jueves, 22 de octubre de 2020

Rosas en los altares (2) - Ernesto J. Fitte

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. En "Revolviendo la biblioteca (3)", publicamos un artículo de autoría de Alberto Ezcurra Medrano, publicado en la "Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas" N° 4 de octubre de 1939, titulado "Rosas en los altares".

Años después, fué publicado en el diario "La Prensa" del 19 de noviembre de 1959, el artículo de autoria del historiador Enrique J. Fitte, "Acotaciones sobre la efigie de Rosas en las funciones religiosas", que también se refiere al mismo tema, que publicamos a continuación, que a su vez mereció una contestación por parte de Alberto Ezcurra Medrano, que apareció en la edición del mes de diciembre de 1959 de la revista "Revisión" N° 4, que publicaremos en "Revolviendo la biblioteca (5)".


La semana Santa - Catedral de Buenos Aires.
Acuarela de Juan León 
PALLIÈRE

 

ACOTACIONES SOBRE LA EFIGIE DE ROSAS EN LAS FUNCIONES RELIGIOSAS

                                                                                                  Por Ernesto J. Fitte


Años atrás, el revisionismo histórico creyó dejar destruido la acusación formulada contra uno de los tantos procedimientos repudiables de Juan Manuel de Rosas. Es público que a raíz de la conjuración del coronel Ramón Maza –acallada con el asesinato del padre y el fusilamiento del hijo– recrudeció la exaltación federal a impulsos del miedo, buscando las formas más serviles de rendir pleitesía al tirano. Tras el estupor inicial al saberse ambas noticias, se sucedieron las manifestaciones de adhesión en una escala nunca vista.; todos –desde los más conspicuos hasta los más modestos– rivalizaron en postrarse a los pies del omnipotente gobernador, con mengua de pudor y vergüenza y los homenajes no se detuvieron en las puertas de los templos.

Fue así que la Iglesia se vio obligada a tolerar la entronización de la imagen del dictador, colocando su retrato en los lugares destinados al culto, y lo ofreciera a la forzosa veneración de los fieles.

En esta forma, la mentalidad popular se vio inducida a identificar en sacrílega conjunción al Dios Creador que había salvado a designio la importante vida de Rosas en el complot descubierto, con la persona misma del restaurador, que en la tierra aparecía como ungido para distribuir los dones celestiales. La imagen ofrecida a la expectación recogía así el temor reverencial de los feligreses confundidos.

Y sucedió, en efecto, que esa continua exhibición en los sagrados recintos produjo el impacto deseado en la imaginación del pueblo, penetrando sutil y profundamente en las conciencias como fruto de una hábil propaganda.

El hecho en su contenido histórico no ha podido ser negado por los impugnadores. Las crónicas de diarios, declaraciones de testigos, relatos y tradiciones constituyen elementos irrefutables. (1)

Pero los autores rosistas, ante la verdad innegable, han intentado quitarle importancia, y reduciéndolo a límites que no hieran el sentimiento religioso, lo circunscriben solo al tiempo de aquél trágico acontecimiento.

Aceptando la evidente exactitud del caso, manifiestan que el retrato nunca fue colocado sobre los altares sino cerca o al costado de ellos, y generalmente en el propio asiento o sillón reservado para el gobernador, cuando a éste le resultaba imposible hacer acto de presencia en las celebraciones. 

Esta excusa podría tomarse como valedera, considerando aisladamente alguna ceremonia a la que no hubiera podido concurrir Rosas por inconvenientes de último momento; por el contrario, es inadmisible si quiere hacérsela extensiva en las demás funciones religiosas en el ámbito de la provincia, a cuyos oficios no había sido invitado, ni se contaba con su eventual asistencia.

Los apologistas de don Juan Manuel caen en errores, que pondremos de relieve mediante la cita de dos situaciones muy significativas.

Ante todo, la idea de conducir el retrato a las iglesias y colocarlo en el presbiterio –no hacemos cuestión del lugar– no nació en 1839 como consecuencia de los festejos organizados para celebrar la milagrosa salvación del gobernador. Ya un año antes, había querido hacerse lo mismo en una lejana población del sur, por imposición oficial.

El 10 de octubre de 1838 el comandante militar de Patagones, coronel Juan José Hernández, elevaba en siete largas carillas una quejosa comunicación al general Manuel Corvalán pidiendo informas a su excelencia el Restaurador, de un hecho inaudito y atentatorio a la sagrada causa federal. (2)

Para conmemorar dignamente los triunfos contra el mariscal Santa Cruz y el acierto de las medidas que pusieron a salvo la dignidad vulnerada por los franceses –al decir de la nota– resolvió en compañía del juez de paz, don Nicolás García, hacer oficia una misa cantada con Te Deum. Anoticiado el cura párroco don Pedro Luque de los propósitos perseguidos, manifestó su pronta conformidad, más al serle requerido permiso para colocar un retrato de Rosas en el interior del templo, declaró rotundamente que “por ningún motivo lo admitía de la puerta para adentro, pues no era ningún santo”.

Otro agravio fue inferido al pronunciarse el sermón, dado que la alocución, en vez de ensalzar las virtudes del régimen y la figura de su ilustre jefe, como era de rigor, estuvo dedicada a encomiar la generosidad del vecino don Bernardo Bartuillo, quien con sus donaciones había hecho posible la construcción de la iglesia.

Este asunto mereció, según es fácil suponer, la atención de Rosas. El 25 de noviembre de 1838 su edecán el general Corvalán, contestaba en los siguientes términos. (3)

El infrascripto ha recibido órdenes del Exmo. Sr. Gobr. De la provincia, Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes Don Juan Manuel de Rosas, para acusar a V. el recibo de su nota fecha 10 de octubre último cuya suma es poner en el superior conocimiento de S.E. qe. El cura vicario del establecimiento ha reusado permitir fuese colocado en la Iglesia el retrato del Exmo. Sr. Gobernador durante la función que hiva a realizarse en ella pór los motivos que se expresan con todo lo demás que contiene su expresada nota, …. Se le comunica que al dicho cura se le ordene entregar la iglesia al juez de Paz bajo inventario y que hecho se presente preso a V.S. quien cuidará que así se conserve preso incomunicado hasta nueva resolución.

Y esto, a buen seguro, lo había dispuesto Rosas sin sonrojos de modestia; los remisos en adherirse a los “espontáneos” homenajes a su persona iban a conocer en adelante la mano dura y despiadada del ególatra.

Dilucidado el punto precedente, es oportuno ahora aclarar lo que acaecía en las funciones religiosas, cuando concurrían simultáneamente Rosas y el consabido retrato. Para ello traeremos a colación e testimonio de un testigo ignorado, que nos suministra la descripción de una curiosa escena por él presenciada. Como se verá –contra lo que muchos suponían- , varios años después, todavía perduraba el ritual iniciado en 1838, y esta vez sin que pueda alegarse la ausencia del personaje central a quien estaba destinado el incienso.

Es un observador extranjero; al igual que otros, tuvo la virtud de compilar sus recuerdos y el trabajo de su pluma nos permite hoy en día agregar pormenores interesantes, que al incorporarse a la historia, agrandan el panorama costumbrista de la época.

Nos referimos en la ocasión al marino de la armada norteamericana David Glasgow Farragut. Nacido en 1801, a los nueve años de edad recibió la promoción de guardiamarina, iniciando su aprendizaje embarcado en la fragata “Essex”. A partir de entonces, David Glasgow Farragut. Recorrió todos los grados del escalafón, y sus distinguidos servicios culminaron en 1866, al concedérsele los despachos de almirante, discernidos como premio por su destacada acción en la Guerra de Secesión. Fue el primer oficial superior que logró alcanzar esa máxima jerarquía en los Estados Unidos. Durante su larga y brillante carrera, en varios periódos estuvo destinado a las fuerzas navales de estación en el Río de la Plata.

A mediados de 1829 llegó a Buenos Aires a bordo de la corbeta Vandalia. Los acontecimientos que se desarrollaban en la ciudad habían determinado el envío de esa nave con la misión de permanecer a la expectativa de los sucesos.

Coincide su estadía con el sitio de la capital por “quinientos gauchos”, que obedecían las órdenes del general Rosas, y menciona los preparativos de Lavalle para organizar la defensa, las zanjas en las calles, a fin de prevenir el asalto de la caballería, y los cañones, que con sus tiros barrían los sectores de acceso a la plaza. Elogia a Lavalle como soldado valiente y capaz, quien en sus frecuentes salidas obligaba a retroceder al enemigo.

De Rosas enaltece las cualidades de hombre a caballo, y reconoce sus proezas de jinete. Al destacar la insostenible situación de Lavalle frente a la campaña en armas, swe refiere a la sorpresiva aparición de éste en el campamento de Rosas, la que motivó la ulterior convención de Cañuelas, que restableció por un tiempo la paz entre los dos bandos en lucha. (5)

A propósito de aquella anécdota, expresa que por no encontrarse presente Rosas, aceptó Lavalle la invitación de pasar a su carpa, y vencido por la fatiga se echó a dormir en el suelo. (6) Al regresar Rosas y descubrir al inopinado visitante, Farragut le atribuye la siguiente exclamación:

No lo molesten. Quien puede dormir en la tienda de su enemigo a muerte, debe ser un valiente. Cualesquiera sea lo que el destino le depare, él tendrá un sueño tranquilo para enfrentarlo. (7)

Transcurre el tiempo y en 1833 Farragut reaparece con el Natchez en aguas del Plata. Por varios meses en viaje de rutina, ese buque surca las rutas de Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Pero de todas sus andanzas nos interesan a los fines de este trabajo las impresiones anotadas en 1842. Ascendido en esos momentos, Farragut ejercía el mando del Decatur, y su arribo a nuestro puerto se produjo al promediar julio, enarbolando el gallardete del comodoro Morris, jefe de la escuadra norteamericana en el Atlántico Sur.

Narra con certero enfoque las visitas de salutación a Rosas, y los paseos hacia la quinta de Palermo, donde es recibido con aprecio y cordialidad. Integrando un grupo juvenil de contertulios a las reuniones de manuelita, tiene sobradas oportunidades para apreciar innumerables detalles curiosos. Los comentarios del almirante Farragut adquieren aquí singular interés y nos enseñan novedosos aspectos del ambiente.

He aquí sus palabras:

Durante el mes de Septiembre me hice la norma de pasar dos o tres veladas por semana en casa del Gobernador. El 5 de octubre marchamos hacia el campamento para presenciar el desfile militar, llamado “la fiesta del mes de Rosas (8); en este período, que comprende desde el 5 al 11, se realiza un gran intercambio de cortesías, que termina el último día con una celebración general en honor de las victorias de Rosas. La costumbre fue establecida, según creo, por diplomática iniciativa de Madame Rosas. (9)

Nuestro grupo, para protegerse de la polvareda, buscó refugio en la casa del Gobernador, almorzando con Manuelita y sus damas amigas; luego de visitar al acantonamiento, regresó a la ciudad, pero no sin previamente prometer a Manuelita que estaríamos de regreso para el día 11.

En esa fecha a las 7 a.m., monté a caballo y me dirigí al campamento, a donde llegué a las dos horas.

Las señoras no estaban levantadas todavía, y por lo tanto me senté bajo un árbol para mirar lo que acontecía con la ceremonia religiosa. Cerca de la casa del gobernador, se había erigido un amplio dosel, extendido sobre postes de 18 pies de altura, y que abarcaba una superficie de 30 pies de diámetro. En el centro aparecía un altar para el servicio divino; a la izquierda otro más pequeño y justo frente a éste, un púlpito adosado a la lona de la carpa. Hermosas alfombras estaban tendidas delante de cada uno.

Cuando todo estuvo listo, siendo entonces las 10 horas (10), se avisó al jefe; las bandas de música comenzaron a tocar, y pudieron verse soldados convergiendo hacia el pabellón desde todas direcciones. A su cabeza marchaban el Comandante en jefe, el general y el Coronel de mayor antigüedad, a quien fui presentado. Las tropas se alineaban frente a la tienda, en número de tres mil. Cuando los oficiales más antiguos ser acercaron trayendo el retrato del Gobernador, todas las cabezas se descubrieron y la banda ejecutó el himno nacional. Las señoras de la familia vinieron a continuación, y se arrodillaron ante el altar.

El cuadro fue colocado en el pequeño altar, y dos oficiales con la espada desenvainada, montaron guardia. Mientras duraron los servicios, que resultaron largos y tediosos, eran relevados cada quince minutos.

Un anciano sacerdote –español, sea dicho–, pronunció un discurso que no contuvo más que elogios a Rosas y exaltaciones a la tropa.

Dijo en síntesis que el Gobernador era el autor de todo lo bueno de que ellos gozaban, y de quien solo podían esperar los soldados todas las ventajas a recibir.

Añadió que Dios les sonreiría desde arriba y los alentaría en la grande y buena tarea de destruir los salvajes Unitarios.

Resonaron vivas provenientes del ejército entero, así como de la amplia concurrencia, que como yo, habían sido atraídos por curiosidad.

Al finalizar la arenga se dispararon cohetes y las bandas volvieron a hacerse oir; entre el alboroto, el retrato fue cargado hasta el aposento del hijo de Rosas por dos oficiales de graduación.

Conforme el relato, en la propia residencia de campo del dictador, junto a la entrada de su alojamiento y con la concurrencia de familiares y amigos, se encuentran al mismo tiempo en la conmemoración religiosa la persona del general y su efigie. Esto es incurrir en pecado de idolatría y en delito de profanación.

No obstante lo expuesto, el clima descripto en las memorias del almirante Ferragut no resultaría completo si omitiéramos breves párrafos en los que alude a otras diversiones previstas a continuación del acto anterior.

Nos dice que a la tarde hubo carreras de sortijas, donde se lució un sobrino de gobernador (11), y que luego se entretuvieron contemplando los infructuosos intentos de hacer remontar un globo. Por la noche, en un viejo edificio algo distante se efectuó un baile de carácter popular, al que asistieron complacidos los visitantes. Dejemos retomar al almirante retomar el hilo de la exposición y descubriremos su particular estado de ánimo ante la escena que se ofreció a su vista:

Fuimos invitados a penetrar al salón, el cual era aseado y suficientemente espacioso para los participantes, pero que a excepción de un detalle de ornamentación, hubiese merecido elogios para el organizador. Se trataba de un cuadro que hubiera desagradado mismo a una sociedad de salvajes. Representaba a un soldado Federal, en tamaño natural, con un unitario tendido en el suelo, el federal apoyaba sus rodillas sobre los hombros de la víctima, con su mano izquierda echándole para atrás la cabeza y cortándole el cuello de oreja a oreja, mientras el verdugo alborozado sostenía un ensangrentado cuchillo en lo alto, pareciendo reclamar el aplauso de los espectadores.

Estoy seguro de no equivocarme al afirmar que cada uno de nosotros sintió un involuntario escalofrío recorrer su cuerpo, cuando los ojos se posaron sobre el cuadro; a pesar de recobrar el espíritu poco después, en el resto de la noche cualquiera expresión de alegría fue forzada y desprovista de naturalidad.

Al regresar a su patria, Farragut, confiesa con satisfacción que había logrado transformarse en un consumado jinete. Si al irse se llevó este regalo criollo, hoy nos lo retribuye con el provecho que nos brindan sus inolvidables recuerdos.

Y ellos disipan, junto a la experiencia del cura de Patagones, las dudas sobre el mezquino incidente de la efigie de Rosas y la utilización de la Iglesia para afianzarse en el poder.

No por esto se agrava el juicio condenatorio a Rosas no lo juzga la posteridad por lo que hizo o por los atropellos contra la libertad que pudo cometer. Su crimen político imperdonable fue justamente lo que dejó de hacer estando a su alcance: la Organización Nacional.

Veinte años de estancamiento estéril sacrificados a su ambición, no recibirán nunca la clemencia de sus conciudadanos.

  1. La “Gaceta Mercantil” de 1839 transcribe sabrosas informaciones al respecto.
  2. Archivo General de la Nación. (Documentos del Museo Histórico Nacional), Legajo 19, N° 4.367, Cat. N° 2.184.
  3. Archivo General de la Nación. (Documentos del Museo Histórico Nacional), L. 19, N° 4.368, Cat. N° 2.189.
  4. “The Life of David Glasgow Farragut, First Admiral of the United States Navy, embodying his Journal and Letters”, by his son Loyall Farragut, New York, 1879.
  5. Este acuerdo fue firmado “…en Cañuelas, estancia de Miller, a veinte y cuatro de junio del año de Nuestro Señor, de mil ochocientos veinte y nueve”.
  6. Manuel Bilbao en “Historia de Rosas”, Buenos Aires, 1869, señala el mismo episodio. Manifiesta que el 16 de junio de 1829, Lavalle dejó el ejército a cargo del coronel Olavarría y con dos asistentes y un ayudante abandonó su campamento en los Tapiales, dirigiéndose al acantonamiento de los Pinos, situado a seis leguas de marcha. Llagado a la casa habitada por Rosas y no encontrándose éste, pidió mate y se acostó vestido en la cama de aquél. A su vuelta, Rosas dejó que durmiera hasta el amanecer del día siguiente, y al despertarlo le dijo: “Duerme usted muy tranquilo”. A lo que respondió Lavalle: “Sí general, sé que estoy en la tienda de un caballero, por eso he dormido así”.
  7. El diálogo y otros pasajes difieren de la versión de Manuel Bilbao. Pese a ello queda confirmado que realmente existió el gesto temerario de Lavalle.
  8. El origen de estos festejos se encuentra en el decreto del 18 de diciembre de 1840 en la legislatura, confiriéndole el título de Héroe del desierto y defensor Heroico de la Independencia Americana. Establecía también que en lo sucesivo el mes de octubre se renominaría mes de Rosas. El dictador declinó las distinciones acordadas, por oficio del 28 de febrero de 1841. El 6 de abril la Junta de Representantes insiste en su actitud; el 16 del mes siguiente, Rosas vuelve a renunciar a los honores, y el 8 de julio, con una última nota de la Junta manteniendo su decisión, termina este juego de ofrecimientos y rechazos. (VER MAS ABAJO)
  9. Probablemente alude a doña Mercedes Rosas de Rivera, de quien se ocupa antes.
  10. La hora indicada coincide con la aclaración contenida en la placa del óleo pintado por Martín L. Boneo, donde manifiesta que en la misa parroquial de las 10, el retratro debía estar colocado “en el sitio más visible, bajo apercibimiento”. (Reproducido en “J.M. de Rosas – Su iconografía”, por J.A. Pradere, 1914).
  11. Hijo de Gervasio Rosas.

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ACLARACIÓN 


                                                                                   Por Norberto Jorge Chiviló

Debido a los honores y agasajos públicos y privados que se producían y multiplicaban hacia su persona, Rosas dictó a principios de 1843 varios decretos tendientes a poner fin a estas manifestaciones. 

Así por decreto del 29 de marzo "de conformidad a los principios del sistema republicano que son los suyos propios" prohibió que al mes de octubre se lo llamara Mes de Rosas. Ese decreto se publico en "Archivo Americano y espíritu de la prensa del mundo", N° 4 del 8 de julio de 1843.

"Archivo Americano" N° 4 del 8 de julio de 1843


Por otro de la misma fecha prohibió también que en las "notas, solicitudes, documentos y demás actos oficiales al Ciudadano Brigadier D. Juan Manuel de Rosas, los títulos de Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, Héroe del Desierto, Defensor Heroico de la Independencia Americana, ni otro tratamiento alguno que no sea el que corresponde a su actual calidad de Gobernador y Capitán General de la Provincia, o a su rango de Brigadier en el Ejército". Disponía asimismo que no se admitiría en las Oficinas públicas la documentación que no se adecuare a lo decretado. Consideraba el Gobierno al establecer dicha prohibición "que el sistema representativo republicano de la Provincia, en la gloria y honor de las virtudes eminentes, presenta la sencilla pero sublime recompensa de los servicios, y esclarecido patriota de los hijos ilustres de la República. Que este es el galardón más apetecido de todo verdadero republicano. Y que el Gobernador de la provincia, sosteniendo estos principios en toda su vida pública cree de su deber vigorizarlos..." 

Días más tarde, el 11 de abril prohíbe "abrir suscripciones ni públicas ni privadas, para celebrar el cumpleaños del Gobernador de la Provincia, ni del aniversario de su elevación al mando supremo, ni celebrar con demostraciones públicas dichos aniversarios". 

Por decreto del 23 de junio establece que "en el saludo de las notas y demás documentos oficiales, se escribirá el tratamiento correspondiente a quienes sean dirigidos ... de V.E., V.S., S.S. o V. ...según corresponda y no el nombre del empleo". 

Ese mismo día, por otro decreto, "prohíbe en el saludo de las notas oficiales que se dirijan al Gobernador de la Provincia y a cualquiera otra autoridad o persona, usar de las palabras Dios guarde la importante vida de V.E. muchos años; debiéndose escribir solamente - Dios guarde a V.E. muchos años - Dios guarde a V.S. muchos años o Dios guarde a V. muchos años...". Así Rosas no permitió llamar "importante" a su vida, no obstante que los argentinos de aquella época así lo consideraban.

Todos estos decretos fueron publicados en el mencionado número del "Archivo..."