miércoles, 3 de febrero de 2021

Caseros - Jorge Perrone

 LA HISTORIA DIRÁ - Febrero 1852 

                                                                                        Por Jorge Francisco Perrone


Jorge Perrone
El 27 de junio de 1806, un casi cosmopolita ejército a órdenes de William Carr Beresford, desfiló en la Plaza Mayor. Lo componían ingleses, italianos, chinos, alemanes y escoceses. Venían como invasores, para incorporarnos al dominio británico. Gente criolla y “decente” los vio llegar triunfadores por la calle de la Residencia. Las más lindas tropas que se podían ver, el uniforme más poético, botines de cinta punzó cruzadas, una parte de las piernas desnudas, una pollerita corta, unas gorras de una tercia de alto, toda formada de plumas negras y una cinta escocesa que formaba el cintillo; un chal como banda sobre una casaquilla corta punzó. 

Todo un primor. Después el pueblo de Buenos Aires los echó con gaitas, polleritas cortas y sin bandera.

Ahora otro ejército extranjero, tan lujurioso de colores y estandartes como aquél, ha vuelto a desfilar hacia la Plaza de la Victoria. Y también hubo flores “decentes” de bienvenida. Esta vez los brasileros se irán solos, conseguido su objetivo de voltear un gobierno argentino dispuesto a frenar hegemonías e influencias imperiales. Si buscan algo más, ya se lo darán los emigrados. Pero los nacionales que se han servido de esta trenza extranjera para liquidarlo a Rosas, se quedarán; sobre la fuerza, el fraude, la guerra civil, el sometimiento colonial o lo que sea, tratarán de permanecer para manejar una república que los abomina. Así lo han hecho permanentemente. El mismo Urquiza, en Proclama al Pueblo de Buenos Aires, fecha 21, los denuncia como si é! mismo no tuviera responsabilidad alguna: “Hoy asoman la cabeza los díscolos que se pusieron en choque con la opinión pública y sucumbieron sin honor en la demanda. Se empeñan en hacerse acreedores al renombre odioso de salvajes unitarios, y con inaudita impavidez reclaman una patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya libertad sacrificaron con su ambición”.

En el reparto hay para todos. Aquí están de vuelta los rivadavianos con más de 30 años de resentimientos encima -Valentín Alsina, Salvador María del Carril, para decir algunos nombres- enancados en la ignominia de Caseros, dispuestos a embretar con decretos y fusiles la voluntad de un pueblo que los rechazó desde siempre. Liberales, unitarios, plumíferos, ideólogos y dados vuelta –lo vimos al Gral. Guido acompañando la entrada triunfal de Urquiza; lo tenemos al Dr. Vicente López y Planes, funcionario y adulador de Rosas, ahora gobernador revolucionario- nos levantarán el fantasma de una Argentina que no existe, aplastando voluntades mayoritarias, usos criollos, justicia para los humildes y soberanía nacional. Esta suerte adversa de las armas nos costará años de peleas entre hermanos. No podrán meter el destino del país en sus teorías, pero enderezar nuestra historia llevará sangre y dolor de muchos argentinos. Toda la experiencia del pasado, desde los suburbios de la Revolución de Mayo hasta hoy, nos hacen fácil el vaticinio.

Desde ahora en más se producirá una quebradura en la continuidad del tiempo que nos toca vivir, porque no pueden ser buenos propósitos los que necesitan de armas y patacones extranjeros para cambiar el rumbo político del país. No pueden ser buenos jueces ni gobernantes quienes desde años se vienen aliando con cuanto gringo conspiró contra nuestros intereses. Constituciones, libertad, tiranía, derechos conculcados, barbarie, civilización, progreso, máscara y coturno de una comedia trágica, para embolsar los anhelos populares. No es con este palabrerío leguleyo que nos está rondando, que podrán tapar los cadáveres colgados en los sauces de Palermo, los fusilamientos sin proceso, las revanchas a mansalva. Este odio violento y sin derecho alguno contra el don de gentes, volteando a quemarropa en pocos días sobre Buenos Aires, es tristísimo argumento contra quienes dicen venir a liberarnos de la dictadura rosista. Dictadura significa apoyo popular, de todos modos. Ya lo dijimos.

En una tarea de 20 años se hizo un país: la Confederación Argentina. Con guerra civil, luchas internacionales, angustias económicas, pasiones de toda clase, logramos unidad territorial y política, tuvimos trabajo para todos, pagando los salarios más altos del mundo, se defendió victoriosamente la soberanía nacional frente a las dos mayores potencias de la tierra, se protegió la riqueza argentina, se tendieron las primeras alambradas en nuestros campos, se hicieron las primeras mestizaciones de ganado, se trajeron máquinas de vapor, se enseñó a respetar el pensar en argentino y en orden, cuando se coqueteaba con monarcas extranjeros o reventábamos de anarquía como en el año 20. Tuvimos, en suma, una población feliz.

Si fue posible hacer más, sólo Dios lo sabe.

Que las generaciones futuras hagan el balance de lo que vendrá en adelante.