viernes, 1 de diciembre de 2017

1917 - Jaque a la neutralidad argentina

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año XII N° 45 - Diciembre 2017 - Pags. 8 y 9 


1917 - Jaque a la neutralidad argentina

Por la Prof. Beatriz C. Doallo

Neutralidad argentina
Goleta Monte Protegido


Dos potencias en conflicto durante la primera Guerra Mundial –Inglaterra y Alemania- tomaron poco en cuenta la neutralidad de la República Argentina, anunciada el 5 de agosto de 1915 por el presidente Victorino de la Plaza y ratificada por su sucesor, Hipólito Yrigoyen. Y en 1917, el primer año de su gobierno, a don Hipólito le costó mucho mantener a nuestro país fuera de la conflagración. En noviembre de 1915 un crucero británico apresó al barco argentino Presidente Mitre, agresión que originó encendidos artículos de la prensa pero no alborotó mucho a la ciudadanía (1). Fue en abril de 1917 cuando se enardecieron los ánimos al conocerse que el día 4 la goleta mercante con pabellón argentino Monte Protegido había sido torpedeada por un submarino alemán y hundida en el Atlántico a 45 km. de la costa inglesa. La goleta llevaba a Holanda un cargamento de lino y su tripulación, a la que se obligó a desembarcar en las islas Solingas, que eran de Noruega, país neutral.

La tecnología para la destrucción había agregado al terror del tanque el submarino, que los alemanes usaban en todos los mares actuando como corsarios. En enero de ese año Alemania había informado que su Marina obstruiría a barcos de países neutrales una gran parte del Atlántico Norte frente a las costas de Francia e Inglaterra, bloqueo que luego se extendió al litoral italiano sobre el mediterráneo.

Neutralidad argentina
Honorio Pueyrredón
Se hallara o no el Monte Protegido en la zona bloqueada, el reclamo por la ofensa a nuestra soberanía fue inmediato. El Canciller, Honorio Pueyrredón, exigió al gobierno alemán explicaciones por la violación al Derecho Internacional, el desagravio de nuestra bandera e indemnización por los daños materiales. El 28 de abril el secretario de estado alemán, Arthur Zimmermann, en nota enviada a nuestra cancillería, aceptó la responsabilidad germana por el hundimiento de la goleta; aseguró que se indemnizaría a los perjudicados y la Escuadra de su país rendiría homenaje de desagravio al pabellón argentino. De esta declaración se sobreentendía el compromiso de Alemania de no hundir más naves argentinas.

Esta actitud apaciguadora cerró el incidente en lo tocante a la diplomacia, pero ya era tarde para frenar la indignación popular, espoleada por el Comité de la Juventud Pro Ruptura, había derivado el 14 y 15 de abril en el destrozo y saqueo de comercios y periódicos de la colectividad alemana, en tanto la policía se esforzaba para proteger la Embajada de ese país.

El 22 de abril, frente a la Casa de Gobierno, una manifestación integrada por miembros de las colectividades italiana, inglesa y francesa y liderada,  entre otros, por el socialista Alfredo Palacios y el escritor Ricardo Rojas, había exigido el rompimiento de relaciones con Alemania. La firme posición de Yrigoyen, mantener la neutralidad pese a todo, tuvo también importantes seguidores, incluso entre los integrantes de la oposición. Se dispuso que un barco transportara sin cobrar pasaje a todo hombre que quisiera ir a Europa a enrolarse en el ejército aliado; el buque partió con gran cantidad de voluntarios, en su mayoría italianos.

Las cosas se volvieron a desmadrar en junio de ese año: el día 22 el barco mercante argentino Toro, que llevaba a Génova un cargamento de cueros, grasas, carne congelada y lana, fue torpedeado y hundido por un submarino en el Atlántico, pocas millas antes de Gibraltar.

El 4 de julio nuestra Cancillería envió a Alemania un enérgico reclamo: “El Gobierno argentino al contestar la nota del Gobierno imperial alemán anunciado la guerra submarina ilimitada, declaró que la República ajustaría su conducta, como siempre, a las normas y principios fundamentales del Derecho Internacional. Fue fundándose en este concepto que formuló su reclamación en el caso del ‘Monte Protegido’ y que aceptó las explicaciones del Gobierno imperial alemán en cuanto ellas reconocían la plenitud del derecho de la República y satisfacían la reclamación en todos sus términos. Al proceder así, este Gobierno entendía que aquella actitud tenía el alcance de colocar en lo sucesivo a los buques argentinos al amparo de las medidas de guerra de que había resuelto hacer uso del Gobierno imperial; pero, ante la reiteración del hecho, las satisfacciones morales y las indemnizaciones del daño material serían insuficientes para salvar el derecho vulnerado. En consecuencia se ve en el caso de formular nueva protesta y reclamar, además del desagravio moral y de la reparación del daño, la seguridad del Gobierno alemán de respetar en lo sucesivo los barcos argentinos en su libre navegación de los mares. La República desea mantener sus relaciones cordiales con el imperio Alemán, pero no podría, por las razones aducidas, aceptar soluciones cuyos términos no significaran la consagración definitiva de un derecho.

Espera el Gobierno argentino que el Gobierno imperial alemán reconocerá la razón  que asiste a la república  y le acordará las satisfacciones pedidas”.

Ante el nuevo hecho, el proceder de las autoridades alemanas distó de mantener el tono conciliador del caso anterior. Zimmermann respondió aduciendo que el barco estaba en una zona declarada interdicta en enero y que lo ocurrido “no es una consecuencia de la guerra submarina sin restricciones, sino de la aplicación de las reglas generales internacionales del derecho en la guerra marítima”. Añadió que la carga del Toro, carne y grasas, constituía “contrabando de guerra” y que la cercanía del buque a Gibraltar, fuerte enclave inglés, permitía suponer que su destino era un puerto enemigo. Pese a ello –agregaba la nota el Imperio estaba dispuesto otra vez a indemnizar los daños materiales y desagraviar nuestra bandera, aunque previniendo que sería hundida toda nave argentina que se hallare en la zona del bloqueo.

Neutralidad argentina
Vapor Toro

La respuesta de nuestro gobierno por intermedio del canciller Pueyrredón, el 4 de agosto, tuvo la energía que requerían las circunstancias.

“La República soporta como estado neutral las consecuencias mediatas de la guerra, pero no puede consentir como legítimo el daño directo, a base de convenciones que le son extrañas o por imposiciones de una lucha en que no participa.

No es concebible que sus productos naturales se califiquen en momento alguno como contrabando y jamás han figurado en tal carácter en los tratados celebrados por ella. Son el fruto del esfuerzo de la Nación en su labor vital, no para satisfacer exigencias de la guerra sino para las necesidades normales de la humanidad. El Gobierno argentino no puede así reconocer que el intercambio de la producción nacional del país sea motivo de una calificación bélica restrictiva de su libertad de acción y de evidente menoscabo de su soberanía.

En consecuencia, no cabe aceptar las proposiciones que formula Vuestra Excelencia, y de acuerdo con el derecho que sustenta insiste en la reparación requerida, y en la seguridad de respetar en lo sucesivo los buques argentinos en su libre navegación de los mares”.

En tanto se cruzaban estas notas entre nuestra Cancillería y la germana, el hundimiento del Toro había desatado nuevamente la furia de la ciudadanía. En esta ocasión se tradujo en el incendio del Club Alemán y de muchas cervecerías porteñas cuyos propietarios eran alemanes.

La tensión se incrementó a causa de que ese año Estados Unidos había declarado la guerra a Alemania y Brasil acababa de hacerlo. Vastos sectores populares exigían a Yrigoyen el rompimiento de relaciones; no se comprendía su conducta, mantener el statu quo a pesar de la magnitud del agravio a nuestra soberanía.

No obstante, en medio de ese clima impetuoso también eran muchos los que aprobaban la posición del Presidente, cuya acción más beligerante fue ordenar al Embajador alemán, conde Karl de Luxburg, que abandonara nuestro país de inmediato. Quienes no creían en la guerra y se oponían a que Argentina la declarara, consideraban que el aislamiento impuesto por Yrigoyen era la actitud que convenía.

El Imperio Alemán, por su parte, estaba en una situación complicada: avenirse a las exigencias argentinas significaba renunciar a la estratégica guerra submarina. Por último, el 28 de agosto nuestro Canciller recibió la respuesta alemana:

“Declaración: El Gobierno imperial alemán, no obstante las objeciones que puede hacer a los fundamentos de la reclamación del Gobierno argentino, en su deseo de mantener las buenas relaciones que siempre cultivaron y respondiendo a los sentimientos amistosos reiterados por las partes en esta oportunidad, para dar una sanción grande y elevada a la cuestión del hundimiento del vapor ‘Toro’, resuelve someter su solución a los mismos procedimientos observados en el caso del ‘Monte Protegido’, y está dispuesto a abonar al Gobierno argentino el monto del valor por el hundimiento del vapor ‘Toro’ en lo que exceda a la suma asegurada.

El Gobierno imperial reconoce la libertad de los mares a la navegación argentina, según las normas del Derecho Internacional, y garantiza una actitud concorde de su marina de guerra”,

En un acuerdo entre las dos Cancillerías que se mantuvo en secreto a la ciudadanía hasta mucho después de concluida la guerra, se dio palabra a Zimmermann de que ningún barco argentino navegaría dentro de la zona interdicta.

El final feliz del incidente internacional elevó la popularidad de Yrigoyen, sacudida ese primer año de su mandato por 80 huelgas. Como corolario, cabe consignar que el conde de Luxburg, de regreso en su país, aseguró conocer de buena fuente que el decreto de ruptura de relaciones con Alemania, firmado por el canciller Pueyrredón pero no por Yrigoyen, estaba en una cajón del escritorio del Presidente argentino, y esta aseveración del exembajador ejerció gran influencia en la redacción de la nota germana que puso fin al episodio.

(1) El apresamiento del vapor “Presidente Mitre”, El Restaurador N° 37 – Diciembre 2015.