Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VIII N° 32 - Setiembre 2014 - Pags. 1 a 7
SALVAJES UNITARIOS Y BÁRBAROS FEDERALES
por Norberto Jorge Chiviló
Don Juan Manuel de Rosas. Óleo sobre tela de García del Molino (A) |
En la guerra civil que tuvo lugar en nuestro país, a partir de diciembre de 1828 y principalmente durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, los federales llamaban "salvajes" a los unitarios y estos últimos se referían a aquellos como "bárbaros", ello en la generalidad, pues muchas veces esos términos se intercambiaban.
Las banderas federales ostentaban las inscripciones "¡Viva la Confederación Argentina!" o "¡ Viva la federación" y "¡Mueran los salvajes unitarios!". Esas frases también encabezaban los documentos oficiales y la llevaban impresas las divisas que los federales ostentaban sobre su pecho.
Finalizada la guerra contra el Brasil (1825-1828), las tropas argentinas regresaron al país, con sus uniformes convertidos en andrajos. Carecieron y les fueron negados los recursos necesarios -por el gobierno rivadaviano- para llevar la guerra al corazón del Imperio y para imponer una paz beneficiosa a los intereses de nuestro país. Se encontraban descontentas, pues a pesar de haber batido a los brasileros y haber ganado la guerra en el campo de batalla, la Argentina, la perdió en el campo diplomático y se vio obligada a la firma de un tratado de paz, a raíz del cual la Provincia de la Banda Oriental fue segregada del tronco común y se independizó.
En esos momentos gobernaba la Provincia de Buenos Aires el coronel Manuel Dorrego quien también había sido encargado por las demás provincias para el manejo de las relaciones exteriores de la República.
Los unitarios responsabilizaron de esa derrota diplomática a Dorrego quien pasará a ser el "pato de la boda" y quién pagará los platos rotos, cuando en realidad había sido el gobierno de Rivadavia el que no se ocupó debidamente del abastecimiento -en todo sentido- del ejército republicano en operaciones.
El 1° de diciembre de 1828, las tropas recién llegadas a Buenos Aires, se rebelaron contra el gobernador legítimo al que destituyeron, designándose "gobernador" al general Juan Galo de Lavalle y disponiéndose la disolución de la legislatura, en una elección a viva voz que se realizó en el atrio de una iglesia, en el cual solo participó todo el partido unitario.
El depuesto gobernador Dorrego, huyó de la ciudad, para encontrarse con el Comandante de Campaña, Juan Manuel de Rosas, quien le aconsejó no presentar batalla contra los amotinados, sino retirarse a Santa Fe para unir fuerzas con Estanislao López. Dorrego rechazó el consejo y enfrentó a Lavalle y como era previsible fue derrotado el día 9. Al día siguiente fue detenido por un batallón de Húsares, quienes lo entregan a Lavalle.
El consejo que le había dado Rosas a Dorrego, como lo demostrarían los hechos posteriores, era el acertado, ya que las fuerzas a cargo de ambos, eran en su gran mayoría milicias que de ninguna forma podían oponerse a las veteranas y experimentadas tropas nacionales que habían peleado contra el Brasil y por lo tanto no tenían ninguna posibilidad de imponerse en la lucha.
Alentado por conspicuos miembros del partido unitario, Lavalle ordenó el fusilamiento de Dorrego, sin proceso ni justificación válida alguna, convirtiéndolo así en mártir de la causa federal.
Tanto Lavalle como los miembros del partido unitario creyeron que con la muerte de Dorrego, estaba acabado el partido federal, comenzando también una despiadada persecución contra todo aquel que se manifestara federal.
A principios del año 1829 el gobierno ilegítimo de Lavalle inventó el sistema de las "clasificaciones" formándose listas de los adversarios políticos a fin de ponerlos en prisión o desterrarlos, lo que ocurrió con miembros destacados del partido federal como los hermanos Juan José y Tomás Manuel de Anchorena, Felipe Arana, Manuel Vicente Maza, Máximo Terrero, Victorio García de Zúñiga, Manuel H. Aguirre, Epitacio del Campo, los generales Juan Ramón Balcarce, Enrique Martínez, el coronel Tomás de Iriarte, entre muchos otros, quienes en algunos casos fueron desterrados a Bahía Blanca y Montevideo y en otros fueron puestos en prisión en barcos y pontones. También sus propiedades quedaron incautadas temporariamente por el gobierno.
La injusta muerte de Dorrego llenó de indignación a los pueblos del interior, quienes se pronunciaron unánimemente desconociendo la legitimidad al gobierno de Lavalle.
Paralelamente los amotinados, aplicando métodos de terror trataron de acallar la reacción que se producía en la campaña de Buenos Aires.
El mayor Manuel Mesa, a las órdenes de Rosas continuó en la campaña bonaerense junto a otros la resistencia a los amotinados. A principios de febrero los federales son derrotados en Las Palmitas y Mesa fue tomado prisionero y el día 16, fue fusilado en la plaza del Retiro con otros prisioneros de guerra. Antes de ser asesinado, Mesa se dirigió a los espectadores, recordando la usurpación de Lavalle y la muerte de Dorrego y gritó "¡Lavalle es un asesino!".
En el diario unitario El Pampero del 31 de mayo de 1829, se promovía la represión: "...no es tiempo de emplear la dulzura, sino el palo... ahora sangre y fuego en el campo de batalla, energía y firmeza en los papeles públicos... Palo..., palo y de otro modo nos volveremos a ver como hemos visto el año 20 y el año 28; palo, porque solo el palo, reduce a los que hacen causa común con los salvajes; palo y de no, los principios se quedan escritos, y la República sin Constitución".
El general Tomás de Iriarte, -primero a las órdenes de Rosas y luego pasado al bando unitario-, años más tarde de aquellos sucesos escribió sus Memorias, donde relató todos los excesos cometidos en aquellos oscuros y trágicos días: “...después de la ejecución de Dorrego, Lavalle asolaba la campaña con su arbitrario sistema, y el terror fue un medio de que con profusión hicieron uso muchos de sus jefes subalternos. Se violaba el derecho de propiedad, y los agraviados tenían que resignarse y sufrir en silencio los vejámenes que les inferían, porque la más leve queja, la más sumisa reclamación costó a algunos infelices la vida. Aquellos hombres despiadados trataban al país como si hubiera sido conquistado, como si ellos fuesen extranjeros; y a sus compatriotas les hacían sentir todo el peso del régimen militar, cual si fuesen sus más implacables enemigos: se habían olvidado que eran sus compatriotas y, como ellos mismos, hijos de la tierra. Semejante conducta grabó un odio profundo en los oprimidos: hombres acostumbrados a la vida semisalvaje de los campos y a una libertad análoga a la del hombre en el primitivo estado de la naturaleza, los gauchos no era posible que soportasen largo tiempo tan pesado yugo. Así es que la derrota que sufrieron en Las Palmitas no pudo apagar el incendio que, aunque parcial, empezaba a manifestarse en distintos puntos de la extensa llanura de la Provincia de Buenos Aires. Era una antipatía recíproca, un odio torpemente fomentado por los hombres de la ciudad -los unitarios- la que existía entre las tropas de Lavalle y los habitantes de la Pampa: los gauchos".
Más adelante, continúa Iriarte: "Durante la contienda civil los jefes y oficiales de Lavalle cometieron en la campaña las mayores violencias, las más inauditas crueldades, -crueldades de invención para gozarse en el sufrimiento de las víctimas-, la palabra de guerra era muerte al gaucho y efectivamente como a bestias feroces trataban a los desgraciados que caían en sus manos. Era el encarnizamiento frenético, fanático y descomunal de las guerras de religión. El coronel don Juan Apóstol Martínez, hizo atar a la boca de un cañón a un desgraciado paisano: la metralla lo hizo pedazos y sobre algunos restos que pudieron encontrarse, el mismo Martínez esparció algunas flores. Otra vez el mismo jefe hizo que unos prisioneros abriesen ellos mismos la fosa en que fueron enterrados”. "En el período de Lavalle este jefe y su círculo cometieron inauditas crueldades, la vida no estaba garantida -dígalo el asesinato del desgraciado Dorrego- las leyes estuvieron en receso, ni había otra regla de conducta que la del soldado gobernador. Se dejó ver en el corto período que ejerció la autoridad pública, que tenían por sistema hacer uso del terror: ellos fueron los primeros que establecieron en dogma la máxima antisocial «el que no está conmigo es mi enemigo»; y si no hubieran estado tan distraídos en su defensa propia por la guerra que el partido federal les hizo, si hubieran triunfado, bien se puede asegurar, sin temor de formar un juicio aventurado, que muchos cadalsos habrían levantado en Buenos Aires, al menos así debe conjeturarse si se tiene presente el espíritu de intolerancia y de exclusivismo que dominaba en aquel círculo, y sus hechos violentos y despiadados en el corto espacio de tiempo que pudieron mandar, bien que rodeados más a defenderse de sus enemigos, que a consolidarse en el poder”.
Refiere el historiador Manuel Cervera en su Historia de Santa Fe que “Las partidas federales comenzaron a molestar a Estomba (jefe lavallista) en Dolores. Este, cansado de las marchas y contramarchas del enemigo que obligábanles a dar golpes en falso, irritóse, y mandó llamar al señor Segura, mayordomo de la estancia de Las Víboras, de Anchorena, para que le diera datos sobre la situación de las partidas. No sabiéndolos darlos Segura por no conocerlos, Estomba lo ató a la boca de un cañón y lo fusiló: iguales procederes efectuó con algunos prisioneros que no podían declarar lo que no sabían, matándolos a hachazos por sus propias manos. La sangre corría con toda barbarie y ahogado en ella murió Estomba”. (Estomoba murió loco)
Iriarte dice también: “Sería nunca acabar, si me propusiese consignar aquí todas las crueldades y torpezas que perpetraron (los unitarios): ellas han dejado en la campaña un indeleble recuerdo en el corazón de los gauchos; un odio reconcentrado contra sus perseguidores: odio que más tarde Rosas hizo servir en provecho de sus tiránicos planes”. Aquí Iriarte no puede dejar de tirar por elevación a Rosas, "olvidando", que los unitarios, fueron usurpadores del poder, ya que conspiraron e ilegítimamente depusieron al gobernador Dorrego, haciéndose dueños por la fuerza del gobierno de la provincia, desatando el terror indiscriminado como método para acabar con la oposición de los bonaerenses -como él mismo lo relata-, no reparando en cometer todo tipo de atrocidades y salvajadas, mientras que por el contrario Rosas en su momento fue elevado al gobierno por el voto de la Legislatura, y años más tarde al volver al poder, fue ratificado por el voto unánime de sus conciudadanos expresado en plebiscito y que Rosas no había sido el iniciador de la violencia que existía en el país, violencia que habían iniciado los unitarios, de la que siempre se sirvieron no solo en su lucha contra el gobernador porteño, sino también muchos años después de su derrocamiento, como se verá más adelante.
“Esta revolución cubrió de oprobio al partido unitario -sigue Iriarte-, y puso en transparencia sus miras ambiciosas de exclusivo dominio. Ellos habían, durante el período que ocuparon la silla del poder, difundido la saludable doctrina de las vías legales, pusieron en horror las vías de hecho a punto que el cabecilla más revolucionario no se habría atrevido a emplearlas por temor del descrédito que refluiría contra él: tan profundas raíces había echado en Buenos Aires la propaganda política, y la antipatía al empleo de la fuerza para derribar el poder. Pero desde que descendieron del mando y entraron en la arena de la oposición empezaron a patentizar la inconsecuencia de sus principios: la revolución del 1 de Diciembre acabó de desenmascararlos. Aparecieron violando la misma doctrina que con tanto empeño habían difundido: anatematizaron las vías de hecho cuando dirigían la marcha de la administración, porque se proponían en pro de los intereses de su partido perpetuarse en el poder, pero luego que se les escapó de las manos, emplearon las mismas vías para recuperarlo. Esta es la historia de todas las facciones: sacrificando constantemente el bien general, sus principios y sus más íntimas convicciones, a sus intereses de partido, sin pararse en los medios, sin arredrarse por las funestas consecuencias de sus aberraciones: el objeto es mandar y en comparación de este bien supremo, la causa política, la prosperidad del país es un bien secundario. Los hechos han acreditado que tal era el espíritu dominante, el programa político del partido unitario: dominar a todo trance. Y no obstante sus hechos mismos, su conducta injustificable, no han cesado desde aquella época malhadada de vituperar los medios que empleó Dorrego para subir a la silla del gobierno: tienen el descaro de proscribirlos, cuando el medio por ellos empleado es tan réprobo que deja muy atrás y hasta hace válidos los de su antagonista".
Los unitarios sumergieron a las poblaciones del interior en el terror y sus habitantes sufrieron todo tipo de vejámenes, como hemos visto.
Mientras todo esto ocurría en Buenos Aires, el general José María Paz, en combinación con Lavalle trató de hacerse del gobierno de las provincias del interior, para posteriormente someter a las del litoral. Después de derrotar al gobernador de Córdoba Juan Bautista Bustos en la batalla de San Roque, se hizo nombrar gobernador de esa provincia y posteriormente se enfrentó al caudillo, Brigadier General de las fuerzas de La Rioja, Juan Facundo Quiroga, quien encabezaba la reacción federal del interior. Paz también derrotó a Quiroga en las batallas de La Tablada y Oncativo, haciéndose del control de las provincias del interior: Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero, Salta y Jujuy, formándose la Liga del Interior o Liga Unitaria, de la cual es designado como Supremo Jefe Militar, con amplios poderes dictatoriales como los que con posterioridad le serán conferidos a Rosas cuando fue designado gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Rosas fue y es criticado por haber recibido poderes dictatoriales, "olvidando", quienes así lo hacen que los contrarios -entre ellos Paz- cuando usurpaban el gobierno de una provincia, lo primero que hacían era hacerse dar también facultades extraordinarias, "olvidándose" también que siempre Rosas recibió esas facultades extraordinarias por decisión de la Legislatura de la provincia, ratificada en 1835 por el voto unánime de sus conciudadanos, mientras que sus oponentes se hacían dar tales facultades por la fuerza, después de haber asaltado el gobierno. La dictadura que ejerció Rosas, siempre fue legal, lo que no se puede decir de sus contrarios.
Volviendo a las violencias ejercidas por los unitarios, el Jefe del Estado Mayor de Paz, coronel Román Deheza hizo fusilar a 23 oficiales y a 115 soldados de los 500 aproximadamente que habían sido tomados prisioneros en La Tablada lo que repitió después de la batalla de Oncativo. Otros lugartenientes de Paz, también empleaban en aquellas provincias los métodos de terror para vencer toda resistencia, así al oficial Vázquez Novoa, se lo conocerá como el "Cortaorejas" y otro oficial, Campos Altamirano como "Cortacabezas", siendo estos apodos más que elocuentes sobre los métodos "civilizados" que empleaban estos jefes para vencer y doblegar la resistencia de los federales. El general Lamadrid, en La Rioja, también hizo de las suyas, con fusilamientos, confiscaciones y actos de terror, que fueron comunes en todas las provincias en las cuales los unitarios se hicieron del poder.
Prueba de la violencia ejercida por los unitarios, lo es, que en el año 1829, el crecimiento vegetativo en la ciudad de Buenos Aires, fue negativo, ya que murieron más personas de las que nacieron, producto ello del terror ejercido por los hombres de Lavalle.
Un oficial de Paz, según lo relata el Sargento Mayor Domingo Arrieta en su libro Memorias de un soldado explicó cómo habían aplicado la medida de "no dejar vivo a ninguno de los que pillásemos", de la siguiente forma "mata aquí, mata allá, mata acullá y mata en todas partes, fueron tantos los que pillamos y matamos que, al cabo de unos dos meses, quedó todo sosegado".
Estos son solo algunos de los casos del terror empleados por los unitarios desde fines de 1828 y principios del año siguiente, contra el grupo político oponente, los federales.
A raíz de esos métodos salvajes y terroríficos empleados por los unitarios, justamente el pueblo comenzó a llamarlos "salvajes" y "salvajes unitarios", a pesar de que ellos se creían paladines de la "civilización".
Si bien Bernardo Frías en Tradiciones Históricas, dice que mucho antes de la sublevación de Lavalle y de la posterior llegada de Rosas al gobierno, ya en Catamarca se hablaba de los "salvajes unitarios", debido a la salvaje campaña que Aráoz de Lamadrid y sus lugartenientes habían llevado a cabo en las provincias de Tucumán, Salta y Catamarca para unitarizarlas.
(Las tropas que regresaron de la guerra contra el Brasil) al segundo día de su llegada, faltando a la obediencia al gobierno, por medio de una revolución militar, lo atropellan a su persona le quitan la vida; pero este mal ejemplo hará que otro haga lo mismo, y en cada mudanza de gobierno, hecho con estos mismos medios, será sacrificado el que mande, para cubrir el sublevado su iniquidad calumniándolo, aunque Dorrego si padeció fue porque le temían, y de haber existido, en cualquier lugar donde se hallase les había de hacer la guerra, y el modo fue para evitarlo desaparecerlo, mandándolo sepultar en la Iglesia o cementerio de Navarro".
"El 29 de abril de 1829. En este día y noche siguieron los ciudadanos sobre las armas, con motivo de las muchas partidas anarquistas (así llamaban a los federales) que circulaban las inmediaciones de la ciudad, llegando su atrevimiento a tanto que tomaron la pólvora del almacén de Cueli, sacaron las armas y se llevaron al oficial comandante de la guardia y soldados; se llevaron la caballada del estado, que estaba pastoreando en el bajo de la Recoleta, y el ganado de novillos de los corrales del abasto de la ciudad, que está en el alto e inmediaciones de la misma Recoleta; todo a las nueve de la mañana, y sin oposición alguna; siendo la partida que avanzó de los enemigos sobre 400 hombres, que en su entrada y salida (los federales) no hicieron daño a ningún vecino".
Beruti se refiere al comportamiento de las tropas a cargo de los jefes unitarios: "Van dos ocasiones que han sacado las tropas voluntarias auxiliadas con las de línea a la distancia de una o dos leguas de la ciudad, diciendo que son para ensayarlas y que se hagan a las fatigas militares por si se ofrece verse con los enemigos; pero el objeto no ha sido otro sino el robo y saqueo de las casas del campo de Palermo, arroyo de Maldonado y la Calera hasta donde han llegado, y desde donde el mismo día antes del amanecer que salían, regresaban a la tarde trayendo gallinas, pavos, huevos, grasa, carne salada (de los saladeros), ganado, muebles, trapos y cuanto encontraban en las casas de campo, que las más se hallaban abiertas y desamparadas por sus dueños; y en las que en ellos estaban a su presencia eran insultados y saqueados, trayendo a los peones y cuantos hombres encontraban en sus casas o ranchos en su compañía y diciendo, para engañar al pueblo, ser montoneros que tomaban incluso entre ellos algunos niños de 12 o 13 años, que los traían con sus padres, porque no quedasen a perecer. También salieron carretas con la misma división, ¡y para qué!, para entrar en las quintas de alfalfares, de donde cortaron el que quisieron, llenáronlas de pasto y conducirlas a la ciudad, como lo hicieron, para los caballos de las tropas, en número de 80 carretas, con perjuicio de sus pobres dueños; estas escenas se van repitiendo por el punto de Barracas, para donde han salido otras divisiones de tropas, bajo la capa de paseo militar, las que van mandadas por jefes, nada menos que de coronel arriba, como el brigadier Alvear, actual ministro de guerra, el mayor coronel don Ignacio Álvarez y el inspector general coronel don Blas Pico".
"Lo que los montoneros (se refiere así a los federales), en las muchas veces que han entrado en estos puntos, han respetado y dejado a sus vecinos pacíficos, sin dañarlos ni robarlos; a no ser sino uno u otro que en la soldadesca es irremediable, fuera de la vista de sus jefes, lo han hecho los nuestros a presencia de los suyos; esto prueba que unos llevan la fama y otros cargan la lana; así sucede nuestro gobierno, proclama el orden, protección y seguridad en las propiedades individuales, pero autoriza el robo, ¡qué mal se compadece de lo dicho al hecho! por lo que se ve que la guerra no se ha vuelto sino una piratería y que tanto padece el amigo del gobierno unitario como el enemigo federal, pues por lo que se experimenta todos los bienes son comunes. Pobre patria que siendo tan rica y poderosa, va a quedar totalmente arrasada por la ambición de mandar en algunos de sus hijos. El plan que se formaron los de la facción del 1° de diciembre de 1828 fue sujetar todas las provincias al gobierno de unitario, creyendo lograrlo por las fuerzas militares que tenían a su mando; pero les va saliendo la mona capada, y lo que sus famosos soldados no perecieron con los brasileños, van muriendo en manos de sus paisanos que según se ve concluirán con todos, y sus planes quedarán frustrados, como se va viendo, yendo por lana y salen trasquilados, porque lo más florido de sus jefes, oficiales y soldados han perecido, bajo la cuchilla de los gauchos de la campaña, y al fin tendrán que ceder, que no triunfa quien ataca los pueblos".
"Pasajes sueltos, que se me han contado por dos sujetos respetables, el presbítero don Manuel Ascorra y doctor don Pedro Ignacio Rivero, abogado de la superior cámara de justicia, quienes me lo han asegurado por ciertos y son los siguientes. Estando el señor Lavalle con su ejército, en las inmediaciones del lugar llamado de Álvarez dos leguas del puente de Márquez para el campo, entró en una casa y en ella encontró una divisa de los que llevan los federales para distinguirse de los unitarios; y por esto mandó pasar a cuchillo a toda la infeliz familia".
"El coronel comandante general de la campaña del Sur don [Juan] Ramón Estomba tomó a un hombre, y creyéndolo federal lo puso en la boca de un cañón: le hizo pegar fuego y con la metralla lo levantó por los aires dividido en cuartos. Este señor estaba loco por lo que lo trajeron a la ciudad; en donde ha muerto en este estado por no haber querido comer; y cuando cometió este hecho, dicen, ya estaba tocado de su razón y no lo habían conocido".
"El comandante general de campaña del Norte, coronel don Federico Rauch, a cuantos hombres tomaba prisioneros los fusilaba, cuyo hecho cometió con más de sesenta".
"Estos son pasajes sueltos cometidos por los señores generales sin contar otros muchos cometidos por sus soldados que omito relacionarlos por no llenar tanto papel con hechos tan horrorosos".
A continuación Beruti destaca el comportamiento de los federales:
"Siguen otros pasajes, que me han contado los mismos sujetos, hechos por los federales".
Oficial del ejército de Rosas. Autor anónimo |
"El cura de la parroquia de la Piedad, doctor don Mariano Medrano, se hallaba de visita en casa de su feligrés don Tomás Rebollo, cuando entró una partida de montoneros (federales), quienes desnudaron al cura de sus vestidos, los que aprehendidos, les quitaron la ropa, se devolvió al cura, y el ladrón o ladrones de orden de Rosas fueron fusilados".
"Igualmente fue robado por otra partida el doctor don Rafael Casagemas (abogado de esta excelentísima Cámara), el que habiendo quejádose de haberle quitado 600 pesos sus soldados, no habiendo podido ser averiguado quiénes lo hicieron, el mismo Rosas pagó al doctor perjudicado los 600 pesos luego que lo supo".
"Un vecino llamado don Manuel Moya, que vivía frente la pólvora de Cueli, fue robado por una partida, la que antes de salir de la casa fue presa y desarmada por otra que la mandaba un oficial que al mismo tiempo llegó; se le devolvieron sus prendas robadas, llevaron al ejército de Rosas a los delincuentes que fueron diez los aprehendidos e inmediatamente todos fueron fusilados".
"Compárese unos hechos con otros de los dos contenedores y véase quién de los dos obra mejor".
....."Un comandante (unitario) de partida llamado don Manuel Ramírez en el barrio del hospicio, encontró dos paisanos medio embriagados, que iban sin armas, y pareciéndole montonero (federales), contra una zanja los fusiló, sin embargo de que uno de los que lo acompañaban le decían no eran tales montoneros".
"Un soldado robó una niña, la madre se presentó a Lavalle contra el soldado reclamándola, y le contestó que eran críticas las circunstancias para hacerle justicia, y así que esperase a que concluyese la guerra, que entonces podría repetir".
Pero semejantes salvajadas de los unitarios, siguieron durante todo el gobierno de Rosas y no cesaron con la batalla de Caseros, ya que inmediatamente y a los pocos días se fusilaron más personas que en toda la época de Rosas.
Durante la confrontación entre el secesionado Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina, fueron fusilados en Villamayor (2 de febrero de 1856) por orden del gobierno liberal y "civilizado" de Buenos Aires más de 120 combatientes federales prisioneros, entre los que se encontraba el héroe de Martín García, Jerónimo Costa (ver ER N° 8).
También y ya muchos años después del derrocamiento de Rosas y durante la presidencia de Mitre, las matanzas continuaron, ya que se lanzaron contra el interior federal (años 1861/1863), regimientos de represión y exterminio mandados por oficiales uruguayos como Arredondo, Flores, Paunero, Rivas, Sandes y otros, quienes sembraron el terror en todas aquellas poblaciones de ls provincias interiores por las cuales pasaban. No quiero extenderme en el relato de estos hechos, lo que ya hice en el N° 29 de este periódico, dedicado en su casi totalidad al 150°Aniversario de la cruenta e injusta muerte del Chacho Peñaloza, a quién después de ser ultimado se le cortó la cabeza, la que fue expuesta insertada en un palo en la plaza del pueblo de Olta.
Todo esto prueba el salvajismo del "civilizado" partido unitario y ya durante la vigencia de los derechos individuales garantizados por Constitución de 1853, que ellos eran los primeros en no respetar.
Tampoco somos incautos para creer que durante toda la cruenta guerra civil en la que se vieron inmersos los argentinos desde el segundo cuarto del siglo XIX en adelante los federales no hubieren incurrido también en violencias.
Mayormente, durante las guerras civiles, se dan los hechos más sanguinarios y de mayor crueldad y hay pruebas más que elocuentes de ello en toda la historia de la humanidad.
En la llamada historia oficial, prácticamente los hechos mencionados en este artículo, no solo no fueron dados a conocer, sino que por el contrario se ocultaron cuidadosamente, presentándose a los jefes unitarios -entre otros- Lavalle, Paz, Lamadrid, y a otros personajes del mismo partido como honorables y pundonorosos, amantes de las leyes y la civilización cuando su desempeño dejó mucho que desear. Por el contrario siempre se mostró a los federales y a su máximo exponente, Rosas, como brutos, sanguinarios y sedientos de sangre, con mentiras magnificadas.
Fue, sin lugar a dudas, aquel proceder salvaje de los unitarios contra sus oponentes, lo que motivó la reacción de los federales, ya que como dijo Iriarte: "Semejante conducta (de los unitarios) grabó un odio profundo en los oprimidos (federales): hombres acostumbrados a la vida semisalvaje de los campos y a una libertad análoga a la del hombre en el primitivo estado de la naturaleza, los gauchos no era posible que soportasen largo tiempo tan pesado yugo".
Fuentes:
Beruti, Juan Manuel. "Memorias curiosas", Emecé Editores Argentina S.A., Buenos Aires, 2001.
Ezcurra Medrano, Alberto. "Las otras Tablas de Sangre", Editorial Haz, Buenos Aires, 1952.
"José María Paz, de la colección Grandes Protagonistas de la Historia", dirigida por Félix Luna, Editorial Planeta Argentina S.A., Buenos Aires, 2000.
Marco, Carlos R. "Don Juan Manuel de Rosas, sus detractores y sus panegiristas", T° I, Mendoza, 1953.
Massot, Vicente. "Matar y morir - La violencia política en la Argentina (1806-1980)". Emecé Editores S.A., Buenos Aires, Abril 2003.
O'Donnell, Pacho. "Juan Manuel de Rosas. El maldito de la historia oficial", Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001.
Pigna, Felipe. "La historia en foco - Mujeres en las guerras civiles", Revista Viva N° 1954 del 13/10/2013.
Sierra, Vicente D. "Historia de la Argentina", Tomo VIII, 1828-1840, Editorial Científica Argentina, Buenos Aires, 1969.
(A) “DON JUAN MANUEL DE ROSAS”. Pintura al óleo sobre tela de García del Molino, 1873 (Ref. Esta obra es otra versión original del cuadro que se encuentra en el Museo Histórico Nacional). Catálogo Agosto 2010, J.C. Naón y Cía. S.A.