miércoles, 29 de enero de 2025

Del Paseo de la Ribera a la Avenida Leandro N. Alem - Revista Todo es Historia - Chiviló

En el N° 684 de la revista Todo es Historia del mes de enero de 2025, fué publicado el siguiente artículo de autoría del director de este Blog, Norberto J. Chiviló, sobre el Paseo de la Ribera.

Observación: En primer término se publica el escaneo de la tapa de la revista y las páginas correspondientes al artículo.

Como su lectura puede ser dificultosa para algunas personas, por la medida de las letras, a continuación está la transcripción del artículo con letra más legible.


Revista Todo es Historia
revista Todo es Historia 682
Paseo de la Ribera

Paseo de la Alameda

Paseo de la Encarnación

Paseo de la alameda

Juan manuel de Rosas

Paseo del bajo

Encarnación Ezcurra

Paseo de la alameda


1757-1919 Cambios urbanísticos en Buenos Aires

Del Paseo de la Ribera a la Avenida Leandro N. Alem

Por Norberto Jorge Chiviló

 

Una de las distracciones de los habitantes de Buenos Aires, desde siempre, fue pasear por la ribera del río de la Plata, que los porteños de la Gran Aldea denominaban Paseo de la Ribera, del Bajo o de la Alameda y que fue el primer lugar de esparcimiento público de los inicios de la que después sería la Reina del Plata.

 

La época de antaño

En 1757 el entonces gobernador Pedro Antonio de Cevallos Cortés y Calderón (recordemos que en esa época Buenos Aires era una gobernación que dependía del Virreinato del Perú y que Cevallos posteriormente sería nombrado como primer virrey del Río de la Plata en 1776), encargó al Cabildo la construcción de un paseo arbolado, frente al río, en lo que se llamaba “el bajo de la ciudad”, desde el fuerte –actual Casa Rosada– hacia el norte –Retiro–, en el que plantaron sauces.

El 2 de noviembre de 1773 el gobernador interino Diego de Salas, mediante un Auto o Bando de buen gobierno (1) prohibió dejar animales sueltos, cortar estacas y poner ropa a secar en ese lugar.

Ese espacio público fue mejorado después por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo durante su mandato (1778-1784) –al margen diremos que fue el único Virrey que gobernó estas tierras, nacido en América y que tuvo una destacada actuación con una importante obra de gobierno–, quien lo amplió en una calle de dos vías, convirtiéndose luego en un paseo costanero durante la gestión del virrey Rafael de Sobremonte y Núñez del Castillo (1804-1807).

En el lugar que originariamente fue un saucedal, se plantaron ombúes y álamos entre otras especies arbóreas y se hicieron bancos de ladrillos para el descanso de los paseantes.

La extensión del Paseo era de aproximadamente cuatro cuadras (400 metros).

En la ribera del río las lavanderas hacían su diario trabajo y también se extraía el agua, transportada por los carros de los aguateros, que con la que se juntaba en los aljibes servía para el consumo de los habitantes de la incipiente ciudad. 

Durante la época estival y a partir de la bendición de las aguas cada 8 de diciembre, el lugar de playa aledaño al paseo –uno de los principales de la costa–, era frecuentado por bañistas para mitigar el calor de aquella época del año. En 1809 el virrey Cisneros, dispuso en un Auto o Bando de buen gobierno, a raíz de los excesos contrarios a la moral cristina que cometían los bañistas en la ribera, lo siguiente: “mando que nadie entre… a bañarse por los sitios que están a la vista del Paseo del Bajo sino de noche, observando la más posible decencia, quietud y buen orden”.

En el The British Packet, periódico editado en inglés en Buenos Aires, en su edición del 14 de enero de 1832, comentaba lo siguiente: “El 6 del corriente noche de Reyes, fue feriado; por la mañana cayó una ligera llovizna que refrescó la atmósfera, y por la noche, la Alameda estuvo extremadamente concurrida por gran número de damas.

“El domingo pasado, al anochecer, el paseo se vio literalmente atestado; nunca lo habíamos visto así, ni tampoco a tantas mujeres hermosas, vestidas con elegantes trajes, que causan la admiración de los extranjeros. Sin embargo, esta alameda, es mísera para una ciudad como Buenos Aires, y dudamos de que pueda ser materialmente mejorada, dado que su ubicación es muy desfavorable”.

 

En tiempos de Rosas

En 1844, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se contrató al ingeniero Felipe Senillosa para que proyectara y ejecutara mejoras en el lugar.

Con ladrillos traídos desde los hornos de los Santos Lugares de Rosas, se comenzó a levantar en el lugar un largo murallón con verja de hierro, denominado Murallón de la Alameda, cuyo objetivo era impedir o contener las aguas del río en las crecientes originadas por la sudestada, que pudieran anegar la zona hasta la calle 25 de Mayo. También se ensanchó la calle y el piso fue tratado con el método de Mac'Adams –conocido en aquella época como “macadamizado”– que era una técnica moderna (2); y además se agregaron más árboles y faroles.

Un camino arbolado con sauces y naranjos y provisto de faroles, unía el lugar con la casona de Rosas en Palermo de San Benito. En mayo de 1849 se estableció el primer servicio de transporte de pasajeros de la ciudad, que unió ambos lugares, por dos diligencias que partían a las 15 y 16 horas y que se cruzaban en el camino.
Ese camino también había sido tratado con el mismo método de pavimentación y al decir del viajero francés Xavier Marmier, quien arribó a Buenos Aires en 1850 y publicó al año siguiente Lettres sur l’Amerique –entre nosotros conocido como Buenos Aires y Montevideo en 1850, “El camino que comunica Palermo con la ciudad, sería en cualquier parte considerado un excelente camino. En efecto; se halla apisonado como un sendero de parque inglés y alumbrado por la noche con dos líneas de reverberos, como una avenida de los Campos Eliseos… ” (3); es de considerar que el Paseo de la Alameda y el camino que lo unía con Palermo, habían sido tratados con el mismo método y que también la iluminación habría sido la misma.

Senillosa, que fue quien confeccionó los planos de la nueva obra, manifestaba en el informe que los acompañó: “La alameda principia desde la plaza 25 de Mayo, aunque el paseo verdaderamente dicho, sólo se extiende por ahora desde la barranca cerca de la Fortaleza hasta la prolongación de la calle Corrientes. El muro y terraplén avanzan hacia el río hasta ponerle en línea recta con los puntos más avan­zados de la Fortaleza. De este modo el espacio total sería de cerca de cuatro cuadras de longitud y setenta y cuatro varas de ancho. De éstas, las veinte contiguas a los edificios quedarían para calle pública y el resto hasta la muralla sería un paseo cruzado por cinco caminos…”.

Por esta época también comenzó el relleno de las costas, para ganar espacio al río.

Juan Manuel Beruti, verdadero cronista de la época, en sus apuntes que tomaba día a día y que después fueron recopilados y editados con el nombre de Memorias curiosas, relató: “También a mediados de este mes de diciembre de 1846, se principió a levantar una muralla desde la punta del baluarte del Fuerte en la barranca del sur al norte, para contener las crecientes del río y formar una hermosa alameda, que por lo menos será de larga cinco o seis cuadras” (4).

En su Mensaje anual a la Legislatura, el 27 de diciembre de 1846, el gobernador Rosas le informaba: El Gobierno atiende moderadamente a la obra de la Alameda. La dirección es encargada al ciudadano Ingeniero D. Felipe Senillosa. La ejecución, reparo y celo de los trabajos, están encomendados al capitán del Puerto”.

Más adelante y ya refiriéndose al acto de la colocación de la piedra fundamental el 18 de enero de 1847, Beruti sigue con su relato: En esta tarde, en presencia de las autoridades eclesiásticas, civiles, militares, ministros y cónsules extranjeros, vecinos más notables y un sinnúmero de pueblo que concurrió, en el cimiento del muro que se va a levantar y arranca del baluarte de la fortaleza que mira al Norte, en la parte de la barranca del río de la alameda, se colocó la piedra fundamental de esta obra, que fue una urna de cristal metida dentro de un cajón de piedra; la que bendijo antes el ilustrísimo señor obispo diocesano don Mariano Medrano acompañado del presidente del venerable senado del clero, señores canónigos y eclesiásticos. Fueron padrinos de la ceremonia el señor ministro de Hacienda don Manuel Insiarte y la señora doña Manuela Rosas y Ezcurra.

“Toda la alameda estaba embanderada federalmente, y varias bandas militares, con su música, divertían a la concurrencia.

“Se firmó un acta autorizada por el escribano mayor de gobierno, don Rufino Basavilbaso, que fue colocada su original en la urna; y se sacó antes una copia autorizada, que se pasó al gobierno para que la mandase archivar donde fuera de su supremo agrado.

“Concluido todo, pasaron todas las autoridades a la casa de la comandancia de marina, en donde en una gran sala elegantemente adornada con el retrato del señor gobernador y banderas estaba colocada una espléndida mesa de refresco, entonándose varios himnos federales, que fueron cantados por los mismos aficionados; habiendo en seguida formádose una tertulia de baile, que duró hasta las once de la noche.

“Las monedas de varias naciones que se colocaron y depositaron en la urna en que se colocó el acta y otros documentos relativos a la colocación de la piedra fundamental son las siguientes...” (5) y allí también nombra a las personalidades tales como Manuela Rosas, Pedro Romero, Pedro Gimeno, Pedro De Ángelis, Gregorio Lezama, Fernando Gloede, quienes aportaron las monedas de nuestro país y de otros de América y Europa.

Sánchez Zinny, en su libro Manuelita de Rosas y Ezcurra. Verdad y leyenda de su vida, refiere con respecto al mismo acto, aportando mayores datos: “Su excelencia, el Ilustre Restaurador, excusa su asistencia. Manuelita lo representa. Ella, además, es la madrina en la ceremonia. Llega acompañada de sus damas de honor. Muchos coches conducen a la concurrencia. Ministros del P. E., representantes extranjeros, generales y lo más descollantes de la sociedad federal hacen acto de presencia. Las señoras con sus trajes claros, ponen colorido amable a la fiesta... El acto fue presidido por el ministro de Hacienda, doctor Manuel Insiarte. Se depositó en la obra, la colección de documentos oficiales ordenando la ejecución y la nómina de los miembros de la H. Junta de Representantes, junto al nombre del Restaurador, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Colocadas en el cajón de la piedra fundamental, en una urna de cristal, depositaron los documentos y 101 medallas de oro, plata y cobre, desde 1644 al 1845. Además, se pusieron un billete de cada clase de moneda corriente, desde 20 pesos hasta uno” (6). Tal como lo relata este historiador, Rosas no participó del evento. Él no era persona a la cual gustaran los actos oficiales. De carácter retraído omitía las tertulias, fiestas o reuniones, sobre todo donde hubiera gran concentración de gente.

El 15 de marzo de 1848, la Legislatura bonaerense, en homenaje al Gobernador y a su esposa Encarnación Ezcurra, quien había fallecido casi diez años antes, decidió ponerle a ese paseo ribereño el nombre de la llamada Heroína de la Federación. Así lo comento Beruti: “En sesión de este día ha ordenado la sala de representantes, en memoria de la finada doña Encarnación Ezcurra de Rosas, mujer del señor gobernador Rosas, en consideración a su marido como a lo que ella contribuyó a la causa federal y perpetuar su memoria, lo siguiente. Artículo 1° - El paseo de la Rivera se denominará en lo sucesivo paseo de la Encarnación” (7).

Rosas no aceptó el homenaje que se realizaba en memoria de su finada esposa y del suyo propio y solicitó que al paseo se lo denominara “Paseo de Julio” en homenaje al mes en que se había declarado la Independencia.

Así lo informa Beruti: 31 de octubre de 1848. Por orden del superior gobierno el jefe de policía don Juan Moreno, en este día, ha hecho saber al público, quedar suprimido el nombre de la calle de la Alameda instituyéndose éste con el de ‘calle de Julio’” (8).

En el mensaje a la Legislatura enviado por Rosas el 27 de diciembre de ese año, dirá: “Continúa la importante obra de la ribera. Me ha sido muy grato expresaros mi más íntimo agradecimiento por haberle designado el nombre de ‘Paseo de la Encarnación’ y porque accedísteis benévolamente a mi súplica, de que suprimiéndose éste, se lo denomine ‘Paseo de Julio’”. El 9 de Julio fue instituida como fecha patria durante el gobierno de Rosas y junto con la del 25 de Mayo, fueron valoradas de una manera especial, por lo que significaban; anualmente y durante su gobierno, se recordaron y festejaron con solemnidad.

Estas celebraciones patrias comenzaban con las salvas de la artillería de la fortaleza y los buques de guerra empavesados surtos en la rada, respondidas por las de otros buques extranjeros; se embanderaba –con la bandera nacional y la de países amigos– e iluminaba la Pirámide de Mayo, como así también toda la ciudad. Además de la celebración del tradicional Te Deum en la Catedral, se sumaban actos y desfiles militares y de bandas de música, como así también funciones teatrales –en las que los concurrentes, de pie, cantaban el Himno– y diversos juegos para diversión para los jóvenes. Todo ello concitaba la atención y la participación entusiasta y patriótica de toda la población nativa y extranjera, según lo refieren las crónicas de la época.

De acuerdo a lo relatado por los historiadores Sánchez Zinny y Adolfo Sandías podemos reconstruir lo ocurrido en esa fecha patria, especialmente en lo que se refiere al Paseo de Julio, dejando de lado el relato de las restantes celebraciones y actos, que tuvieron lugar después.

Producido en la localidad entrerriana de Concepción del Uruguay el 1° de mayo de 1851 el denominado “Pronunciamiento” de Urquiza –contra el gobernador Rosas– se sucedieron en todo el resto del país, pero especialmente en Buenos Aires, muestras de adhesión y aprecio de toda la población hacia su gobernador y su gobierno, atento a que Rosas –quien como mandatario de la provincia de Buenos Aires–, detentaba el ejercicio de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina.

Dos meses después de aquel hecho, la celebración del 9 de julio, que tuvo lugar en la ciudad, cobró un significado especial. Fue un día frio y tormentoso, con viento huracanado –que volteó parte de la Recova–, no obstante, se realizó una gran parada militar, con la participación de más de 8.000 soldados, formados en el cuadro de la Plaza de la Victoria pertenecientes a los cuerpos de fuerzas de línea y los llamados “cívicos” o Patricios de la ciudad, o simplemente “Patricios”, más el regimiento 1° de artillería ligera al mando del coronel Martiniano Chilavert; la formación contaba con 43 cañones tirado por mulas, correspondientes a todos aquellos batallones. El pueblo acompañó en la ocasión a su gobernador, con grandes demostraciones de fervor y patriotismo.

Rosas –vestido de uniforme azul y a caballo, y en contra de la costumbre–, se puso al frente, escoltado por su amigo Máximo Terrero, oficiando como ayudante de campo, ataviado con chaqueta y chiripá colorado, cribado calzoncillo y grandes espuelas, seguido por seis ayudantes y por la división Palermo desfilando al trote, apareció por el Paseo de Julio, en marcha hacia el Fuerte. Los soldados lucían poncho rojo y boleadoras atadas a la cintura, con los lazos en las ancas de los caballos.

La inclemencia del tiempo no amilanó al pueblo porteño, que participó de todos los actos. 

Cuenta Saldías que cuando “… apareció Rozas por el Paseo de Julio, al frente de la división Palermo. El pueblo nacional y extranjero corrió a su encuentro. Una enorme masa humana cubrió el ancho espacio, y lanzó esos ecos que conmueven el suelo con la fuerza de un cataclismo, y vibran en los aires entre ondas que sustenta el entusiasmo. Estrechado cada vez más por esa masa que sin cesar lo aclamaba; en la imposibilidad de dar un paso porque todos querían aproximarse a él y vivarlo personalmente; acusando en la rara palidez de su rostro la emoción que lo embargaba, Rozas dejó hacer al pueblo, y aquello habría interrumpido probablemente las ceremonias oficiales del día, si uno de los ayudantes de campo no hubiese a duras penas abierto con los soldados el camino por el cual Rozas siguió a pie hasta la Catedral...” (9). 


Después de Caseros

Caído Rosas, y durante la administración del Estado de Buenos Aires, –secesionada la provincia de la Confederación Argentina–, continuó la modernización y remodelación en el paseo con nuevas obras y mejoras.

Paulatinamente y por efecto del limo traído por el río y sumado al relleno realizado por el hombre, hizo que surgieran nuevas tierras ganadas al Plata y que el paseo dejara poco a poco de ser ribereño y que con el tiempo esas tierras –entre el paseo y el río– fueran ocupadas y se construyeran importantes edificaciones, convirtiendo a la zona en un lugar de gran importancia en la ciudad. Aunque el llamado paseo de Julio, se parquizó, en uno de esos espacios por iniciativa de residentes italianos se instaló una estatua de Giuseppe Mazzini, en aquél entonces llamada plaza Mazzini y actualmente como Plaza Roma.

En el año 1855 y en esas nuevas tierras ganadas al río y como consecuencia del importante tráfico marítimo de la ciudad y al aumento del calado de los barcos, se decidió la construcción de la llamada Aduana Nueva o Aduana Taylor –por el apellido del ingeniero que la proyectó– de forma semicircular ubicada frente al río y detrás de la Casa de Gobierno, que contaba con un espigón o amarradero de madera de 300 metros y que se terminó de construir dos años después. Con el tiempo, debido al oleaje del río, la estructura de hierro del edificio y el muelle se fueron deteriorando y fue demolido en gran parte en 1894 –ya que quedó una parte enterrada–, para dar lugar a la construcción de Puerto Madero.

En el artículo “Cuando el río era amable” publicado en el diario La Nación, Germán Wille dice “…hacia la década de 1870, la gente concurría a refrescarse masivamente a una lengua del río que se metía unos cuantos metros en el territorio de la ciudad, entre las actuales calles Lavalle y Tucumán, más o menos donde hoy se encuentra la Plaza Roma. El lugar era conocido popularmente como ‘la Canaleta’. Además de balneario, este pedazo de río era utilizado como una feria comercial. Según narra Enrique Herz en su libro Historia del agua en Buenos Aires, a la Canaleta llegaban botes de fruteros, pescadores y verduleros, que ponían a la venta sus productos frescos. Era común que las ‘chinas’ cocineras de la vecindad se acercaran hasta el lugar para hacer sus compras”10.

En el año 1868, se dictó una ordenanza, disponiéndose que los edificios cuyos frentes daban al paso de Julio, debían tener recova. Esa ordenanza establecía detalladamente como debía ser la recova, con informes de metraje, materiales a utilizar, etc.

A principios del siglo XX el paseo no tenía buena reputación, pues allí había burdeles, a los cuales concurrían los marineros que llegaban a la ciudad.

A mediados de 1903, se instaló la monumental fuente Las Nereidas, en la intersección con la calle Cangallo –actual calle Pte. Perón–, que originariamente había sido emplazada en la Plaza de Mayo, pero como se exhibían esculturas de desnudos femeninos para lo cual se utilizó mármol de Carrara, que causó conmoción y escándalo en la población conservadora de la época, se eligió este lugar del paseo de Julio, para ser instalada esta obra de la escultora Lola Mora, pero en 1918 fue trasladada a su actual emplazamiento en la Costanera Sur, más alejado de la ciudad.

En 1905 se construyó para el empresario naviero Nicolás Mihanovich, frente a la fuente de Las Nereidas, el Palace Hotel, de notables características para la época, ya que todas las habitaciones contaban con calefacción y teléfono, tenía tres ascensores y sobre el techo había un jardín. Allí se alojaban personalidades e importantes viajeros y también se alojaron las delegaciones que vinieron a Buenos Aires, para los festejos del Centenario, en 1910.

Por Ordenanza N° 520 del 28 de noviembre de 1919 el paseo de Julio cambió su nombre por el fundador del radicalismo, Leandro N. Alem, denominación que tiene hasta la actualidad. No obstante ello, a esa parte de la avenida, se la sigue llamando “del bajo”.

 

Notas

1. Los llamados “Bandos de buen gobierno”, eran normas de carácter general y de utilidad común que tenían por objeto el ordenamiento de la ciudad o pueblos en sus variados aspectos y que debían ser cumplidas por los habitantes, estableciendo también las penalidades o sanciones en caso contrario. Se difundían a viva voz por los pregoneros o por la fijación de carteles en lugares visibles.

2. El Diccionario de la Real Academia Española, define al macadán o macadam como “Pavimento de piedra machacada que una vez tendida se comprime con el rodillo”. La palabra deriva del apellido del inventor: John Loudon McAdam. En Buenos Aires, por las características del terreno de llanura y debido a la inexistencia de piedras, se utilizaron conchillas, por lo cual el camino tenía un color blanquecino y en días secos y de viento se originaba gran polvareda.

3. Marmier, Xavier. Buenos Aires y Montevideo en 1850. 1948. El Ateneo. página 83.

4. Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas. 2001. Emecé, página 460.

5. Ibidem, página 462.

6. Sánchez Zinny, E.F. Manuelita de Rosas y Ezcurra. Verdad y leyenda de su vida, 2da. edición. 1942, páginas 297 y 298.

7. Beruti, página 469.

8. Beruti, página 471.

9. Saldías, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina – Rozas y su época. 1951. Tomo III, El Ateneo, página 406.                                     

10. Wille, Germán, diario La Nación, 20 de mayo de 2024, página 32. https://www.lanacion.com.ar/opinion/cuando-el-rio-era-amable-nid20052024/

martes, 21 de enero de 2025

Similitudes entre Javier Milei y Juan Manuel de Rosas - Marcela Ternavasio - José María Bandieri

Milei y Rosas por la Dra. Ternavasio
Ilustración del dibujante Alfredo Sábat, aparecida en la edición
del diario La Nación del 11 de febrero de 2024.


Los días 11 de febrero y 2 de marzo de 2024 fueron publicados en el diario La Nación, dos artículos -"Milei en el espejo de Rosas" y "Milei se parece mucho a Rosas, que era un antiliberal en lo político"-, de la Dra. Marcela Ternavasio, miembro de la Academia Nacional de la Historia, sobre las similitudes, que según ella, existen entre el presidente Javier Milei y Juan Manuel de Rosas.

En los siguientes links se podrá acceder al texto de ambos artículos:

https://www.lanacion.com.ar/opinion/milei-en-el-espejo-de-juan-manuel-de-rosas-nid10022024/

https://www.lanacion.com.ar/ideas/marcela-ternavasio-milei-se-parece-mucho-a-rosas-que-era-un-antiliberal-en-lo-politico-nid02032024/


El Dr. José María Bandieri, -Presidente de la Fundación Nuestra Historia y Miembro de número del Cuerpo Académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas- por aquellos días, contestó las apreciaciones de dicha historiadora con la carta que publicamos a continuación, no recibiendo respuesta.

Aconsejamos a los seguidores de este Blog la lectura de los artículos de la Dra. Ternavasio y la medulosa contestación del Dr. Bandieri.


LA LÍNEA ROSAS-MILEI O LA PARADOJA DE LAS CONSECUENCIAS

Por José María Bandieri


Marcela Ternavasio, de la Academia Nacional de la Historia, en dos publicaciones periodísticas (“La Nación”, 11 de febrero y 2 de marzo del corriente) plantea una “llamativa paradoja”. Ella reside en que Javier Milei, que invoca como su mentor histórico a Juan Bautista Alberdi, se asemeja, en su trayectoria hasta el momento, mucho más a Juan Manuel de Rosas.

Para nuestra autora, las similitudes se reflejarían en aspectos como: ambos son outsiders de la política que se enancan en una situación de crisis; los dos echan mano a la polarización política extrema para concentrar poder, a través de un “lenguaje agonal” que crea incesantemente enemigos; uno y otro manifiestan una voluntad decisoria que elimina la deliberación; ambos, en fin, reivindican la democracia plebiscitaria para el otorgamiento de superpoderes. Incluso habría una coincidencia entre ellos sobre el liberalismo económico, aunque el Restaurador era un antiliberal y un reaccionario en lo político. La cima de la paradoja reside, a juicio de la doctora Ternavasio, en que en este punto dos acérrimos enemigos deberían coincidir. Mientras Cristina Kirchner se remite a un Rosas jibarizado a nivel pueril por paka paka, Milei se remonta a un Alberdi vagaroso y escolar (cuando el tucumano, el más inteligente de su generación, fue también el más giróvago en sus posiciones), al tiempo que, en puridad, el actual presidente tendría que reconocerse en el señor de Los Cerrillos, al que execra como “tirano”. 

Toda paradoja encierra una provocación intelectual; por lo tanto, bienvenida sea la aquí presentada, que invita a sondear el presente, más allá de la agitación del reñidero cotidiano, desde revivir un pasado que aún tiene lecciones que transmitirnos. Examinemos, pues, sus afirmaciones respecto de Juan Manuel de Rosas, que a contraluz nos hablarán sobre Milei. 

En primer lugar, en 1829 Rosas no era un outsider en el mundo político de la época. Ya en 1820, como comandante de milicias, al frente de los “Colorados del Monte” y al llamado de Martín Rodríguez, había derrotado la revuelta del coronel Pagola en la ciudad y, más tarde, repuesto en la gobernación al propio Martín Rodríguez. En noviembre de ese año, cuando entre Buenos Aires y Santa Fe se firma la paz en la estancia de Benegas, Estanislao López reclama como indemnización 25.000 cabezas de ganado, de cuya entrega sale de garante Juan Manuel, que contribuye con ganados propios y de otros hacendados. Este joven de veintisiete años era ya custodio del orden político provincial y el aval de su crédito, no un ignoto espectador de los acontecimientos. Alguien, además, que ha tomado contacto desde los primeros planos con la intrincada política del tiempo y sus protagonistas, aquilatándolo con la administración de vastas estancias con autoridad reconocida por quienes trabajaban en ella. Con esa experiencia formativa se va forjando ese “sistema particular” de entender al país, a sus gentes y al mando político que en 1829 confiará al enviado uruguayo Santiago Vázquez. A partir del 1° de diciembre de 1828, está ya en condiciones de intervenir en el gran juego, para el que ha ido preparándose. Fusilado Dorrego, vacante la autoridad nacional, en plena guerra civil, desarrolla su virtù política entre la pericia de López y la irreflexión de Lavalle y allí descuella.   De los tres, en cambio, el que parece un recién venido al arte de ganar un gobierno y mantenerlo es Lavalle, patético y desnorteado.

No hay parangón posible en este punto entre Rosas y Milei. Milei es un verdadero outsider, tanto por no provenir del mundillo político como porque es una vez llegado al gobierno que comienza a baquetearse en el abecé del regimiento de la cosa pública. Lo que lo eleva, con empuje de la fortuna, es su acierto -difundido en las redes sociales- en identificar y abominar ese partido único de los políticos y sus beneficiarios y paniaguados colaterales en que había derivado el proceso democrático inaugurado en 1983. 


Lo agonal y lo polémico

Sobre el “lenguaje agonal” como vehículo de enemistad política debo hacer una puntualización previa. El dato primo y fundante categorial de lo político es el conflicto. Los griegos utilizaban el vocablo ágon para referirse al conflicto no violento, con reglas, competencia entre adversarios, como los juegos o el proceso judicial. Pólemos era la guerra, el conflicto violento, enfrentamiento entre enemigos. El conflicto es una regularidad insoslayable de lo político y, por lo tanto, de la política como quehacer y arte de ejecución.  Por otra parte, lo agonal y lo polémico resultan situaciones siempre precarias y provisorias, prestas a trocarse rápidamente la una en la otra, habitualmente deslizándose a lo polémico en escalada de intensidad. De allí que la gran tarea de la política es tender al desarme de lo polémico y su encauce en lo agonal. Pero esto depende de la circunstancia, de la habilidad del ejecutante y del prestigio de las instituciones, especialmente las deliberativas, sede en principio del encaminamiento pacificador. En la circunstancia de una guerra civil, el lenguaje de la política se asemejará, quiérase o no, al de la guerra y señalamiento del enemigo. También es cierto que la dirigencia política, o buena parte de ella, en especial ante la inminencia de procesos electorales, o para perpetuarse en el poder, tenderá a simplificar el conflicto en expresiones de enemistad: o ellos o nosotros, mientras hipócritamente se invoca el juego institucional. Invito a repasar las noticias de todos los días y las sucesivas declaraciones de guerra sea a personajes concretas o a entidades abstractas como el hambre, la pobreza, la inflación, etc. Esto no es patrimonio de ninguna corriente política en particular y se ha transformado casi en práctica habitual. La doctora Tornavasio utiliza “lenguaje agonal”, en el sentido que es de uso en buena parte de los politólogos, como aquel que, desde el poder, denigra al sospechado como opositor descalificándolo como “traidor”. Por mi parte, me sirvo de la terminología puesta en uso por Julien Freund (1), que considero más adecuada.  Como fuere, veamos su aplicación respecto de Juan Manuel de Rosas. En 1829 asume la gobernación en la situación excepcional de una guerra civil desatada a raíz del derrocamiento y ejecución de Dorrego, lo que deja vacante la última autoridad nacional, que intenta malamente rehacerse a través de la Convención de Santa Fe. Esta situación se convierte en estado casi permanente durante el enfrentamiento entre la Liga del Interior y la Liga Federal y, más tarde, la coalición con intervención extranjera. La excepción hecha permanencia hizo que cada parte presentara su postura como una causa. La de la Federación se afirmó como causa “tan nacional como la de la Independencia”, lo que convertía a sus enemigos en réprobos y lo mismo, en espejo, se planteó enfrente, con demasías de uno y otro lado, a lo largo de esos años. También hubo en Rosas búsquedas de reanudar la amistad política, como la amplia amnistía de 1850, levantado el bloqueo, que posibilitó la vuelta de tantos al país (Posadas, Chilavert, Mariquita Sánchez, Miguel Cané, etc.) en un ambiente de paz y creciente prosperidad. Pero luego el Imperio del Brasil nos declaró la guerra, Urquiza firmó un tratado con dicho Imperio, que le suministraba tropa y material de guerra para su pronunciamiento y la rueda de nuestra fortuna política giró otra vez a la enemistad absoluta…pero esa es otra historia que no cabe ahora tratar aquí.  

El “lenguaje agonal”, con mayores o menores matices y altisonancias, ha sido el corriente en nuestra historia política: el “Régimen y la Causa”, “Patria y Antipatria”, “Enemigos de la Democracia”, “Al enemigo ni justicia”, las variantes de ataques a la “fachósfera” y a la “zurdósfera”, etc. Sin contar las provenientes de la maximalización de la ideología de género, cultura de la cancelación, lenguaje inclusivo, también con etc. ¿A qué seguir, si todos los que tenemos cierta edad arrastramos una descalificación ideológica casi prontuarial? En Milei, el rasgo idiosincrático -al contrario de Rosas, como bien anota nuestra autora- es la incontinencia verbal y la riña muchas veces con personajes secundarios sobre cuestiones al cabo nimias. Aquí el modelo mileiano podría ser Sarmiento, el “loco” Sarmiento, aunque sin la genialidad querulante del sanjuanino, que Alberdi hubo bien de sufrir. 


La primera organización nacional

No tenemos elementos para juzgar la política arquitectónica de Milei, que por ahora es sólo anuncio y promesa. En cambio, lo que Juan Manuel de Rosas edifica es la primera organización nacional, después de dos décadas de autogobierno, primero, de independencia después, en que los brillos de la pars construens quedaron opacados y disueltos en la precaria edificación institucional, que incesantemente amenazaba derrumbe en la anarquía y el caos. La constitución de la Confederación Argentina, como afirmaba Julio Irazusta, fue una constitución “empírica”, fundada en la Ley Fundamental de 1825 y el Pacto Federal de 1831, anunciado por los “pactos preexistentes” desde el tratado del Pilar. Era una república federativa no estatalista, esto es, no concentrada en un gobierno central. El gobierno confederal no une, sostenía Rosas, sino que representa ante el mundo la unión de los componentes del pactum foederis,  que conservan todas sus facultades salvo las relaciones exteriores que han delegado en el gobernador de Buenos Aires. Si estos componentes no están en orden, de nada valdría querer ordenarlos por la afirmación de un estatuto escrito, según ya se había a contrapelo intentado. En sus palabras:

“El Gobierno General en una República Federativa no une los Pueblos federados; los representa unidos ante las naciones. No se ocupa de lo que pasa interiormente en ninguno de los Estados, ni decide las contiendas que se suscitan entre sí. En el primer caso sólo entienden las autoridades particulares del Estado, y en el segundo la misma Constitución tiene previsto cómo se ha de formar el tribunal que deba decidir. En una palabra, la unión y la tranquilidad crea el Gobierno General, la desunión lo destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no la causa; y si es sensible su falta, es mucho mayor su caída, porque nunca sucede sino convirtiendo en funestas desgracias, y anarquía de toda la República”. No otra cosa iba a sostener Facundo Zuviría el 23 de abril de 1853 en la Convención Constituyente de Santa Fe.

Rosas dejó así afirmadas las bases para una organización institucional del país, bajo la forma confederal. Tan sólido fue el zócalo de esa primera organización, que resistió hasta que Roca, un cuarto de siglo más tarde, pudo sobre esa base cimentar la segunda organización del país. 


El Alberdi de las “Bases”

Tras Caseros, los gobernadores de la Confederación, en el Acuerdo de San Nicolás (redactado bajo el diagrama de los “pactos preexistentes”), le dan facultades extraordinarias y la suma del poder público a Urquiza para que, de acuerdo con el espíritu del tiempo, diera forma escrita a la organización del país. El entrerriano suponía que la forma confederal se iba a volcar en el texto, ahora con otro caudillo al frente.  Lo que sí sabía es que, para asegurar la contnuidad, debía triunfar un partido en Buenos Aires, suficientemente fuerte y que respetase las particularidades provinciales, lo que Rosas había procurado a través de la confederación empírica. Era la única manera de yugular la guerra civil que su pronunciamiento había reabierto. Y entonces, desde París, el emigrado tucumano Juan Bautista Alberdi propone la mixtura de federación y unidad, plasmada por el genio y la astucia de Hamilton en Filadelfia el año 1787. Así se podría “reunir los dos principios rivales [unitario y federal] en el fondo de una fusión que tiene su raíz en las condiciones naturales e históricas del país”, dicen las “Bases”. El tucumano le ha hincado el diente al caracú del producto de Filadelfia (gobierno central, “gobierno federal”, bien asentado y facultades de los estados federados que el proyecto recorta), a la carta californiana (imagina a California como el edén que por cierto no era) y a la constitución unitaria chilena, de la que heredamos la figura presidencial como “Jefe Supremo de la Nación” (2). Pero, en el fino fondo, desconfiaba de ese instrumento. Como dijo, denme el poder de organizar diez artículos según mi sistema y poco importa que en el resto voten blanco o negro ¿Y cuál era el sistema del Alberdi de las “Bases”? La constitución, en su lectura, debía ser ante todo un contrato social para el fomento y colonización de las pampas, preferiblemente con un trasplante de población por anglosajones, sin los cuales “es imposible aclimatar la libertad y el progreso material en ninguna parte”. Ello permitiría colocarnos “bajo el amparo de la civilización del mundo”, que de otro modo acudiría a “la conquista de la espada”. Desde París, el tucumano presenta a su patria como un erial atravesado por clanes rupestres. Espejismos de un ausente: en 1850 existían -como señala Juan Pablo Oliver- establecimientos capitalistas como los saladeros, industria fabril, banca poderosa, proyectos ferroviarios avanzados, cabotaje nacional de barcos argentinos, explotaciones mineras, servicios públicos de mensajerías a lo largo del país, campos alambrados y maquinaria agrícola a vapor, cruza de razas vacunas y ovinas de calidad e inmigración europea creciente, que descendería bruscamente a partir de Caseros, cuando el pronunciamiento con coalición extranjera derribó la paz reinante, obtenida con bien de sacrificio. 

El plan alberdiano no podía desenvolverse con el modelo rosista de confederación empírica, de provincias semisoberanas. Se necesitaba mucho más poder aún que el de don Juan Manuel para establecer una estatalidad concentrada y progresista, legitimada con de acuerdo con los modos propios del tiempo, por medio de una constitución escrita.  Y en ella un administrador con el “lleno de las facultades”, bien señaladas en el texto, para evitar otras demasías propias de los tiempos bárbaros del degüello y de las “ejecuciones a lanza y cuchillo, como prohibía en su artículo 18 el texto originario de 1853. Un administrador que fuese una especie de virrey republicano, que mandaría por seis años en el Fuerte, con posibilidad de ser reelecto por un período. Años más tarde el tucumano formularía un mea culpa: debería haber propuesto la prohibición absoluta de la reelección.  El poder otorgado a la jefatura presidencial, entroncado en la tradición virreinal, abría una manera de gobernar a las “crueles provincias” desde donde se asentase el poder central, con los instrumentos de la intervención federal, el estado de sitio y más tarde el reparto de los fondos federales, como tolderías que hay que “ordenar” a como dé lugar.

En 1860, antes de los diez años en que se había asegurado en el texto su intangibilidad, los convencionales de 1860, especialmente los porteños, que eran en buena parte provincianos, habrán de someter el texto de Santa Fe a una crítica rayana en la deslegitimación. “Ella [la Constitución] no fue examinada por los pueblos; fue mandada a obedecer desde un campamento, en el cuartel general de un ejército, por los mismos que la habían confeccionado”, arremetió Sarmiento, y cito apenas, mientras Vélez se entretenía en demostrar que aquellos constituyentes no habían entendido el modelo norteamericano. Producto típicamente argentino, realizado entre apurones y esporádicas reflexiones, algunas de muy alto nivel que hoy se leen aún con provecho, el texto de 1853 con las enmiendas de 1860 intenta evitar la guerra civil latente en los desajustes estructurales del país, a través de una organización estatal que articulase de otro modo el poder en la castigada República.  No alcanzará efectividad sino veintisiete años después, a precio de centralización del poder y de reducción del federalismo en la estatalidad concentrada. El vocablo “Estado federal” es un oxímoron donde el sustantivo devora al adjetivo.  


Las facultades extraordinarias

Hemos mencionado antes, de paso, las facultades extraordinarias. Para la profesora Tornavasio, si bien reconoce que la delegación de tales facultades “no era nueva en el ejercicio de los gobiernos posrevolucionarios”, en el caso de Rosas aparece la “ambición de establecer un verdadero ‘estado de excepción’”.  Lo cierto es que los gobiernos patrios durante el siglo XIX transcurrieron, salvo brevísimos intermedios, revestidos de poderes extraordinarios, por invocación de la salus publica suprema lex. La dictadura romana fue una magistratura extraordinaria y temporal; las facultades extraordinarias vernáculas, herederas del “poder omnímodo” de los virreyes, fueron recurso ordinario y permanente. Puede agregarse que el uso virreinal de tal expediente, en comparación con el gobierno propio, fue bastante mesurado. La Primera –o Segunda- Junta Gubernativa Provisional del 25 de mayo, la de las oleografías del Billiken, nació acorazada con la suma del poder público. Derogó de entrada el Reglamento que le estableciera el Cabildo (nuestra primera constitución, redactada por Julián de Leiva), que se reservaba, como congreso que la había designado, la posibilidad de remover a la Junta y establecía, además, que no podía fijar nuevas contribuciones sin su acuerdo ni arrogarse funciones judiciales. Destituyó a los cabildantes y luego los desterró. Envió fuerzas armadas a “persuadir” a las provincias de elegir diputados para un futuro Congreso General y ordenó por sí y ante sí arcabucear a Santiago de Liniers y los cabecillas de la resistencia en Córdoba. No le fue en zaga la Junta Grande, más tarde Junta Conservadora, con un poder dictatorial que Vicente Fidel López comparó con “la Convención Francesa o como un Consejo Veneciano”; ni el Primer Triunvirato (“medidas que crea necesarias para la defensa y salvación de la patria”) (3), ni el Segundo Triunvirato ni el Directorio, sin contar  el año XX y sus gobernadores, todos ellos provistos de “facultades omnímodas”, “sin restricción alguna  en defensa de la salud pública”, “poderes ilimitados”, poderes “sin trabas ni embarazos”. Rosas no creó la excepción, la situación excepcional trajo a Rosas y para tratarla se requería de las facultades extraordinarias. Así en 1829 y así en 1835, ambos momentos de guerra civil. Mientras en otros casos los poderes excepcionales fueron tomados por sí y ante sí por sus beneficiarios o declarados por órganos de dudosa competencia, la Legislatura de Buenos Aires era “Legislatura Extraordinaria y Constituyente” por ley del 5 de agosto de 1821, dictada a indicación de Rivadavia. La delegación de la suma del poder público en 1829 y en 1835 lo fue por un órgano representativo que era, además, constituyente. Juan Manuel de Rosas, en el segundo caso, pidió una reconsideración de la ley en sala plena y una ratificación popular de ella, “el libre pronunciamiento de la opinión general”: el plebiscito. Y aquí vamos al paralelo que nuestra autora establece entre el Milei que pide delegación de facultades legislativas y, en caso de no obtenerlas, amenaza con la consulta popular y el Restaurador con la suma del poder público y el plebiscito ratificatorio: el fantasma de la democracia plebiscitaria. En el caso de Rosas, la pregunta binaria sobre sus poderes de excepción servía “para disciplinar a las díscolas y entrenadas dirigencias políticas que tanto despreciaba”. Podría plantearse la cuestión de otro modo: que se quiso con una consulta popular dirimir el debate entre quienes sostenían reforzar las facultades extraordinarias y quienes querían restringirlas. (4)


El plebiscito de 1835

Un primer tipo de consideraciones acerca del plebiscito de 1835 resulta su novedad, en cuanto ejercicio del sufragio universal masculino, respecto de las prácticas europeas de la época, donde regía el sufragio censitario, esto es, reducido a quienes tuviesen propiedad o determinado rédito. Estuvo abierto a todos los habitantes de la ciudad, mayores de edad (20 años), nacionales o extranjeros domiciliados. Sufragaron 9.720 personas sobre una población calculada en 70.000, esto es, un elector cada seis habitantes (5). Y es de destacar que el sufragio universal en las elecciones bonaerenses estaba contemplado por ley de agosto de 1821, aunque la concurrencia, hasta el plebiscito de 1835, era normalmente escasa. En 1934, un destacado jurista, José Sartorio, publicó un conciso y serio estudio sobre el plebiscito de Rosas (6), donde destacó su validez a la luz del derecho público: a) por su legalidad, pues fue sancionado por una legislatura constituyente; b) el sufragio universal para nacionales y extranjeros; c) el control de las mesas por jueces de paz y vecinos de crédito; d) la sencillez categórica del voto, afirmativo o negativo, y su constancia escrita en un registro especial; e) el examen final por la Sala de Representantes.

El plebiscito o el referéndum (la distinción entre ambos es bizantina) son instrumentos de democracia directa, que pueden servir a un cesarismo (Luis Napoleón en 1852), a escisiones territoriales libres o forzadas, a derivas totalitarias o a reacciones democráticas (referéndum revocatorio de mandato). La suerte del plebiscito, que parece sellada de antemano en muchos casos, para los medios de información y los sondeos previos, muchas veces arroja sorpresas (sobre la constitución europea, sobre el Brexit, sobre la paz en Colombia, sobre la re-reelección de Chávez, etc.). No puede reducírselo a artilugio “populista” (“populistas” siempre son los otros).


La segunda organización nacional

Nuestra autora trae a colación el artículo 29 de la constitución, que fulmina como “infames traidores a la Patria” a los miembros de cuerpos legislativos que concedan las facultades extraordinarias o la suma del poder público.  A todos nos preocupan los superpoderes, que menudean en leyes y decretos a lo largo de nuestra historia, muchos de ellos en nuestro actual período democrático. Pero el artículo 29, como decía en su tiempo don Agustín de Vedia, que no era precisamente revisionista, es una cláusula “que no resiste a la crítica” (7), pura reacción retroactiva contra el gobierno de Rosas, incluso discutida en la Convención de Santa Fe. Lo que cabe lamentar es que los poderes extraordinarios y el lleno de las facultades se hayan reiterado desde 1853 sin que la cláusula haya tenido ninguna efectividad.  Durante los gobiernos de Urquiza, Mitre y Sarmiento corrió mucha sangre de provincianos y porteños, argentinos, orientales, paraguayos y brasileros, en nombre de unas facultades extraordinarias de vida y muerte y de degüello (prohibidas “ejecuciones a lanza y cuchillo”) no votadas por nadie pero ordenadas desde el poder y delegadas en los Paunero, Flores, Sandes, Arredondo e Irrazábal, entre otros muchos, ejecutores de la  “guerra de policía”  ordenada desde Buenos Aires y recogida con franqueza en las demasías de las cartas del “padre del aula”, entonces gobernador de San Juan. La cabeza del Chacho Peñaloza clavada en una pica en Olta, una entre tantas, resulta emblema de este tiempo. Llamado eufemísticamente de “organización nacional” y que, en la estadística de Nicasio Oroño para el período 1862 a 1868 registra en las provincias ciento diecisiete revoluciones, habiendo muerto en noventa y un combates cuatro mil setecientos veintiocho ciudadanos. Julio Argentino Roca, en 1880, será quien consiga establecer un Estado nacional, en la segunda organización nacional . Esta vez se trata de concentración y centralización del poder en una coalición bajo el rótulo de un partido hegemónico, el PAN (Partido Autonomista Nacional), con el Congreso, los gobernadores provinciales, el Ejército y la Corte Suprema alineados y en orden. Un esquema de poder que luego intentará ser replicado varias veces, siempre al fin fracasadas, y que hoy puede considerarse inviable.


La asimilación con Milei

En cuanto a la asimilación las facultades extraordinarias de Rosas con los intentos de Milei de conseguir delegación legislativa no parece sostenible, si tenemos en cuenta que la delegación legislativa y el gobierno por DNU (antes decretos-ley) son prácticas constantes. La delegación legislativa en el Ejecutivo sobre cuestiones administrativas y poder de policía existe desde fines del siglo XIX, convalidada por la Corte. El artículo 76 de la CN reformada en 1994 establece la prohibición de la delegación legislativa “salvo en materia de administración y emergencia pública”. Por ese ventanuco se coló todo, ya que “emergencia” y “emergencia económica” son expresiones corrientes desde 1983. Así la Corte pudo establecer, en el caso “Peralta”, la constitucionalidad del D. 36/90 (plan Bonex) que incautó depósitos de ahorristas a cambio de bonos de deuda, ya que el Congreso había delegado funciones en el Banco Central. Desde principios de este siglo rigieron las leyes de emergencia económica y delegación de facultades, prorrogadas año a año. Las impugnaciones a Milei, de puntillosidad constitucionalista son por lo menos hipócritas.   En cuanto al peligro plebiscitario, es inexistente, porque, a diferencia de otras constituciones de la ecúmene hispanoamericana, la nuestra sólo contempla: a) el derecho de iniciativa popular de leyes, vedado para reforma constitucional, tratados internacionales, y materias tributaria, presupuestaria y fiscal, con requisitos reglamentarios bastante dificultosos para obtener el número y distribución de los peticionarios firmantes que exige la reglamentación. Aun de conseguirla, la única obligación del Congreso es tratarla en los doce meses de obtenida, sin sanción alguna por el incumplimiento; b) la consulta popular del art. 40, que puede ser iniciativa vinculante del Congreso para un proyecto de ley, que, si obtiene el voto popular con una concurrencia no menor del 35% del padrón, se convierte en ley o iniciativa no vinculante del Congreso o el Ejecutivo, siendo en tal caso el voto no obligatorio. El resultado de la consulta no obliga al órgano convocante a una decisión acorde con el voto popular. Ninguno de estos institutos ha tenido hasta ahora aplicación.

La paradoja planteada por la doctora Tornavasio se torna en la conocida paradoja de las consecuencias: las intenciones que llevaron a plantearla conducen a resultados distintos de los esperados. Porque, efectivamente, y se hubieran horrorizado o no los liberales decimonónicos, la experiencia de Juan Manuel de Rosas podría ofrecer a un gobernante actual enseñanzas más valiosas que las del autor de las “Bases”, aunque desparramadas en la obra del contradictorio tucumano también haya atisbos pertinentes.  De todos modos, la línea de transporte histórico Rosas-Milei, como las otras ya postuladas (Mayo-Caseros-Democracia, Alem-Yrigoyen-Alvear, San Martín-Rosas-Perón, etc.) tendrá como destino la papelera de reciclaje de las simplificaciones.

Notas:

(1) “Sociología del Conflicto”, Fundación Cerien, Buenos Aires, 1987.

(2) “Jefes supremos se han llamado todos los caudillos, y el vicio está tan arraigado que pasó al lenguaje constitucional”, anotaba José Manuel Estrada.

(3) Estatuto Provisional del 23 de noviembre de 1811.

(4) Emilio Ravignani, en su “Introducción” a “Documentos para la Historia Argentina” describe ese debate.

(5) Según Julio Irazusta, en Inglaterra, sobre 24 millones de habitantes, sólo había 800.000 electores, un elector cada treinta habitantes.

(6) “El Plebiscito de Rosas, estudio histórico de derecho público”, medalla de oro de la Institución Mitre, Bs. As., Amorrortu, 1934.

(7) “Constitución Argentina”, Coni Hermanos, Bs. As. 1907, p. 129 y sgs.

lunes, 20 de enero de 2025

Fray Francisco de Paula Castañeda

Fray de Paula Castañeda





El artículo que se publica a continuación corresponde a la revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas N° 4/5, julio a diciembre de 2024




Fray Francisco de Paula Castañeda 

Vida y obra en el litoral

(1825-1832)

Por Julio Rodríguez (Historiador oriundo de Rosario, provincia de Santa Fe)


Fray Francisco de Paula Castañeda


Introducción

Las provincias de Entre Ríos y Santa Fe tuvieron el privilegio santo de contar con su ministerio sacerdotal en la fundación de capillas y escuelas que elevaron el espíritu y la cultura de los pobladores. Fueron siete años de fecunda labor ampliamente cumpliendo los preceptos de su Orden, prohijando una vida sencilla cerca de los desheredados, sirviendo a la Santa Iglesia y a la Patria. “Un insólito conjunto de extraordinarias cualidades” lo definió el presbítero Alfonso Durán, sumando estos conceptos del buen fraile:

“Humilde, como todo hijo de San Francisco de Asís. Vigoroso como todo hombre sano de espíritu y de cuerpo. Valiente como todo el que arde apasionado por un gran ideal. Abnegado, como todo apóstol. Luchador, como todo el que hace de su vida una gran misión”. (1)

En aquel exilio interior, empleó el arado y la pluma, continuando el infatigable batallar contra las herejías implantadas desde las usinas del poder gobernante. Fray Francisco nunca dio el brazo a torcer y su invocación permanente a Dios le permitió sortear con holgura aquellas borrascas.

“Mi voz es débil, pero Dios es poderoso para hacerla sonar en todo el mundo. Los que profesamos la religión católica debemos acreditar en todas partes que somos hijos de esta buena madre y discípulos de esta sabia madera, como también que en serlo tenemos nuestro mayor gozo y complacencia”. (2)

Las escuelas por él fundadas fueron de enseñanza gratuita y los recursos salieron propiamente de su escasísimo peculio, viviendo como un penitente, trasladándose en muchas ocasiones descalzo o con humildes zuecos, configurando la imagen del pastor con olor a oveja. 


Porteño de muy buena ley

Francisco de Paula Castañeda nació el 3 de enero de 1776 en la Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre, hijo de don Ventura y doña María Andrea Romero. La familia, compuesta por los restantes hijos, Mercedes, Fulgencia, Juliana –en 1812 ingresó al Monasterio Santa Catalina de Siena–, Pedro –gobernador federal de Jujuy entre el período 1849-51– y Manuel, todos criados bajo el manto de la catolicidad. Su padre, “cristiano de puño cerrado” fue Hermano Mayor de la Archicofradía del Santísimo Sacramento en la iglesia Catedral y la madre tuvo un hermano sacerdote, el presbítero Antonio Romero. 

Luego de cursar estudios de Latinidad en el colegio San Carlos, Francisco ingresó a la Orden de San Francisco de Asís en 1793 y, siete años después, fue ordenado sacerdote en el convento de la Recoleta, ocupando allí la cátedra de Teología Moral. La ciudad se conmovió enfrentándose en forma estoica a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, donde Castañeda tuvo a su cargo el panegírico de la Reconquista destacando que “la victoria del 12 de agosto último fue obra del pueblo ante la corrupción e incapacidad de la administración española”.

Un año más tarde, repitió el sermón, pero en este caso, refiriéndose a la heroica Defensa en la capital del Virreinato. Lamentablemente, no hallamos los textos que sin dudas hubieran de enriquecer este trabajo. Sí tenemos su adhesión a la Junta Provisoria de Gobierno asumida el 25 de mayo de 1810 ya que el Tedeum de 1815 lo tuvo nuevamente a cargo de la homilía y dijo:

“El día 25 de mayo, ya se considere como padrón o monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII, o como el origen, principio y causa de nuestra absoluta independencia política, es y será siempre un día memorable y santo que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”. (3)

El cariz extranjerizante e iluminista que iban tomando los representantes del Triunvirato encendieron las alertas del franciscano, decidido entonces a iniciar el combate desde la educación. A fines de 1814, abrió una escuela de dibujos en uno de los claustros de la Recoleta trasladándose al año siguiente al Consulado, donde continuó el legado del general Manuel Belgrano cuyo retrato, pintado por un alumno, presidió desde entonces aquel establecimiento. 

El 10 de agosto de 1815, el fraile tuvo a su cargo el corte de cintas explicando además su proyecto dentro del aula: 

“No hasta que los niños aprendan los rudimentos de la religión católica que por dicha nuestra profesamos, no hasta que sepan leer, escribir y contar…preciso es que se emplee en su instrucción y enseñanza; el dibujo, la geografía, la historia, la geometría, la náutica, la arquitectura civil, militar y naval deben entrar también en el plan de su buena y bella educación; la esgrima, la danza, la música, el nadar y andar a caballo, pronunciar correctamente el idioma nativo... Entremos gustosos en este plan admirable… y en pocos años veréis los rápidos progresos que obra la necesidad unida con la industria y la libertad”. (4)

La Academia fue clausurada en 1818 por falta de recursos, pero el empeño del Padre hizo que se reabriera en octubre de 1820 siendo dirigida por el francés José Rousseau, aunque perduró un año más. 


La Reforma y el exilio

A mediados de 1822, Bernardino Rivadavia, secretario y máximo exponente del gobierno del general Martín Rodríguez, dictó una Reforma Eclesiástica, cuyo fin fue colocar a la Iglesia Católica bajo la órbita del poder civil, expropiando sus bienes de la provincia, como el Santuario de Nuestra Señora de Luján, la Casa de la Hermandad, el Convento de la Recoleta, los conventos de las órdenes religiosas, a la vez que anuló la Vicaría Castrense, de imprescindible labor en la religiosidad de nuestras tropas. 

La Provincia Franciscana del Río de la Plata, cuya acción benefició con creces a la Recoleta, lamentó aquel desalojó que provocó un desbande de religiosos emigrando una gran mayoría, hacia Catamarca. Ante este despojo, Castañeda, junto a fray Cayetano Rodríguez, Pedro Castro Barros y Mariano Medrano y Cabrera, fueron las pocas voces eclesiales que se hicieron oír. El franciscano, imprimiendo un lenguaje irónico y locuaz, dio combate desde sus periódicos. 

“Aquellas filosofías, no es cosa que entra en mi casa

Porque de cristiano viejo

La enjundia tengo en el alma

Yo ya sé que en la ciudad

Con la capa de estudiantes

Se burlan de la piedad, algunos mozos tunantes…”. (5)

La defensa de la religiosidad y tradición hispánica sirvieron de contrapeso a la virulencia expresada desde las páginas oficiales, historiando en su artículo “Época de D. Bernardote Rimbombo”:

“La época de Rivadavia es la de un loco furioso, cruel, hereje, inmoral, déspota, traidor, consuetudinario y reincidente, fiado no más que en la impunidad, que le resulta de la constelación de sabios, a quien pertenece, y que lo necesita para biombo y testaferro. Rivadavia ha repetido en grande los hechos que Alvear trazó y dibujó en pequeño”. (6)

El estilo criollo y gauchesco que imprimó a sus trabajos merecieron la furia de logias e incluso de sacerdotes apóstatas afines al gobierno. Con fina ironía y mucha valentía, el fraile los combatió diariamente ganándose como buen cristiano, la cruz del destierro, a la cual se aferró dignamente.

“Yo emprendí mis periódicos con el fin de que mi pueblo se recobrase del desmayo universal que lo tenía postrado, para que, entonándose, tomando aliento y cobrando sus antiguos bríos desquijarase leones como un Hércules”. (7)

Desalojado del convento y perseguido por los esbirros del gobierno, fray Francisco llegó primero a Kaquelhuincul, en la zona desértica al sur del límite de la provincia de Buenos Aires. Su destierro prosiguió en Fortín Areco, Catamarca y Montevideo. Durante un breve tiempo, había sido cobijado en Pilar, donde levantó la capilla reconvertida luego en la actual parroquia.


En la Invencible provincia

A mediados del año 1823, Castañeda inició camino hacia Santa Fe, cumpliendo el pasaje primeramente por el convento San Carlos de San Lorenzo donde visitó a sus hermanos de la Orden. A la salida, acompañado por un oficial de Gobierno, le explicó el sentido de la breve parada. 

“…en aquel santuario están los ejércitos de Dios, los ángeles de Santa Fe, los que purifican el sistema político de toda la escoria filosófica… esos padres nos dicen y nos repiten, en sus misiones, que la palabra divina debe ser venerada y adorada, no menos que el Santísimo Sacramento del altar; esos padres son hospitalarios sobre toda ponderación, suaves en su trato, modestos en sus costumbres, amables por su vida ejemplar, humildes sin bajeza, castos sin repugnancia, devotos sin hipocresía, enérgicos en la cátedra de la verdad, y el único común consuelo de toda nuestra provincia”. (8)

Finalmente, arribó a la capital, bordeando el río Salado e ingresando al convento San Francisco, según leemos por letra suya desde Vete portugués:

“Entró, pues, en la ciudad por los arrabales y se introdujo por la puerta falsa en el convento. Al momento lo supo la ciudad, y su celda era un jubileo de los principales del pueblo, que vinieron a su celda a darle la bienvenida. Abochornado estaba el padre, cuando, hete aquí, que le golpean la celda ¿Quién? El muy ilustre Cabildo y Regimiento de Santa Fe, cuerpo y etiqueta, a darle al Padre la bienvenida y a ofrecerle, etc.”. (9)

Habiendo sido crítico de Estanislao López al frente del gobierno, tal recibimiento lo tomó de imprevisto y preguntó:

“Estas gentes ¿no han leído mis periódicos? ¿No han visto lo acre y emberrenchino que me he producido contra ellos? Pues ¿qué novedad es ésta? Descífreme este misterio… Padre mío: no hay en este pueblo quien no haya leído sus papeles... Ha de saber Ud. que estas gentes son muy amigas de que los ministros de Dios sean quisquillosos y que reprendan lo malo, en sus números nuestras gentes leían el corazón de V.P. y se deleitaban en las buenas doctrinas que vertía...”. (10)

A la hora de explicar su llegada a la provincia, no anduvo con ambages lamentando la orientación dispuesta por la reforma rivadaviana.

“…tengo el honor de exponer a V. H. que por no haberme prostituido cobardemente a las máximas filosóficas-jacobinas del ministerio porteño, he sido perseguido, proscripto y calumniado hasta el extremo de habérseme precisado a cumplir literalmente el mandamiento de nuestro amabilísimo legislador Cristo, el cual previene a sus ministros que cuando los persiguieren en una ciudad, huyan a otra, y habiendo sido recibido con tanta caridad, amor y respeto en la Provincia de Santa Fe, que V.H. tan dignamente representa, me he persuadido que es indispensable deber mío lo primero dar a V.H. las debidas gracias…”. (11)

Una vez instalado, inició su conversión respecto a la conducta del gobernador santafesino, sobre todo luego de la firma de éste del Tratado de Paz junto a su par bonaerense en la estancia Benegas, graficado con absoluta felicidad:

“…estoy convertido y arrepentido hasta la improsulta ¡Bendito sea el General López! Yo convengo en que me emplumen… el Gobernador de Santa Fe está decidido por la causa del orden y de la felicidad común de la provincia, y es una de sus más firmes columnas…”. (12)

Anoticiado de la llegada, el Brigadier le dio la bienvenida enviándole un afectuoso mensaje, vía chasque de correo.

“…déjese, amigo, de excelencias, y sepa que los ratos que me dejen sosegado los negocios públicos, hemos de tratar, mano a mano, a la sombra de aquel ombú, donde hemos leído todos sus números, deseando alguna vez tener por acá al autor, como ahora, gracias a Dios, lo tengo, y para que se convenza de la sinceridad de mi afecto”. (13)

En agradecimiento, el buen Padre improvisó unas coplas dedicadas a las victorias obtenidas por el caudillo santafesino.

"López el gobernador

Con dos victorias ganadas,

De las tropas federadas

Se ha vuelto corregidor;

En Santa Fe vencedor,

Y venciendo en Gorondona

Logró la doble corona

Con que lo vemos laureado,

Y por valiente soldado

Ya la fama lo pregona”. (14)


Fraile rinconero

La localidad del Rincón, distante catorce kilómetros al noreste de la capital, había sido donada por Juan de Garay al capitán Antón Martín. A fines del año 1714, se levantó allí un fuerte con tropas destinadas a repeler las invasiones de los indios. Con respecto a su historia religiosa, se formó en torno a una imagen de Nuestra Señora del Rosario, la cual, en 1727, fue trasladada a la ciudad de Paraná y preservada de los malones. Desde entonces, los vecinos participaban de la Santa Misa, oficiada por sacerdotes de la orden franciscana, en humildes ranchos de barro que servían de capilla.

Atentos a ello y bajo el auspicio de su Alcalde, providencialmente elevaron un pedido a la Legislatura santafesina, para la construcción de una capilla. 

“…nosotros clamamos por este beneficio en obsequio de nuestra religión para por este medio aumentar y engrandecer nuestro partido en esta virtud y para lograr el fin de este templo, suplicamos a vuestra Honorabilidad que el importe del diezmo de chacras del año de 1823 y 1824 se nos ceda en beneficio de obra…”. (15)

Estanislao López accedió al pedido y el 20 de octubre de 1823 notificó a su Ministro de Hacienda que se destinasen 400 pesos del Diezmo para chacras, resultando un “notorio beneficio de tantos beneméritos habitantes hasta hoy privados de los remedios espirituales inmediatos…”. El gobernador, católico practicante y miembro de la Orden Terciaria Franciscana, contó con la inestimable acción del fray y ambos le dieron impulso a la pietà cristiana de los rinconeros. 

-Amigo usted es el dueño de Santa Fe, pasee largo, y verá qué gente tan cariñosa es esta, le instó el Brigadier.

-Mi trabajo aquí será derramar mi corazón en la presencia de Dios y de mis amados, los cariñosos santafesinos, arengándoles desde la cátedra de la verdad; y confirmándolos no sólo en la unión, sino también en la justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo, respondió Castañeda.

El poblado, que vivía en la miseria más profunda, con sus viviendas derruidas, atemorizados por el constante maloneo, recibió a su pastor quien de inmediato, puso manos a la obra en la instrucción cívica y religiosa inaugurando a fines de 1823, en forma parcial, la escuela y la capilla. 

La Santa Misa ocupó el sitial privilegiado celebrándose en forma cantada todos los días al alba. Luego, los alumnos se encargaban del aseo y barrido de todos los sectores. Las clases duraban tres horas durante la mañana sumándose una más en el turno tarde. Al atardecer, rezo del Santo Rosario, cena posterior y una hora de catecismo. Para los tiempos libres, los alumnos pudieron elegir: educación física, danza, maroma, lucha, correr a caballo, manejo de canoa y nado en el río. 

El reglamento, redactado por el sacerdote cuyas clases también lo tuvieron a cargo, departió las materias de Dibujo, Geografía, Gramática, Lectura y Música, sin olvidarse, del estudio humanístico del latín y retórica. Posteriormente, añadió los oficios de carpintería, herrería y relojería. El franciscano cumplió honrosamente una de las máximas de su orden: evangelizar y enseñar. Manuel Cervera, en su obra sobre la historia de Santa Fe, así lo entendió:

“…el Padre Castañeda buscó despertar en los niños el orden y el patriotismo y principios de fe que no sólo propugnó con esas escuelas y como capellán, sino en sus sermones refiriendo las malas costumbres, los escritos de los diarios liberales y antirreligiosos”. (16)


Bajo el amparo de San José

La humilde capilla, abierta a los fieles a fines de 1823, con un campanario donado de apuro por el gobierno proveniente del templo de Sunchales, tuvo al año siguiente, trabajos de ampliación y ornamentación siendo el altar regido con la imagen del glorioso Patriarca recibiendo el poblado la bendición de su nombre: San José del Rincón. El sacerdote, arremangándose el hábito marrón, comandó las obras, según el relato del vecindario:

“…yo le he conocido, niña de catorce o quince años, y con mis hermanas eran nuestros hombros los que traían desde el Colastiné las piedras y los ladrillos que el Padre Castañeda utilizaba para cimiento y paredes de su capilla. Su vida era la de un penitente. Andaba descalzo, a veces calzaba unos zuecos y con frecuencia viajaba hacia el norte -el Chaco- y entablaba amistad con los indios”. (17)

Con respecto al ministerio sacerdotal, pocos datos arrojaron los libros de la capilla conservados en el Archivo General de la Provincia. Una carta del Padre Gregorio Antonio Aguilar a José de Amenábar, vicario de Santa Fe, explayó la labor de fray Francisco durante el Adviento de 1824, teniendo a su cargo todas las pláticas y recibiendo partidas cuyos recibos suscribió con creces. 

Pero, al año siguiente, hubo complicaciones, según nota elevada a la autoridad eclesiástica fechada el 4 de abril. En la misma, comenzó contando la obra que allí emprendió “por todas partes imposibles” quejándose ante la falta de apoyo por parte del Curato santafesino.

“Llamo yo desamparo del Cielo a la indiferencia increíble, y positivo estudiado criminal abandono, con que la Santa Iglesia Matriz ha mirado y mira a este Religioso que se ha sacrificado en su obsequio con desintereses… llamo desamparo de la tierra en que ni por parte del Gobierno ni por parte del Rincón se me asistió en lo más mínimo”. (18)

Del mismo tenor fue la crítica al vicario en referencia a las cuentas que le rindió cuya disposición fue nula “acerca del vino, cera, hostias, de modo que me veo en la precisión de costearlo todo”. El fraile, desencantado con aquella conducta, amenazó con “desistir de la empresa, y lo haré efectivamente en el caso de que Vuestra Honorabilidad no encuentre arbitrio para contener este desorden del cielo y de la tierra”. 

Un mes después, el 5 de mayo de 1825, dirigió largo escrito al gobernador López, haciendo balance de su misión. De movida, halló las cuentas aprobadas por el Gobierno, cuyos fondos “no alcanzaban para la fundación de iglesia, pueblo y escuela en un desierto llamado Rincón de San José”. Pero no todas fueron pálidas, ya que describió el progreso de conversión de los indios a la religión católica.

“Los guaicurúes, o mocovíes y abipones, no hay conferencia, que tenga con ellos, en la que no consiga un triunfo. Les he persuadido que voy a llenar el Chaco de grandes conventos… que yo los he de educar para que sean donados, legos, novicios, coristas y sacerdotes, que prediquen la fe y la ley de Dios por todas partes. No hay como explicar la alegría, júbilo y exultación en el Espíritu Santo, de que se llenan transeúntemente estos miserables, cuando se lo doy hecho todo, que parece que ya lo están viendo”. (19)

Para el cierre, trazó como objetivo la promoción de las artes y hacerse de nuevos fondos para sus empresas, pidiéndole como garantía que no era el león como lo pintan, ya que “si alguna vez hice algún daño, fue provocado, y que al hombre no se le han de contar las peleas, sino la razón que tuvo”.

El Brigadier acusó recibo elogiando aquella labor en carta a una persona de su entera confianza.

“En esta parte bien considerable del mundo ha fundado el Padre Castañeda una iglesia, un pueblo, una escuela, un colegio que ya cuenta con cincuenta y seis alumnos, que viven a sus expensas; aquí el padre Castañeda de noche maneja la pluma; de día el arado, la azada, las redes, el espinel, para mantenerse, mantener a sus colegiales, mantener también al pueblo que ha fundado; aquí lo llaman al padre Castañeda a una Confesión; y camina a pie y descalzo cuatro leguas por campos espinosos, pasando cañadas con agua, y vuelve a su capilla en el mismo día tan sin cansancio, que se siente capaz de repetir la jornada si lo volviesen a llamar. Además, tiene fundada una sociedad filantrópica”. (20)

En agosto de 1828, volvió a la provincia Invencible para decir Misa y dar gracias al Cielo por la paz concretada con Brasil.

“…en la iglesia de San Francisco… hubo una Misa y Tedeum, pero no hubo orador, porque habiendo sido un acto improvisado, ningún sacerdote se animó a pronunciar unas palabras. Pero aquella misma mañana llegó del Paraná fray Francisco y no trepidó en subir al púlpito. Como escribió él después en tercera persona subió al púlpito de improviso un religioso que acaba de desembarcar de Entre Ríos”. (21)


Cruzando la orilla del Paraná

En la misiva descrita a don Estanislao, el fraile había mencionado su deseo de emprender nuevas empresas. 

“El Entre-Ríos me está tan unido por el Sud, que solo nos divide el Paraná patrio; de aquí es que, por interés de la escuela, me vienen a cada paso flotas llenas de ángeles para ejercitarse en los primeros rudimentos de las letras y de la religión; pero no solo vienen niños pequeños a educarse, sino también jóvenes educados ya importunándome a que los instruya en facultades mayores”. (22)

A mediados de 1826, el Cabildo santafesino le retiró una pequeña mensualidad por lo exhausto del Tesoro, prometiéndole apoyarlo cuando los recursos fueran posibles. Por entonces, Pedro Ferré, gobernador de Corrientes, solicitó su presencia invitándolo a dirigir una escuela de dibujo próxima a inaugurarse. También desde San Juan, el gobierno del Carril lo convocó, pero el fraile eligió una provincia vecina y contraria a la Constitución unitaria de 1826.

El 19 de marzo de 1827, día de San José, el Padre bajo su amparo, dirigió una nota al gobernador Mateo García de Zuñiga, con el objeto de trasladarse allí debido a una sequía asoladora sufrida en Rincón:

“…he determinado fundar en la capital del mando de V.S., otro colegio y trasladar a él los veintiocho o más niños entrerrianos que, por el amor de las letras, se han desterrado voluntariamente y me acompañan en este desierto. La propuesta que acabo de hacer a V.S. es bajo la condición precisa de que V.S. lo ha de allanar todo, no sólo con el señor gobernador de Santa Fe, sino también con el Reverendo Padre Provincial”. (23)

La respuesta del mandatario entrerriano resultó halagadora aprobando en un todo el proyecto. 

“La apreciable de V.P. que acabo de recibir, es un hallazgo y un socorro oportuno, en el tiempo de la mayor necesidad; cuando tuve el honor de recibirla... Cuente V.P. con que el Entre Ríos lo desea como la sed al agua, pues los cuatro años, que lo hemos tenido de vecino, lo hemos conocido a fondo, aunque mucho antes lo conocíamos por sus escritos... ¡Ojalá V.P. fundase mil colegios! Por consiguiente V.P. ya es nuestro y puede disponer de un terreno que ya se le ha señalado sobre el mismo puerto del Paraná, como también de unas tierras casi contiguas para chacra y recreo de sus colegiales”. (24)

El 9 de mayo, la Legislatura expidió el decreto correspondiente para la creación de una capilla conjuntamente a escuela de primeras letras y latinidad, sobre la superficie de sesenta varas de frente por cien de fondo. Sin embargo, García Zuñiga fue depuesto y reemplazado por León Solá quien también duró poco tiempo en el cargo puesto preso. El estado anárquico de la provincia ayudó poco y solamente la Providencia divina del sacerdote socorrió en la provisión de papeles, cartillas, cartones, libros de gramática y catecismo, invertidos del propio acervo.

“Los gastos indispensables no son más que el fruto de sus sermones, de sus escritos y de los servicios efectivos, que presta a sus amigos, como también de las asignaciones de su casa (esto es, las donaciones de su madre viuda) que jamás las emplea en su persona como lo ha hecho siempre, y así es que anda descalzo, por no gastar en zapatos, anda rotoso, por no gastar en ropa, y su gusto es ayunar para que otros coman”. (25)

El galpón sirvió como capilla, casa, escuela, soportando las inclemencias del crudo invierno de 1827. Para el mes de agosto, contando con la ayuda indispensable de Salvador de Ezpeleta, (26) se levantaron las paredes de barro y estantes, con techo de paja. Con dichas mejores, Castañeda repicó en la modalidad empleada en el Rincón: en la capilla predicó todos los días guardando el sermón para los domingos. Al alumnado, los instó al rezo diario del Santo Rosario y lectura cristiana por las noches. Y, notificando a la Legislatura, desplegó con precisión tales métodos: 

“Al rayar el alba, tanto en invierno como en verano, decirles la Misa a los candidatos, en cuyo tiempo cantarán con Música o sin ella las divinas alabanzas; concluida la Misa, barrer los aposentos y el patio, poner en orden la escuela y dejarlo todo acomodado antes de la refacción o almuerzo; la escuela deberá durar tres horas por la mañana y otras tres a la tarde; al entrar la noche rezarán el rosario, y después se leerá un punto sobre los misterios según el orden con que la santa Iglesia los va celebrando: antes de cenar se juntarán todos y haciendo un coro relatarán de memoria alguna parte del catecismo”. (27)

La institución educativa fue puesta bajo el patrocinio de San José, cuya imagen presidió el altar de la capilla. Ambrosio Calderón, testigo de entonces, apuntó sus vivencias en Recuerdos de los buenos tiempos: 

“El edificio constaba de una sala y un Oratorio donde el R.P. celebraba la Santa Misa. Los discípulos, unos eran juiciosos y otros incorregibles... Un día ausentóse el R.P. y dejó al mayor de edad… encargado de la clase, pero los incorregibles, una vez lejos de la vista del maestro, trajeron el gato, le aplicaron cohetes en las patas y en la cola, les prendieron fuego y cerraron la casa. El gato, furioso, saltaba volteando los tinteros y derramando la tinta por los libros, por el suelo y el escritorio y rompiendo cuanto papel encontraba. Cuando regresó el R.P., les tomó declaración y conocidos los culpables, les aplicó cincuenta palmetazos a cada uno y seis horas hincados de rodillas, y a sus padres una severa amonestación”. (28)

El general Tomás de Iriarte, en su voluminosa Memoria, repasó un encuentro que mantuvieron con Martín Rodríguez y el sacerdote en la plaza de Paraná. 

“Atravesábamos una noche oscura la plaza de la Bajada, íbamos solos, cuando se nos acercó un fraile: le preguntó al general si sabía dónde estaba alojado el general Rodríguez: éste, porque era el mismo con quien el fraile hablaba sin haberlo conocido, le contestó disimulando la voz: ¿Pues qué está aquí el general Rodríguez? El fraile contestó sorprendido de que en un pueblo tan reducido pudiera ignorarse la presencia de una persona tan notable como la del general; éste repuso: Pues no lo sabía; y el padre, sin despedirse, se retiró dando muestras de enfado. El general me dijo al oído: Es el padre fray Francisco Castañeda, y voy a asustarlo. Se dirigió al reverendo, distante muy pocos pasos, y con ademán violento acompañado de un gesto, lo agarró del cuello sujetándolo fuertemente; el padre se sobresaltó, en efecto, y entonces el general se dio a conocer con una descompensada carcajada. El padre quedó entonces muy contento del encuentro, y nos siguió a nuestro alojamiento… saliéndose por último sin despedirse, y no lo volvimos a ver más”. (29)

La fecunda labor apostólica halló al buen franciscano en Rosario del Tala a fines de 1829, según el archivo parroquial de aquella capilla, describiendo su noble presencia desde el 6 de diciembre hasta mayo del año siguiente, en auxilio al pedido de un sacerdote. Durante la estadía, celebró 43 bautismos, bendijo 33 matrimonios y presidió la Semana Santa. En ese ínterin, regresó fugazmente a la capital firmando el contrato junto a Ezpeleta para la demolición de la capilla (30) y posterior construcción de una nueva de ladrillos y piedras. 


El buen combate desde la pluma

Fray Francisco no dejó nada librado al azar y durante su permanencia en el litoral retomó el oficio de escritor. El 1° de junio de 1828, en el contexto de la invasión del ejército brasileño a la Banda Oriental del Uruguay, salió la impresión de Vete portugués, que aquí no es, publicando diecinueve ejemplares hasta el 17 de septiembre. Posteriormente, editó Ven acá portugués, que aquí es, cuya primera edición fechó el 11 de octubre de aquel año concluyendo los once números el 17 de diciembre. Ambos periódicos tuvieron el sello de la Imprenta de la Convención de Santa Fe. 

El 13 de diciembre de 1828, fue fusilado Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires, por orden del General Juan Lavalle, en la localidad bonaerense de Navarro. El suceso mereció el amplio repudio del resto de las provincias y nuestro fraile no se quedó atrás, patentado un nuevo periódico con vastísima denominación: Buenos Aires cautiva y la Nación Argentina decapitada a nombre y por orden del nuevo catilina Juan Lavalle. El 21 de enero de 1829 vio a la luz saliendo los días miércoles y sábados de cada semana cuyos dos pliegos tuvieron un costo de dos pesos de suscripción en Santa Fe y tres en Buenos Aires. 

Durante once ediciones, lidió la ignominia del general Lavalle, sumó críticas a la gestión de Bernardino Rivadavia y escribió elogios gratos a Manuel Dorrego. Su último número se publicó el 27 de mayo de dicho año. Por entonces, su gran amigo, el rosarino Anastasio Echevarría, lo persuadió que deje el periodismo y se dedicase únicamente a decir Misa, recibiendo la imperturbable respuesta del franciscano: “pero, amigo, es precisamente la Misa lo que me enardece, y me arrastra y me obliga a la lucha incesante”.


La eternidad

A los 56 años y con los achaques de una vida en Cruz, fray Francisco entregó el alma al Salvador. Los testigos, situaron su última morada en la esquina sureste de las actuales calles Andrés Pazos y Corrientes, en Paraná. El 11 de marzo de 1832, recibió en su lecho los santos sacramentos por intermedio de Francisco Álvarez, párroco de la Catedral. 

“¡Con cuanta humillación, ternura, y respeto recibió al Cordero de Dios, que borra los pecados del mundo! Pidió que le vistiesen su pobre hábito, y cobrando un aliento extraordinario protestó delante de todos su adhesión firme a la Santa Iglesia Romana, y con especialidad al dogma de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que es el sacramento de los católicos, y el misterio de la fe por antonomasia; detestó las falsas doctrinas tan opuestas al bien de los pueblos, y terminó sus alientos confesando el amor a la religión, en que había nacido, y a la patria, que había sido siempre el objeto de sus tareas”. (31)

Una muerte santa desmintió las conjeturas más diversas que se publicaron, siendo la más difundida que había sido mordido por un perro cimarrón produciéndole una llaga mortal. El acta de defunción sentenció:

“En 12 del mismo mes y año di sepultura con oficio, entierro mayor y misa cantada al Padre Fray Francisco Castañeda, natural de la Ciudad de Buenos Aires, Religioso del orden seráfico de N. P. S. Francisco. Murió de muerte natural y recibió los santos sacramentos, lo que certifico. Por mandato del Sr. Vicario. Montaño". (32)

La noticia llegó a Buenos Aires y el gobernador Juan Manuel de Rosas se dirigió a su par entrerriano, Pascual Echagüe, con el fin de trasladar los restos del fraile a su ciudad natal. El 28 de julio de aquel año, el cadáver desembarcó en el puerto y fue recibido por un discurso del general Lucio Mansilla.

“¿R.P. Fray Francisco Castañeda? ... ¡No responde! ¡Ya no existe entre los hombres! ¡Ya descansa en la mansión de los muertos! Pero su nombre vivirá tanto como durarán los siglos. Sí: un religioso tan severo como tú: un hombre tan filantrópico: un patriota tan moderado no muere jamás para la memoria de sus conciudadanos”. (33)

Además de Mansilla, se encontraron en el lugar, Felipe Arana, ministro de Gobierno, el coronel Mariano Rolón, el comandante del puerto, oficiales y soldados de Marina, un hermano y tío del difunto, religiosos de su Orden, quienes iniciaron el traslado del féretro hacia el convento grande de San Francisco, secundados por gran cantidad de pueblo

El 22 de diciembre se llevaron a cabo las exequias en dicho templo con la asistencia del general Juan Ramón Balcarce, flamante gobernador bonaerense. El panegírico estuvo a cargo de fray Nicolás Aldazor realizando un extenso recorrido por la vida del buen francisco, cuya “voz rápida y sonora, de virtud y de vigor, aterrará a los delincuentes, cubriendo de ignominia a los injustos detractores de su buen nombre”. 

Por último, el sermón se centró en la prolífica tarea pastoral y patriótica llevada a cabo por Castañeda.

“Sus discursos fueron siempre sólidos, llenos de unción, de erudición, y de substancia... Su espíritu era el que daba fuerza a sus palabras sin necesidad de los adornos de la retórica... Él conocía bien que el trabajar por la utilidad de un estado cristiano es disponer triunfos a Jesucristo... El amor de la patria, y el celo por la religión, en que felizmente hemos nacido, eran el único móvil de su alma, y de su lengua...”. (34)


El legado

Autores que lo biografiaron, cada uno con sus matices, enaltecieron su excelsa figura. El historiador Adolfo Saldías, puntal del revisionismo, aunque perteneciente a las logias masónicas, lo reconoció: 

“Castañeda es uno de los ejemplos más hermosos de la aplicación del pensamiento y de la acción eficiente en la obra de la regeneración social argentina que se inició a raíz del 25 de mayo de 1810”. (35)

Por su parte, Arturo Capdevila editó La Santa furia del Padre Castañeda en el centenario del fallecimiento, trayendo nuevamente su vida de santidad.

“Rehabilité la memoria de un hombre ilustre, de varios y raros talentos, que venía arrastrando, sin embargo, casi afrentosa fama. Siempre celebraré que gracias a mi libro se pudieran cumplir en el centenario de su muerte las debidas honras a tan insigne varón”. (36)

La capilla del Rincón de San José mutó a viceparroquia según libros del año 1837. Para 1889, fue erigida finalmente en parroquia bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, cuya figura preside el Altar Mayor y es sacada en procesión por el poblado cada 16 de julio. En 1939, Irene Ángela Amici, presidente de la Comisión Pro-Monumento editó un trabajo homenajeando la memoria del sacerdote franciscano y en su discurso lo historió:

“Aquí con sus libros, sus pobres, sus niños indios, pasó varios años tranquilos y sonrientes, dedicando todo su amor a la enseñanza y remediando las necesidades de los pobres y desamparados. Contaban mis abuelos que andaba descalzo y rotoso para vestir a otros, ayunaba por su propia voluntad para que otros comieran.

Que tu figura perpetuada en el bronce siquiera sirva para infundir en estos jóvenes, la llama ardiente que infundió el Todopoderoso en tu noble corazón; infúndeles desde lo alto parte de ese ideal sublime y santo que inspiró tu fórmula solemne y definitiva: DIOS -PATRIA - CIVILIZACIÓN”. (37)

Un busto suyo custodia el patio de la escuela N° 16 fundada por él en dicha localidad. En 1988, la Junta Arquidiocesana de Educación Católica de la Arquidiócesis de Santa Fe creó el Instituto Superior de Formación Docente en la capital, designándolo bajo su auspicio. Por último, en 2005, el proyecto de la hemeroteca digital mereció el nombramiento de fray Francisco, cuyo proyecto conserva y preserva el acervo histórico de la provincia. 

El Arzobispado de Paraná guarda en custodia la imagen de San José que llevó a aquella ciudad. La misma, data del siglo XVIII oriunda de Sevilla, y fue preservada por la señora Josefa Márquez de Maglione, quien la recibió de manos del sacerdote. El 31 de octubre de 1938, sus nietos hicieron entrega a la Curia local, guardándose en su archivo. 


Bibliografía

Libros

Chiappero, Rubén Osvaldo. La Capilla de San José del Rincón. Texto y contexto de una obra de arquitectura popular santafesina. Amaltea. Santa Fe de la Veracruz, 1990.

Elogio fúnebre del M. R. P. Fr. Francisco Castañeda, Lector Jubilado del Orden de San Francisco que, en las solemnes exequias, que, en sufragio de su alma, y para honrar su buena memoria se celebraron por disposición del superior gobierno y con su asistencia en la Iglesia del Seráfico Patriarca de Buenos Aires, el día 22 de diciembre de 1832. Dijo Fr. Nicolás Aldazor del Mismo Orden. Lo da a luz un apasionado del difunto. Imprenta Republicana. Buenos Aires, 1833.

Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina 1810-1830. Castañeda. Buenos Aires, 1994.

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Otero, Fray José Pacífico. El Padre Castañeda. Su obra ante la posteridad y en la historia. Cabauy y Compañía Editores. Buenos Aires, 1907.

Saldías, Adolfo. Vida y escritos del P. Castañeda. Arnodo Moen y Hermano, Editores. Buenos Aires, 1907.

Sobrero de Vallejo, Nanzi. Reinante, Carlos María. Meinardy, Gervasio Andrés (Compilador). San José del Rincón: historia y patrimonio. Libro digital. Santa Fe. Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2023.

Zinny, Antonio. Efemeridografía Argireparquiótica o sea de las Provincias Argentinas. Imprenta y Librería de Mayo. Buenos Aires, 1868.


Artículos en revistas

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Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Castañeda en Santa Fe. Revista de la Junta Provincial de Estudios Históricos. N° 40. Santa Fe, 1969.

Furlong, Guillermo S.J. Francisco de Paula Castañeda. Mikael. N° 1.

Román, Claudia A., ed. (2015). La prensa de Francisco de Paula Castañeda: Sueños de un reverendo lector (1820-1829) [en línea]. La Plata [AR]: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET). Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria. (Biblioteca Orbis Tertius; 10) En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.379/pm.379.pdf

Segura, Juan José Antonio. El Padre Castañeda. Su programa cultural en Paraná. Tellvs N° 2, 1948.


Sitios Web

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Referencias

(1) Homenaje del Pueblo de San José del Rincón a Fray Francisco de Paula Castañeda. Memoria de la Comisión Pro-Monumento por su Presidenta Srta. Irene Ángela Amici. 1939-41, p. 17.

(2) Otero, Fray José Pacífico. El Padre Castañeda. Su obra ante la posteridad y en la historia. Cabauy y Compañía Editores. Buenos Aires, 1907, p. 12.

(3) http://www.cehsf.ceride.gov.ar/america_18/09-pauli_castaneda.html Consulta realizada el 21 de mayo de 2024.

(4) http://www.cehsf.ceride.gov.ar/america_18/10-ramallo_castaneda.html Consulta realizada el 21 de mayo de 2024.

(5) http://www.cehsf.ceride.gov.ar/america_18/09-pauli_castaneda.html Consulta realizada el 21 de mayo de 2024.

(6) https://www.revisionistas.com.ar/?p=8365 Consulta realizada el 21 de mayo de 2024.

(7) Otero, Fray José Pacífico. Óp. Cit., p. 39.

(8) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina 1810-1830. Castañeda. Buenos Aires, 1994, p. 695.

(9) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Castañeda en Santa Fe. Revista de la Junta Provincial de Estudios Históricos. N° 40. Santa Fe, 1969, p. 56.

(10) Ibídem. 

(11) http://www.cehsf.ceride.gov.ar/america_18/09-pauli_castaneda.html Consulta realizada el 21 de mayo de 2024.

(12) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 691.

(13) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 694.

(14) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 297.

(15) Sobrero de Vallejo, Nanzi. Reinante, Carlos María. Meinardy, Gervasio Andrés (Compilador). San José del Rincón: historia y patrimonio. Libro digital. Santa Fe. Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2023, p. 253.

(16) Homenaje del Pueblo de San José del Rincón a Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 11.

(17) Otero, Fray José Pacífico. Óp. Cit., p. 103.

(18) Sobrero de Vallejo, Nanzi. Reinante, Carlos María. Meinardy, Gervasio Andrés (Compilador). Óp. Cit., p. 255.

(19) Zinny, Antonio. Efemeridografía Argireparquiótica o sea de las Provincias Argentinas. Imprenta y Librería de Mayo. Buenos Aires, 1868, p. 16-17.

(20)http://historiaypastoral.blogspot.com/2008/03/parroquia-nuestra-seora-del-carmen.html Consulta realizada el 23 de marzo de 2022.

(21) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 383.

(22) Zinny, Antonio. Óp. Cit., p. 16-17.

(23) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 707.

(24) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 708.

(25) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 215.

(26) Nació en Oyarzún, Guipúzcoa, en 1776. A los veinte años, arribó a Montevideo donde se casó con Justa Rodríguez Saraví. Luego, pasó a Buenos Aires y Paraná. En 1801 adquirió terrenos en La Matanza y en 1810 fundó allí la actual ciudad de Victoria. Industrial y comerciante exitoso llegó a tener estancias en Montevideo, Paraná, Victoria y Rincón, donde conoció a fray Francisco, convirtiéndose en un ferviente colaborador suyo.

(27) Otero, Fray José Pacífico. Óp. Cit., p. 117.

(28) Segura, Juan José Antonio. El Padre Castañeda. Su programa cultural en Paraná. Tellvs N° 2, 1948, p. 17.

(29) Ibídem.

(30) La construcción persistió circa 1868-70 dentro del viejo Mercado de carnes en la denominada Bajada de los Vascos. En 1897, la Capilla quedó bajo la administración de las Damas Vicentinas modificándose la advocación por Nuestra Señora de Loreto, pero en 1903 se la designó como Nuestra Señora del Carmen. En 1908, la Capilla fue demolida dando paso al Parque Urquiza. El 17 de julio de 1927 se bendijo la actual Parroquia situada frente al mencionado parque.

(31) Elogio fúnebre del M. R. P. Fr. Francisco Castañeda, Lector Jubilado del Orden de San Francisco que, en las solemnes exequias, que, en sufragio de su alma, y para honrar su buena memoria se celebraron por disposición del superior gobierno y con su asistencia en la Iglesia del Seráfico Patriarca de Buenos Aires, el día 22 de diciembre de 1832. Dijo Fr. Nicolás Aldazor del Mismo Orden. Lo da a luz un apasionado del difunto. Imprenta Republicana. Buenos Aires, 1833, p. 37.

(32) Otero, Fray José Pacífico. Óp. Cit., p. 55.

(33) El Lucero. Diario político, literario y mercantil, 30 de julio de 1832.

(34) Elogio fúnebre del M. R. P. Fr. Francisco Castañeda. Óp. Cit., p. 17, 24 y 26.

(35) Furlong, Guillermo S.J. Fray Francisco de Castañeda en Santa Fe. Óp. Cit., p. 55.

(36) Ibídem.

(37) Homenaje del Pueblo de San José del Rincón a Fray Francisco de Paula Castañeda. Óp. Cit., p. 17.


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