LA HISTORIA DIRÁ - Febrero 1852
Por Jorge Francisco Perrone
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Jorge Perrone |
El 27 de junio de 1806, un
casi cosmopolita ejército a órdenes de William Carr Beresford, desfiló en la
Plaza Mayor. Lo componían ingleses, italianos, chinos, alemanes y escoceses.
Venían como invasores, para incorporarnos al dominio británico. Gente criolla y
“decente” los vio llegar triunfadores por la calle de la Residencia. Las más
lindas tropas que se podían ver, el uniforme más poético, botines de cinta
punzó cruzadas, una parte de las piernas desnudas, una pollerita corta, unas
gorras de una tercia de alto, toda formada de plumas negras y una cinta
escocesa que formaba el cintillo; un chal como banda sobre una casaquilla corta
punzó.
Todo un primor. Después el pueblo de Buenos
Aires los echó con gaitas, polleritas cortas y sin bandera.
Ahora otro ejército extranjero, tan lujurioso
de colores y estandartes como aquél, ha vuelto a desfilar hacia la Plaza de la
Victoria. Y también hubo flores “decentes” de bienvenida. Esta vez los
brasileros se irán solos, conseguido su objetivo de voltear un gobierno
argentino dispuesto a frenar hegemonías e influencias imperiales. Si buscan
algo más, ya se lo darán los emigrados. Pero los nacionales que se han servido
de esta trenza extranjera para liquidarlo a Rosas, se quedarán; sobre la
fuerza, el fraude, la guerra civil, el sometimiento colonial o lo que sea,
tratarán de permanecer para manejar una república que los abomina. Así lo han
hecho permanentemente. El mismo Urquiza, en Proclama al Pueblo de Buenos Aires,
fecha 21, los denuncia como si é! mismo no tuviera responsabilidad alguna: “Hoy
asoman la cabeza los díscolos que se pusieron en choque con la opinión pública
y sucumbieron sin honor en la demanda. Se empeñan en hacerse acreedores al
renombre odioso de salvajes unitarios, y con inaudita impavidez reclaman una
patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya
libertad sacrificaron con su ambición”.
En el reparto hay para todos. Aquí están de
vuelta los rivadavianos con más de 30 años de resentimientos encima -Valentín
Alsina, Salvador María del Carril, para decir algunos nombres- enancados en la
ignominia de Caseros, dispuestos a embretar con decretos y fusiles la voluntad
de un pueblo que los rechazó desde siempre. Liberales, unitarios, plumíferos,
ideólogos y dados vuelta –lo vimos al Gral. Guido acompañando la entrada
triunfal de Urquiza; lo tenemos al Dr. Vicente López y Planes, funcionario y
adulador de Rosas, ahora gobernador revolucionario- nos levantarán el fantasma
de una Argentina que no existe, aplastando voluntades mayoritarias, usos
criollos, justicia para los humildes y soberanía nacional. Esta suerte adversa
de las armas nos costará años de peleas entre hermanos. No podrán meter el
destino del país en sus teorías, pero enderezar nuestra historia llevará sangre
y dolor de muchos argentinos. Toda la experiencia del pasado, desde los
suburbios de la Revolución de Mayo hasta hoy, nos hacen fácil el vaticinio.
Desde ahora en más se producirá una
quebradura en la continuidad del tiempo que nos toca vivir, porque no pueden
ser buenos propósitos los que necesitan de armas y patacones extranjeros para
cambiar el rumbo político del país. No pueden ser buenos jueces ni gobernantes
quienes desde años se vienen aliando con cuanto gringo conspiró contra nuestros
intereses. Constituciones, libertad, tiranía, derechos conculcados, barbarie,
civilización, progreso, máscara y coturno de una comedia trágica, para embolsar
los anhelos populares. No es con este palabrerío leguleyo que nos está
rondando, que podrán tapar los cadáveres colgados en los sauces de Palermo, los
fusilamientos sin proceso, las revanchas a mansalva. Este odio violento y sin
derecho alguno contra el don de gentes, volteando a quemarropa en pocos días
sobre Buenos Aires, es tristísimo argumento contra quienes dicen venir a
liberarnos de la dictadura rosista. Dictadura significa apoyo popular, de todos
modos. Ya lo dijimos.
En una tarea de 20 años se hizo un país: la
Confederación Argentina. Con guerra civil, luchas internacionales, angustias
económicas, pasiones de toda clase, logramos unidad territorial y política,
tuvimos trabajo para todos, pagando los salarios más altos del mundo, se
defendió victoriosamente la soberanía nacional frente a las dos mayores
potencias de la tierra, se protegió la riqueza argentina, se tendieron las
primeras alambradas en nuestros campos, se hicieron las primeras mestizaciones
de ganado, se trajeron máquinas de vapor, se enseñó a respetar el pensar en
argentino y en orden, cuando se coqueteaba con monarcas extranjeros o
reventábamos de anarquía como en el año 20. Tuvimos, en suma, una población
feliz.
Si fue posible hacer más, sólo Dios lo sabe.
Que las generaciones futuras hagan el balance
de lo que vendrá en adelante.