conquistar a los indios salvajes a la bayoneta y de hacerlos entrar
en las privaciones de la sociedad sin haberles formado necesidades e
inspirándoles el gusto de nuestras comodidades".
Rosas y sus aliados
Entre 1833 y 1834,
Rosas emprendió su "campaña al desierto" financiada por la provincia
y sus compañeros de clase, los estancieros bonaerenses, preocupados por la
amenaza indígena sobre sus propiedades. La expedición contó con el apoyo de los
gobiernos de Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza. Rosas combinó durante la
conquista conciliación con la represión. Pactó con los pampas y se enfrentó con
los ranqueles y la confederación liderada por Calfucurá.
Según un informe
que Don Juan Manuel presentó al gobierno de Buenos Aires, el saldo de la
operación militar fue de 3200 indios muertos, 1200 prisioneros y 1000 cautivos
blancos rescatados.
Por aquellos años
de guerras civiles, había algo en que los unitarios y federales estaban de
acuerdo: la necesidad de exterminar al habitante originario y quedarse con sus
tierras.
El discurso de Mitre
Poco después de la
caída de Rosas, Bartolomé Mitre se expresaba en términos similares en un
artículo de su diario Los Debates titulado: "La Guerra de la
frontera": "Las tribus salvajes son una gran potencia respecto de nosotros,
una república independiente y feroz en el seno de la república. Para acabar con
este escándalo es necesario que la civilización conquiste ese territorio:
llevar a cabo un plan de operaciones que de por resultado el aniquilamiento de
los salvajes. (...) Podría llegar un día en que se viese el fenómeno singular
de un ejército de propietarios radicados en el suelo y siendo por consecuencia
el primer apoyo del orden y de la estabilidad de las instituciones". (3)
Mientras se
conformaba aquel ejército de propietarios, el gobierno provincial decidió en
1855 enviar al propio coronel Mitre, en su carácter de ministro de Guerra,
hacia la zona de Azul a cumplir con su palabra. Como era su costumbre, antes de
lanzarse a la lucha, para desdicha de sus soldados, pronunció un estentóreo
discurso en el que decía "responder por la última cola de vaca de la
provincia en que adelante roben los salvajes". El desastre fue total. En
Sierra Chica, la división fue cercada y diezmada por un ejército de
proletarios: los lanceros del cacique Calfucurá. Faltó poco para que Mitre y
los suyos debieran regresar caminando a Buenos Aires.
(1) Álvaro Yunque,
Historia de los argentinos, Buenos Aires, Futuro, 1957, pp. 102,103.
(2) Vicente G.
Quesada, Las fronteras y los indios, Buenos Aires, 1914.
(3) Los Debates,
29 de abril de 1852.