Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VII N° 25 - Diciembre 2012 - Pag. 16
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sábado, 1 de diciembre de 2012
Opiniones - Andrés Bello
Rosas y el Estrecho de Magallanes
Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VII N° 25 - Diciembre 2012 - Pags. 12 a 16
Rosas y el Estrecho de Magallanes
por Norberto J. Chiviló
Juan Manuel de Rosas. Litografía de la época (A) |
En el anterior número de este periódico escribí sobre "Sarmiento y el Estrecho de Magallanes"; en éste y como lo adelantamos en aquél artículo, me referiré a la actitud que Rosas asumió como encargado de la Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, sobre ese delicado tema.
En primer lugar voy a hacer una aclaración. Un lector, me preguntó si yo había estudiado los antecedentes jurídicos del conflicto que nuestro país tuvo con el de Chile sobre los derechos al Estrecho de Magallanes. Debo aclarar que la intención del artículo no fue el de historiar -salvo en forma muy breve- los antecedentes jurídicos del entredicho, en primer lugar porque no puedo adentrarme en temas que exceden lo que pueda incluirse en estas páginas, no solo por la extensión que el tratamiento de ellos puedan demandar, sino también que éste periódico, además de ser leído por personas que están en el tema histórico, en realidad se dirige principalmente a la gente común, que a lo mejor no tienen profundos conocimientos de la historia. Además, la cuestión de Magallanes ya fue resuelta -para bien o para mal- por tratados firmados por nuestro país, con nuestro vecino, hace ya muchísimo tiempo y no tiene sentido, salvo para el estudioso del tema, desarrollar los antecedentes jurídicos del conflicto.
Sí quise historiar la actitud de un hombre -Faustino D. Sarmiento- a quien la historia oficial y el común de la gente, tiene colocado en uno de los más altos pedestales de nuestra nacionalidad -injustamente a mi entender- y que fue uno de los responsables, -para no decir el principal-, quien con su prédica impulsó a Chile a ocupar territorios que nunca le habían pertenecido. Este personaje con posterioridad, llegó ocupar la más alta Magistratura de nuestra Nación. Cosas que pasan en nuestro país.
Escritores e historiadores contrarios a Rosas, a la par que lo critican, porque según ellos, nada hizo para defender tales territorios, se callan bien la boca para referirse a quien con su prédica y la campaña llevada a cabo desde la prensa trasandina instigó y promovió la ocupación de un territorio patrio por una potencia extranjera, que a la postre significó la pérdida para nuestro país de ese importante y estratégico territorio. Los acontecimientos históricos no son analizados por muchos con la mesura y objetividad que merecen, pues no ven que esa campaña desatada por Sarmiento, no dañaba a Rosas sino en realidad dañaba a nuestro país. Esta es otra cosa que pasa en nuestro país.
Además, los acontecimientos y hechos históricos no están desgajados entre sí o son hechos aislados unos de otros, sino que para analizarlos debemos adentrarnos en la época en la que ocurrieron y analizarlos con relación a otros que se daban en forma simultánea, más aún en la cuestión de Magallanes.
Chile aprovechó las oportunidades históricas que se le presentaron, como ser las guerras civiles en los países limítrofes, cuestiones internacionales que les eran favorables, debilidad de los gobiernos vecinos, todo ello para realizar planteos con la finalidad de expandirse y agrandar su territorio... y vaya si lo logró!. El Chile de hoy nada tiene que ver con el Chile de la época de su independencia. Prácticamente durante dos siglos, nuestro vecino triplicó su territorio.
La fundación de Fuerte Bulnes en el Estrecho de Magallanes, por parte de los chilenos se produjo el 21 de setiembre de 1843, procediendo a la realización de una serie de actos formales que señalamos en el artículo anterior, lo que es demostrativo que Chile nunca había tenido antes la posesión del Estrecho.
Pero, ¿cuál era la situación de la Confederación Argentina en aquellos momentos?.
No obstante la firma del tratado Arana-Mackau (fines de 1840), los problemas internacionales de la Argentina no habían terminado, ya que por el contrario se fueron incrementando. Fructuoso Rivera, quien había desplazado al legal Presidente del Uruguay, Manuel Oribe y se había posesionado de Montevideo, se encontraba en guerra contra la Confederación, contando con la ayuda y complicidad de los franceses e ingleses -y también de la Comisión Argentina, formada por unitarios expatriados-, quienes no habían mantenido las normas de neutralidad que el conflicto imponía, sino que por el contrario tomaron partido por aquél. La situación de la Confederación era muy complicada, se habían suscitado continuos problemas entre navíos argentinos y los de otras potencias (ingleses, franceses, estadounidenses), como publicamos en la pág. 4 del número anterior, posteriormente se produjo el robo de la escuadra argentina en agosto de 1845 y unos meses más, se produjo la desembozada intervención anglofrancesa, con una situación de guerra no declarada que denominamos la "Guerra del Paraná". Rosas no quería ni podía abrir un segundo frente de conflicto con los chilenos, ni estaba en condiciones materiales de hacerlo, lo que fue aprovechado evidentemente por estos para afianzarse en aquellos lejanos territorios de Magallanes. Pero lo que sí es inconcebible, es que "argentinos" en aquellas circunstancias, tomaran partido por Chile en un conflicto con la Argentina e "historiadores" oculten ese hecho o lo justifiquen de cualquier forma. El lector sabrá darles el calificativo correcto.
Pero cuando las cosas ya comienzan a tomar otra dirección en el Plata, con el levantamiento del bloqueo, Rosas se decide a tomar cartas en el asunto de Magallanes y así, el 15 de diciembre de 1847, el gobierno argentino, por medio del Canciller Felipe Arana, reclama al chileno por la ocupación de aquellos territorios que se consideraban nuestros.
En dicha protesta, el gobierno nacional, dice:
"Repetidas veces, había llamado la atención del Gobierno... sobre una nueva colonia que el Excmo. Gobierno de esa República había mandado formar en las costas del Estrecho de Magallanes y la que se denominaba «Colonia Magallanes» o Fuerte Bulnes en honor de su actual digno Presidente. Las urgentes atenciones de que por algunos años se veía rodeado y la necesidad de atender con preferencia a la defensa nacional y la independencia de la República amenazada por la inhumana intervención europea, le impidieron tomar seguros actos y conocimientos sobre la posición geográfica de dicha colonia, y si ella estaba situada en territorio chileno, si se había traspasado sus límites naturales y fundándose en el de la República Argentina. Pero en el decurso de este tiempo el Gobierno del infrascripto ha llegado a convencerse que la enunciada Colonia se halla situada en territorio de esta República (Argentina), y que ocupando el mismo lugar que en el tiempo de la monarquía española tuvo el puesto de San Felipe, conocido hoy por la generalidad de los geógrafos por Puerto del Hambre, está en la parte más austral de la península de Brunswick y por consiguiente casi al centro del Estrecho. Siendo tal la colocación de la colonia, es claro que ella está fundada en territorio argentino, atendido los límites mismos que la República de Chile se da en su propia constitución nacional. La gran cadena de los Andes ha limitado sus territorios para la Confederación Argentina, y estos límites naturales han sido los que en todo tiempo se han reconocido a la República de Chile. En la cumbre oriental de esa cadena empieza a nacer el territorio argentino que confina en toda su extensión hasta el Cabo de Hornos. Situado el fuerte «Bulnes» en la península indicada, su posición geográfica demarca que ella ocupa una parte central de la Patagonia y por consecuencia natural, que en su fundación se ha destruido la integridad del territorio argentino y su pleno dominio en las tierras que comprende el estrecho desde el mar Atlántico hasta el Pacífico a cuya embocadura en este mar alcanza la gran cordillera de los Andes, límite reconocido de la República de Chile. El Gobierno del infrascripto está animado a creer que el Excmo. de la República de Chile no abrigará la menor duda sobre los indisputables derechos del Gobierno argentino al Estrecho de Magallanes y tierras que lo circundan. De los tiempos más remotos en que la monarquía española tomó posesión de esta parte de América y en que estableció las gobernaciones e intendencias, tanto de la actual República de Chile, como las de la Confederación, las órdenes para la vigilancia y policía del Estrecho de Magallanes como para otros objetos que le eran relativos así como las de sus islas adyacentes y la Tierra del Fuego, siempre fueron dirigidas a los gobernadores y virreyes de Buenos Aires como autoridad a la que estaba sujeta toda esa parte de territorio".
"Las repúblicas de la América del Sur, al desligarse de los vínculos que las unían a la Metrópoli, y al constituirse en estados soberanos e independientes, adoptaron por base de su división territorial la misma demarcación que existía entre los varios Virreynatos que la constituían. Sentado este principio, que es, de suyo inconcuso y siendo sin la menor duda el hecho de la autoridad que han ejercido los gobernantes de la de Buenos Aires sobre la vigilancia del estrecho de Magallanes, es evidente entonces que la colonia mandada fundar por el Excmo. Gobierno de Chile en dicho Estrecho, ataca la integridad del territorio argentino, y se avanza sobre sus propios límites, con mengua de su perfecto dominio y de sus derechos de soberanía territorial...".
Asimismo el gobierno encomendó a Pedro De Ángelis, quien en 1836/1837 había publicado su Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata que contenía variada documentación de viajes y expediciones a las costas de la patagonia, que reuniera todos los antecedentes y redactara un trabajo sobre los derechos que le asistían a nuestro país, sobre la parte austral del continente hasta el Cabo de Hornos, instruyendo Rosas personalmente a De Ángelis, para que el trabajo fuera lo más completo posible "defendiendo la posesión y justo título que todos los gobiernos de América tienen a sus territorios, aun cuando no estén poblados hoy, y muy principalmente el de esta República, a todas las tierras de la Patagonia hasta el Cabo de Hornos."
Así De Ángelis redactó una Memoria histórica sobre los derechos de soberanía y dominio de la Confederación Argentina a la parte austral del continente americano. Afirmará De Ángelis en ese trabajo: "Si cada Estado, por ambición o egoísmo, abusase de su poder para ensanchar su territorio, muy luego todo este continente se convertiría en una palestra en que se verían combatir a los individuos de la misma familia, no para defenderlo contra los extranjeros que lo amagan, sino contra sus propios hermanos..." y allí reseña De Ángelis las distintas intervenciones europeas en América para continuar "...Lejos de romper los lazos que unen a los Estados Americanos, deben esmerarse sus Gobiernos en hacerlos más firmes e indisolubles, para oponerse a las tendencias agresoras de la Europa. Sólo así pueden esperar librarse de sus acometimientos...". Ese argumento demostraba una posición americanista, como siempre la tuvo el gobierno de Rosas. La Memoria, estaba acompañada por casi un centenar de valiosos documentos de la Corona española, que daban sustento jurídico a la posición argentina.
El jurista Dalmacio Vélez Sársfield, unitario, pero que residía en Buenos Aires -sin ser molestado e incluso era recibido en la casona de Rosas en Palermo, en las tertulias que organizaba Manuelita Rosas-, consultado por el gobierno acerca del trabajo realizado por De Ángelis, manifestó: "Yo, después de estudiar esa Memoria, contesté al Gobierno que la juzgaba una obra acabada, pues los documentos que su autor había reunido demostraban hasta la evidencia los indudables derechos de la república a todas las tierras que se extienden hasta el Cabo de Hornos". También manifestó que De Ángelis solo se había limitado a estudiar los derechos argentinos, pero no así los chilenos, seguramente porque en aquel momento no se conocían elementos de juicio que aparecieron posteriormente, fue entonces que el gobierno de Rosas en 1850 le encargó realizara ese trabajo que el jurista materializó en la obra Discusión sobre los títulos del gobierno de Chile a las tierras del estrecho de Magallanes, donde prueba que Chile nada había hecho -contrariamente a lo realizado por Buenos Aires- por explorar, colonizar y defender la Patagonia. A su trabajo -que fue finalizado un año y medio después de la caída de Rosas-, también suma una serie de Cédulas y Reales Ordenes para Buenos Aires sobre las tierras australes hasta el Cabo de Hornos.
Lamentablemente todos esos trabajos que se prepararon para entablar una discusión con el país trasandino por los derechos a las tierras australes, prácticamente quedaron en la nada, ya que el gobierno de Rosas con posterioridad y al poco tiempo se vio inmerso en la segunda guerra contra el Imperio del Brasil, aliado éste de Justo José de Urquiza, que culminaría con la derrota argentina en Caseros y el exilio del Restaurador.
"Pepita" Gómez (B) |
Ya en el exilio y en su ancianidad, en carta que le envió a su amiga Josefa "Pepita" Gómez, el 9 de setiembre de 1872, Rosas le manifestó:
"...En cuanto a la cuestión con Chile, son indudables los derechos de la Confederación Argentina a toda la región Patagónica, el Estrecho de Magallanes, las tierras de los Estados, las del fuego, Cabo de Hornos, y costas en ambos Océanos, hasta la intersección de la cordillera de los Andes. Todos los documentos originales que lo acreditan, se registran, con sus correspondientes carpetas relativas, y notas oficiales, en el Archivo general, y en el del Ministerio de R. Exteriores del Gobierno Bonaerense, encargado, entonces, de los correspondientes a la Confederación. Los redactores de la prensa chilena que han tratado sobre este asunto han escrito con mucho extravío, en orden a los principios del derecho de gentes, aplicables a la cuestión del estrecho de Magallanes, en ambos Océanos, y costa del Norte y Sud.
El Señor Dn. Francisco Xavier Rosales, en su carta en París a 13 de Enero de 1850, al redactor del Mercurio, dice:
«Si yo hubiera dicho que Chile no tenía derechos que hacer valer, o cosa parecida, justo sería la reprobación de esa aserción; pero cuando por el contrario digo, que no conozco los fundamentos en que el Gobierno se apoya, reconozco tácitamente los que haga valer, en defensa de ese dominio, y no vacilo en convenir desde ahora, que la Ley 12 de Indias, título 15, libro 2º de la Recopilación, de 17 de Febrero de 1606, bajo el Reynado de Felipe 3º, que la Crónica cita en uno de sus números, no deja duda de la legitimidad de nuestro dominio sobre el Estrecho, y que por consiguiente se debe sostener ileso el derecho de la República a colonizar el Estrecho».
Cuando eso escribió, no tuvo a la vista, o no se fijó, en que la Real Cédula de la Erección del Virreynato de Buenos Aires, del 1º de Agosto de 1777, publicada también en la “Crónica” de Chile el 29 de Julio de 1849, dice: «He venido en crearos por mi Virrey, Gobernador, y Capitán General, de las de Buenos Ayres, Paraguay, Tucumán, Santa Cruz de la Sierra, Charcas, y de todos los corregimientos, pueblos, y territorios a que se extiende la jurisdicción de aquella Audiencia, la cual podéis Presidir en el caso de ir a ella».
El Señor Dn. Baldomero García, hostilizado por sus contrarios políticos de un modo alarmante, se asustó de tal modo según su carácter tímido, que enfermó de miedo, nada hizo en cumplimiento de sus instrucciones, y suplicó encarecidamente a su Gobierno por el permiso para retirarse. El Gobierno, persuadido que el de Chile toleraba aquella licencia, concedió al Señor Ministro García el permiso para retirarse, y nombró en su lugar al Señor Otero.
El Gobierno, entonces, tan ocupado y contraído puramente a las atenciones de la Sublevación e invasión de S.E. el Señor General Urquiza, auxiliado por fuerzas extranjeras, y hechos coercitivos de otras naciones poderosas, no pudo ocuparse del envío del Señor Ministro Otero, y ese asunto, por ello, así quedó. Además de las cédulas de la erección del Virreynato de Buenos Ayres; por la serie de Reales órdenes y cédulas, desde 1681 hasta 1792, se ve a clara luz que el Gobierno Español consideraba bajo la jurisdicción del Gobierno de Bs. As. las costas Patagónicas, el Estrecho de Magallanes, las tierras del fuego, y las de los Estados, en toda la extensión del Estrecho en ambos Océanos. Si no se rechazase, con claridad y firmeza, el título territorial alegado por Chile, como proveniente del dominio español, solamente con los del mismo origen se perjudicarían, además, la razón y principios sostenidos por el Gobierno Argentino, en la Guerra contra el General Santa Cruz, en la cuestión con el Paraguay, en la presente, con Chile; y que ha de servir de base siempre en cuantas cuestiones territoriales hayan de ventilarse, con el Brasil, Bolivia, y para la fijación de límites del Estado Oriental. Aún cuando por la ley Española, que cita la “Crónica” (se refiere a la del 17 de febrero de 1606), se adjudicaba por distrito a la Audiencia de Chile «lo que se redujere, poblare, y pacificare, dentro y fuera del Estrecho de Magallanes, y la tierra adentro, hasta la Provincia de Cuyo inclusive», esa disposición, repito, fue derogada posteriormente, así por la incorporación al virreynato de Buenos Ayres, de las Provincias de Cuyo, como por la jurisdicción, mando y dominio que el Gobierno Español dió a los virreyes de Buenos Ayres, por cédulas y órdenes reales posteriores, sobre la Costa Patagónica, Estrecho de Magallanes, tierras del fuego, y de los Estados, en toda la extensión del Estrecho, entre los dos Océanos; y por las expediciones posteriores, hasta la comandada por el General Rosas, que se hicieron por el Gobierno Argentino, en aquellas Regiones. En cuanto a los demás alegatos, unos son inaplicables al asunto en cuestión, otros totalmente contrarios al derecho natural, y de Gentes.
Entre los inaplicables se halla el principio equivocado de que, «un territorio limítrofe, pertenecerá a aquél de los Estados a quien aproveche su ocupación, sin dañar, ni menoscabar, los intereses del otro».
En el caso presente la ocupación aprovecha al Gobierno Argentino; la ocupación por Chile daña a los intereses de la Confederación; y por lo tanto el principio citado no es aplicable, y viene a ser negatorio, porque con el mismo se redarguye contra la ocupación que ha hecho Chile, contra la utilidad y daño de la Confederación. Y en cuanto al principio mismo, puede invocarse en todos los casos de usurpación, y conquista, constituyéndose un Estado, en Juez de los intereses de otro. Innovación inaudita en el derecho de las Naciones.
El principio de primer ocupante atribuido a Chile, no es aplicable a esta cuestión. El derecho de primer ocupante es reconocido por la Ley pública. Pero ese derecho perteneciente a la España se transmitió, y retrovertió, al Gobierno Argentino, al tiempo de la emancipación. Precisamente esa es la cuestión de los títulos territoriales, que se discute de parte de la Confederación y Chile, derivados del Gobierno Español. No es necesaria la posesión efectiva, desde que se sostenga el derecho de primer ocupante, o título primitivo, como le sucede a Chile, en los territorios desiertos de su descripción topográfica política, cuyo derecho sostiene, como derivado y transmitido del dominio Español. El principio de prescripción que también se alega en favor de Chile como el principio igualmente invocado de reconocimiento “tácito”, por parte del Gobierno de Buenos Ayres, son imaginarios, absolutamente desconocidos en la ley de las Naciones.
La posesión de un Estado sobre el derecho de otro es, por derecho de Gentes, una usurpación, y el título legal de la Nación despojada, no aparece aunque ésta, por motivos de necesidad, no puede reivindicarlo en largo tiempo. Debe, pues, tenerse en vista, que si la ley de Indias, citada por la Crónica de Chile, dice «lo que se descubriere, poblare, y pacificare, dentro, y fuera del Estrecho», eso sucedió en una época en que el Perú, Chile, y Buenos Ayres formaban una misma repartición Colonial, dependiente del Virrey del Perú. Tan cierto es esto, que los historiadores Dn. Jorge Juan, y Ulloa, al describir los límites del Perú, le dan por pertenencias, el Reino de Chile y la Gobernación y Capitanía General de Buenos Ayres; por límites los siguientes:
«Tiene principio el Virreynato del Perú, en la Ensenada de Guayaquil, desde la costa de Tumbez, que está en 3 grados 25 minutos de latitud Austral y llega hasta las tierras Magallánicas, en 45 grados, con corta diferencia de altura del mismo polo, que hacen 1012 leguas Marítimas. Por el Oriente confina, en parte, con el Brasil, sirviéndole de términos la celebrada línea, o meridiano de demarcación, que hace división a los dominios de las coronas de Castilla, y Portugal; y en parte las costas del mar del Norte, subiéndole las del Mar del Sud, de términos por la del Oriente».
Por consiguiente, el título que debe exhibir Chile, es alguno posterior a la separación de Buenos Ayres de la dependencia del Virrey del Perú, desde que el Gobierno de Buenos Ayres prueba que después de efectuada la separación, a él no al de Chile, lo erigió, y constituyó el Gobierno Español, con el mando y Océanos. Según el juicio que formé cuando estudié este asunto para las instrucciones que debió recibir el Señor Otero, nombrado Ministro Argentino cerca del Gobierno Chileno, pueden arreglarse pacíficamente las dificultades, de un modo honroso, digno y conveniente para las dos Naciones, si sus Gobiernos, poseídos de un espíritu amistoso, ceden, cada uno, algo, de sus pretensiones el Chileno, de sus derechos el Argentino”.
Después de la lectura de este artículo y el publicado en el número anterior, el lector podrá apreciar, cómo y en qué condiciones se perdió el Estrecho de Magallanes y si el gobierno de Rosas, comenzó o no a tomar las medidas correspondientes para lograr el reconocimiento de los derechos de nuestra República a esos territorios, los que se vieron truncados por su derrota en Caseros.
Fuentes:
Doallo, Beatriz C. "El exilio del Restaurador", Editorial Fabro, 2012.
Irazusta, Julio. "Vida política de Juan Manuel de Rosas, a través de su correspondencia, Tomo 7, La Confederación en su apogeo 1848-1849". Edición 1975
Sierra, Vicente. "Historia de la Argentina, Tomo IX, Gobierno de Rosas - Su caída - Hacia un nuevo régimen,1840-1852". Editorial Científica Argentina, 1972.
(A) Al concluir la campaña a los desiertos del sur, en la Proclama que Rosas dijo a sus soldados al licenciarlos, expresó "...las costas que se desenvuelven desde la cordillera de los Andes hasta el afamado Magallanes , quedan abiertas para nuestros hijos..."
(B) Josefa "Pepita" Gómez, la fiel amiga del Restaurador, con quien mantuvo una interesante correspondencia durante su exilio en Inglaterra.
1492 - Una polémica estéril
Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VII N° 25 - Diciembre 2012 - Pags. 6 a 11
1492 - Una polémica estéril
por José Luis Muñoz Azpiri (h) (*)
La fusión de dos culturas (A) |
En este mes de octubre se cumple un nuevo aniversario del Descubrimiento de América, con el cual comenzó una nueva etapa de la historia, y digo “Descubrimiento” y no “Encuentro de Culturas” u otros términos novedosos creados por mentes hipersensibles y acomplejadas porque, como bien dijo alguien, el término Descubrimiento en la acepción dada en el siglo XV quiere decir “incorporación en la sociedad cristiana de hombres y naciones que no lo estuvieran”. Los países descubiertos, por tanto, no significa que fueran salvajes o primitivos; es más Colón buscaba el Cipango y el Catay de Marco Polo, precisamente culturas y naciones superiores a la Europa renacentista. Lo que el término quiere decir es su “incorporación” a la cultura occidental.
En esta etapa renacentista la historia se caracteriza por la universalidad de conocimientos de todas las tierras, por el mercantilismo y el colonialismo que nos llevarían a un proceso histórico-cultural-científico que es consecuencia de esta etapa y que a la vez inspira nuevos descubrimientos de lugares o cosas que se ignoraban. En el siglo XV se sabían muchas cosas pero se ignoraba la dimensión del globo terráqueo y más de la mitad de la tierra era incógnita. ¿Hasta donde abarcaba Asia? ¿Dónde ubicar el imperio del Gran Khan de los tártaros? ¿Existía el Preste Juan de las Indias? ¿Cómo cruzar la zona tórrida del Ecuador? ¿Cómo se mantendrían de pie los “antípodas” dos siglos antes de ser explicado por Newton?
Estas consideraciones no explican por qué todos los 12 de octubre, una suerte de corte de los milagros compuesta por lacrimógenos cantautores de protesta, seudo historiadores devenidos en figuras mediáticas y autoproclamados representantes de “organizaciones populares” que manifiestan con intolerancia sus proclamas “tolerantes”, reiteren el grito fúnebre por la Arcadia perdida, la “tierra sin mal” del buen salvaje de Rousseau. Esta campaña, cuyo origen y características no alcanzamos a comprender, y que algún día habrá que estudiar en una sociología de la cultura, con un análisis semántico de sus principales argumentos, no tiene un propósito científico. Pero lo inimaginable, por anacrónico, es que desde organismos estatales se prosiga en el intento de exhumar, con cinco siglos de retraso, el libelo de una Leyenda Negra, que la moderna historiografía ha demolido desde el siglo XVIII, con la obra de William Robertson y posteriores eruditos.
Fray Bartolomé de las Casas (B) |
Aunque no es de extrañar que en el paroxismo del uso y abuso de la categoría “derechos humanos”, cualquier improvisado se permita ejercer una cacería de pulgas, un revisionismo de quiosco referente a hechos del pasado, para reemplazar la historia por la antropología y establecer paralelismos peligrosos entre épocas y culturas diferentes. Las poblaciones edifican sus culturas no en aislamiento sino mediante una interacción recíproca que, salvo contadas excepciones, jamás fueron pacíficas. La conquista ibérica no tuvo diferencia alguna con la conducta de otros imperios en la historia del mundo: estuvo repleta de asesinatos, explotación, reubicación forzosa de poblaciones y destrucción de culturas enteras. No obstante, su marco moral tuvo una diferencia radical, España fue la única nación en la historia que se auto incriminó.
Lo verdaderamente sorprendente es que la España de entonces, haciendo uso de una libertad de expresión que aún causa admiración, quedase dividida en dos bandos antagónicos: los partidarios de la política colonizadora preconizada por Sepúlveda y los partidarios de la preconizada por Las Casas; y entre ambos, la Corona neutral. Es más, Las Casas logró que las universidades de Alcalá y Salamanca no autorizasen la publicación del Demócrates Segundo de Sepúlveda, a pesar de que este libro constituía la apología oficial de la colonización.
En este estado de cosas, muy prudentemente el Emperador decidió convocar una “Junta de teólogos y juristas” en Valladolid (1550-1551) para que en ella ambas partes contendientes midiesen sus armas, lo que equivalía poner a discusión la justicia de una guerra que el propio Emperador estaba llevando a cabo en América. Es más, en espera del resultado de las deliberaciones de la “Junta”, la Corona decidió interrumpir toda guerra de conquista en el Nuevo Mundo, medida que efectivamente fue puesta en práctica. El sentido humano de la colonización fue oscurecido por la crítica lascasiana, a su vez debido al mismo humanismo de los españoles.
Las Casas fue nombrado oficialmente “Procurador y Protector Universal de los Indios” con un sueldo anual de 100 pesos oro. Este cargo de “Protector de los indios”, institución típica de la Corona de España, en tanto que colonizadora, tenía por misión la defensa de los colonizados indígenas y la denuncia, con el consiguiente castigo, ante la Corte de toda clase de abusos de que aquellos fueran objeto por parte de los colonos.
Si Francia, durante la guerra de liberación argelina tuvo en Sartre a un lúcido y valiente acusador de los sistemas represivos coloniales, España ya había tenido a un Sartre más colérico y combativo en la figura de fray Bartolomé de Las Casas. La diferencia consiste en que Sartre denunció los crímenes de los colonialistas franceses en un momento en que las colonias se desplomaban por todo el mundo, mientras que fray Bartolomé las condenó cuando el moderno proceso colonial se iniciaba.
Juan José de Sepúlveda (C) |
La historia demuestra que España obró con el criterio de los tiempos y como dice Octavio Paz, no se puede reducir la historia al tamaño de nuestros rencores. Fue un país intolerante y fanático en una época en que todos los países de Europa eran intolerantes y fanáticos, quemaron herejes cuando los quemaban en Francia, cuando en Alemania se perseguían unos a otros en nombre de la libertad de conciencia, cuando Lutero azuzaba a los nobles contra los campesinos sublevados, cuando Calvino condenaba a Servet a la hoguera por la herejía de adelantarse a Harvey y preanunciar la circulación de la sangre, quemaron a las brujas cuando todos sin excepción creían en los sortilegios y maleficios, desde Lutero a Felipe II, pero al menos no imponían su criterio –y su dominio– en nombre de una libertad de pensamiento que era un sarcasmo.
Es un hecho que la derrota de la Armada Invencible, en 1588, produjo un viraje radical en la historia de Occidente, consagrando las instituciones inglesas y degradando las españolas por los siguientes 500 años. Junto a los arrecifes ingleses naufragaron no solo las naves de Felipe II sino toda una Weltanschauung (ideología). Maltrechos los conceptos religiosos, personales y sociales de la vida a la manera de los españoles, era natural que todavía en el siglo XIX se hablara en Estados Unidos de la “unión perversa de tres plagas” para cargar el acento sobre la Iglesia Católica, “autora de la masacre de los inofensivos albigenses, de la matanza de San Bartolomé y de la destrucción de los inofensivos naturales de la América del Sur”, victimas del fanatismo y la crueldad. No sin razón decía Vasconcelos que la derrota de México ante los Estados Unidos era en cierto modo la continuación de la Armada Invencible y Trafalgar. Se le reclamaba a esa España medieval que acababa de acceder a su unidad en medio de una intolerante lucha religiosa a que prácticamente organizara una democracia parlamentaria. Es el viejo y siempre reincidente mal del anacronismo.
La codicia generó la aventura ultramarina, la misma que impulsa todas las expansiones geográficas –incluida la de los grandes “imperios” americanos– pero fueron Drake y Raleigh los que robaron el oro de Indias para fundar bancos y sentar las bases del mercantilismo capitalista. En cambio, las apetencias de los déspotas precolombinos apuntaban a los tributos en especie, exigidos mediante una coacción brutal, y cautivos para sus espeluznantes ritos.
Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) |
En su obra “Caníbales y Reyes”, el antropólogo Marvin Harris, insospechable de hispanismo, dice categóricamente:
“Como carniceros metódicos y bien entrenados en el campo de batalla y como ciudadanos de la tierra de la Inquisición, Cortés y sus hombres, que llegaron a América en 1519, estaban acostumbrados a las muestras de crueldad y a los derramamientos de sangre. El hecho que los aztecas sacrificaran metódicamente seres humanos no debió sorprenderle demasiado, puesto que los españoles y otros europeos quebraban metódicamente los huesos de las personas en el potro, arrancaban brazos y piernas en luchas de la cuerda entre caballos y se libraban de las mujeres acusadas de brujería quemándolas en la hoguera. Pero no estaban totalmente preparados para lo que encontraron en México. En ningún otro lugar del mundo se había desarrollado una religión patrocinada por el estado, cuyo arte, arquitectura y ritual estuvieran tan profundamente dominados por la violencia, la corrupción, la muerte y la enfermedad. En ningún otro sitio los muros y las plazas de los grandes templos y los palacios, estaban reservados para una exhibición tan concentrada de mandíbulas, colmillos, manos, garras, huesos y cráneos boquiabiertos. Los testimonios oculares de Cortés y su compañero conquistador Bernal Díaz, no dejan dudas con respecto al significado eclesiástico de los espantosos semblantes representados en piedra. Los dioses aztecas devoraban seres humanos. Comían corazones humanos y bebían sangre humana. Y la función explícita del clero azteca consistía en suministrar corazones y sangre humana frescos a fin de evitar que las implacables deidades se enfurecieran y mutilaran, enfermaran, aplastaran y quemaran a todo el mundo”.
Solo en 1486, Auitzótl, “tlatoani” del Anahuac les arrancó el corazón palpitante a veinte mil prisioneros como ofrenda al templo de Huitzilopochtli. Las víctimas todavía no tenían la fortuna de contar con los periodistas de Télam para defenderse. Ni cuando Atahualpa se hartó de degollar, ahorcar y exterminar a los prosélitos de su hermano Huáscar (legítimo heredero del estado Inca, por lo que Atahualpa era un usurpador similar a Pizarro), ni tampoco cuando Rumiñavi enterró vivas a todas las escogidas de un convento inca de Quito. Mientras los caciques del valle de Bogotá se construían sus casas hundiendo en el suelo para cimiento de sus pilares cuatro doncellas vivas, el indigenismo no denunciaba y Víctor Heredia no cantaba. Enumerar las prácticas inhumanas tanto religiosas como administrativas de las teocracias precolombinas excedería las páginas de esta crónica.
Pero como de historia “escriben o hablan los ciudadanos”, tal como dijo en su momento Martín Granovsky, a la sazón director de Télam, el periodismo lo pueden ejercer los jugadores de bochas y plantear alegremente lo que el indigenismo condena: la amputación de la historia. Así, en esta concepción estática de “cinco siglos igual” donde todo se confunde, se amontona indistintamente: las plantaciones esclavistas con las misiones jesuíticas, Juan Manuel de Rosas con Julio A. Roca, el positivismo y el darwinismo con las doctrinas de Suárez y Vitoria, los bandeirantes con los evangelizadores, el pirata Morgan con Vasco de Quiroga, el Perito Moreno con Julio Popper, el descubrimiento de América con la invasión angloamericana a Méjico y se calcula, a ojo de buen cubero, la mortandad en territorios donde no existían los censos.
En su empeño por demostrar que los españoles habían masacrado la población indígena, el padre Las Casas aseguraba (en su Brevísima Relación de la Destrucción de la Indias) que en 1492 había en Cuba no menos de 200.000 habitantes aborígenes. Otra estimación contemporánea más extravagante todavía, sostiene que en 1511 había en Cuba 1.000.000 de indios, y apenas 14.000 seis años mas tarde. Y en esa misma perspectiva de “Leyenda Negra", un autor español del siglo XVIII, Antonio de Ulloa, estima que para el momento del descubrimiento la población de América ha debido alcanzar 120.000.000 de habitantes. Según estas cifras, América habría tenido a fines del siglo XV más de la cuarta parte de la población mundial. Latinoamérica no habría recuperado su densidad demográfica precolombina hasta bien entrado el siglo XX, y desde luego, la porción más importante de tan estupenda población habría integrado los imperios Inca y Azteca.
Humboldt, el “verdadero descubridor de América”, uno de los primeros espíritus científicos que se inclinó sobre la realidad global hispanoamericana, hizo a este respecto la reflexión de que la población de la isla Otaheite (en el archipiélago Hawai) fue estimada por el capitán Cooke (su descubridor en el siglo XVIII) en 100.000 individuos, pero en la mitad de esa cifra por los misioneros arribados posteriormente, en 16.000 por otro marino, y en apenas 5.000 por todavía otro observador directo. Y esto, que sucedió con relación a una pequeña isla en el siglo XVIII hacía con mucho dudar a Humboldt (en los primeros años del siglo XIX) sobre las cifras inmensas propuestas en el siglo XVI para el vasto e inexplorado territorio de América.
Montaigne se lamentaba que la conquista de América no la hubieran hecho los griegos o los romanos: la contienda hubiera sido mucho más pareja. Pero la supuesta superioridad tecnológica en el momento del enfrentamiento (indudable, pero no determinante) es otra de las deformaciones de la “Historia oficial” que los críticos actuales del Descubrimiento dicen amonestar. Pasado el primer estremecimiento, Moctezuma envió los trozos de un caballo descuartizado a los cuatro confines del Imperio, para que sus súbditos conocieran la existencia de una nueva bestia. La pólvora y las armas de fuego eran poco eficaces frente a un bosque de espadas erizadas con fragmentos de obsidiana (Roca volcánica vítrea, de color negro o verde muy oscuro, con el que los indios americanos hacían armas cortantes, flechas y espejos). Lo que no se destaca o deliberadamente se oculta, es la habilidad política, más que militar de Cortés y sus oficiales para establecer amplios marcos de alianzas con las comunidades hostiles al dominio azteca. El hierro y la pólvora del Renacimiento hubieran sido impotentes frente a los ejércitos mexicanos, de no haber sido por los tlaxcaltecas, texcocotecas, cholultecas, xochimilcatecas, otomíes y otros. Hablar de la indianidad como una comunidad homogénea es tan irreal como plantear la existencia de malvones y geranios en los jardines de Marte. La que después sería la “muy noble y muy leal ciudad de Tlaxcala” aportó miles de hombres que formaron el grueso de la infantería y tripularon las canoas que cubrían el avance de los bergantines a través de la laguna de México. La conquista de México no fue tanto una conquista, como el resultado de una revuelta de las poblaciones sometidas. El equipo militar y la táctica española ganaron la batalla, pero la logística la aportaron los indios.
Sacrificio ritual azteca (D) |
La conquista de México no existió porque México no existía. Esta nación es una creación de España como todas sus hermanas de Iberoamérica y la Malinche (la amante india de Cortés, con quien tuvo un hijo -Martín Cortés-, quien posteriormente fue primer virrey de Méjico) no traicionó a nadie porque había sido esclava. Tan solo tenía odio. Se odiaban los mayas, los mexicanos, los zapotecas, los tlaxcaltecas y los otomíes que vivían haciéndose la guerra. Se odiaban las tribus y aún los barrios, combatiéndose despiadadamente, como ocurría entre la misma familia de los mayas. En los últimos días del sitio de Tenochtitlan, dicen las crónicas, los españoles, horrorizados del odio que habían desencadenado, tuvieron que defender a sus enemigos los aztecas de la ferocidad de sus propios aliados.
Ejemplos de heroísmo del indio americano ante el avance español sobran, y son conmovedores, como también el sacrificio de Numancia y la resistencia de celtas e íberos ante la dominación romana. Pero a nadie se le ocurre dinamitar acueductos, cambiar la toponimia o pintarrajear monumentos. Séneca se hizo universal gracias a Roma y el Inca Garcilaso gracias a España.
El hecho de discutir el derecho de conquista o de intervención en el siglo XVI como si se tratara de hechos actuales es un atentado contra lo que se podría denominar el orden de contexto. El rechazo a la primacía de la fuerza no se habría podido producir en ninguna cultura precolombina pues allí el individuo no tenía más identidad que la de su colectividad y carecía de derechos para defenderse de ésta. Con los años se difundió la idea de que en el momento de su encuentro con los europeos la sociedad inca era una especie de “estado de bienestar”, un welfare state incaico, algunos incluso hablan de un “estado socialista” ¿Cómo pudo ser socialista una sociedad precapitalista? Un eminente erudito del Perú antiguo, John H. Rowe, destaca que:
“Los mismos gobernantes reconocían que la preocupación paternalista por el bienestar material de sus súbditos no era otra cosa que un egoísmo ilustrado (...) El gobierno protegía al individuo de toda clase de necesidades y exigía, a su vez, pesado tributo. La opinión de los linajes reales del Cuzco, de que el campesino era haragán, elusivo y poco digno de confianza y que la única manera de tratarlo era mantenerlo ocupado con una multitud de tareas, aunque fueran innecesarias (como cargar piedras gigantescas de un extremo al otro del Tawantisuyu) para no dejarlo a merced de su natural indolencia, tuvo oportunidad de verla Pedro Pizarro, sobrino y paje del marqués, quién conocía bien a muchos miembros de la realeza incaica, comenzado por Atahualpa: Decían estos señores (...) que los naturales (...) los hacían trabajar siempre porque así convenía, porque eran haraganes y bellacos y holgazanes”.
Ni el Inca entregaba planes trabajar, ni hubiera admitido piquetes.
Nunca sabremos cuál habría sido la evolución propia de las civilizaciones indígenas sin interferencias extrañas. Tampoco sabremos nunca cual habría sido de la Iberia de Viriato, la Galia de Vercingetorix sin la conquista romana, como tampoco las de las culturas americanas absorbidas por la expansión inca y azteca. Sin embargo, la iniciativa del INADI reitera el consabido latiguillo de la mutilación histórica de la conquista y la subsiguiente aculturación de la evangelización. En cuanto a lo primero, la ucronía (¿Qué hubiera sucedido si...?) puede constituir un interesante ejercicio literario. Plantearse, por ejemplo, si en lugar de aceite hirviendo hubiéramos arrojado pochoclo en las invasiones inglesas o si el coronel Perón, en lugar de retornar el 17 de Octubre, se hubiera ahogado camino a Martín García y de esta manera hubiéramos sido otro Canadá, son temas apasionantes para una noche de tragos, pero no es historia. Si en la actualidad se le preguntara a un parisino cuál es la verdadera Francia, si la de los Capeto o la de la Revolución, o a un británico si la Inglaterra sajona es más genuina que la normanda, consideraría el interrogatorio un absurdo, dado que “ab initio” concibe su nación como un continuum. Así como la historia no es un idilio, sino una galería cuyas luces y sombras agrandan o desdibujan los objetos según el prisma ideológico que los refracta, la patria es un concepto poliédrico, no es primario. Es una categoría histórica, experimentada como la “posesión en común de una herencia de recuerdos”. Con esto queremos decir que si gritando en español nos negamos a celebrar la llegada del idioma español a América, borrando nuestro propio perfil, de la misma forma, abjurando de la tradición hispánica como una larga siesta de oscuridad y silencio, negaríamos los fundamentos de nuestra emancipación. Estos se originan en las doctrinas de Francisco Suárez y Francisco de Vitoria, en la fórmula con que los aragoneses juraban a sus Reyes: “Nosotros y cada uno de nosotros, que vale tanto como vos, y que juntos podemos más que vos, os juramos obediencia si cumplís nuestras leyes y guardáis nuestros privilegios, y si no, no”; en las comunas castellanas –primeros parlamentos europeos que lograron echar raíces e incorporar al tercer estado– y en los textos clásicos estudiados en las Universidades fundadas en América. Poco o nada tuvieron que ver con nosotros las guillotinas de la Revolución Francesa o las pelucas empolvadas de los señores de Virginia. Treinta y nueve años antes de aparecer en Francia el “Contrato Social” de Rousseau, hubo el levantamiento de los comuneros del Paraguay.
Respecto a lo segundo, nos parece ocioso reiterar nuestra opinión acerca de los cultos precolombinos, pero sí destacar que los evangelizadores no solo conservaron vivas lenguas que deberían haber sido sustituidas por el español, sino que se elaboraron gramáticas y diccionarios de los que hasta entonces los nativos estaban desprovistos. Además, no podemos culpar a hombres como Sahagún o Durán por haberse hecho cómplices del colonialismo español. Ellos, ciertamente, contribuyeron a destruir los rasgos supervivientes de las culturas indígenas y paradójicamente se esforzaron en rescatarlas y en fijarlas para siempre. Ya el hecho de mostrar la magnitud y la riqueza de ese legado, suponía un alegato a favor de los indios, si bien tampoco descuidaron su defensa y protección, contraria a los intereses de los encomenderos.
No critico a estos plumíferos por izquierdistas, a fin de cuentas Lenin lo consideraba una enfermedad infantil, simplemente los acuso de ignorantes. Es por demás conocido que Lewis Morgan en “La sociedad primitiva” de 1877, seguido por Engels en “El origen de la familia, la propiedad y el Estado” de 1884 clasificaban a los pueblos precolombinos entre la etapa superior del salvajismo en los comienzos de la Edad del Bronce, cuando todavía se vivía de productos naturales, y el estadio medio de la barbarie cuando surge la agricultura. Las formas estatales de organización social del altiplano sudamericano y la meseta mejicana fueron definidas por Marx como formas de producción asiáticas y es sabido que junto con Engels justificaron en sus obras la conquista y colonización de América como progresista, para no mencionar la conquista de México por Estados Unidos.
Sin embargo, este vanguardismo de pacotilla, de un marxismo interpretado en el Caribe y aprendido con apuntes, que se permite pontificar sobre los regímenes democráticos con un tono entre paternalista y autoritario similar al que nos advertía el Padre Castellani: “¡Hazte libre o te mato!” y que firma con la izquierda pero factura con la derecha, se está quedando sin discurso. Si en algún momento lo tuvo, excepto el recitado por imitación o psitacismo de la demonología política de la Leyenda Negra.
Esta denigración de las naves del Descubrimiento, que según los vientos políticos del momento atracan en los puertos del ditirambo o fondean en las bahías de la diatriba, concluye su largo periplo de 500 años en las escolleras del postmodernismo, donde una pléyade de agónicos y anónimos cagatintas reciben atónitos noticias de la caída del Muro y del derrumbe de las Torres Gemelas. Bajo sus escombros yacen por igual el dogmatismo marxista y el neoliberalismo plutocrático, el nuevo orden mundial y el fin de la historia. Es que las utopías dogmáticas sólo pueden desarrollarse en el terreno de la metafísica, o aún el pensamiento religioso, pero no dentro de las ciencias sociales. La intolerancia es la gran derrotada, la entronización como dogma de ciertas verdades no demostradas es lo que una vez más ha mostrado su peligrosa capacidad de daño.
Ante la desaparición de las certezas y los “grandes relatos”, que regimentaban su pensamiento, muchos escribas a sueldo y tribunos de la Suburra, no pudieron absorber el cambio de la historia y encontraron en el 12 de Octubre un inesperado ámbito para replantearse sus nostalgias e ideas envejecidas. En vez de reconciliarse con la historia, le piden cuentas. Así están.
El Inca Garcilaso de la Vega. Óleo de Francisco González |
Julio María Sanguinetti, fraterno ex presidente del Uruguay y escritor de fuste, lo dijo claramente:
“Se hace ideología con lo que son hechos, como si fueran contemporáneos, se les interpreta anacrónicamente y lo que es peor, nos abocamos a juzgar historia, situados para esa magistral función por encima de nuestros antepasados. Esta arrogancia elude así la impostergable tarea de cumplir nuestro propio destino, ser hombres de nuestro tiempo y no polizontes de la historia, flotando en un limbo en que renunciamos a edificar hoy, en nombre de nuestro rechazo a un lejano pasado que está irrenunciablemente en nosotros como experiencia ya vivida”.
Ahora, en tren de ser originales, han inventado un nuevo rótulo: “Pueblos originales”, con el cual intentan desplazar al término supuestamente peyorativo “aborigen” (desde el origen). ¿Originarios de donde? ¿De Siberia? ¿O acaso tiene vigencia la teoría autoctonista de Ameghino? Todos, en las Américas, llegamos de otra parte, desde los primeros hombres y mujeres que cruzaron el estrecho de Bering hace 30.000 años, hasta los contingentes de inmigrantes del pasado siglo.
De la misma forma que la historia no niega a Roma por el sistema esclavista, la crucifixión del nazareno y la persecución de sus seguidores, renegar del idioma, la fe y las instituciones hispánicas en pos de un imposible retorno a un inexistente paraíso perdido, significa fragmentar aún más la anhelada unidad latinoamericana y jugar a favor de los intereses que un progresismo de cotillón dice combatir. Así lo entendía el mestizo Rubén Darío y los intelectuales del Modernismo, así lo entendieron también los dos más grandes caudillos populares argentinos del siglo XX: Hipólito Yrigoyen y Juan D. Perón, siendo el primero quien el 4/10/1917 instituyó por decreto el 12 de octubre como el Día de la Raza y el segundo quien integró “el subsuelo de la Patria sublevado” a la historia contemporánea.
Nadie “festeja”, como aviesamente denuncian bachilleres consagrados en fiscales de la historia, pues ni todo de lo que se adquirió es digno de festejarse, ni todo lo que se perdió es digno de lamentarse. El 12 de Octubre se conmemora, como conmemoro la batalla de Obligado y la gesta de Malvinas y no soy de la clase de persona a la que le agradan las palizas. Se conmemora que Europa descubra a América y que América descubra a Europa y a sí misma, porque sus poblaciones no tenían conciencia de integrar un espacio común y mucho menos de ser un continente y una misma civilización. Decía Octavio Paz que las sociedades americanas sucumbieron ante los europeos no solo por su inferioridad técnica, resultado de su aislamiento, sino por su soledad histórica. No tuvieron nunca, hasta la llegada de los españoles, la experiencia del otro. Esta conciencia, que todos los pueblos del Viejo Mundo tuvieron, resultaba acá inédita. Tenían la experiencia de otros pueblos, con los que luchaban y aún de algunos que consideraban bárbaros, los nómades inferiores, pero no poseían la idea de otras civilizaciones. De aquí que los españoles parecían venidos de otro mundo, con todo lo que ello implica: temor para los dominadores y promesa de liberación para los que se sentían sojuzgados.
La utopía de 1492 inventó América, porque la sola existencia no hace la conciencia. Se conmemora la primera y profunda reflexión de la humanidad sobre sí misma y el despegue planetario que, como dice Pierre Chaunu, produjo que el mundo dejara de ser mediterráneo para ofrecer una dimensión universal a partir del Atlántico.
A este paso no sería extraño que se proponga suprimir el 9 de julio como el infausto día que perdimos la ciudadanía de la comunidad europea.
(*) Académico de Número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.
(A) La fusión de dos culturas,que simboliza, con el choque y muerte del caballero Águila y del conquistador español, el nacimiento de la nación mexicana. Acrílico sobre tela, 1963, del muralista Jorge González Camarena. Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, Ciudad de México.
(B) Fray Bartolomé de Las Casas (1484- 1566). Fraile dominico español, que fue cronista, teólogo, filósofo, jurista, y en 1543 fue designado obispo de Chiapas. Le fue otorgado el título de "procurador y protector universal de todos los indios", una especie de Ombudsman de aquellos tiempos.
Abogó por los derechos de los pueblos
indígenas americanos, frente a los abusos cometidos por la codicia de los
encomenderos.
En 1552 escribió Brevísima relación de la
destrucción de las Indias para
denunciar los efectos que tuvo para los pueblos indígenas de América la colonización española. La obra fue dedicada al príncipe Felipe, futuro
Felipe II, y aboga por el trato humanitario a los indígenas denunciando los
abusos cometidos contra ellos.
(C) Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573). Integró la orden de los dominicos. Célebre literato español, fue notable escritor, autor de diversos libros sobre temas filosóficos, teológicos, de derecho e históricos. Tradujo obras de Aristóteles, entre ellos la Política. Fue capellán del emperador Carlos V. En su crónica De rebus gestis Caroli Quinti compuesta por treinta volúmenes, describió la vida del emperador y los hechos destacados de su reinado.
Escribió una obra sobre la conquista del Nuevo Mundo De rebus hispanorum gestis ad Novum Orbem Mexicumque y fue destacado defensor de la legitimidad de la conquista de las tierras americanas y ello lo llevó a enfrentarse con Bartolomé de Las Casas. Sus ideas sobre esa cuestión quedaron registradas en su obra Democrates, secundus sive de justis belli causis.
Cara y ceca - Jorge Oscar Sulé
Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VII N° 25 - Diciembre 2012 - Pags. 4 y 5
Cara y ceca
LOS NUEVOS MITROMARXISTAS
Por
el Prof. Jorge Oscar Sulé *
En el subtítulo “Tiempos de cambio” afirma que “con la instalación de los saladeros la necesidad de sal y tierras para las pasturas fueron apartando a la burguesía del recuerdo de los ideales de hermandad expresados por los hombres de Mayo”, desconociendo, o aparentando desconocer que antes de la Revolución de Mayo ya se habían instalados saladeros. Entre 1792 y 1796 se exportaron desde Buenos Aires, según Azara, más de cuarenta mil quintales de tasajo. Este florecimiento económico, justamente, fue uno de los factores que incrementó los ideales independentistas y contribuyó a solventar las guerras de la independencia.
Sería aconsejable que Pigna investigue las publicaciones de “El Telégrafo Mercantil” del 3 de septiembre de 1802 que dan cuenta del negocio del tasajo que ya venía desarrollándose desde finales del siglo XVIII (1). No hay cambio, sino desarrollo de una actividad que procuró mucha mano de obra a los sectores más desprotegidos de la población, además de estimular y originar otras actividades como la carpintería, talleres de cerrajería y tafiletes necesarios para construcción de barriles, etc.
Por otra parte el concepto de “burguesía”, taxonomía liberal o marxista a la que Pigna recurre, es inválida para designar al segmento dirigencial que se pronunció contra la autoridad española en mayo de 1810. Pero entrando en su territorio liberal-marxista, la burguesía sería el sector que vive en la ciudad (el burgo). Se dedica a comprar y vender sin incorporar valor agregado al circuito económico. El pulpero, el tendero, el de la casa de Ramos Generales, los que se desempeñan en la profesiones liberales, etc., pueden incluirse dentro de esa simplificación sociológica. Rosas por el contrario, vive en la frontera muchos años, es fronterizo y no burgués. Hay que saber el tiempo del destete de un ternero, de “marcar”, saber el porcentaje de caballos enteros que debe haber en una manada y por lo tanto saber capar los restantes, convertir un novillo en buey etc. Cosa bien diferente es saber criar hacienda, “hacerla” adaptando a ella la vida, que limitarse a vender en las tiendas los géneros importados comprados en Europa.
Pero además, al transformar la materia prima, la carne, en tasajo, incorporando valor agregado a dicha materia prima y exportándola con flete propio, estamos en presencia de un emprendimiento industrial. Rosas, por lo tanto, como hacendado, es productor y como saladerista es un empresario, expresión temprana del capitalismo naciente del siglo XIX.
Tolderías pampas |
Cuando Pigna se refiere a Martín Rodríguez como gobernador estanciero, ignora que los ingresos económicos de este gobernador proceden en su mayoría del almacén de Ramos Generales y pulpería de la que es dueño y no de su estancia.
Con el subtítulo “Rosas y sus aliados”, Pigna recuerda que el saldo de esa campaña al desierto fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y 1.000 cautivos liberados. Omite puntualizar las bajas sufridas en el ejército expedicionario: salieron de Buenos Aires más de 2.000 efectivos y sólo regresaron 1.000. Al parecer los muertos indios son más importantes que los muertos cristianos. Además omite otros saldos: los geopolíticos, económicos, sociales, políticos, etc.
Estos escamoteos abundan en los trabajos de Pigna, distorsionando la realidad histórica. Afirma que Rosas “pactó” con los pampas y se enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Calfucurá.
Acá no solamente hay escamoteos, sino exactitudes de bulto. Rosas no “pactó” sino que informó con antelación a los distintos grupos indígenas de la realización de una expedición, invitándolos a que se sumaran a la columna y no solamente a los pampas sino a los vorogas de Guaminí y Carhué. Ya estando en Médano Redondo los tehuelches con sus caciques Niquiñile y Quellecó, aceptaron las sugerencias de Rosas; el reconocimiento a las autoridades nacionales, recomendándoles que se constituyesen en defensores del fortín Carmen de Patagones (2) autorizando su ubicación en las zonas aledañas al fortín exhortando al intercambio comercial con esta guarnición. Casi todas las comunidades aceptaron las indicaciones de Rosas, menos los ranqueles que se negaban a entregar los soldados de los ejércitos unitarios, que derrotados por Quiroga se fueron a proteger en los aduares ranquelinos de Yanquetruz. Hacia estos, Rosas mandó una columna pero no enfrentó a “la confederación liderada por Calfucurá” porque sencillamente en esa época no existía. Pigna confunde los tiempos. La confederación de Calfucurá aparece tiempo después de la campaña al desierto.
La expedición no se proponía el exterminio indígena como Pigna lo afirma, ni sería una correría de carácter filibustero. Otra cosa era Chocorí, asentado transitoriamente en Choele Choel. Allí recibía la hacienda sustraída por ranqueles y vorogas rebeldes de las estancias del sur de Córdoba, San Luis y Buenos Aires llevando las haciendas a los intermediarios y hacendados chilenos.
Chocorí no comandaba un pueblo, no era un “Gulmen” sino que conducía a grupos de indios, soldados y suboficiales alzados. En Choele-Choel trataba con Rondeau, Cañiuquir y Yanquetruz la compra de vacas arreadas del sur de las provincias citadas para negociarlas en Chile. Por eso era considerado un simple bandolero que se servía de renegados, mantenía cautivas blancas que pagaba con alcohol a sus opresores ranquelinos y vorogas rebeldes, para servicio y serrallo de los suyos. Hacia ese punto, dirigió Rosas sus mejores efectivos hasta desarticular ese centro de intermediación comercial.
Desbaratadas esas bandas y fracasadas las columnas del Centro y de la Derecha para seguir al Neuquén, Rosas dio por finalizada la expedición. Chocorí no murió en la refriega de Choele Choel y hacia 1840 pidió las paces y someterse al gobierno de Rosas, quién las aceptará sin rendición de cuentas pasadas, siendo racionados él y sus hijos Cheuqueta, Antiglif y Sayhueque en Bahía Blanca y Tandil.
El juzgar que unitarios y federales coincidían en exterminar al habitante “originario” y quedarse con sus tierras, es una falsa e ideologizada simplificación judicial de un juez que sentado en un estrado impoluto y atemporal arroja condenas salomónicas en abstracto. Preguntado un indio si era el dueño de esa tierra que pisaba contestó que no, que él era el hijo de la tierra y no su dueño. El indio fue nómade por necesidad. En el toldo cuadrado o triangular vivían 20 o 25 personas: tres o cuatro parejas con sus hijos y agregados. Alrededor del toldo, el espacio donde la hacienda pastaba. A cincuenta metros o más distanciado se levantaba otro toldo con su hacienda, cuando el talaje de la hacienda agotaba las pasturas aledañas del toldo buscaban otro paraje con pasturas vírgenes.
Pero antes de recordar las relaciones de Rosas con los indios aclaremos lo que Pigna llama “habitante originario”. No existe habitante originario en América. El indio procede de Asia en sus desplazamientos a través del Estrecho de Bering o del corredor de Beringia después de la última glaciación o por arribadas desde el Océano Pacífico, procedente del sudeste asiático. El “habitante originario” lo encontramos en las zonas de Kenia y Etiopía con el homo habilis datado en 1 millón 800 mil años, el homo erectus datado en 1 millón 540 mil años datado por el potaso argón, el homo 1470 también descubierto por la familia Leakey con más antigüedad que los anteriores. El homo Sapiens Sapiens entre los 200.000 y 140.000 otro homo llamado Neandertal entre 100.000 y 30.000 años.
Hacia el 80.000 (circa) comienzan las emigraciones a otros continentes. Los registros fósiles en América del Norte no superan los 24.000 años de antigüedad. En Argentina las dataciones con el carbono 14 no superan hasta ahora los 11.000 años. Los indios son los más antiguos inmigrantes, pero no originarios.
En las tolderías. Obra de Francisco Madero Marenco |
En cuanto al trato y las relaciones que tuvo Rosas con los indios le recordaré algunas:
1.- Rosas no supo de actitudes discriminatorias o de rechazo hacia los indios por su condición de tales.
2.- Desaconsejó la guerra como método de sometimiento al indio y rechazó su exterminio como sistema (3).
3.- La conducta y luego la política tuvo como método la negociación y la integración como objetivo, ya sea reconociéndoles asentamientos y espacios propios con frecuencia cercanos a los fortines, incorporándolos como mano de obra para las tareas agropecuarias, como soldados de milicias rurales o exhortando a las prácticas de la actividad comercial (4).
4.- El racionamiento de alimentos y suministro de haciendas para la formación de sus propias majadas (El llamado "Negocio Pacífico") fue una práctica sistemática y puntualmente efectivizada. (5).
5.- El estimularlos o iniciarlos en las prácticas de la agricultura suministrándoles arados, bueyes, semillas y otros implementos, colocándolos en un escalón superior al que tenían en el nivel civilizatorio, constituye la demostración más fehaciente que Rosas apostó a la integración del indio en el mundo cristiano. (6).
6.- Introdujo por primera vez la vacuna antivariólica en las distintas comunidades indígenas que lo frecuentaban, gesto que le valió a Rosas ser considerado un benefactor de la humanidad y ser incorporado como Miembro Honorario al Instituto Jenneriano en Londres. (7) (8).
7.- Prohibió el arresto de indios por deudas de dinero (9).
8.- Los hizo votar a los que estaban bajo bandera “de sargento para arriba” (10).
La integración estaba en marcha. Caseros la interrumpió. No hubo más “Negocio Pacífico” como política sistemática, no hubo más arados, no hubo más vacuna antivariólica.
Llegó el progreso, el Remington, una constitución, el ferrocarril, la alfabetización, el habeas corpus, que escribieron su propia historia.
Pigna debería recorrer los archivos oficiales o privados para documentarse. “Sin oro no se hace oro, sin documento no se hace historia”. Repite la tradición liberal que por razones políticas aborreció a Rosas y repite la tradición marxista que analiza a Rosas a través del corset ideológico que acollara el pensamiento a través de sus mecanismos deterministas. El discurso que ofrece es el mismo postre liberal pero recubierto con la crema de la fraseología marxista que legitima o moderniza todo. A este engendro, Arturo Jauretche lo llamó “mitromarxismo”.
Sr. Pigna: recorra los archivos para documentarse, no “recorte”, no “cartonee” la historia. ¡Investigue Sr. Pigna!
Referencias:
(1) TELÉGRAFO MERCANTIL del 3 de setiembre de 1802.
(2) GARRETÓN, Juan Antonio. "Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833". Edit. Eudeba 1975.
(3) IRAZUSTA, Julio. "Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia". Edit. Colombia. 1975.
(4) Archivo General de la Nación (AGN) S. X. 27.5.7.
(5) AGN, S.X.23.9.5
(6) AGN, S.VII.10.4.14
(7) SALDÍAS, Adolfo. "Historia de la Confederación Argentina". T.1 Edit. Granda. 1967.
(8) AGN, S.X 27.5.6
(9) AGN, S.X 25.6.1
(10) AGN, S.X 25.6.1
(*) Jorge Oscar Sulé es profesor de historia y reconocido historiador. Académico de Número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Autor de numerosas obras, entre ellas "Rosas y sus relaciones con los indios", "La coherencia política de San Martin".