domingo, 3 de agosto de 2025

Casa de Niños Expósitos

Diario La Nación del 3 de agosto de 2025

"Hijos de nadie". La institución que recibía bebés por un agujero en la pared y su vínculo con el origen de un conocido apellido


Durante más de un siglo, en pleno centro de Buenos Aires, funcionó un sistema anónimo para dejar recién nacidos...


Hospital Pedro de Elizalde
 Niños en las escaleras de la Casa de Niños Expósitos
 

Por Mariano Chaluleu

 

Durante décadas, cientos de niños abandonados en las calles de Buenos Aires recibieron un mismo apellido: Expósito. No era un nombre de familia. En los registros eclesiásticos de fines del siglo XVIII, algunos bebés recién nacidos e inmediatamente abandonados eran catalogados con ese “apellido”, usado en Europa como sinónimo de “niño expuesto”. No todos lo recibían, en Buenos Aires no fue nunca una práctica sistemática, pero el rótulo bastaba para señalar su origen: hijos “de nadie”, criados por el Estado o la caridad, sin identidad materna o paterna, ni herencia.

Desde tiempos remotos, el abandono infantil fue una constante en distintas sociedades del mundo. En la antigua Roma, el patria potestas otorgaba al padre el derecho de aceptar o rechazar a un recién nacido. Si no lo deseaba, simplemente lo “exponía”, es decir, lo dejaba a la intemperie o en la puerta de un templo, a merced de los dioses o de algún alma caritativa. Con los siglos, esa práctica fue institucionalizándose.

El término “expósito” proviene del latín expositus, “expuesto”. En Europa occidental, durante la Edad Media y el Renacimiento, comenzaron a surgir los primeros espacios organizados para atender a estos niños. En el año 787, en Milán, se fundó el primer hospicio cristiano destinado exclusivamente a recibir criaturas abandonadas. En 1198, el papa Inocencio III instaló en Roma un torno giratorio (una pequeña rueda de madera incrustada en el muro del hospital Santo Spirito) que permitía a las madres dejar a sus hijos sin ser vistas. Fue una solución cruda pero eficaz para preservar el anonimato, especialmente en una época en que la maternidad fuera del matrimonio era motivo de estigma y condena social.

En Florencia, en 1419, se inauguró el Spedale degli Innocenti. Y hacia fines del siglo XVI, España avanzó en la institucionalización del cuidado infantil con la creación de las Inclusas de Madrid, una Casa Real de Niños Expósitos situada en la Puerta del Sol, que sirvió de modelo para buena parte del mundo hispano. La idea pronto se expandió a América: en 1604 se abrió un hospital para expósitos en Puebla, en 1767 una casa similar en Ciudad de México, y en 1759 se fundó una institución en Santiago de Chile. En todos los casos, los niños eran depositados y criados bajo custodia institucional o por “amas de leche”.

La experiencia europea, especialmente la española y la italiana, fue determinante para lo que ocurriría tiempo después en el Río de la Plata.

Buenos Aires se sumó tarde a la lista de ciudades que enfrentaban el drama del abandono infantil con una institución específica. Hacia fines del siglo XVIII, la ciudad ya superaba los 35000 habitantes, y el fenómeno de los niños dejados en calles, portales o conventos era innegable. El propio síndico procurador del Cabildo, Marcos José de Riglos, elevó una propuesta enérgica al virrey Juan José de Vértiz: denunció la aparición de cadáveres de neonatos devorados por perros en la vía pública y solicitó una solución urgente, en nombre de la “piedad cristiana” y del “orden público”.

La iniciativa fue aceptada. El 7 de agosto de 1779 se fundó oficialmente la Casa de Niños Expósitos de Buenos Aires, con el modelo español como referencia directa. Comenzó a funcionar con recursos precarios. Para sostenerla, se apeló a una combinación de ingresos: alquileres de habitaciones, limosnas, funciones teatrales y, sobre todo, una imprenta propia, traída del Colegio Montserrat de Córdoba, que imprimía catecismos y textos escolares.

Desde el inicio, se colocó un torno giratorio en la entrada: un cilindro de madera empotrado en la pared que permitía a las madres dejar a sus bebés de manera anónima. Este dispositivo, ya usado en Madrid, Roma o Nápoles, fue central en la operación de la Casa hasta su supresión más de un siglo después, en 1891. El historiador Diego Conte explica que el torno permitía salvar a muchos niños de estar en una situación vulnerable, pero también sostenía el anonimato, que a ojos de muchos promovía el abandono irresponsable.

Los primeros ingresos de niños fueron numerosos. En el primer inventario de la Casa, realizado apenas semanas después de su apertura, se contaban apenas seis cunas, algunos colchones de algodón. Pronto, cada niño ingresado era asignado a una “ama de leche” que lo criaba en su casa hasta que fuera adoptado o ubicado en una familia sustituta.

Las “amas de leche” solían repartir su propia leche entre el expósito y sus propios hijos. A cambio, recibían un salario mensual de seis pesos y algo de vestimenta infantil que proveía la Casa. El número de ingresos crecía año a año, y con ellos también lo hacía la dificultad para sostener la estructura.

La mortalidad era altísima: según los registros que recopiló el historiador José Luis Moreno, más del 56% de los niños morían antes de los dos años. En algunos años esa cifra superó el 60%. A los bebés no se les asignaba apellido, sino solo un nombre y un número.

A partir de 1784, la administración de la Casa de Niños Expósitos fue entregada a la Hermandad de la Santa Caridad. Sin embargo, en las décadas siguientes, la gestión fue motivo de frecuentes tensiones con el Cabildo de Buenos Aires. Las autoridades civiles, que financiaban buena parte del funcionamiento, reclamaban sistemáticamente una mejor rendición de cuentas y denunciaban irregularidades administrativas. Según José Luis Moreno, la institución atravesó un déficit persistente a lo largo del período 1780–1820, con recursos inestables y registros financieros fragmentarios.

Las dificultades se agravaron durante las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 y, luego, con el estallido de las guerras de independencia, cuando el presupuesto virreinal se orientó casi por completo al esfuerzo bélico. En ese contexto, la Casa sobrevivía con lo justo: el pago a “amas de leche” se volvía irregular, las condiciones de vida eran precarias y la mortalidad infantil se mantenía elevada. La preocupación llegó al ámbito público: tanto el Cabildo como periódicos de la época, como El Censor, criticaron en diversas ocasiones el estado de abandono de la institución y la falta de reformas estructurales.

Fue entonces que se impulsaron las reformas. En medio del escándalo y el deterioro, el Cabildo propuso en 1817 que la administración de la Casa de Niños Expósitos quedara en manos de un hombre respetado por su trayectoria médica, religiosa y patriótica: el canónigo Saturnino Segurola. Médico de formación, Segurola había sido uno de los impulsores de la vacunación contra la viruela en el Río de la Plata. Su designación fue aprobada por el Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón.

A poco de asumir, Segurola redactó un nuevo reglamento para el funcionamiento de la Casa. Allí establecía medidas concretas: exámenes médicos periódicos para las “amas de leche”, aislamiento profiláctico en casos de enfermedades contagiosas, control sanitario sobre los niños y mayor transparencia en la administración de fondos.

El impacto inmediato en la mortalidad no fue sustancial. Las cifras siguieron siendo alarmantes. Pero sí mejoró la organización institucional. Las rendiciones contables comenzaron a llegar al Cabildo en tiempo y forma, se ordenaron los archivos y se plantearon reformas a largo plazo, como la inclusión de los niños expósitos en las escuelas públicas. Incluso se discutió la posibilidad de enseñarles oficios de forma más sistemática.

Sin embargo, el clima político era volátil. En 1819, tras conflictos internos y la revocación de su puesto en el Cabildo, Segurola presentó su renuncia. A partir de entonces, la dirección de la Casa se volvió errática: pasaron por el cargo el alcalde Ignacio Correas, el doctor Justo Albarracín y hasta regidores que lo asumieron de forma provisoria, como José Tomás de Isasi. Ninguno logró consolidar un nuevo rumbo.

La Casa volvió a tambalear. Y en ese marco, surgió la decisión que marcaría un antes y un después: la creación de la Sociedad de Beneficencia.

En 1823, con el gobierno reformista de Martín Rodríguez y la influencia directa de su ministro Bernardino Rivadavia, se creó la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires. a partir de su creación, esta institución comenzó a hacerse cargo de la casa, en reemplazo de la hermandad.

Además de estabilizar las cuentas, las autoridades buscaron ordenar la vida interna de la Casa. Se promovió la instrucción básica, el aprendizaje de oficios, y se mantuvo la estructura de “amas de leche”, aunque con mayor fiscalización.

Ese mismo año, la Casa tenía registradas 99 amas de leche activas, una cifra que da cuenta de la magnitud de la atención. La mortalidad seguía siendo alta, pero el rumbo institucional se encaminaba hacia una estructura más profesional y menos dependiente de la caridad religiosa.

Con el correr de las décadas, la Casa de Niños Expósitos fue mutando. A fines del siglo XIX, en el contexto de los debates higienistas y moralizantes de la época, se desató una campaña pública contra el torno. Los médicos, juristas y filántropos de la nueva élite afirmaban que el anonimato perpetuaba la irresponsabilidad de los padres, y que el Estado debía asumir un rol más firme en la regulación de la infancia. En 1891, el torno fue clausurado, luego de más de un siglo de funcionamiento. La institución pasó a llamarse Casa Cuna, y su modelo de atención se orientó hacia una lógica más sanitaria y menos caritativa.

En paralelo, la Casa fue expandiendo su infraestructura y sus funciones, hasta transformarse, con el paso del tiempo, en el actual Hospital General de Niños Pedro de Elizalde.

En 2025, la UNESCO reconoció el valor histórico de esa trayectoria. La colección de catecismos, cartillas escolares y manuales impresos por la Imprenta de Niños Expósitos, fundada en 1780 para financiar la institución, fue incorporada al Registro Regional Memoria del Mundo.

jueves, 24 de julio de 2025

Invasiones Inglesas 1806-1970 - Leonardo Castagnino

 Las invasiones inglesas


Con la debida autorización del Ingeniero Leonardo Castagnino, autor del libro INVASIONES INGLESAS 1806-1870, Editorial La Gazeta Federal, publicamos diversos interesantes pasajes de este importante libro que refleja un período crucial de nuestra historia patria.


CANELA Y ESTRATEGIA
Dice la historia y la leyenda, que Marco Polo viajó al lejano oriente a traer canela, y que con ese hecho cambió la historia de occidente. Lo que Marco Polo trajo del lejano oriente fue algo más importante que la canela: fueron los libros de estrategia diplomática, de espías, de servicios secretos y de tácticas militares que los chinos habían desarrollado durante siglos en las luchas entre los distintos reinos. Describir esas tácticas de estrategia escapa a la finalidad de este trabajo, pero vale la pena nombrar algunas que serían determinantes en nuestro destino de América: “divide y triunfarás”, “apoyar al débil para debilitar al fuerte”, “dejar una puerta abierta para que escape el enemigo”, y la del “súbdito ofendido” o la “diplomacia del marinero herido”, entre otras.
Venecia era una región rodeada de agua y fácilmente defendible. Una minoría veneciana, que detentaba el poder y dominaba financieramente a toda Venecia, se cuidaría muy bien de dar a conocer esas tácticas de estrategia que en cambio usaría para prevalecer ante vecinos y enemigos. Fomentando la intriga y discordia entre ellos, apoyaba al más débil para  debilitar al más fuerte, y luego prevalecer sobre ambos. Sentados en un banco propio, en “la plaza pública”, hacían sus negocios financieros y oficiaban de prestamistas y usureros; de ahí el término “banco” para las entidades financieras. Cuando no tenían más crédito, simplemente se retiraban sin pagar, rompiendo el banco, y de ahí el término “quebró la banca”.
Como Venecia les quedara chica se trasladaron a Ámsterdam, ciudad enclavada en una región de similares características pero mejor ubicada que Venecia, donde fundaron un imperio financiero. Cuando Ámsterdam no les fue suficiente, hacia el siglo XIII emigraron a Londres, donde se reunían, ya no al aire libre de “la plaza”, sino en un bar de Londres llamado  Lloyd, que daría el nombre a sus empresas financieras y de seguros. Contaban con una agencia de servicios secretos, cuando aún América no tenía ni miras de ser descubierta. Así fue como, al decir de Jauretche,  los venecianos pasaron a ser “los ingleses de los ingleses”.
La geografía de Inglaterra le daba ciertas y claras ventajas. La comunicación entre cualquier punto era facilitada por la proximidad a la costa, y el hecho de ser una isla les daba la protección natural contra cualquier ataque enemigo. Prácticamente no necesitaba ejército, porque con sólo una buena armada le era suficiente. Francia en cambio, por citar un ejemplo, además de su armada, debía mantener un poderoso ejército para defender sus fronteras terrestres. La ocupación de Gibraltar (1704), obligaba a Francia a mantener dos flotas, una en el Mediterráneo y otra en el Atlántico. Así se convirtió Inglaterra en el árbitro de Europa y comenzó a prevalecer sobre las naciones europeas. Esta técnica de apoyar al débil para debilitar al fuerte tiene muchos ejemplos en la historia de Inglaterra, como su alianza con Holanda para desplazar a los portugueses de la India, obteniendo de paso ventajas en las colonias holandesas, y aliarse después a los portugueses para desplazar a los holandeses, obteniendo de ese modo ventajas en las colonias portuguesas. Los franceses también fomentaban y aprovechaban las rivalidades internas en otros países, para obtener beneficios. Podemos citar como ejemplo a la India, que pasó de ser un país con industria textil, a un país agrario donde morían de hambre millones de personas: cinco millones entre 1850 y 1875 y quince millones entre 1875 y 1900. Como en otras latitudes, los ingleses restringen en la India la navegación y la construcción naval. Romesh Dutt dirá que “en verdad la humedad de la india bendice y fertiliza otras tierras”. Según Digby, “el tesoro extraído por los británicos entre la batallas de Plasey y Waterloo oscila entre quinientos mil millones y un billón de libras esterlinas”. No vale la pena hablar del oro y la riqueza del mundo que están en el museo de Inglaterra.
Los ingleses contrabandeaban opio de la India a China, y como el emperador restringió el tráfico, los ingleses inician las tres “guerras del opio” (1842, 1856 y 1858) apoyados por otras potencias.  Con la derrota de China, Inglaterra  obtuvo la apertura de los puertos al comercio inglés y se queda en posesión de Hong Kong. Algo parecido a la guerra del opio sería la “guerra del guano”: una compañía inglesa con sede en Santiago de Chile explotaba el guano en las costas de Bolivia y Perú. Como éstas pretendieron aumentar los impuestos al guano, Inglaterra armó una guerra que dejó a Bolivia sin costa y sin guano, y a ambas con menor territorio. Ejemplos como los anteriores podemos ver en distintas partes del globo y en distintas épocas. Para apoyo de su flota, Inglaterra se posesiona de territorios de ultramar: Gibraltar (1704), El Cabo (1795) Ceylan (1796), Malta (1800), Buenos Aires (1806), Mauricio (1810), Singapur (1819), Malvinas (1833), Adén (1839), Hong Kong (1842), Chipre (1878) entre otros. También el gobierno inglés se quedará con el canal de Suez acortando las rutas marítimas, y siendo éste para buques a vapor, terminará con la competencia de la navegación a vela. Y todo esto con la injerencia del estado británico. También se quedará con gran parte del Canadá francés. (1)
(1) Castagnino Leonardo. "Guerra del Paraguay. La Triple Alianza contra los Países de Plata". Ed. La Gazeta Federal. Bs.As. 2° edición. 2012.

LA CUNA DE LA CIVILIZACIÓN
Otro mito es el que sostiene que Inglaterra fue la cuna de la civilización. Cuando los griegos eran el centro de la civilización, Inglaterra no existía, y cuando Roma era un imperio, los sajones eran los “bárbaros”. Fueron los italianos los que desarrollaron muchos inventos de la época y las tinturas de los tejidos que se usaban en la tela inglesa, eran alemanas. Los españoles fueron los que aplicaron tres elementos fundamentales traídos del lejano oriente: la brújula, el timón y la vela latina. La primitiva navegación era costera. Los barcos se guiaban por las estrellas, con sus dificultades, y el impulso y la maniobra eran a remo. La vela cuadrada posibilitaba usar el impulso del viento solamente cuando éste era de popa. La aplicación del timón y la vela latina, aportó la ventaja de usar el impulso aun con viento de proa, y prescindiendo del impulso a remo, les posibilitó también emplear cascos más altos y de mayor capacidad. Nacía así la navegación de ultramar, que entre otras cosas, permitiría a los españoles llevar a cabo el descubrimiento de América. A pesar de todo eso, Sarmiento dirá que “los españoles no somos industriales ni navegantes”.
La colonización mental traída por “los hombres de la luces”, como Rivadavia, nos hizo creer que los franceses y los ingleses eran la cuna de la cultura, mientras que la nuestra, heredada de los brutos españoles era la “barbarie”. El mismo Sarmiento dice que el interior es un país bárbaro, donde "no se encuentra una levita ni una montura inglesa”, y muchos de nuestros “iluminados” viajaban a Europa a importar teorías que nos sacaran de la barbarie y del atraso. Sin embargo España heredó su cultura de los romanos y la enriqueció con la cultura también milenaria de los árabes durante la dominación de España, mientras en Inglaterra todavía andaban a los garrotazos. En la época de los romanos, los sajones eran parte de los pueblos bárbaros, y para el siglo XIII no tenían ninguna universidad, mientras que en España había doce. Dicho sea de paso, la primera Universidad data de mediados del siglo XI en Bolonia, Italia, de cuya nacionalidad tenemos tantos inmigrantes que Sarmiento despreciaba. También los italianos inventaron el reloj como máquina astronómica en 1350 (los hermanos Dondi, de Papua) y el inventor de la máquina de vapor, Sarvey, contó con los antecedentes de italianos, alemanes y franceses. En el siglo XVI los ingleses adquirieron barcos del Báltico, que estaban más adelantados, para usarlos de modelo y fabricar los propios, más grandes y mejor equipados, con cañones de hierro, más económicos y eficientes que los de bronce. La batalla de Trafalgar, mal tiempo de por medio, haría caer a “La armada invencible” y cambiaría el rumbo de la historia. Los ingleses dominarán los mares y se harán dueños del transporte y el comercio mundial. Pero de ahí al concepto de “cuna de la cultura” hay mucho para decir. 
(1) Castagnino Leonardo. "Guerra del Paraguay. La Triple Alianza contra los Países de Plata". Ed. La Gazeta Federal. Bs.As. 2° edición. 2012

EL DOGMA DEL LIBRE COMERCIO
El dogma del libre comercio no fue aplicado en un principio por los ingleses, sino hasta después de estar ellos mismos en posibilidad preponderante de beneficiarse de él. En principio Inglaterra aplicaba en su reino una política absolutamente proteccionista. Traía tecnología de la Europa continental, pero estaba prohibida la difusión de la propia. Importaba ejemplares ovinos para mejorar sus propios planteles, pero tenía absolutamente prohibido exportar los suyos. Exportaba tejidos de lana, pero estaba prohibido importarlos. En defensa de su incipiente industria textil, en Inglaterra estaba prohibido exportar lana cruda y el solo hecho de esquilar ovejas cerca de la costa, era considerado sospecha de contrabando, y castigado con severas penas. El gobierno fue tan intervencionista que dictó leyes obligando a ir a la iglesia con sombrero de paño inglés, y usar mortajas de tela.
Sobre la base del proteccionismo, Inglaterra desarrolla su industria hasta igualar o superar a los demás países, y favorecida por el uso del carbón y la máquina de vapor, aumentó enormemente su producción, superando a sus competidores. Su flota naval era dueña de los mares, lo que le daba ventajas para transporte de manufacturas y materias primas. Con presencia de agentes en gran cantidad de puertos en el mundo, era la potencia comercial preponderante. Entonces si, afianzada su preponderancia industrial y comercial, comenzó su prédica o imposición de su "teoría del libre comercio" instalándolo como un "dogma de progreso".
Mientras tanto Estados Unidos, productor de materias primas e importador de manufacturas, se debatía entre el norte industrial y el sur exportador de materias primas, sobre si convenía o no el libre comercio. El norte, de incipiente desarrollo industrial, pretendía una política proteccionista, en contraposición al sur. Esto desencadenó la guerra civil, en la que, como era de esperar, Inglaterra apoyaba al sur librecambista. Ganada la guerra civil por el norte, paulatinamente comenzó a aplicar aranceles a la importación de manufacturas, tanto a las mercaderías como a su transporte en buques de bandera extrajera, lo que produjo en gran impulso a la industria, incluido el desarrollo naval.
Inglaterra, que había crecido siendo proteccionista, ahora  predicaba el dogma del libre comercio, pero los yanquis necesitaban primero el proteccionismo hasta llegar a su propio desarrollo: "No sé acerca de aranceles -decía Abraham Lincoln- pero lo que sé muy bien es que cuando compramos bienes manufacturados a los extranjeros, nosotros nos quedamos con los productos y ellos con el dinero. Cuando compramos productos nacionales nos quedamos con ambas cosas". El General Ulises Grant, vencedor en la guerra del norte industrial contra el sur esclavista, y luego presidente de los Estados Unidos, respondiendo a las presiones británicas por el libre comercio, respondía en 1875: "Dentro de doscientos años, cuando hayamos obtenido del proteccionismo todo lo que nos puede ofrecer, también nosotros adoptaremos la libertad de comercio".
Mientras tanto en el Río de la Plata (y en toda Hispanoamérica) se imponía el libre comercio. "Las mercaderías inglesas se han hecho hoy artículos de primera necesidad en las clases bajas de Sudamérica. El gaucho se viste en todas partes con ellas. Tómese las piezas de su ropa, examínese todo lo que lo queráis y exceptuando lo que sea de cuero ¿Qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene pollera, hay diez probabilidades en una de que será manufactura de Manchester, la caldera u olla en que cocina su comida, la taza de loza ordinaria en la que come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todo son efectos llevados de Inglaterra". (1)
Veintiséis años de liberalismo económico habían producido el efecto imaginable. En 1825, época de Rivadavia, las exportaciones -cueros, carne salada, sebo-, totalizaban cinco millones de pesos fuertes, mientras las importaciones -tejidos, alcoholes, harinas-, sumaban algo más de ocho millones, la mitad provenientes de Gran Bretaña. La diferencia entre los ocho millones importados con los cinco exportados se cubría en metálico. Claro está que eso producía un drenaje continuo de oro y plata; en barras metálicas solamente, salieron del país en 1822 por valor de 1.350.000 pesos fuertes, pagados principalmente por las provincias del interior que carecían de productos para exportar. Debe tenerse en cuenta también, que el valor de las importaciones no revela su volumen real, pues las mercaderías inglesas se vendían a bajo precio con el objeto de liquidar totalmente la competencia autóctona. "Dudamos muchísimo -dirán los hermanos Robertson- que la mercadería enviada a Sud América haya producido a sus cargadores ganancias adecuadas".
No es la industria manufacturera la única riqueza autóctona que fue barrida por  el empuje extranjero. Las harinas de Río Grande y de Norteamérica desalojaron también a sus similares criollas. Parish nos dice cómo la harina yanqui se vende en Buenos Aires a 10 reales la arroba a fin de desalojar la mendocina (2), cuyo precio, debido al transporte por tierra, no podía ser inferior a 11 ó 12 reales. Lo mismo sucedía con el vino o los alcoholes cuyanos, o con el azúcar que el obispo Colombres industrializara en 1821 por vía de ensayo. En 1816, según cuenta Álvarez (3), los viñateros de Cuyo se presentaron al Director de las Provincias Unidas solicitando la prohibición de importar caldos extranjeros porque "ni les era posible disminuir los gastos hasta la plaza de Buenos Aires, ni con tales gastos podría hacerse competencia a los productos similares a los del interior". En la sesión del Congreso Nacional del 19 de mayo de 1817 se daba cuenta de una petición semejante del Cabildo de Mendoza, pero todo inútilmente, pues la política de la libertad de comercio era sostenida en aquellos años con todo el fervor que merecía un dogma liberal. Las Heras, al abrir el Congreso del 24, en oficio del 16 de diciembre de ese año colocaba el librecambio junto a los más sagrados derechos individuales: "Al lado de la seguridad individual, de la libertad de pensamiento, de la inviolabilidad de la propiedad, poned señores -decía-  la libre concurrencia de la industria de todos los hombres en el territorio de las Provincias Unidas".
A esto hay que agregar los efectos de los empréstitos y el control financiero operado por el Banco Nacional  dominado por accionistas ingleses.
Juan Manuel de Rosas, a partir de la Ley de Aduanas de 1835, impuso aranceles a la importación de manufacturas, lo que incentivaba y protegía la incipiente industria del interior, en particular los textiles.

(1) Woodbine Parish, cónsul inglés, 1825.
(2)Mendoza era el gran centro harinero de la época.
(3) Álvarez, J. Estudio sobre las guerras civiles argentinas, p.115.

INVASIONES INGLESAS 
Todos conocemos en mayor o menor medida las invasiones inglesas de 1806 y 1807, pero no eran las primeras, ni serían las últimas. La prosperidad inglesa se había fortalecido con la colaboración de piratas armados por la corona, que saqueaban y robaban en todo el mundo,  como Francis Drake, por ejemplo. Durante la ocupación española de América, ya los ingleses habían comenzado a rivalizar con los españoles por el control de las regiones descubiertas. En 1763 Inglaterra acuerda una alianza con Portugal mediante el tratado de Methuen.  Esto le posibilitaba aprovisionarse en cualquier puerto lusitano del mundo, a la vez que le permitió  intensificar su más antigua forma de comerciar: el contrabando en las regiones en que le estaba vedado el comercio.
A comienzos de enero de 1763, Inglaterra inicia el ataque a Colonia del Sacramento, pero fracasa. El Comandante inglés era John Mac Namara, y perece en el ataque. En esa época, la zona era parte integrante de la Gobernación de Buenos Aires e integraba el Virreinato del Perú. Dicha Gobernación estaba  a cargo de Don Pedro de Cevallos.
El 10 de diciembre de 1769, el Capitán Antonio Hunt, comunica a Ruiz Puente, quien fuera Gobernador español de Malvinas, que había ocupado el archipiélago en nombre de su Majestad Británica, estableciéndose en Puerto Egmont. Enterados de la situación en Buenos Aires, se envía desde aquí al Mayor General Juan Ignacio Madariaga con la misión de recuperar Puerto Egmont, obteniendo la rendición inglesa el 1° de julio de 1770. En 1788 los ingleses ocupan la Isla de los Estados. En 1790 son expulsados de la Isla Grande de la Tierra del Fuego, y recién para 1791 lo son de la Isla de los Estados, por orden directa del Virrey Loreto. El tratado del Escorial ya había sido firmado en 1790, por el cual se prohibía a los ingleses navegar y pescar a menos de 10 leguas de tierras españolas, y establecerse en ellas.
En abril de 1806 parte del Cabo de Buena Esperanza, una escuadra naval compuesta por cinco navíos de guerra e igual cantidad de buques de transporte, todos con bandera inglesa a las órdenes del Comodoro Home Popham; las tropas que transportaban se encontraban al mando del Brigadier William Carr Beresford. Antes de partir, los jefes de la expedición habían convenido en distribuir como “buena presa” los caudales que esperaban encontrar según informes recibidos a través de un escocés llamado Russel, que viajaba como  pasajero en una goleta de bandera portuguesa. El 25 de junio los ingleses desembarcan en Quilmes y ocupan la ciudad de Buenos Aires con poca resistencia. Se establecen los términos de la capitulación en la que los británicos exigen la entrega de los caudales reales; pero estos habían sido enviados a Luján por orden del Virrey. El 5 de julio el tesoro retornó a Buenos Aires, y doce días más tarde la fragata Narcissus zarpa hacia la Gran Bretaña con su valiosa carga. El 12 de septiembre el tesoro llegó  a Portsmouth, y en ocho enormes carros  -cada uno llevando 5 toneladas de pesos plata-, partió hacia Londres. Allí se lo recibió con un enorme júbilo, y es depositado en el Banco de Inglaterra para su posterior distribución. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, Buenos Aires había sido reconquistada por el pueblo al mando del entonces Capitán de Navío Don Santiago de Liniers. En 1808 los participantes de la invasión, por fallo de las autoridades inglesas, se repartieron el botín de 296.187 libras, 3 chelines y 2 peniques.
En 1807 los ingleses envían un nuevo contingente militar. La población de Buenos Aires, enterada de la presencia de una poderosa flota inglesa que se apodera de Montevideo y Colonia, se apresta para la defensa. Para fin de junio de 1807 los ingleses tiran anclas en la Ensenada de Barragán, y el 1° de julio comienzan a movilizarse hacia la Capital. En principio los criollos no pueden detener el avance inglés hacia Buenos Aires, pero en la ciudad, la resistencia de todos sus habitantes hace capitular al ejército inglés al mando de John Whitelocke, el 7 de julio de 1807. El fracaso militar sufrido en el Plata los obligaría a replantear la táctica; cambiarían la ocupación militar por la colonización económica y cultural. Para eso, apoyarían la independencia americana del dominio español.
"América española es libre y si sabemos actuar con habilidad será nuestra"… "La cosa está hecha, el clavo está puesto. Hispanoamérica es libre y si nosotros no gobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa". (1) "Es una política estrecha mirar a este o el otro país como destinados a ser los perpetuos aliados o los eternos enemigos de Inglaterra. No tenemos perpetuos aliados ni eternos enemigos. Nuestros intereses son lo perpetuo y lo eterno.” (2)
Con la aparición de la máquina a vapor - segunda mitad del siglo XVIII-, la industria inglesa se convertiría en una potencia; a mediados del siglo XIX Inglaterra -país rico en hierro y carbón- ya producía más hierro que la totalidad del resto del mundo. En todo tiempo, el desarrollo industrial requirió de manera imprescindible ser abastecido de materias primas, y a su vez, tener mercados donde colocar sus excedentes. De cortarse esa cadena, cualquier país cuya economía se asienta sobre la industria, quedaría irremediablemente en ruinas. Por eso Inglaterra, un país en pleno desarrollo industrial, no podía permitir una alteración del statu quo mundial en sus colonias, de las cuales siempre extrajo las materias primas para abastecerse y abastecer su industria. ¿Qué sería de Inglaterra si se detuviera esa máquina? ¿Cómo haría para alimentar a toda esa masa de obreros volcados a la producción industrial?
Entre 1860 y 1865 se produce la Guerra de Secesión en Estados Unidos y el norte industrial bloquea el Sur, para impedir la salida de algodón del país. La situación produjo una paralización de las fábricas inglesas entre 1861 y 1862, que fue un dramático aviso del futuro que le esperaba  a la nación que había suplantado los cañones por las máquinas de hilados. ¿Qué le pasaría a un país que exportaba el setenta por ciento de su producción industrial? El dominio inglés era puesto a prueba casi simultáneamente en todas partes del mundo. Las fechas coinciden. En 1845 se produce la agresión anglo-francesa al Río de la Plata intentando la libre navegación de los ríos; a partir de 1848, y durante veinte años en China; en 1857 se producen levantamientos libertarios en la India, con violentísimas represiones por parte de los ingleses; también ocurre en Persia en 1857 y 1858. La acompañan otras potencias, como Francia en China y en el Río de la Plata. El mantenimiento del sistema comercial mundial era fundamental para Inglaterra, y precisamente Paraguay, un país chico y desconocido, con su desarrollo, su autonomía y su política de no tomar empréstitos, desafiaba romper ese equilibrio.  Los ingleses, desde su punto de vista imperialista, comercial, violento y falto de ética, veían claramente que necesitaban sacar la pieza que trababa su máquina, que motivó la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay. (3)
Brasil no era inmune al comercio inglés y a los empréstitos. A partir de 1850, a través de sus empresas, Inglaterra monopoliza la comercialización del café, y el treinta por ciento de las exportaciones brasileñas se hacían a través de Inglaterra. Algo similar sucede con la minería y casi la totalidad de los servicios públicos estaban en manos de empresas inglesas. Los negocios financieros se repartían entre la casa Baring y los Rothschild a través del testaferro Irineo Evangelista de Souza, barón de Mauá. Desde 1825 hasta 1865 los empréstitos ingleses al Brasil suman casi dieciocho millones de libras, y entre 1865 y 1870 se adicionaron otros veinte millones más. Mientras tanto en Argentina,  hasta 1872 se colocan empréstitos por veintisiete millones y en Uruguay por valor de tres millones y medio.
Para 1864 Brasil sufría una gran crisis económica,  pero la llegada de los empréstitos creaba una falsa ilusión de progreso. León Pomer en "La Guerra del Paraguay" lo enuncia bien: "La guerra contra el tirano López imprimió gran actividad al comercio y a todas las industrias, puestas a contribuir para proveer las múltiples necesidades de tres ejércitos, que luchaban tan distanciados de su gran centro de recursos, la ciudad de Buenos Aires", y citando a Agote, dice que el ingreso de divisas en Argentina "dio un movimiento extraordinario al comercio e industria, haciendo subir el valor de los productos del país y estimulando una fuerte importación de mercaderías extranjeras". Esas divisas no ingresaban para fortalecer genuinamente la industria, sino más bien para estimular el comercio y los negocios de los que se convertirían en nuevos ricos como especuladores y proveedores del ejército. Ese falso progreso que sirvió momentáneamente para sacar de la calle a desocupados, se fue desmoronando durante la guerra y se convirtió en una franca bancarrota  en la postguerra.
En contraste, Paraguay termina la guerra sin deudas y sin tomar empréstito de nadie. Con la guerra del Paraguay, Inglaterra no sólo consigue terminar con el mal ejemplo paraguayo, sino que toma el control financiero de los aliados mediante nuevos empréstitos.  El representante inglés Edward Thornton, luego de entrevistarse con Pedro II en Uruguayana en septiembre de 1865, dice con ironía en un breve discurso que "aumenta mi satisfacción y es prueba de que la política de Brasil continuará inspirándose en un espíritu de armonía, justa y digna en sus relaciones con los demás pueblos".
"Hay en Europa seis grandes poderes: Inglaterra, Francia, Rusia, Austria, Prusia y Baring Brothers" (4). (5)

(1) George Canning, Primer Ministro Inglés.
(2) Declaraciones de Lord Palmerston en el parlamento inglés durante el bloqueo anglo-francés al Río de la Plata, 1848.
(3)  Castagnino L. "Guerra del Paraguay. La Triple Alianza contra los países del Plata" Edic. La Gazeta Federal. Bs.As. 2° edición. 2012.
(4) Duque de Richelieu.
(5) Castagnino Leonardo. "Guerra del Paraguay. La Triple Alianza contra los Países de Plata". Ed. . 2° edición. 2012.

PROYECTO INGLES PARA HUMILLAR A ESPAÑA (1711)
En 1711 en Inglaterra se concibió un proyecto para intervenir en América (publicado en 1739) titulado "Un proyecto para humillar a España", y cuya autoría se atribuye a "una persona distinguida".
El autor, haciendo gala de conocer la región del Río de la Plata, proponía "Enviar a principios de octubre venidero (1711), ocho buques de guerra con cinco o seis transportes, los que muy bien podrán llevar 2.500 hombres listos para desembarcar en cualquier momento, para atacar, o más bien para apoderarse de Buenos Aires, ubicada en el Río de la Plata" afirmando que estaba "convencido que no se defenderá, o a lo sumo, lo hará muy débilmente frente a tal fuerza, pues si solo propusiera el saqueo, no dudo se podrá hacer con 400 filibusteros. Pero lejos de mí formular tan baja empresa; al contrario, tan pronto está en nuestras manos, recomiendo se fortifique del mejor modo que el país permita, pues allá no hay piedra, y los españoles haraganes jamás han fabricado un ladrillo".
El autor anónimo continúa haciendo una detallada descripción de la ubicación de Buenos Aires y de sus habitantes, afirmando que "la fertilidad de ese país es increíble, pues sus llanuras, que son las mayores del mundo, tan cubiertas están de ganados de todas clases, que debe verse para creerlo".
Describe también la región interior, y concluye "será obvio a cualquiera, que si nos podemos instalar en Buenos Aires, los españoles se encontrarán en la absoluta necesidad de abrir con nosotros un comercio; más aún, está en nuestro poder imponerles las condiciones que queramos..." (Bernardo Lozier Almazán, William Carr Beresford. Gobernador de Buenos Aires).
Dos años más tarde de la formulación de aquel plan de 1711, John Pullen, gobernador de Bermudas, en carta a Robert Harley, conde de Oxford, vierte muchos conceptos del plan, y en un párrafo sostenía que "todo hombre de entendimiento debe confesar que la Gran Bretaña no puede fundar un establecimiento en parte alguna de la faz de la tierra, de donde razonablemente pueda obtener tantas ventajas como uno situado en el Río de la Plata". (Idem)
El plan, postergado por diversos acontecimientos, no fue abandonado, y tomó vigencia nuevamente cuando Francisco de Miranda llega a Inglaterra con el propósito de emancipar América de España, con ayuda inglesa.
En 1806 y 1807 fueron derrotados y humillados en Buenos Aires, pero al final, con otros medios, se salieron con la suya.

LEONARDO CASTAGNINO, oriundo de la provincia de la Pampa, es Ingeniero Civil. Su pasión por conocer, estudiar, recopilar y difundir la historia argentina (particularmente del siglo XIX), nace al descubrir una versión que en sus diversos matices, difiere de la historia oficial.

Realiza una importante contribución en la difusión histórica en distintos medios.

Es fundador y editor del sitio de internet La Gazeta Federal donde redacta y recopila información histórica. 

Es autor de los siguientes libros: "Juan Manuel de Rosas. Sombras y verdades", "Juan Manuel de Rosas. La ley y el orden", "Guerra del Paraguay. La triple alianza contra los países del Plata", "Invasiones Inglesas 1806-1870", "Historias de La Pampa", "Soy federal. Artigas, Rosas y Francia. La Linea federal", "Guerra imperialista de la Triple Alianza contra Paraguay. Desde Trafalgar hasta Cerro Corá", "¿Quien inventó el dulce de leche. Debate histórico".

Estos libros pueden adquirirse a través del correo electrónico:

lagazatefederal@yahoo.com.ar

domingo, 29 de junio de 2025

San Martín y Rosas - Folleto . Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas . 1948

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

270

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

FOLLETO SOBRE SAN MARTÍN Y ROSAS DEL INSTITUTO "JUAN MANUEL DE ROSAS DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS", AÑO 1948.

Instituto Juan manuel de Rosas de Investigaciones Históricas

Instituto Rosas

San Martín y Rosas

Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas
 
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San Martín y Rosas

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jueves, 26 de junio de 2025

Juan Manuel de Rosas, busto

 Del Catálogo Subasta Online 44° (subasta del 1 de julio de 2025) de "HILARIO, artes letras oficios"


CAJA RAPETERA CON EL BUSTO DE J. M. DE ROSAS, BUENOS AIRES, 1831
 


Del catálogo digital:

Realizada en carey oscuro y con una pequeña cascadura, presenta acuñada la figura de Rosas con la leyenda periférica: “Restaurador de las Leyes de la provincia de Buenos Aires // Don Juan Manuel Rosas” y un año, 1831.

Medida. Diámetro de la caja: 8,1 cm.

El busto del gobernador bonaerense, vestido con uniforme de gala y banda, seguramente fue obtenido a partir de alguno de los grabados que por entonces circulaban con el beneplácito del brigadier general, una autoridad que supo administrar un culto a su imagen de notable repercusión social. 

La caja formó parte de una de las más prestigiosas colecciones argentinas, la reunida por Luis García Lawson, y heredada por su hijo Fernando García Balcarce, vendida en quizás el remate más importante realizado en Argentina en los últimos veinte años (Naón, 2010)...

Retrato de Facundo Quiroga

 Del Catálogo Subasta Online 44° (subasta del 1 de julio de 2025) de "HILARIO, artes letras oficios"


FACUNDO QUIROGA. BUENOS AIRES. CIRCA 1880.


Óleo de Facundo Quiroga
Facundo Quiroga - Óleo sobre tela, firmado. Medidas: 28 x 22,4 cm. 

Del catálogo digital:

Retrato de tres cuartos del caudillo Facundo Quiroga. Lleva el poncho puesto como una capa, elevado un extremo hacia un hombro. En el margen inferior se observa la boca del mismo. Se trata de la mítica prenda que llevaba puesta aquel fatídico 16 de febrero de 1835 cuando lo encontró la muerte en Barranca Yaco, Córdoba, a los cuarenta y seis años, tejida en fibra de vicuña y con listas rojo punzó. Debajo se observa el cuello de su uniforme militar. Su rostro, girado hacia la derecha y con la mirada al frente, y con su amplia cabellera negra y patillas, corresponde a la composición del retrato de 1836 del pintor francés Alfonso Fermepin, o más aún del de García del Molino, de 1839, aunque con el agregado de bigotes. 

Cayetano (nacido Gaetano) Galimberti (Italia, 1837 - Buenos Aires, 1906) arribó a Buenos Aires en torno a 1865, abriendo un taller en la calle Lorea 593 donde ofrecía sus servicios como pintor retratista. Además, adquirió un especial reconocimiento por la representación de los caballos locales influenciados en sus obras por el de pura raza árabe...

sábado, 24 de mayo de 2025

Premio escolar - Época de Rosas

 Del Catálogo Subasta Online 43° (subasta realizada el 23 de mayo de 2025) de "HILARIO, artes letras oficios"


PREMIO ESCOLAR. CIRCA 1840






Del catálogo digital:

Lámina de bronce estampada con un cuño, de planta redonda con leyenda en su perímetro: "El Exmo Sr Dn Jn, Manuel de Rosas // Ilustre Restaurador de las leyes". Representa la figura de Rosas sentado, de perfil y mirando hacia la izquierda, cuyo modelo es el retrato que se ejecutó en la Litografía de las Artes, El gobernador apoya su brazo derecho a un escritorio en el que se advierten algunos papeles y una escribanía con sus plumas de escribir. El general lleva uniforme con divisa, banda y medalla.

Diámetro: 13 cm. Obra enmarcada. 

Se trata de un Premio Escolar entregado por el gobierno federal.

Se conservan varias versiones de esta distinción en el Museo Histórico Nacional, siempre con el mismo centro, encontrando las variantes en los marcos de época, desde el más suntuoso a los de menor calidad, quizá en una especie de categorización; primer premio; segundo... tercero. La Gaceta Mercantil publicó los fastos de aquellas entregas, hechas en actos públicos que trascendían el propio ámbito escolar.


Bibliografía:

Juan A. Pradere: Juan Manuel de Rosas. Su iconografía. Bs. As., Editorial Oriente S.A., 1970, tomo I, pp. 151-153.

Carlos Vertanessian: Juan Manuel de Rosas, el retrato imposible. Bs. As. Editorial Reflejos del Plata, 2917, p. 82.

miércoles, 29 de enero de 2025

Del Paseo de la Ribera a la Avenida Leandro N. Alem - Revista Todo es Historia - Chiviló

En el N° 684 de la revista Todo es Historia del mes de enero de 2025, fué publicado el siguiente artículo de autoría del director de este Blog, Norberto J. Chiviló, sobre el Paseo de la Ribera.

Observación: En primer término se publica el escaneo de la tapa de la revista y las páginas correspondientes al artículo.

Como su lectura puede ser dificultosa para algunas personas, por la medida de las letras, a continuación está la transcripción del artículo con letra más legible.


Revista Todo es Historia
revista Todo es Historia 682
Paseo de la Ribera

Paseo de la Alameda

Paseo de la Encarnación

Paseo de la alameda

Juan manuel de Rosas

Paseo del bajo

Encarnación Ezcurra

Paseo de la alameda


1757-1919 Cambios urbanísticos en Buenos Aires

Del Paseo de la Ribera a la Avenida Leandro N. Alem

Por Norberto Jorge Chiviló

 

Una de las distracciones de los habitantes de Buenos Aires, desde siempre, fue pasear por la ribera del río de la Plata, que los porteños de la Gran Aldea denominaban Paseo de la Ribera, del Bajo o de la Alameda y que fue el primer lugar de esparcimiento público de los inicios de la que después sería la Reina del Plata.

 

La época de antaño

En 1757 el entonces gobernador Pedro Antonio de Cevallos Cortés y Calderón (recordemos que en esa época Buenos Aires era una gobernación que dependía del Virreinato del Perú y que Cevallos posteriormente sería nombrado como primer virrey del Río de la Plata en 1776), encargó al Cabildo la construcción de un paseo arbolado, frente al río, en lo que se llamaba “el bajo de la ciudad”, desde el fuerte –actual Casa Rosada– hacia el norte –Retiro–, en el que plantaron sauces.

El 2 de noviembre de 1773 el gobernador interino Diego de Salas, mediante un Auto o Bando de buen gobierno (1) prohibió dejar animales sueltos, cortar estacas y poner ropa a secar en ese lugar.

Ese espacio público fue mejorado después por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo durante su mandato (1778-1784) –al margen diremos que fue el único Virrey que gobernó estas tierras, nacido en América y que tuvo una destacada actuación con una importante obra de gobierno–, quien lo amplió en una calle de dos vías, convirtiéndose luego en un paseo costanero durante la gestión del virrey Rafael de Sobremonte y Núñez del Castillo (1804-1807).

En el lugar que originariamente fue un saucedal, se plantaron ombúes y álamos entre otras especies arbóreas y se hicieron bancos de ladrillos para el descanso de los paseantes.

La extensión del Paseo era de aproximadamente cuatro cuadras (400 metros).

En la ribera del río las lavanderas hacían su diario trabajo y también se extraía el agua, transportada por los carros de los aguateros, que con la que se juntaba en los aljibes servía para el consumo de los habitantes de la incipiente ciudad. 

Durante la época estival y a partir de la bendición de las aguas cada 8 de diciembre, el lugar de playa aledaño al paseo –uno de los principales de la costa–, era frecuentado por bañistas para mitigar el calor de aquella época del año. En 1809 el virrey Cisneros, dispuso en un Auto o Bando de buen gobierno, a raíz de los excesos contrarios a la moral cristina que cometían los bañistas en la ribera, lo siguiente: “mando que nadie entre… a bañarse por los sitios que están a la vista del Paseo del Bajo sino de noche, observando la más posible decencia, quietud y buen orden”.

En el The British Packet, periódico editado en inglés en Buenos Aires, en su edición del 14 de enero de 1832, comentaba lo siguiente: “El 6 del corriente noche de Reyes, fue feriado; por la mañana cayó una ligera llovizna que refrescó la atmósfera, y por la noche, la Alameda estuvo extremadamente concurrida por gran número de damas.

“El domingo pasado, al anochecer, el paseo se vio literalmente atestado; nunca lo habíamos visto así, ni tampoco a tantas mujeres hermosas, vestidas con elegantes trajes, que causan la admiración de los extranjeros. Sin embargo, esta alameda, es mísera para una ciudad como Buenos Aires, y dudamos de que pueda ser materialmente mejorada, dado que su ubicación es muy desfavorable”.

 

En tiempos de Rosas

En 1844, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se contrató al ingeniero Felipe Senillosa para que proyectara y ejecutara mejoras en el lugar.

Con ladrillos traídos desde los hornos de los Santos Lugares de Rosas, se comenzó a levantar en el lugar un largo murallón con verja de hierro, denominado Murallón de la Alameda, cuyo objetivo era impedir o contener las aguas del río en las crecientes originadas por la sudestada, que pudieran anegar la zona hasta la calle 25 de Mayo. También se ensanchó la calle y el piso fue tratado con el método de Mac'Adams –conocido en aquella época como “macadamizado”– que era una técnica moderna (2); y además se agregaron más árboles y faroles.

Un camino arbolado con sauces y naranjos y provisto de faroles, unía el lugar con la casona de Rosas en Palermo de San Benito. En mayo de 1849 se estableció el primer servicio de transporte de pasajeros de la ciudad, que unió ambos lugares, por dos diligencias que partían a las 15 y 16 horas y que se cruzaban en el camino.
Ese camino también había sido tratado con el mismo método de pavimentación y al decir del viajero francés Xavier Marmier, quien arribó a Buenos Aires en 1850 y publicó al año siguiente Lettres sur l’Amerique –entre nosotros conocido como Buenos Aires y Montevideo en 1850, “El camino que comunica Palermo con la ciudad, sería en cualquier parte considerado un excelente camino. En efecto; se halla apisonado como un sendero de parque inglés y alumbrado por la noche con dos líneas de reverberos, como una avenida de los Campos Eliseos… ” (3); es de considerar que el Paseo de la Alameda y el camino que lo unía con Palermo, habían sido tratados con el mismo método y que también la iluminación habría sido la misma.

Senillosa, que fue quien confeccionó los planos de la nueva obra, manifestaba en el informe que los acompañó: “La alameda principia desde la plaza 25 de Mayo, aunque el paseo verdaderamente dicho, sólo se extiende por ahora desde la barranca cerca de la Fortaleza hasta la prolongación de la calle Corrientes. El muro y terraplén avanzan hacia el río hasta ponerle en línea recta con los puntos más avan­zados de la Fortaleza. De este modo el espacio total sería de cerca de cuatro cuadras de longitud y setenta y cuatro varas de ancho. De éstas, las veinte contiguas a los edificios quedarían para calle pública y el resto hasta la muralla sería un paseo cruzado por cinco caminos…”.

Por esta época también comenzó el relleno de las costas, para ganar espacio al río.

Juan Manuel Beruti, verdadero cronista de la época, en sus apuntes que tomaba día a día y que después fueron recopilados y editados con el nombre de Memorias curiosas, relató: “También a mediados de este mes de diciembre de 1846, se principió a levantar una muralla desde la punta del baluarte del Fuerte en la barranca del sur al norte, para contener las crecientes del río y formar una hermosa alameda, que por lo menos será de larga cinco o seis cuadras” (4).

En su Mensaje anual a la Legislatura, el 27 de diciembre de 1846, el gobernador Rosas le informaba: El Gobierno atiende moderadamente a la obra de la Alameda. La dirección es encargada al ciudadano Ingeniero D. Felipe Senillosa. La ejecución, reparo y celo de los trabajos, están encomendados al capitán del Puerto”.

Más adelante y ya refiriéndose al acto de la colocación de la piedra fundamental el 18 de enero de 1847, Beruti sigue con su relato: En esta tarde, en presencia de las autoridades eclesiásticas, civiles, militares, ministros y cónsules extranjeros, vecinos más notables y un sinnúmero de pueblo que concurrió, en el cimiento del muro que se va a levantar y arranca del baluarte de la fortaleza que mira al Norte, en la parte de la barranca del río de la alameda, se colocó la piedra fundamental de esta obra, que fue una urna de cristal metida dentro de un cajón de piedra; la que bendijo antes el ilustrísimo señor obispo diocesano don Mariano Medrano acompañado del presidente del venerable senado del clero, señores canónigos y eclesiásticos. Fueron padrinos de la ceremonia el señor ministro de Hacienda don Manuel Insiarte y la señora doña Manuela Rosas y Ezcurra.

“Toda la alameda estaba embanderada federalmente, y varias bandas militares, con su música, divertían a la concurrencia.

“Se firmó un acta autorizada por el escribano mayor de gobierno, don Rufino Basavilbaso, que fue colocada su original en la urna; y se sacó antes una copia autorizada, que se pasó al gobierno para que la mandase archivar donde fuera de su supremo agrado.

“Concluido todo, pasaron todas las autoridades a la casa de la comandancia de marina, en donde en una gran sala elegantemente adornada con el retrato del señor gobernador y banderas estaba colocada una espléndida mesa de refresco, entonándose varios himnos federales, que fueron cantados por los mismos aficionados; habiendo en seguida formádose una tertulia de baile, que duró hasta las once de la noche.

“Las monedas de varias naciones que se colocaron y depositaron en la urna en que se colocó el acta y otros documentos relativos a la colocación de la piedra fundamental son las siguientes...” (5) y allí también nombra a las personalidades tales como Manuela Rosas, Pedro Romero, Pedro Gimeno, Pedro De Ángelis, Gregorio Lezama, Fernando Gloede, quienes aportaron las monedas de nuestro país y de otros de América y Europa.

Sánchez Zinny, en su libro Manuelita de Rosas y Ezcurra. Verdad y leyenda de su vida, refiere con respecto al mismo acto, aportando mayores datos: “Su excelencia, el Ilustre Restaurador, excusa su asistencia. Manuelita lo representa. Ella, además, es la madrina en la ceremonia. Llega acompañada de sus damas de honor. Muchos coches conducen a la concurrencia. Ministros del P. E., representantes extranjeros, generales y lo más descollantes de la sociedad federal hacen acto de presencia. Las señoras con sus trajes claros, ponen colorido amable a la fiesta... El acto fue presidido por el ministro de Hacienda, doctor Manuel Insiarte. Se depositó en la obra, la colección de documentos oficiales ordenando la ejecución y la nómina de los miembros de la H. Junta de Representantes, junto al nombre del Restaurador, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Colocadas en el cajón de la piedra fundamental, en una urna de cristal, depositaron los documentos y 101 medallas de oro, plata y cobre, desde 1644 al 1845. Además, se pusieron un billete de cada clase de moneda corriente, desde 20 pesos hasta uno” (6). Tal como lo relata este historiador, Rosas no participó del evento. Él no era persona a la cual gustaran los actos oficiales. De carácter retraído omitía las tertulias, fiestas o reuniones, sobre todo donde hubiera gran concentración de gente.

El 15 de marzo de 1848, la Legislatura bonaerense, en homenaje al Gobernador y a su esposa Encarnación Ezcurra, quien había fallecido casi diez años antes, decidió ponerle a ese paseo ribereño el nombre de la llamada Heroína de la Federación. Así lo comento Beruti: “En sesión de este día ha ordenado la sala de representantes, en memoria de la finada doña Encarnación Ezcurra de Rosas, mujer del señor gobernador Rosas, en consideración a su marido como a lo que ella contribuyó a la causa federal y perpetuar su memoria, lo siguiente. Artículo 1° - El paseo de la Rivera se denominará en lo sucesivo paseo de la Encarnación” (7).

Rosas no aceptó el homenaje que se realizaba en memoria de su finada esposa y del suyo propio y solicitó que al paseo se lo denominara “Paseo de Julio” en homenaje al mes en que se había declarado la Independencia.

Así lo informa Beruti: 31 de octubre de 1848. Por orden del superior gobierno el jefe de policía don Juan Moreno, en este día, ha hecho saber al público, quedar suprimido el nombre de la calle de la Alameda instituyéndose éste con el de ‘calle de Julio’” (8).

En el mensaje a la Legislatura enviado por Rosas el 27 de diciembre de ese año, dirá: “Continúa la importante obra de la ribera. Me ha sido muy grato expresaros mi más íntimo agradecimiento por haberle designado el nombre de ‘Paseo de la Encarnación’ y porque accedísteis benévolamente a mi súplica, de que suprimiéndose éste, se lo denomine ‘Paseo de Julio’”. El 9 de Julio fue instituida como fecha patria durante el gobierno de Rosas y junto con la del 25 de Mayo, fueron valoradas de una manera especial, por lo que significaban; anualmente y durante su gobierno, se recordaron y festejaron con solemnidad.

Estas celebraciones patrias comenzaban con las salvas de la artillería de la fortaleza y los buques de guerra empavesados surtos en la rada, respondidas por las de otros buques extranjeros; se embanderaba –con la bandera nacional y la de países amigos– e iluminaba la Pirámide de Mayo, como así también toda la ciudad. Además de la celebración del tradicional Te Deum en la Catedral, se sumaban actos y desfiles militares y de bandas de música, como así también funciones teatrales –en las que los concurrentes, de pie, cantaban el Himno– y diversos juegos para diversión para los jóvenes. Todo ello concitaba la atención y la participación entusiasta y patriótica de toda la población nativa y extranjera, según lo refieren las crónicas de la época.

De acuerdo a lo relatado por los historiadores Sánchez Zinny y Adolfo Sandías podemos reconstruir lo ocurrido en esa fecha patria, especialmente en lo que se refiere al Paseo de Julio, dejando de lado el relato de las restantes celebraciones y actos, que tuvieron lugar después.

Producido en la localidad entrerriana de Concepción del Uruguay el 1° de mayo de 1851 el denominado “Pronunciamiento” de Urquiza –contra el gobernador Rosas– se sucedieron en todo el resto del país, pero especialmente en Buenos Aires, muestras de adhesión y aprecio de toda la población hacia su gobernador y su gobierno, atento a que Rosas –quien como mandatario de la provincia de Buenos Aires–, detentaba el ejercicio de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina.

Dos meses después de aquel hecho, la celebración del 9 de julio, que tuvo lugar en la ciudad, cobró un significado especial. Fue un día frio y tormentoso, con viento huracanado –que volteó parte de la Recova–, no obstante, se realizó una gran parada militar, con la participación de más de 8.000 soldados, formados en el cuadro de la Plaza de la Victoria pertenecientes a los cuerpos de fuerzas de línea y los llamados “cívicos” o Patricios de la ciudad, o simplemente “Patricios”, más el regimiento 1° de artillería ligera al mando del coronel Martiniano Chilavert; la formación contaba con 43 cañones tirado por mulas, correspondientes a todos aquellos batallones. El pueblo acompañó en la ocasión a su gobernador, con grandes demostraciones de fervor y patriotismo.

Rosas –vestido de uniforme azul y a caballo, y en contra de la costumbre–, se puso al frente, escoltado por su amigo Máximo Terrero, oficiando como ayudante de campo, ataviado con chaqueta y chiripá colorado, cribado calzoncillo y grandes espuelas, seguido por seis ayudantes y por la división Palermo desfilando al trote, apareció por el Paseo de Julio, en marcha hacia el Fuerte. Los soldados lucían poncho rojo y boleadoras atadas a la cintura, con los lazos en las ancas de los caballos.

La inclemencia del tiempo no amilanó al pueblo porteño, que participó de todos los actos. 

Cuenta Saldías que cuando “… apareció Rozas por el Paseo de Julio, al frente de la división Palermo. El pueblo nacional y extranjero corrió a su encuentro. Una enorme masa humana cubrió el ancho espacio, y lanzó esos ecos que conmueven el suelo con la fuerza de un cataclismo, y vibran en los aires entre ondas que sustenta el entusiasmo. Estrechado cada vez más por esa masa que sin cesar lo aclamaba; en la imposibilidad de dar un paso porque todos querían aproximarse a él y vivarlo personalmente; acusando en la rara palidez de su rostro la emoción que lo embargaba, Rozas dejó hacer al pueblo, y aquello habría interrumpido probablemente las ceremonias oficiales del día, si uno de los ayudantes de campo no hubiese a duras penas abierto con los soldados el camino por el cual Rozas siguió a pie hasta la Catedral...” (9). 


Después de Caseros

Caído Rosas, y durante la administración del Estado de Buenos Aires, –secesionada la provincia de la Confederación Argentina–, continuó la modernización y remodelación en el paseo con nuevas obras y mejoras.

Paulatinamente y por efecto del limo traído por el río y sumado al relleno realizado por el hombre, hizo que surgieran nuevas tierras ganadas al Plata y que el paseo dejara poco a poco de ser ribereño y que con el tiempo esas tierras –entre el paseo y el río– fueran ocupadas y se construyeran importantes edificaciones, convirtiendo a la zona en un lugar de gran importancia en la ciudad. Aunque el llamado paseo de Julio, se parquizó, en uno de esos espacios por iniciativa de residentes italianos se instaló una estatua de Giuseppe Mazzini, en aquél entonces llamada plaza Mazzini y actualmente como Plaza Roma.

En el año 1855 y en esas nuevas tierras ganadas al río y como consecuencia del importante tráfico marítimo de la ciudad y al aumento del calado de los barcos, se decidió la construcción de la llamada Aduana Nueva o Aduana Taylor –por el apellido del ingeniero que la proyectó– de forma semicircular ubicada frente al río y detrás de la Casa de Gobierno, que contaba con un espigón o amarradero de madera de 300 metros y que se terminó de construir dos años después. Con el tiempo, debido al oleaje del río, la estructura de hierro del edificio y el muelle se fueron deteriorando y fue demolido en gran parte en 1894 –ya que quedó una parte enterrada–, para dar lugar a la construcción de Puerto Madero.

En el artículo “Cuando el río era amable” publicado en el diario La Nación, Germán Wille dice “…hacia la década de 1870, la gente concurría a refrescarse masivamente a una lengua del río que se metía unos cuantos metros en el territorio de la ciudad, entre las actuales calles Lavalle y Tucumán, más o menos donde hoy se encuentra la Plaza Roma. El lugar era conocido popularmente como ‘la Canaleta’. Además de balneario, este pedazo de río era utilizado como una feria comercial. Según narra Enrique Herz en su libro Historia del agua en Buenos Aires, a la Canaleta llegaban botes de fruteros, pescadores y verduleros, que ponían a la venta sus productos frescos. Era común que las ‘chinas’ cocineras de la vecindad se acercaran hasta el lugar para hacer sus compras”10.

En el año 1868, se dictó una ordenanza, disponiéndose que los edificios cuyos frentes daban al paso de Julio, debían tener recova. Esa ordenanza establecía detalladamente como debía ser la recova, con informes de metraje, materiales a utilizar, etc.

A principios del siglo XX el paseo no tenía buena reputación, pues allí había burdeles, a los cuales concurrían los marineros que llegaban a la ciudad.

A mediados de 1903, se instaló la monumental fuente Las Nereidas, en la intersección con la calle Cangallo –actual calle Pte. Perón–, que originariamente había sido emplazada en la Plaza de Mayo, pero como se exhibían esculturas de desnudos femeninos para lo cual se utilizó mármol de Carrara, que causó conmoción y escándalo en la población conservadora de la época, se eligió este lugar del paseo de Julio, para ser instalada esta obra de la escultora Lola Mora, pero en 1918 fue trasladada a su actual emplazamiento en la Costanera Sur, más alejado de la ciudad.

En 1905 se construyó para el empresario naviero Nicolás Mihanovich, frente a la fuente de Las Nereidas, el Palace Hotel, de notables características para la época, ya que todas las habitaciones contaban con calefacción y teléfono, tenía tres ascensores y sobre el techo había un jardín. Allí se alojaban personalidades e importantes viajeros y también se alojaron las delegaciones que vinieron a Buenos Aires, para los festejos del Centenario, en 1910.

Por Ordenanza N° 520 del 28 de noviembre de 1919 el paseo de Julio cambió su nombre por el fundador del radicalismo, Leandro N. Alem, denominación que tiene hasta la actualidad. No obstante ello, a esa parte de la avenida, se la sigue llamando “del bajo”.

 

Notas

1. Los llamados “Bandos de buen gobierno”, eran normas de carácter general y de utilidad común que tenían por objeto el ordenamiento de la ciudad o pueblos en sus variados aspectos y que debían ser cumplidas por los habitantes, estableciendo también las penalidades o sanciones en caso contrario. Se difundían a viva voz por los pregoneros o por la fijación de carteles en lugares visibles.

2. El Diccionario de la Real Academia Española, define al macadán o macadam como “Pavimento de piedra machacada que una vez tendida se comprime con el rodillo”. La palabra deriva del apellido del inventor: John Loudon McAdam. En Buenos Aires, por las características del terreno de llanura y debido a la inexistencia de piedras, se utilizaron conchillas, por lo cual el camino tenía un color blanquecino y en días secos y de viento se originaba gran polvareda.

3. Marmier, Xavier. Buenos Aires y Montevideo en 1850. 1948. El Ateneo. página 83.

4. Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas. 2001. Emecé, página 460.

5. Ibidem, página 462.

6. Sánchez Zinny, E.F. Manuelita de Rosas y Ezcurra. Verdad y leyenda de su vida, 2da. edición. 1942, páginas 297 y 298.

7. Beruti, página 469.

8. Beruti, página 471.

9. Saldías, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina – Rozas y su época. 1951. Tomo III, El Ateneo, página 406.                                     

10. Wille, Germán, diario La Nación, 20 de mayo de 2024, página 32. https://www.lanacion.com.ar/opinion/cuando-el-rio-era-amable-nid20052024/