|
Batalla de Vences, 27 de noviembre de 1847 – Juan Manuel Blanes - Palacio San José |
Antecedentes inmediatos de la muerte de Urquiza
Desde 1868, presidía nuestro país don Domingo Faustino Sarmiento, quien desde los días posteriores a Caseros, era enemigo acérrimo de Urquiza, pero que al ser elegido presidente de la Nación, y ante la oposición que le hacía el partido mitrista, buscó y recibió el apoyo del gobernador entrerriano.
En 1869 el presidente fue invitado a visitar la provincia de Entre Ríos, lo que realizó para conmemorar el 18° aniversario de la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1870 -esto es dos meses antes de la muerte de Urquiza-. Arribó al puerto de Concepción del Uruguay a bordo del vapor Pavón el día 2 por la noche, desembarcando la mañana siguiente. En el lugar y para rendirle honores, se encontraban formados dos batallones de infantería y un regimiento de caballería, que lucían la misma vestimenta de rojo punzó, con la cual lucharon en aquella batalla.
Fue recibido con gran pompa por el gobernador con el cual se fundió en un abrazo y junto a su nutrida comitiva fue trasladado al Palacio San José, siendo agasajado de todas formas. Sarmiento recibió allí todo tipo de atenciones por parte de su anfitrión –que incluyeron recibimiento con alfombra roja, cena para doscientos comensales, baile, etc.- incluso pernoctó en una de las habitaciones que le fue preparada para tal fin, quedando deslumbrado por la belleza del lugar, tanto por la arquitectura del Palacio, como por los jardines que lo rodeaban.
La actitud de Sarmiento de viajar en el vapor que llevaba como nombre el de la batalla homónima, el abrazo con Urquiza y los agasajos que recibió, exasperó los ánimos de los federales de aquella provincia, ya que Sarmiento era la figura más destacada del unitarismo y declarado enemigo del partido federal. Todo esto junto a otros antecedentes que pasaré a relatar, fue la gota que rebalsó el vaso.
Debemos aclarar que todos aquellos que asaltaron el Palacio en esa noche del 11 de abril eran federales, no mucho tiempo antes también fervientes urquicistas, incluso muchos pertenecientes a su guardia y a su servicio personal.
Desde dos años atrás, venía gestándose una revolución para deponer a Urquiza, a cuyo frente se encontraba el general Ricardo López Jordán (h), quien era un militar y persona que había ido adquiriendo gran prestigio en aquella provincia y que había sido subalterno del gobernador.
El apoyo hacia Urquiza cuyo ascendiente entre los entrerrianos había llegado a ser muy grande, fue decreciendo a través del tiempo, erosionando su prestigio y sobre todo después de Pavón, por actitudes que tomó, que lo acercaron a los hombres liberales y unitarios de Buenos Aires y lo fueron alejando del pueblo federal, siendo considerado por estos últimos como un “tirano” y acusado de haberse “vendido a Buenos Aires”, siendo todos esos antecedentes los que llevaron a que se gestara ese movimiento revolucionario. Paralelamente a ello va incrementándose el apoyo de la gente hacia López Jordán, descendiente de Francisco “Pancho” Ramírez.
Los que se han ocupado del tema de la muerte de Urquiza, difieren acerca de cómo sucedió. Según algunos, la orden dada por López Jordán a quienes asaltaron el Palacio aquella noche, era la de apresar al gobernador sin daño a su persona, con la condición de que dejara el mando de la provincia, saliendo del país o retirándose totalmente a la vida privada y por lo tanto que su muerte no fue querida, sino que ello fue una consecuencia de su resistencia y del disparo que efectuó contra la partida que hirió a uno de sus integrantes. Otros, por el contrario, opinan que el fin del ataque al Palacio San José era sin más el de asesinar al mandatario provincial.
No voy a entrar a analizar ese tema, que excede lo tratado en el presente artículo.
La diplomacia y la política brasilera
Desde el establecimiento en América de portugueses y españoles, fueron continuos los conflictos entre ellos motivados por cuestiones geopolíticas. El expansionismo lusitano y su pretensión de dominación de la cuenca del Plata, las invasiones de los bandeirantes en las misiones jesuíticas y los avances en la Banda Oriental del río Uruguay por la posesión de la Colonia del Sacramento, son prueba de ello.
En el siglo XIX, el tradicional enemigo de los argentinos siguió siendo el Brasil.
Los Braganza, casa reinante en Portugal y aliados importantes de Inglaterra, primero desde la Metrópoli y luego desde suelo americano -una vez trasladados a estas tierras en 1808 en buques ingleses, por la huida de toda la Corte por la invasión napoleónica a la península ibérica-, tuvieron en su mira el expansionismo territorial de sus posesiones americanas y paralelamente el desmembramiento y la división del vecino Virreinato del Río de la Plata y posteriormente de los países que surgieron de ella. Eso continuó y se mantuvo inalterable aún después de declarada la independencia del Brasil y el establecimiento del Imperio en 1822.
La política diplomática brasilera, conocida como “diplomacia de Itamaraty”, se caracterizó siempre por ser muy hábil y profesional, manteniendo una línea coherente en sus medios y fines durante el transcurso de toda su historia, no obstante los cambios de regímenes y gobiernos, contrariamente a lo que sucedió con los países linderos de origen español, en los que sus políticas diplomáticas fueron cambiantes y muchas veces contradictorias y a veces estuvieron muy ligadas a los intereses del Brasil al cual beneficiaron, en contra de sus hermanas americanas.
Podemos decir, sin equivocarnos, que la diplomacia brasilera fue y es una de las mejores del mundo, con una visión geoestratégica envidiable, cuyo fin fue desde el inicio el expansionismo y el dominio de la cuenca del Plata, para lo cual empleó la política de los romanos del divide et impera (divide y vencerás).
Debemos destacar la habilidad de esa diplomacia en lograr que las guerras en las que intervino el Brasil, se desarrollaran principalmente fuera de sus fronteras (p.e. caso de la Primera Guerra contra las Provincias Unidas del Río de la Plata, que se desarrolló en la Banda Oriental; la Segunda Guerra esta vez contra la Confederación Argentina que tuvo lugar en tierras uruguayas y argentinas; la guerra contra el Uruguay de 1864-1865, que se llevó a cabo también en tierra uruguaya; y por último la llamada Guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay cuyo teatro de operaciones estuvo mayormente en tierra argentina y paraguaya y en menor medida también en tierra brasilera del Mato Grosso).
El divide et impera, no solo fue aplicado en las relaciones entre los países derivados de la división del antiguo Virreinato del Río de la Plata, sino también dentro de cada país, anarquizándolos, promoviendo levantamientos y guerras internas o civiles, apoyando a un partido en contra del otro, contando siempre con la ayuda de nativos, los que oficiaron de aliados o auxiliares (p.e. el caso del Gral. Urquiza su aliado en la Guerra contra la Confederación Argentina, o apoyando al general colorado Venancio Flores en el Uruguay para que se hiciera del ejecutivo del país hermano, o posteriormente en la guerra del Paraguay, neutralizando al Gral. Urquiza). Para ello se valieron del soborno o alentando intereses o apetencias personales de poder u otros métodos para neutralizar o desembarazarse de quienes pudieran llegar a ser enemigos.
Así lo vio claramente el representante británico Robert Gore cuando le informó al primer ministro Lord Palmerston el 2 de febrero de 1852 que “La política insidiosa del Brasil es muy clara: revolucionar estas comarcas y mantenerlas en un estado de guerra civil y anarquía…”
De todos esos conflictos armados, el Brasil siempre sacó ventajas territoriales (como la independencia de la Banda Oriental, la anexión de las Misiones orientales, la apertura de los ríos argentinos, las mutilaciones a los territorios uruguayo y paraguayo), o bien sacándose de encima a gobiernos (caso de la Confederación Argentina de Rosas) que representaban un peligro para su propia existencia o logrando la destrucción de otros países (caso del Paraguay) que podrían en el futuro ser sus competidores económicos.
La Confederación Argentina y el Imperio
Si existió una política diplomática de acuerdo a sus intereses nacionales, comparable a la de Itamaraty, fue la diplomacia de la Confederación Argentina durante el período rosista, no superada por ningún otro gobierno argentino. Prueba de ello son los textos de las convenciones firmadas con los franceses en 1840 y 1850 (Arana-Mackau y Arana-Lepredour) y con los ingleses en 1849 (Arana-Southern), tratados que no fueron igualados por ninguna otra nación del mundo.
La Argentina anterior a Rosas había sufrido mutilaciones territoriales y durante su época también existieron serios intentos secesionistas de distintos territorios que la conformaban, promovidos por las dos potencias europeas más importantes de la época, Inglaterra y Francia, y por el Brasil.
Para nuestro vecino, Rosas fue una piedra en el camino, un escollo para su política expansionista, un gobernante al cual no se podía engañar y menos aún sobornar y con un gran predicamento no solo en Argentina, sino en toda América, incluso en vastos sectores del Imperio, que no iba a permitir ninguna disgregación territorial, sino que por el contrario su política era la de la reincorporación por el consenso de los territorios que se habían separado del tronco común que formaron el antiguo Virreinato.
Rosas tenía bien claro quién era el enemigo y el país con el cual debía enfrentarse en el futuro y este no era otro que el Imperio del Brasil.
La independencia declarada por el Paraguay a fines de 1842, que Rosas se negó a reconocer por ser y considerarla una provincia argentina, fue con la convicción que en el futuro se reintegraría al seno de sus hermanas. En carta que Rosas envió a las autoridades de Asunción, con motivo de la declaración de la independencia, les decía: "…jamás las armas de la Confederación Argentina, turbarán la paz y tranquilidad del pueblo paraguayo…" y esa posición la mantuvo no obstante la política hostil por parte del gobierno de Asunción con respecto a la Confederación. Esa independencia que sí fue reconocida por el Brasil en 1844 (ya que era un territorio que ambicionaba y que se había separado del tronco común argentino) fue un gesto inamistoso hacia la Argentina y una de las causales, que enturbiaron la relación entre ambos países (Argentina y Brasil). Los paraguayos habrán lamentado años después con las consecuencias nefastas sufridas por su país en la Guerra de la Triple Alianza y la equivocación histórica en la que incurrieron al haber considerado a Rosas y la Confederación como enemigos, ayudando a su derrota y al Imperio del Brasil como potencia amiga.
Sumado a ello las gestiones realizadas por el Imperio con franceses e ingleses para lograr la intervención conjunta en el Río de la Plata y la finalidad de lograr la secesión de las provincias mesopotámicas, deterioraron aún más las relaciones entre ambos países. Rosas y el Imperio, se consideraban mutuamente como el próximo enemigo en una guerra que ya se vislumbraba y era inevitable.
A fines de la década de 1840 la Confederación Argentina, se encontraba en paz, con el partido unitario totalmente vencido y habiendo cesado las agresiones de Francia e Inglaterra, con el levantamiento del bloqueo que ellas habían establecido y la firma de los tratados que habían puesto fin a tales agresiones con el reconocimiento de la jurisdicción argentina sobre sus ríos interiores. Incluso, volvían muchísimos emigrados, que de ninguna manera fueron molestados en su regreso. Sólo restaba resolver la cuestión de Montevideo.
Rosas tenía confianza en que los territorios que se habían segregado años atrás se reintegraran al tronco común, junto a sus hermanas argentinas.
Con el fin de hacer frente a ese futuro conflicto con el Imperio, se fue formando el poderoso y aguerrido Ejército de Operaciones que Rosas puso al mando de Urquiza, uno de los mejores militares que tenía el país en esos momentos. Rosas fue dotando de todo tipo de medios y recursos a ese ejército, que además contaba con la caballería entrerriana que era la mejor de América.
El prestigio de Rosas en nuestro país y en toda América, en ese momento, estaba en todo su apogeo.
Por el contrario el Imperio se encontraba solo, no tenía un ejército comparable al argentino ya que era notablemente inferior y no estaba en condiciones de afrontar con éxito una confrontación armada. En la Mesopotamia se encontraba el importante ejército al mando de Urquiza y en el Uruguay, otra importante fuerza al mando de Manuel Oribe.
Así se lo hizo saber el emperador austríaco, Francisco José I, pariente del emperador del Brasil, Pedro II, aconsejándole a éste evitar una confrontación con la Confederación Argentina, “pues, según la opinión de oficiales franceses informados in locum (en el lugar), la balanza se inclinaría a favor de Rosas”.
Tampoco el Brasil se encontraba en las mejores condiciones políticas internas, ya que había fuertes tendencias secesionistas en Pernambuco y Bahía y también en el sur a pesar de la derrota de la República Farrapa -en la provincia de Río Grande-, donde el sentido republicano era todavía muy fuerte y donde los gaúchos riograndenses, se sentían hermanos de orientales y argentinos. La importante población de esclavos tenía simpatías por el dictador argentino y gran parte de la población tenía ideas republicanas que la acercaban a las del gobernante argentino.
Todo ello podría significar el fin del Imperio y la instauración de la República. Los políticos brasileros eran conscientes de la situación crítica en que se encontraba su país en esos momentos.
Así el diputado Pereyra Da Silva, en la cámara de diputados brasileña el 17 de junio de 1850, expresó: "…Los designios del general Rosas no son ocultos. Pretende reconstruir el virreinato de Buenos Aires, acabando con todos los pequeños Estados que de él se habían hecho independientes. Estos designios son fatalísimos, perjudiciales al Imperio del Brasil”.
La cuestión para el Brasil era: "La Confederación Argentina y Rosas o el Brasil".
“El Brasil temía a Rosas, no sin fundamento, porque éste, con el ejército que tenía en el sitio de Montevideo y con más de 20.000 hombres en Santos Lugares, podía, el día que hubiese querido, presentar 40 ó 50.000 hombres en la frontera del Brasil, invadiendo el Imperio por la provincia de Río Grande, auxiliando al partido republicano y, dando libertad a la esclavitud, hacer bambolear al Emperador brasileño. El Gobierno del Emperador comprendió la política de Rosas, la temía, sabía que era un enemigo fuerte, por lo que no perdonaba medio ni sacrificio para derribarlo”. Así lo afirmó el periodista español Benito Hortelano, quien no obstante haber recalado en Buenos Aires a fines de la década del 40, tenía bien claro cuál era la situación geopolítica de ambos países.
No había más alternativa entonces para el Imperio que el derrocamiento de Rosas y el debilitamiento de la Confederación. El Brasil debía sacarse a Rosas de encima, fuere como fuere, ya que era él con la Confederación Argentina, quien impedía concretar sus aspiraciones y apetencias territoriales y ponía en peligro su propia existencia como Imperio. Había que encontrar el medio para lograr esos objetivos.
Las apetencias de Urquiza y el interés del Brasil
Urquiza, además de excelente militar, fue un comerciante que rápidamente se enriqueció y pasó a ser la persona más rica de la Confederación, sin medir los medios y las consecuencias para lograrlo, como veremos a continuación.
El proceder del caudillo entrerriano, era considerar solo su conveniencia económica.
Mientras que las fuerzas navales y de tierra de la Confederación Argentina, junto con las orientales al mando de Oribe, trataban de mantener el sitio de Montevideo y la rendición de la ciudad, donde estaban radicados los unitarios expatriados ayudados por fuerzas anglofrancesas, Urquiza gobernador de una provincia argentina, fomentaba el contrabando con la ciudad enemiga sitiada, obteniendo de ello importantes ganancias. El principal negocio era la venta de carne –él era el más importante ganadero de su provincia- y el contrabando de mercaderías europeas. Las balleneras que transportaban desde Entre Ríos la carne que abastecían a Montevideo retornaban cargadas con mercaderías europeas que desembarcadas en esa provincia, eran reenviadas luego a Buenos Aires. Como las mercaderías que pasaban de una provincia a otra no abonaban derechos aduaneros, de esa forma se burlaba la Ley de Aduana, ya que las mercaderías extranjeras a su ingreso a la Confederación por Entre Ríos no pagaban los derechos aduaneros y se convertía en contrabando.
Su otro negocio era la venta de oro. El 1838 Rosas había prohibido su exportación desde Buenos Aires, lo que le permitía con ese metal mantener garantizado el valor de la moneda. Por esa prohibición, el oro que conseguía barato en Buenos Aires, pasaba a Entre Ríos y desde allí, violándose la prohibición se exportaba para su venta a mayor valor en el extranjero, obteniéndose así importante diferencia económica.
Todo ese comercio que perjudicaba los intereses de la Confederación Argentina, no podía ser impedido por Rosas, pero tampoco podía dejarlo pasar. Por dos medidas que se tomarán, Urquiza verá perjudicados sus negocios. Una de ellas era la prohibición de sacar el oro de Buenos Aires y la otra era que las mercaderías extranjeras introducidas a Buenos Aires, aún por buques nacionales, pagaran los derechos aduaneros.
Esas dos medidas que se tomaron, beneficiaban a la Confederación, pero afectaron notablemente los intereses económicos de Urquiza y por lo tanto de su provincia y lo predispusieron contra Rosas.
Ante la inminente caída de Montevideo –por el retiro de las fuerzas angloinglesas como consecuencia de las convenciones firmadas en 1849 y 1850- y la situación crítica en la que se encontraba el Imperio, el partido gobernante brasileño considerando que la cuestión era “Rosas y la Confederación o el Imperio”, jugó una última carta tanteando al Gral. Urquiza para que este quedara al margen de una futura guerra argentina-brasilera.
El comerciante catalán Cuyás y Sampere, representante y estrecho colaborador de Urquiza, hará saber a los enemigos de Rosas que Urquiza “Obrará según las circunstancias se presenten, y como lo demandaren los intereses de la provincia y los suyos propios”, e inició contacto con los brasileros.
En 1850 corrieron rumores acerca de la posible defección de Urquiza de la causa nacional. Éste se “consideró” ofendido e hizo publicar en El Federal Entre-Riano de Paraná del 6 de junio de 1850 –que era el diario oficial de la provincia- esta declaración: “Crea Ud. que me ha sorprendido sobremanera que el gobierno brasilero, como lo asevera, haya dado orden a su Encargado de Negocios en esa ciudad, para averiguar si podía contar con mi neutralidad… Yo, Gobernador y Capitán General de la Provincia de Entre Ríos, parte integrante de la Confederación Argentina y General en Jefe de su Ejército de Operaciones, que viese empeñada a esta o a su aliada la República Oriental en una guerra, en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte vitales a su existencia o soberanía… ¿Cómo cree, pues, el Brasil, como lo ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas, sin traicionar a mi Patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen y sin borrar con esta ignominiosa mancha mis antecedentes?”
“El Gabinete imperial al expresarse así me ha inferido una grave ofensa, suponiéndome capaz de faltar a mis santos y obligatorios deberes, olvidando que siempre los he llevado del modo que mejor posible me ha sido, y que así lo verificaré…Debe el Brasil estar cierto de que el General Urquiza con 14 ó 16 mil valientes entrerrianos y correntinos que tiene a su órdenes sabrá, en el caso que habrá indicado, lidiar en los campos de batalla por los derechos de la Patria y sacrificar si fuera necesario, su persona, sus intereses, fama, y cuanto posee”.
Léase con detenimiento nuevamente esta declaración de bellas y patrióticas palabras y considérese el proceder posterior del mismo Urquiza totalmente contrario a lo que había declarado. Él mismo afirmó que el proceder que se le atribuía de “neutralidad… en una guerra, en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte vitales a su existencia o soberanía [de la Confederación Argentina y del Uruguay]…”, significaba “traicionar a mi Patria”. Si el mantener la “neutralidad”… “significaba traicionar a mi Patria”, que sería entonces intervenir activamente a favor de la potencia extranjera como lo era el Imperio del Brasil,…que calificativo correspondía aplicar a semejante conducta…
En 1851, le llegó una información al Encargado de Negocios brasileño en Montevideo, que un oficial del Ejército de Operaciones argentino, le habría asegurado que dicho ejército se podría "neutralizar". El Brasil no dejó pasar la oportunidad y actuó en consecuencia.
Así, el canciller del Brasil le hizo conocer a su par del gobierno austríaco que los sucesos ya no eran como un tiempo atrás, sino que ahora venían desarrollándose a favor del Brasil ya que “El fuego se ha encendido en la casa de nuestro vecino, cuando él pensaba ponerla en la nuestra…”.
En efecto, iniciadas gestiones secretas entre Urquiza y el Imperio, una vez que se suscribió su acuerdo, Urquiza efectuó su famoso "Pronunciamiento" contra Rosas. Ya no sería "neutral" en el conflicto entre la Confederación y el Brasil, sino que tomaría parte activísima y decisiva en contra de los intereses de su propia Patria, insurreccionando el ejército a su cargo, para ponerlo al servicio de la potencia extranjera.
La llamada historia oficial ha dado una versión idealista del "Pronunciamiento", como que la lucha de Urquiza era contra la "tiranía sangrienta" y por la "libertad" y "contra" Rosas y no "contra" el pueblo argentino, versión totalmente alejada de lo que fue en la realidad. Siempre que se da la intervención extranjera a favor de una facción política, la lucha nunca es contra el "pueblo", sino contra quien la "tiraniza"; lo mismo volverá a repetirse años después en la guerra contra el Paraguay, donde esta no lo era contra el pueblo paraguayo sino contra el tirano Francisco Solano López. Pero tanto en el caso de la guerra contra la Confederación y después contra el Paraguay, el Brasil obtuvo importantes concesiones y beneficios.
|
Batalla de Caseros, Ataque de caballería – Juan Manuel Blanes – Palacio San José |
La alianza militar de Urquiza, con el Imperio y el gobierno colorado uruguayo, derivó en el derrocamiento de Rosas en la batalla de Caseros, a raíz de la cual nuestros ríos interiores pasaron a ser de libre navegación por terceros países, se perdieron definitivamente las Misiones orientales, se reconoció la independencia del Paraguay-entre otras cuestiones-, todo lo cual benefició al Brasil y nuestro país pasó a ser un aliado del Imperio en las luchas que mantuvo posteriormente con el Uruguay y el Paraguay. Caseros significó una gran victoria para el Brasil ya que se sacó del medio a Rosas, que era lo que más le importaba y la Confederación Argentina quedó debilitada. Ya no sería posible para nuestro país, lograr que se reintegraran junto a sus hermanas argentinas, aquellos territorios segregados. Los esclavos del Imperio ya no recobrarían su libertad al ingresar a territorio argentino, sino que serían devueltos al Brasil.
|
Batalla de Caseros, Final del combate – Juan Manuel Blanes – Palacio San José |
La causa del porqué de la defección de Urquiza, la conocemos de boca de uno de los más enconados adversarios de Rosas y quien en su momento formó parte como boletinero del Ejército Grande urquicista, me refiero a Sarmiento, quien en carta que le escribió a Urquiza desde Yungay, el 13 de octubre de 1852, le decía:
“Yo he permanecido dos meses en la Corte del Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, General, y los pactos y transacciones por las cuales entró S.E. en la liga contra Rosas. Todo esto no conocido hoy del público, es ya dominio de la Historia, y está archivado en los Ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.
Tanta aberración he visto en estos años, como si dijeran que el emperador ha sentado plaza en el ejército de S.E. para corresponderle el servicio que le hizo S.E. conservándole la corona que lleva en la cabeza, como tuvo S.E. la petulancia de decirlo en barbas del Sr. Carneiro Leão, enviado Extraordinario del Emperador.
Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado referir la irritante escena y los comentarios: ¡Si, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía, después de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales”.
Coinciden estas palabras transcriptas de Sarmiento con el informe que el Encargado de negocios británico en Montevideo le había escrito a Lord Palmerston, el 22 de mayo de 1850: "Me ha sido comunicado confidencialmente que Pimenta Bueno, el nuevo presidente de la Provincia de Río Grande, dispone de treinta mil libras esterlinas suministradas por el gobierno imperial a fin de sobornar a Urquiza, gobernador de Entre Ríos, para que se una al plan de derrocamiento del general Rosas, y que si esta suma no es considerada suficiente, el gobierno brasilero está dispuesto a gastar el doble de la misma, si es necesario".
El Plenipotenciario inglés Henri Southern en comunicación al primer ministro Lord Palmerston el 25 de febrero de 1851, había dicho de Urquiza "…además es rapaz y avaro, uniendo a las características de un tirano insensible e inexorable, los rasgos de un mercader voraz e insaciable".
Después de Caseros
Después de la batalla de Caseros, la mayoría de los federales (entre los más importantes podemos señalar a Pascual Echagüe, Jerónimo Costa, Juan Bautista Thorne, Hilario Lagos, Nazario Benavídez, Prudencio Arnold), consideraron a Urquiza como el sucesor de Rosas al frente del partido federal. Incluso así también lo consideró el exdictador desde su exilio. Esos federales, junto con el pueblo federal, lo siguieron durante mucho tiempo, confiando de buena fe en su persona, sin poder ver en su momento, lo que nos ha mostrado la historia después sobre el actuar de este personaje.
|
Ingreso triunfal de Urquiza con sus tropas en la ciudad de Buenos Aires, desfilando por la plaza de la Victoria
(actual Plaza de Mayo),
hacia el Fuerte, espectáculo seguido por el público desde la plaza y desde los balcones de los altos de Escalada. Pintura de Leonie Mathis. |
Producida la caída de Rosas, se sucedieron hechos de anarquía como fue la separación de la provincia de Buenos Aires de la Confederación, promovida por el partido unitario y no pocos exrrosistas, dando origen al Estado de Buenos Aires. En los hechos eran y se comportaban como dos estados distintos, incluso cada uno con su propia diplomacia y ejército.
Cepeda y Pavón
Entre ambas partes se produjeron no pocos enfrentamientos militares, siendo los más importantes los de Cepeda (23 de octubre de 1859) y Pavón (17 de setiembre de 1861), estando Mitre al mando del ejército de Buenos Aires y Urquiza al frente de los ejércitos nacionales de la Confederación.
Cepeda se originó con motivo de la revolución que desplazó al federal Nazario Benavídez -partidario de Urquiza- de la gobernación de la provincia de San Juan y su asesinato posterior, a manos de hombres del partido liberal y antiguos unitarios, adictos al gobierno de Buenos Aires. El gobierno federal produjo la intervención de esa provincia a la que se opusieron los porteños. Asimismo por una ley del Congreso Nacional, encomendaba a Urquiza que lograra por medios pacíficos, la reincorporación de Buenos Aires –entonces Estado de Buenos Aires- y el acatamiento a la Constitución de 1853 pero si ello no era posible de esa forma, lo autorizaba al uso de la fuerza.
Buenos Aires, consideró eso como una declaración de guerra y ordenó al entonces coronel Mitre para que invadiera Santa Fe y a su flota que bloqueara la ciudad de Paraná, por ese entonces capital de la Confederación.
Los ejércitos se enfrentaron en el arroyo de Cepeda -al sur de la provincia de Santa Fe- donde los urquicistas se impusieron en la lucha, ante lo cual Mitre se retiró derrotado.
Urquiza estaba en condiciones de ingresar a Buenos Aires y así poner fin al conflicto, y lograr la reincorporación del Estado de Buenos Aires al tronco común argentino de la Confederación, ya que nada se lo impedía pero no obstante, se estableció en el pueblo de San José de Flores. La mediación de Francisco Solano López -hijo del presidente paraguayo y futuro presidente de su país- hizo posible que se firmara el Pacto de Unión Nacional o de San José de Flores, lográndose la reincorporación de derecho de Buenos Aires a la Confederación. Ricardo López Jordán afirmó que Urquiza "había llegado a Buenos Aires como vencedor y negociado como derrotado".
En 1860, Urquiza entregó la presidencia de la Confederación a Santiago Derqui y Buenos Aires nombró gobernador a Mitre, mientras que el expresidente ocupó la gobernación de Entre Ríos.
Buenos Aires, ganó tiempo en el cual pudo fortalecerse económica y militarmente, dando vueltas a la cuestión de su reincorporación efectiva a la Confederación, por lo cual en los hechos el pacto no se cumplió. La Confederación a su vez tenía graves problemas financieros.
En ese año se realizó en Buenos Aires la elección de diputados que debían incorporarse al Congreso Nacional, pero como esa elección se hizo de acuerdo a las leyes locales y no a las de la Nación, Derqui desconoció la representatividad de esos diputados y dictó una ley llamando nuevamente a realizar otro acto eleccionario, hecho que fue desconocido por el gobierno de Buenos Aires que declaró caduco el pacto de San José de Flores, lo que fue considerado a su vez por el Congreso Nacional como un acto sedicioso. Ante esa situación Derqui puso a Urquiza al frente del ejército con la misión de imponer a Buenos Aires el acatamiento a las normas federales.
La confrontación entre ambos fuerzas debía ser favorable al de la Confederación, no solo por la experiencia militar siempre exitosa de Urquiza, quien contaba con el apoyo casi unánime del país, contrariamente a lo que sucedía con Mitre, quien nunca había ganado una batalla, y solo lo apoyaba Buenos Aires, y por lo tanto así se preveía una nueva victoria como la de Cepeda.
Fracasaron varios intentos mediadores y llegados ambos ejércitos a orillas del arroyo Pavón, Urquiza no se decidió a atacar de inmediato, como le aconsejaron varios de sus subalternos -como López Jordán y Arnold- para tomar la iniciativa contra los porteños.
El ejército nacional compuesto por aproximadamente 17.000 hombres -aportados 8.000 hombres por las provincias del centro y el resto por las del litoral y voluntarios porteños federales- eran principalmente de caballería con alguna pequeña fuerza de infantería y artillería, se enfrentó a los 22.000 hombres de las fuerzas mitristas con mucha infantería y artillería y con mayores y mejores elementos bélicos que los provincianos.
La caballería que conformaban las alas del dispositivo nacional, al mando de Juan Saá, Ricardo López Jordán y Miguel Galarza, derrotaron totalmente y pusieron en fuga a la caballería porteña mandada por el militar uruguayo Venancio Flores y Manuel Hornos, pero por el contrario la inexperta e inferior infantería nacional que cubría el centro del dispositivo, fue superada por la de Buenos Aires, que después de la lucha quedó muy disminuida y cercada por la caballería urquicista.
Urquiza, que no combatió, sino que se mantuvo en su caballo, "clavado como una estaca" en una hondonada junto a 4.000 aguerridos entrerrianos de reserva y a los cuales no hizo intervenir en la lucha, imprevistamente y en medio de la victoria, ordenó la retirada, junto con la invicta caballería entrerriana, -"me retiré al tranco hacia Rosario", escribió para significar que su retirada era voluntaria y que nadie lo perseguía- donde finalmente se embarcó en Rosario para cruzar el Paraná.
Ante la derrota evidente de sus fuerzas, Mitre se retiró con los restos de su ejército hacia San Nicolás de los Arroyos.
No obstante que la caballería nacional había quedado dueña del campo de batalla y que le fue comunicada esa circunstancia a Urquiza, éste no quiso retornar, siguiendo con la retirada y dejando el campo de batalla libre a los mitristas. Uno de sus jefes subalternos, el general Benjamín Virasoro, no explicándose qué había ido a hacer Urquiza a Rosario, lo esperaba de un momento a otro y al redactar el 19 el parte de batalla datándolo en el "campo de la victoria de Pavón", dice: "El resultado de esta inmortal jornada, que formará una de las brillantes páginas de nuestra historia, ha sido quedar tendidos en el campo de batalla más de 1.500 cadáveres enemigos, entre ellos muchos jefes y oficiales, 1.200 prisioneros, su convoy y bagajes en nuestro poder... Si algunas piezas de artillería han podido arrastrar nuestros enemigos, a trueque nos han dejado otras... hasta la galera del general enemigo la tenemos en nuestro poder".
"¡No dispare, general, que ha ganado!", es el parte que recibió Mitre en su retirada y por el cual días después volvió al campo de batalla y quedó como vencedor -y así lo ha considerado la historia-.
Después de consolidar su posición, se inició posteriormente la persecución del ejército nacional. Venancio Flores al frente de una fuerza porteña, sorprendió a las urquicistas en retirada mientras dormían en Cañada de Gómez, ocasionándoles importantes bajas.
Esa retirada de Urquiza, no obstante la victoria conseguida por la caballería, fue incomprensible para sus generales y todos sus seguidores, quienes no pudieron ver la razón de esa actitud.
¿Qué es lo que pasó con Urquiza y Mitre? La actitud “incomprensible” en aquellos momentos de Urquiza -considerarse vencido, cuando no lo estaba y retirarse como tal del campo de batalla-, fue dilucidada posteriormente por la historia.
Tanto Urquiza como Mitre eran hermanos masones del Grado 33, el que habían recibido -junto a Derqui, Sarmiento y el general Juan Andrés Gelly y Obes- en un acto de confraternidad, celebrada el 21 de julio de 1860 en el Templo de la Logia Unión del Plata.
Un tal Yateman, comerciante norteamericano, estuvo la noche anterior al combate, yendo y viniendo de un campamento a otro, trayendo y llevando correspondencia. Cuenta un asistente de Urquiza que llegado al campamento este caballero norteamericano, fue bien recibido por Urquiza, a quien le entregó una carta remitida por Mitre y a su vez redactó una contestación que le dio para ser entregada para el gobernador de Buenos Aires.
Un acuerdo de Logia determinó que Urquiza se retirara de la escena nacional, replegándose a su provincia donde no sería molestado, reconociéndosele el carácter de hombre fuerte de la misma, dejando a Mitre la dirección y reorganización del país.
Años después, Mitre en un discurso pronunciado en un banquete que la masonería ofreció a Sarmiento el 29 de setiembre de 1868, agitando un instrumento masónico dijo: “¿Qué es Sarmiento? un pobre hombre como yo, un instrumento como este…”. ¿Todos eran instrumentos de la masonería?
El historiador masónico Alcibíades Lappas, dice sobre toda esta situación y el motivo de la retirada de Urquiza: "Esta vez también el general Urquiza supo dar la victoria a las armas de la Confederación, en los campos de Pavón. Pero no obstante eso, el general victorioso, en magnifico gesto de autosacrificio y renunciamiento se retiró a Entre Ríos dejando el campo de batalla a las fuerzas opuestas comandadas por Mitre, convencido que esa era la única manera de terminar con las disidencias y obtener la meta ideal de la pacificación definitiva".
En una carta que el presidente Derqui le remitió al general Saá el 22 de octubre de 1861, le dijo entre otros conceptos sobre Urquiza, que "entregaría maniatado al partido nacionalista de la República, con tal de que lo dejasen tranquilo en Entre Ríos. Ya se me habían dado avisos por personas muy caracterizadas, que el Gral. Urquiza estaba en relaciones clandestinas con el enemigo: pero ya se ha quitado la máscara y se comunican por medio de vapores de guerra del enemigo que vienen al Diamante con bandera de parlamento y entregan correspondencia para él…"
La sangre de los federales había sido derramada, en definitiva, sin ningún motivo, por lo que la retirada de Urquiza, fue considerada por muchos de sus seguidores como una traición de su jefe.
Después de su "derrota" en Pavón, Urquiza tranquilamente y de acuerdo a lo pactado, se retiró a su provincia, para gozar en su residencia de San José y sin sobresaltos de la riqueza que había acumulado durante los años de su actuación pública y volvió a desentenderse de quienes todavía seguían teniendo esperanzas en él y lo seguían considerando como el jefe del partido federal.
Las consecuencias de Pavón
A raíz de la batalla de Pavón, el gobernador Mitre es catapultado al frente de la escena nacional y se convirtió en figura y árbitro político principal, a la vez que se establecía la hegemonía de la provincia de Buenos Aires sobre el resto del país, marcando el fin de la Confederación Argentina.
Mientras esto ocurría, el presidente Derqui, considerándose traicionado por Urquiza, presentó su renuncia y se refugió en Montevideo. El vicepresidente Juan Esteban Pedernera declaró caduco el gobierno nacional y se encargó su reorganización al gobernador porteño Mitre, quien fue designado luego como encargado del Poder Ejecutivo Nacional y posteriormente electo como nuevo presidente de la Nación asumiendo el 12 de octubre de 1862 por el período de seis años. Extendió así su influencia a todo el país, copando con sus partidarios las bancas del Congreso y toda la administración, pasando así a ser el hombre fuerte del país.
La capital de la Confederación que estaba asentada en Paraná fue trasladada a Buenos Aires.
Las expediciones mitristas al interior del país
A principios de diciembre de 1861, habían partido los ejércitos mitristas, que fueron de represión y exterminio al mando de oficiales uruguayos como Wenceslao Paunero, Ambrosio Sandes, Venancio Flores, José Miguel Arredondo, Ignacio Rivas, Ambrosio Sandez, Pablo Irrazábal -los llamados procónsules o coroneles de Mitre- para invadir el interior del país y desalojar a los gobiernos de tendencia federal que se oponían a la hegemonía porteña -como Córdoba, San Juan, La Rioja, Catamarca, Salta- y poner en su reemplazo a unitarios y liberales, siendo una excepción Urquiza, quien no fue molestado de ninguna forma. Era la imposición de la civilización sobre la barbarie. Nada debía quedar de la derrotada Confederación Argentina. Era la época del "no ahorre sangre de gauchos". Volvía la guerra civil.
El Chacho
En La Rioja, la situación no fue tan sencilla para los ejércitos porteños, ya que la resistencia estuvo a cargo del general Ángel Vicente Peñaloza, "El Chacho", a quien el Congreso Nacional había promovido a ese grado militar en 1855, que tenía gran prestigio, era muy popular en la zona y no era persona a la cual se pudiera dominar fácilmente.
La rebelión del Chacho tuvo nuevos bríos a partir de marzo de 1863. Después de obtener algunas victorias contra el ejército nacional que contaba con numerosos efectivos, más instruidos y mejores armas, éstos se impusieron a los llanistas riojanos -quienes todavía peleaban con chuzas y viejas armas-. Cuando las fuerzas nacionales se le venían encima, el Chacho por medio de varias cartas pidió ayuda a Urquiza a quien considera jefe de los federales. En una última del 10 de noviembre de 1863, poco tiempo antes de su alevosa muerte, le escribió: "Mi digno general y amigo... En medio de esta desigual y azarosa lucha nada me desalienta, si llevase por norte el pensamiento de V.E. de ponerse al frente de la fácil reacción de nuestro partido".
Urquiza nada hizo ni nada contestó, secretamente despreció los levantamientos federales, que perturbaban su coexistencia pacífica con los porteños, él quería seguir disfrutando de la vida en su provincia natal. Muchos de sus seguidores consideraron tal conducta como otra traición.
Peñaloza finalmente, fue tomado prisionero e inmediatamente asesinado, cortándosele la cabeza y clavada en una pica, fue expuesta en la plaza de Olta.
La intervención brasilera en el Uruguay
Durante la intervención brasilera en el Uruguay en 1864 y 1865, que contó con la complicidad del gobierno de Mitre, apoyando al partido colorado en su lucha contra el legítimo presidente Bernardo Prudencio Berro, Urquiza nuevamente ni se movió ni hizo nada…
El 31 de agosto de 1864, el defensor de la sitiada plaza de la ciudad oriental de Paysandú, coronel Leandro Gómez se dirigió a Urquiza, pidiéndole que no deje "que sus hermanos los orientales luchen solos y a muerte con los soldados esclavos de un imperio que pretende sojuzgarnos".
Urquiza desoyó los pedidos de ayuda no solo que le formularon los orientales, sino también de muchos connacionales y coprovincianos para que se involucrara en la acción a favor de los defensores de Paysandú. El sentimiento a favor de los sitiados en esa localidad oriental era muy fuerte en nuestro país y muchos argentinos pudieron cruzar el río Uruguay -lo cual no era fácil, por la presencia de la flota brasilera- para incorporarse a la defensa de la martirizada ciudad.
Cuando ya no quedaron defensores que pudieren ofrecer resistencia, Paysandú “La Heroica” cayó. El coronel Gómez, héroe de la defensa, fue fusilado por sus connacionales colorados. Urquiza tampoco movió ni un pelo a favor de los hermanos orientales. ¿Por qué actuó así?
Cuenta Miguel Ángel Scenna, que en el año 1863, cuando los brasileros se aprestaban a intervenir en el Uruguay, para apoyar a la invasión colorada de Flores, Urquiza dio señales de vida, e hizo llegar su solidaridad al presidente oriental Berro, con la intención de actuar en la contienda y entró en contacto también con el presidente paraguayo Francisco Solano López. Como esa alianza que se insinuaba (Uruguay, Paraguay y Urquiza) podía ser letal a los planes brasileros, el banquero, barón de Mahuá, se trasladó a la residencia de San José, para "convencer" al caudillo entrerriano, que más le convenía mantenerse quieto. ¿Cómo lo "convenció"?, muy fácil, le otorgó "un suculento préstamo de su banco en condiciones excepcionales y la promesa de un subsidio del gobierno de Buenos Aires. A partir de entones -prosigue Scenna- Urquiza se olvidó de los blancos, de los colorados, de los federales, de los liberales y de los paraguayos. Volvió a su opulenta modorra en el suntuoso palacio de San José…"
Sigue contando este autor: "…la incomparable defensa de Paysandú se estaba convirtiendo en un serio peligro para los brasileños. No solo duraba más de lo esperado, sino que podía despertar emulaciones. ¿Y si Urquiza salía de su apatía y arrojaba sus entrerrianos en apoyo de Gómez? ¿Y si las fuerzas paraguayas concentradas en la frontera cruzaban Corrientes y caían sobre Río Grande do Sul?. Había que terminar cuanto antes con Paysandú, pero antes debía asegurarse la pasividad de Urquiza. Los brasileños sabían cómo. El general Manuel Osorio que llegaría a mariscal del Imperio y marqués de Erval, se trasladó a San José para negociar con el caudillo. Necesitaba caballos, unos treinta mil. Estaba dispuesto a pagar 13 patacones por cabeza, cifra espeluznante de acuerdo a los precios corrientes. Urquiza sacó cuentas. Treinta mil a 13 hacen nada menos que 390.000 patacones, suma millonaria, curiosamente parecida a la que recibiera del Imperio para pronunciarse contra Rosas. Claro que si entregaba treinta mil caballos dejaba de a pié a los entrerrianos y convertía a su propia posición política en mero decorado, pero 390.000 patacones son 390.000 patacones. Cerró trato, tomó la fortuna. Osorio se fue con los caballos y Paysandú siguió siendo demolida a cañonazos".
El historiador brasilero João Candiá Calógeras en su obra Formação histórica do Brasil, refiriéndose a la pasividad de Urquiza, que nada hiciera para evitar la caída de Paysandú, después de calificarlo de condottieri (1), dice “…aunque inmensamente rico tenía un amor inmoderado por la riqueza…”
Urquiza y la guerra contra el Paraguay
Después de la intervención brasilera en el Uruguay, apoyando al partido colorado en contra del legítimo gobierno del presidente Berro, al cual desplazó y tomando el poder el general Venancio Flores, todo ello con la complicidad del gobierno argentino de Mitre y la pasividad de Urquiza, como vimos, se produjo la guerra contra el Paraguay.
El 1° de mayo de 1865, mientras Urquiza asistía en Buenos Aires a la apertura de sesiones del Congreso Nacional, en la casa del presidente Mitre se firmó el Tratado de la Triple Alianza entre nuestro país, el Imperio del Brasil y el Estado del Uruguay, contra el Paraguay.
En nuestro país, la guerra fue apoyada entusiastamente solo por sectores liberales de la ciudad de Buenos Aires, ya que el resto del país se mostró disconforme y el conflicto fue impopular.
En el caso de Entre Ríos, que es lo que en este artículo interesa destacar, ante el pedido de Mitre solicitándole a Urquiza la colaboración "para vindicar el honor y la dignidad de la república", el gobernador entrerriano dispuso la movilización de las milicias provinciales. No obstante el ascendiente que el gobernador Urquiza tenía sobre los habitantes de su provincia, las tropas que juntó se desbandaron.
El 3 de julio la caballería entrerriana que se había juntado en Arroyo Basualdo, se desbandó al saberse que la lucha no era contra el Brasil -como se les había dicho- sino contra el Paraguay. El día 7 Urquiza procedió a licenciar a las milicias, en razón de estado de efervescencia que reinaba en los cuerpos.
El 8 de noviembre, Urquiza quien había convocado a la caballería en el campamento de Arroyo Toledo, por segunda vez presenció su desbandada, para volver a sus casas.
Ello ocurrió no solo en el litoral, sino también en Córdoba, La Rioja, San Luis, San Juan, etc.
López Jordán le escribió a Urquiza: "Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, General, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear contra porteños y brasileros. Estamos pronto. Esos son nuestros enemigos. Oímos todavía, los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano". El destinatario de esa carta, nuevamente hizo oídos sordos al pedido de su pueblo, siguió con su vida apacible en su palacio y otra vez más sacó tajada por el conflicto, ya que su fortuna se vio notablemente incrementada, en razón de que sus establecimientos y saladeros proveyeron de carne y tasajo a las fuerzas aliadas, durante todos los años de guerra.
Sucesos posteriores a la muerte de Urquiza
Ya hemos visto los antecedentes que llevaron a exurquicistas a conspirar contra su jefe.
Pocos días después de la muerte de Urquiza, y a fin de completar su mandato, la legislatura provincial designó a López Jordán como gobernador provisorio, todo ello de acuerdo a las normas constitucionales que regían en la provincia.
José Hernández, por entonces residente en Buenos Aires, le hizo llegar su adhesión “Hace diez años que usted es la esperanza de los pueblos, y hoy, postrados, abatidos, engrillados, miran en usted a un salvador… Las provincias argentinas necesitan libertades, garantías efectivas, imperio pleno de las instituciones, y la reacción federal debe ofrecerles esos y otros muchos beneficios… Si en el deseo de realizar esa obra, puedo ayudarlo, cuente conmigo, estaré a su lado en cuanto me lo indique”.
La reacción del presidente Sarmiento
Sarmiento sin contar con ninguna prueba consideró a López Jordán como responsable directo de la muerte de Urquiza, cuando solo era el jefe de la revolución y no el asesino de Urquiza.
El presidente de inmediato mandó tropas nacionales, al mando del general Emilio Mitre, hermano de Bartolomé, y como “jefe del ejército de Observación para vigilar las costas del Uruguay” con el fin de mantener la neutralidad argentina en la política interna de país hermano del Uruguay. Días después mandó otro ejército de Observación sobre el Paraná. Las fuerzas nacionales sumaban 16.000 hombres. Pero la finalidad real no era esa, sino directamente intervenir en la política de la provincia de Entre Ríos y sacar a López Jordán como gobernador, cargo para el cual como he manifestado, había sido designado por la legislatura provincial.
La resistencia y los levantamientos jordanistas
López Jordán, considerando que con el desembarco de las tropas nacionales se había vulnerado la autonomía de la provincia, se dispuso a su defensa y no consentirá la intervención y en una proclama que dió el 23 de abril, convocó a todo el pueblo a la defensa de la provincia; “Aquí me tenéis con la lanza en la mano. Si queréis ser libres venid a acompañarme… ¡La guerra, pues! Eso manda el honor y la libertad!... El que no defienda a Entre Ríos es un traidor”. De toda la provincia vinieron los gauchos a formar una milicia ciudadana de 10.000 hombres.
Dos días después, Sarmiento declaró a López Jordán y a sus seguidores “reos de rebelión contra la Nación” y el 2 de mayo puso a todo Entre Ríos en estado de sitio, que más tarde extenderá a Corrientes y Santa Fe.
Sarmiento embarcó al país en una guerra sangrienta contra Entre Ríos que duró tres años.
López Jordán, intentó evitar la contienda que se avecinaba, a cuyo fin envió emisarios a Buenos Aires, sin obtener ningún resultado, incluso ofreció su renuncia, previo retiro de las tropas nacionales, poniendo como condición la prescindencia de Buenos Aires en la elección de las nuevas autoridades de la provincia y la designación de un país garante de lo que se acordara.
El ejército nacional a cuyo frente se encontraban experimentados jefes y oficiales que habían participado poco tiempo antes en la Guerra del Paraguay, había sido dotado de moderno armamento como los fusiles ingleses Enfield y cañones prusianos Krupp, con los cuales y sobre todo con la moderna artillería, se impuso después de varias batallas, a la valiente caballería entrerriana, cuyos hombres no obstante el coraje, no contaban mayormente con armas de fuego y solo hacían frente a las fuerzas nacionales con lanzas, no pudieron así competir con aquél moderno armamento. El último de esos combates fue el de Ñaembé –cerca de Goya- el 26 de enero de 1871, donde las tropas de López Jordán, fueron derrotadas, tuvieron entre muertos y heridos 1000 bajas y 700 prisioneros, además de perder todo el parque. A consecuencia de ello, López Jordán, buscó refugio en el Uruguay y después se estableció en el Brasil.
Un poco más de dos años después, el 1° de mayo de 1873, López Jordán invadió Entre Ríos, contando con el apoyo de la población, que veían como invasoras a las tropas mandadas por el presidente. Logró levantar un ejército de 12.000 gauchos, con 200 fusiles y 10 cañones.
Sarmiento mandó a la Cámara un proyecto de ley ofreciendo una recompensa de diez mil pesos por la cabeza de López Jordán y de otros de sus seguidores. Uno de estos a su vez contrató a unos italianos, los hermanos Guerri, para que mataran al presidente. El atentado que tuvo lugar el 23 de agosto, falló, ya que Sarmiento salió ileso y por su sordera, casi no se dio cuenta en el momento de lo que había sucedido.
Sarmiento nuevamente envió la Guardia Nacional para reprimir el nuevo levantamiento jordanista, implantando otra vez el estado de sitio en la provincia. Durante meses no hubo combates decisivos, la caballería entrerriana, después de los ataques que realizaba sobre las tropas nacionales, se esfumaba en el terreno. Las fuerzas nacionales fueron provistas con nuevas armas más modernas, esta vez con fusiles estadounidenses a repetición Remington y ametralladoras francesas, que en presencia de Sarmiento probarán su eficacia contra los muros del Colegio Nacional que se estaba construyendo en Rosario. Días más tarde, en Paraná, hará lo mismo y el presidente no tendrá mejor idea que volver a probarlas esta vez contra las paredes del Colegio Normal. Con tal poder de fuego, las tropas nacionales derrotaron a las jordanistas en Don Gonzalo, fusilándose a numerosos prisioneros, quedando aplastada esta nueva revolución federal y López Jordán siguió el camino del exilio.
El 25 de noviembre de 1876 –siendo presidente Nicolás Avellaneda- López Jordán regresó a Entre Ríos en un nuevo intento revolucionario, pero esta vez sin contar con el apoyo que había recibido antes. Solo logró juntar 500 seguidores y 15 fusiles. Sus fuerzas fueron derrotadas el 7 de diciembre en el combate de Alcaracito y muchos de sus seguidores fueron fusilados.
La prisión y fuga de López Jordán
Su residencia en Montevideo y Buenos Aires
A mediados de ese mes fue tomado prisionero. Con ayuda de su esposa, logró escapar de la prisión en agosto de 1879, pidiendo asilo en el Uruguay, estableciéndose en Montevideo, hasta que regresó al país en 1888 gracias a una ley de amnistía dictada durante la presidencia de Miguel Juárez Celman.
Se radicó en la ciudad de Buenos Aires, donde se dedicó a la vida familiar junto a su mujer y siete hijos y ya alejado de las intrigas políticas, solo le interesa ser reintegrado al ejército con el grado de general.
El asesinato de López Jordán
El 22 de junio de 1889, después de almorzar, López Jordán decidió ir a visitar a un amigo. Mientras caminaba por la calle Esmeralda, con alevosía es atacado por detrás por un joven desconocido.
|
Asesinato
de López Jordán
|
Así lo cuenta la crónica policial del diario vespertino Sud-Americana de ese día: “Con verdadero pesar llevamos a conocimiento de nuestros lectores el atroz atentado consumado contra el general López Jordán, hoy, a las 12 menos cinco. El general transitaba por la calle Esmeralda entre Lavalle y Tucumán, y al saludar al coronel Leyría, que en ese momento cruzaba por la vereda opuesta, se vio de pronto y por detrás atacado por un individuo alto, moreno, de poblado bigote negro, que dice llamarse Aurelio Casas, entrerriano, casado, quien descerrajó sobre el General dos tiros de pistola Lafaucheaux, fuego central calibre 12, una de cuyas balas penetró en la parte posterior de la cabeza, cerca de la oreja derecha, atravesando la masa encefálica. El General cayó instantáneamente y fue conducido a la farmacia de José Menier, sito en la calle Esmeralda y Tucumán…”
A consecuencia del ataque, el caudillo federal cayó herido de muerte frente al número 562 de aquella calle, domicilio de Diógenes Urquiza, uno de los hijos del general.
Las actuaciones judiciales
¿Asesinato por encargo?
Casas fue arrestado y en sede judicial declaró que el crimen lo había cometido en venganza por la muerte de su padre, según él fusilado por orden de López Jordán. Las investigaciones determinaron que la autoría del crimen del padre del asesino, no podían atribuirse a López Jordán.
También hubieron declaraciones testimoniales, que dieron cuenta que un miembro de la familia Urquiza se habría contactado días antes del atentado con el joven Casas para que matara al general López Jordán.
La familia Urquiza le hizo llegar a la familia del asesino, que se encontraba en situación de indigencia de una importante suma de dinero. En un panfleto que circuló por aquellos días en Entre Ríos, decía “Se ha promovido una suscripción entre los miembros de la familia Urquiza para regalar 70.000 pesos a la esposa del sujeto Aurelio Casas, el asesino del general Ricardo López Jordán… El Dr. Diógenes Urquiza ha suscripto la mitad de esa suma, es decir, 35.000 pesos nacionales. Cuando el criminal conozca esta noticia, se conocerá que su esposa y sus hijos van a salir de la miseria en que han estado hasta ahora”.
Ningún miembro de la familia Urquiza fue citado a declarar por una posible complicidad en el crimen.
Casas fue condenado a cadena perpetua. El 25 de mayo de 1919 fue indultado por el presidente Hipólito Yrigoyen.
Notas:
(1) La Real Academia Española, tiene dos acepciones para la palabra “Condotiero”: 1. Comandante o jefe de soldados mercenarios italianos y, por ext., de otros países. 2. Soldado mercenario.
Wikipedia, la Enciclopedia libre, los define así: Los condotieros (en italiano: condottieri; singular condottiero) eran mercenarios al servicio de las ciudades-estado italianas desde finales de la Edad Media hasta mediados del siglo XVI. La palabra condottier deriva de condotta, término que designaba al contrato entre el capitán de mercenarios y el gobierno que alquilaba sus servicios. Los condotieros consideraban la guerra como un verdadero arte. Sin embargo, sus intereses no eran siempre los mismos que los de los Estados a cuyo servicio estaban. Buscaban riqueza, fama y tierras para sí, y no estaban ligados por lazos patrióticos a la causa por la que luchaban. Eran célebres por su falta de escrúpulos: podían cambiar de bando si encontraban un mejor postor antes o incluso durante la batalla. Conscientes de su poder, en ocasiones eran ellos los que imponían condiciones a sus supuestos patronos.
En la batalla de Caseros, el Imperio se valió también del concurso de 1.800 mercenarios alemanes.